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La guerra del profesor Bertenev (Alfonso Zapico)

La guerra del profesor Bertenev es un cómic de Alfonso Zapico ambientado en las postrimerías de la Guerra de Crimea, que tuvo lugar entre 1853 y 1856.

Cuando los rusos invaden territorios otomanos, la alianza formada por los otomanos, franceses e ingleses deciden hacer la guerra a Rusia en Crimea.
La guerra del profesor Bertenev

Bertenev es un profesor que al cuestionar y criticar el poder zarista, no es asesinado como otros muchos en su misma situación, sino que es enviado como castigo al frente (al interceder por él un alumno bien conectado con el poder).

En el frente de batalla cuando los ingleses están masacrando a los rusos Bertenev decide huir, salvar la vida, desertar de la barbarie. Al ser capturado por los ingleses, sus conocimientos de distintas lenguas le procurará la protección del capitán inglés Townsend. Sus compañeros rusos, lo ven como un traidor y lo quieren muerto.

La guerra que libra a partir de entonces Bertenev será una guerra psicológica, dado que el espíritu marcial (que él no tiene) apenas deja resquicio para ninguna reflexión y Bertenev no puede dejar de darle al coco, viendo cómo son las condiciones en las que están los soldados rusos tomados como prisioneros. La corriente de afecto que siente hacia el que debería ser su enemigo, Townsend, que no lo es, sino al contrario, hace nacer en ellos una amistad, porque Townsend en Bertenev encuentra a alguien que lo transforma y que es capaz de abrirle la mente, chapado a la antigua como está el británico.

Zapico se sirve de un contexto histórico, que sería lo universal para indagar en lo particular, lo individual, considerada cada vida como única e irrepetible y al igual que en otro comic suyo Café Budapest, sus personajes hacen frente a las injusticias, a la violencia ciega, aunque se vean obligados como aquí a deambular como apátridas, sin desviarse un ápice de sus convicciones y desoyendo las convenciones, ese ruido de fondo a menudo tan anestesiante.

Muy bueno.

Asylum

Asylum (Javier de Isusi)

Asylum, en latín asilo, del grigo ásylon, lugar inviolable.

Javier de Isusi en Asylum nos cuenta las vidas de personas de distintos países que se vieron obligadas a abandonarlos y exiliarse.

En España, después de la guerra civil, en el bando republicano, el bando perdedor, medio millón de personas hubieron de exiliarse hacia Francia. Una de ellas es Marina. El recibimiento en Francia no es tal, confinadas en campos de concentración, en una playa. Por delante el mar, por detrás una valla. El exilio es destierro y desgarro y la esperanza es el asilo. Una historia, la de Marina, que me recuerda mucho a la de Marcial, el protagonista de mi novela Muerto de risa. Porque Marina deja España para exiliarse en Francia y después volver a nacer en Venezuela y luego regresar a España, cuarenta años después, y acabar en un asilo, en donde se inicia la historia. Muchos su renacer lo tuvieron en Méjico país que siempre estuvo dispuesto a acoger a los españoles que se exiliaron.
Exiliarse es partirse en dos. Escuchemos a Eduardo Halfon.

Otros testimonios son el de la nigeriana Aina, la cual al verse obligada a casarse con quince años decide huir para ser luego explotada sexualmente; Christopher, ugandés, cuya vida corre peligro en su país por ser homosexual, huye a Kenia pero allí su situación no mejora. Sanza, congoleña, que tras ver morir a toda su familia acaba en el campo de refugiados de Goma, buscando luego llegar a Europa por Melilla. Y la mejicana Imelda de Ciudad Juárez que huye de méjico con toda su familia al ser amenazada y con serio riesgo de ser desaparecida. Las existencias de todos ellos confluyen en el comic en un mismo espacio, en una vivienda.

Asylum

Cada exiliado busca salvar la vida, y mejorarla, y ahí entran en juego los demás, nosotros, los acogedores. Llegar a España para cada uno de ellos ha sido una odisea, casi un milagro. Y para la mayoría si lo logran, si logran ponerse a salvo, sienten que no son nadie, que son invisibles. Por eso el papel tan importante que juegan organizaciones como la Comisión de Ayuda al Refugiado en Euskadi, y cada uno de nosotros, si al mirar a un extranjero, a un exiliado, a un desterrado, somos capaces de ver a un ser humano.

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La señorita Else (Manuele Fior)

Manuele Fior (autor de Cinco mil kilómetros por segundo) adapta la nouvelle La señorita Else de Arthur Schnitzler (escrita en 1924), con traducción de Lucía Bermúdez Bermúdez, autor de novelas como Morir, Tardía fama, Apuesta al amanecer, Relato soñado, El teniente Gustl, entre otras, o de libros de aforismos como Relaciones y soledades, que he reseñado en el blog.

