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Crítica de la razón maquinal

Crítica de la razón maquinal (Basilio Baltasar)

Tras haber leído con satisfacción hace unos meses los ensayos de Basilio Baltasar, bajo el título de El intelectual rampante, me he visto abocado ahora a querer seguir ahondando en su pensamiento. En mi auxilio viene Crítica de la razón maquinal. Aquí no hay una colección de ensayos, sino un tratado filosófico, servido en nueve capítulos con títulos tan sugerentes como Cartografía del espíritu seminal, Plenitud del orbe imaginal o La razón espectral.

Una posibilidad es ofrecer aquí un buen número de párrafos que me han gustado, pero esto restaría asombro al lector que se asomara, o paseara por estas páginas, así que trataré de ofrecer unas líneas generales marcadas por su brevedad.

A medida que leía proyectaba en mi mente el lanzamiento de distintas monedas a un estanque. Cada moneda (capítulo) ofrecía ondas distintas, si bien el estanque era el mismo y las monedas, en apariencia, también. De esta manera el autor va dando forma a su pensamiento.

La razón maquinal es la del poder, la sumisión y el control. Sus aliados el cientifismo, la cibernética, el algoritmo, el pragmatismo, el positivismo, el mecanicismo. Sus enemigos la Naturaleza que se derrama sin cesar en la inmensidad del Cosmos y el Lenguaje que no deja de fluir. El protagonista es el filósofo agonista, el pensador ambulante. Y si no lo he entendido mal, aquí no hay certezas, más bien perplejidad, indagación, acertijos, incógnitas seminales, enigmas existenciales y/o universales, abismos ancestrales, vacíos imaginales, verdades germinales, mitologías a recuperar que deben fermentar en la mente del hombre proverbial. Hablamos por tanto, como indica Baltasar en el prólogo, de una guerra cultural entre el hombre artificial, el autómata, el androide y el hombre autónomo, el hombre interior o emancipado.

Escribe Baltasar acerca del pensamiento ondulante, aquel que aborrece verse plasmado, aquel que se escabulle al verse atrapado. Es curioso, porque este texto se me antoja igual de correoso, difícil de atrapar, y a ratos de entender. Y surge mi asombro al leer esta plausible conjunción, inaudita, de poesía (entendida como la más bella forma de decir) y sólido pensamiento, como si las palabras tuviesen también aquí una naturaleza sideral, límbica y fuesen desfilando por la cuerda floja del lenguaje, dejando tras de sí un rastro de tiza que (ójala) otros muchos reescribirán.

Crítica de la razón maquinal
Basilio Baltasar
KRK Ediciones
242 páginas
Año de publicación: 2024

Caja de juegos reunidos

Caja de juegos reunidos (Antonio F. Rodríguez)

A Antonio lo conozco porque es el responsable de la bitácora literaria La antigua biblos, que este año cumple 15 años de andadura. Siempre ha sido para mí su blog un referente para orientar mis lecturas en el océano de publicaciones recientes y pasadas. Ahora Antonio se pasa al lado oscuro y resbaladizo y comparece aquí, no como un juicioso, voraz y esmerado lector, sino en calidad de escritor. Y lo hace con un libro de relatos bajo el brazo que lleva por título Caja de juegos reunidos.

Recuerdo en mi infancia, en la casa de mis abuelos, echar unas cuantas horas con mi hermano y amigos entretenidos con una de estas cajas. Es un título que casa muy bien con el espíritu de los relatos. Pensemos que al leer nos desplazamos también por un tablero, o bien por una rayuela, de tal modo que volvemos a ser niños, trayendo el pasado al presente.

De esta manera Antonio va al pasado y sitúa uno de su relatos, Azul y gris, en un colegio de monjas, explicitando muy bien los distintos tipos de alumnas allí congregadas y procediendo a un puntilloso análisis tanto de las alumnas como de las monjas. Siguiendo con los colores, el relato Verde y negro ofrece la magra biografía de un narrador. Aquí las monjas son reemplazadas por los curas. Aquella España de la dictadura educada en la religión, no parece haber dejado marcas indelebles y en todo caso, lo que aquí se transmite es un aprendizaje, una suerte de educación sentimental que no escatimaba la violencia física: las collejas, los moquetones, los tirones de orejas… en la creencia de que la letra con sangre entraba. A pesar de todo, quizás porque se tenía la piel menos fina y se venía de una España de posguerra, la gente estaba más curtida, y asentaba todas estas experiencias como algo inevitable que debía formar parte de su currículo vital.