La dificultad en el cómic de Fior consiste en ilustrar el monólogo interior de la joven (que en el cómic se sustrae casi en su totalidad) y acaudalada Else, quien a sus diecinueve primaveras se ve en la tesitura de adoptar una acción que puede marcar definitivamente su existencia. Else veranea en un hotel en San Martino di Castrozza, con sus familiares, su primo Paul tirándole los trastos, recibe un telegrama de sus padres, en el que le urgen a conseguir dinero del señor von Dorsday, un amigo de los padres que se encuentra en el mismo hotel, un vejestorio que pretende a Else desde su mocedad, y que está dispuesto a soltar la panoja, pero exigiendo algo a cambio. Si no reciben el dinero el padre irá a la cárcel, para luego suicidarse, piensa Else.
La señorita Else

En las ilustraciones de Fior es apreciable la influencia de los cuadros de Klimt o Egon Schiele. Los tonos vivaces del comienzo, a medida que crece la angustia y la desesperación en Else se irán tornando más apagados y oscuros, tiznando su espíritu de una nube negra capaz de desaparecerla.

La señorita Else

La decisión de Else recae sobre ella, pues sus padres parecen querer jugar en su persona su última carta (aunque según vemos las deudas familiares vienen de antiguo), sin estar dispuestos a dar la cara, dejando el peso en los hombres de su hija, la cual anhela llevar una vida despreocupada y a quien la desvergüenza autoimpuesta bien puede suponer su final, dándole vueltas a qué hacer, a cuales son los límites del honor, de la decencia para una dama.

Bueno.

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Estamos todas bien (Ana Penyas)

Mircea Cărtărescu en su última novela publicada en España, El ala derecha, hablaba así de su madre:

…y, entre tanto, lavar, frotar, hacer las camas y recoger lo de todos, la marcha de mi padre al trabajo y la mía a la escuela, las cazuelas de comida («No sé qué prepararos, voy a volverme loca») y la falta de reconocimiento y la indiferencia general, como si esta mujer que nos había convertido en personas, esta persona buena y honra da («Mircişor, no se te ocurra en esta vida llevarte ni un hilo que no sea tuyo»), que se había colocado en el último lugar, en ningún lugar, de hecho, en la jerarquía de las necesidades familiares, sin ropa para salir, sin zapatos, sin maquillarse y sin arreglarse, que renunciaba incluso a su colonia de un leu, la de los cochecitos de cristal, que se hacía la permanente una vez al año, con motivo de quién sabe qué ocasión, fuera tan solo una criada pagada para ponernos todo delante de las narices, para lavar y planchar nuestra ropa y que pudiéramos presentarnos decentemente en nuestro deambular el ancho mundo, brumoso y aterrador, que se extendía más allá de su pueblo en el centro de Bucarest…

Falta de reconocimiento, indiferencia general, colocada en el último lugar, en ningún lugar, tan solo una criada, etc. ¿Nos suena, verdad?

El otro día mi hija pequeña andaba con dolor de cabeza. Después de un par de horas, algunas atenciones y mimos y un ibudol ya estaba recuperada y me dijo: Gracias por cuidarme.

Canta Rigoberta Bandini que sin tetas no habría humanidad. Añado: Y sin los cuidados que nos han prestado siempre las mujeres la existencia sería inasumible. No somos conscientes del incalculable valor, de la necesidad y del escaso reconocimiento de las cuidadoras y de sus cuidados.

Estamos todas bien

Ana Peynas crea Estamos todas bien en 2017, con 30 años. En el cómic da voz a sus dos abuelas: Herminia y Maruja. Mediante las conversaciones que mantiene con ambas conoce mejor el pasado, desde los tiempos de la posguerra, el abandono del pueblo y la llegada a la ciudad (Alcorcón y Valencia), el cuidado de los hijos, la marcha de los mismos, hasta el asentamiento en la vejez, el dolor de huesos, la soledad, el aburrimiento. Sirve por tanto aquí la escritura y las ilustraciones como vía de conocimiento para Ana de su pasado familiar, único, pero a su vez extensible al resto. Vemos la Movida madrileña, las películas de Almodóvar, los productos de aquella época: La Casera, Lagarto, Nivea
Hay un contraste entre Herminia y Maruja; la primera vitalista, alegre, curiosa, y Maruja, sin embargo, más aburrida, cansada, negativa, necesitada de pasar más tiempo con los suyos.

Se dice en el cómic que hay demasiadas historias de amor escritas, pero que no hay tantas de abuelas, por eso, historias como las de Ana son tan necesarias y saludables cuando se hacen desde el sentimiento, el conocimiento y la verdad.