Regresando al presente, Antonio ofrece relatos ingeniosos como la Historia de un charco o bien pone a hablar a los objetos, ya sea un abrigo en El abrigo o bien unos zapatos en La vida secreta de los zapatos. Al igual que con el relato Catorce entre tres, Antonio, cifra bien en ellos su ingenio, humor y capacidad de inventiva. O deja que el absurdo desquicie un relato como sucede en Inconsciente.

Tampoco descuida Antonio el lenguaje -muy cuidado y sugerente- en el relato Normalidad, ni la realidad ni la crítica social. Muestra de ello es el relato Cotidiana, con una conversación entre un periodista y un político, afines y ambos sin el menor escrúpulo, que de buena gana intercambiarían sus roles.

Lo prosaico pide la palabra y habla por boca del relato Costumbre y silencio, donde un anciano normal encuentra en una actividad ilícita el aliciente para darle algo de lustre a la soledad.

Presentes en los relatos las parejas, algunas de tres miembros y de cuatro, como en Dos cafés, donde está por ver si los cuernos reconvertidos en poliamor resultan una fórmula eficaz o no.

Y hay algo que aquí es una música de fondo: la necesidad de cariño, de amar y ser amado. Puede ser incluso una ilusión, una presencia incorpórea como le sucede a Elena en Molde y figura, o algo más real, como el amor que surge entre dos jóvenes, en ¿Qué quieres de segundo?; jóvenes que van a aprendiendo de sus anteriores relaciones amorosas, de cara a ir corrigiendo lo que no les gusta, afinando en sus sentimientos y deseos, ahormando su mundo al de aquel que puede llegar a ser parte indisoluble de su mundo.

Y el relato que creo que más difiere de todos los anteriores es Tres en dos, donde nos sitúa en algún país de habla hispana al otro lado del charco. Ahí tenemos al docente Camino González convertido en todo un capo de las aulas.

En definitiva, dieciséis relatos diversos, humorosos y vivaces; unos sirven al autor como herramienta para recordar, o bien para fabular, también para criticar la realidad o trascenderla desde el absurdo (como en el relato Barba). En todo caso, como decía al comienzo, nos sirven para desplazarnos por el tablero, para movernos en volandas en unas ocasiones o para caer en el pozo en otras. Pero una vez lleguemos a la casilla final, sentiremos una suerte de bienestar. O esa sensación me queda.

mbc

Manuel Bartolomé Cossío. El arte de educar (Luis Alfonso Iglesias)

Francisco de Cossío escribió en septiembre de 1935 que Manuel Bartolomé Cossío murió para la masa absolutamente inédito. No parece exagerada esta afirmación de Francisco porque si decidiésemos hacer hoy un sondeo, casi un siglo después, entre las personas más cercanas a nosotros y les preguntáramos por Cossío, a lo sumo, obtendríamos alguna respuesta relacionada con el tratadista taurino, no con el pedagogo. Por eso resulta necesario el presente ensayo de Luis Alfonso Iglesias Huelga, que nos ayudará a conocer mucho mejor a Manuel Bartolomé y sobre todo su obra, porque parece que su falta de vanidad y su humildad mediaron para que su estrella no brillará tanto como la de gente mucho más mediocre. Y esto me recuerda la anécdota de Gonzalo Torrente Ballester y Camilo José Cela. Al primero, muchos le recriminaron que no había obtenido el Nobel porque no se la había trabajado tanto como el segundo. Ya sabemos cómo era Cela y Bartolomé Cossío vemos que optó siempre por la discreción, consecuencia de su ánimo sereno y reflexivo. Incluso su labor como crítico de arte (Cossío era historiador de arte) resulta también inédita, cuando fue uno de los mayores críticos de arte de su tiempo, como manifestó en su obra de 1908, titulada El Greco, convirtiéndose en su «descubridor».

En el libro leeremos varias veces que para Bartolomé saber era saber ver; saber ver la belleza y democratizarla. Sapere aude, atrévete a saber, reza hoy la inscripción de un instituto Logroñés, el Instituto Mateo Práxedes Sagasta. Pero pensemos lo difícil, lo imposible que resultaría atreverse a saber en la España de 1930, donde uno de cada tres españoles era analfabeto.

Leyendo el ensayo de Luis Alfonso creo que lo más revelador en el caso de Bartolomé fue que todas las ideas que tenía en la cabeza, todo aquel aparato intelectual, toda su afanosa labor investigadora -aquel caudal de datos, información y conocimientos adquiridos en sus múltiples viajes por Europa analizando los distintos sistemas educativos- fue capaz de ser sintetizada y llevada posteriormente a la práctica. Es decir, fue capaz de pasar de la palabra a la acción, como se vio con la puesta en marcha de la Institución Libre de Enseñanza (cuyo creador fue Francisco Giner de los Ríos con quien Manuel siempre tuvo una gran amistad, y al que consideraba un padre), su intervención fundamental para la creación de la Fundación Sierra Pambley (el encuentro entre Manuel, Francisco Giner de los Ríos y Francisco Sierra-Pambley lo registra Luis Mateo Díaz en su libro Las lecciones de las cosas), o bien con la creación y puesta en funcionamiento de las Misiones pedagógicas, en los años previos al estallido de la Guerra Civil en 1936.

Creía Bartolomé que era necesario un cambio, una regeneración, y esta pasaba necesariamente por la educación, considerándola la tabla de salvación del pueblo. Había que sacar al pueblo del analfabetismo, del dogmatismo religioso. Era necesario tener libertad y aún más, libertad de pensamiento. Pensar por uno mismo, no asumir o replicar sin resistencia alguna las ideas ajenas. Lo revolucionario de las Misiones Pedagógicas (pienso que la palabra misión y misionero parecen estar imbuidos de un carácter religioso, aunque aquí, puestos a depositar la fe en algo para creer en ello a pies juntillas, sería en la Educación, en la capacidad que tiene esta para transformar a las personas y por ende, su realidad) fue que si hacemos analogía con ese dicho que dice que si la montaña no viene a Mahoma, Mahoma irá a la montaña, es decir, si los niños no van a la escuela (en muchas ocasiones porque no existían: solo en 1931 la Segunda República, creó 5000 escuelas, de un total de 28000 que estaban proyectadas en ocho años), será la escuela la que irá a los niños; así los docentes, una selección capaz de llevarse todos los títulos: ¡Atención¡ María Zambrano, María Moliner, Federico García Lorca, Luis Cernuda, Ramón Gaya, Antonio Machado… se dirigirán a los pueblos más remotos y les enseñarán a los niños y a los adultos, cómo sonaban las canciones en las gramófonos (música clásica, también zarzuelas), o a viva voz con el Coro formado por estudiantes, donde cantaban canciones y romances que el mismo pueblo había creado pero desconocía; qué era el cine y aquellas imágenes en movimiento (en pueblos donde no había luz eléctrica y precisaban de generadores autónomos de gasolina), las satisfacciones que puede deparar la lectura, o la contemplación de un cuadro (aunque fueran réplicas de Goya o de Velázquez), gracias a la creación del Museo Circulante. Qué era el Teatro, o en su versión más sencilla el Retablo de Fantoches con sus guiñoles, a cargo de Rafael Dieste.
Docentes que algunos aldeanos recibían como a los juglares de tiempos pretéritos.

Una pedagogía la que proponía Manuel inédita, que no estaba basada en el castigo corporal, sino en la comunicación, en el contacto, en el diálogo socrático. No olvidemos que para Cossío educar era una arte.

Luis Alfonso dedica un extenso apartado del ensayo, a pasearnos por las leyes del siglo XIX y comienzos del XX, a situarnos la educación entre las dos repúblicas, dando cuenta de todos los avances (en 1882, bajo el gobierno de Sagasta se creó el Museo Pedagógico, nacido como Museo de Instrucción Pública, al frente del mismo estuvo como director Manuel, que obtuvo la plaza por oposición; además de formar a los educadores, el Museo serviría para el análisis permanente de las escuelas españolas) y retrocesos que se fueron llevando a cabo al amparo de los cambios legislativos. Manuel proponía, por ejemplo, la coeducación, el mismo salario para los profesores y las profesores, la libertad de cátedra de los docentes, daba mucha importancia a la formación de los maestros (pues su tarea ni era fácil ni exigía poco esfuerzo) y consideraba también la educación como un todo, siendo igual de importante la maestra de párvulos que el catedrático universitario.

La mejor manera de conocer cómo era Manuel es a través de las palabras que le dedicaron muchas de las personas que le trataron, una nómina extensa: Unamuno, Baroja, Ortega y Gasset, Antonio Machado, Emilia Pardo Bazán, Américo Castro, Ricardo Rubio, Joaquín Sorolla (la cubierta del libro es un cuadro suyo), etc. El lector apreciará que unos y otros, tanto afines como contrarios, valoran la coherencia de Manuel, su serenidad, su entusiasmo en la labor pedagógica, su compromiso con la educación y el diálogo.

Son muchos los temas tratados en el consistente y enjundioso ensayo de Luis Alfonso Iglesias que, sin duda, nos deberían invitar a pensar y reflexionar acerca de la educación, bien como ciudadanos, bien como políticos, por si un buen día deciden sentarse a hablar, ponerse de acuerdo y hacer de la Educación un Pacto de Estado.

Sí, hay inercias difíciles de dislocar; si hoy tenemos a un joven delante, le preguntaremos qué tal las notas, qué tal han ido los exámenes. No le preguntaremos acerca de cómo son sus profesores, qué relación tiene con ellos, si disfruta aprendiendo, si siente que a medida que aprende más cosas las va viendo de otra manera, si está afilando su juicio crítico, si entiende ahora que el terreno intelectual es un horizonte ilimitado… no, la inercia nos hará ir hacia el resultado, hacia el fin, al utilitarismo en esencia.

Sumémonos pues a Manuel Bartolomé Cossío (jarrero de nacimiento, esto es, nacido en Haro, La Rioja) y reivindiquemos con él el consorcio tan necesario entre el arte, la educación y la vida. Y tengamos siempre este libro de Luis Alfonso a mano, así daremos cumplimiento a las palabras de Antonio Machado sobre Cossío: procurando recordarlo bien, que es la mejor manera de honrar su memoria.

Manuel Bartolomé Cossío. El arte de educar
Luis Alfonso Iglesias Huelga
Editorial Renacimiento
2024
342 páginas

socrates

Séneca, Sócrates y demás filósofos en la ópera (Wolfgang Molkow)

El ensayo de Wolfgang Molkow, Séneca, Sócrates y demás filósofos en la ópera (editado por Ápeiron ediciones, con traducción de Roberto Vivero), parece llamado a ocupar un espacio vacío en el mundo de las letras. Un texto breve, apenas 70 páginas, en las que el reconocido pianista y compositor alemán recorre el pasado hasta el presente, para ofrecernos un recorrido que, mediante breves capítulos, resulta muy interesante e ilustrativos.

El autor nos sitúa en el nacimiento de la ópera (una especie de teatro musical), cuando corre el año 1600, en Florencia. Apunta Molkow que en aquellos años la voz cantante la llevaban los filósofos y los literatos, mientras que la música tenía un papel secundario y estaba subordinada a la palabra.

En la ópera barroca se erige la figura de Claudio Monteverdi que lleva la ópera a sus cumbres dramáticas y musicales. Razón: L’incoronazione di Popea con libreto de Busenello. El objeto de la obra es el filósofo Séneca. Y en juego está la lucha entre el hombre de acción que encarna Nerón y el hombre de letras que encarna Séneca, al que se retrata burlonamente, si bien, el ulterior suicidio le proporcionará una salida heroica.

Otro filósofo, Sócrates, ocupa a Telemann, en la ópera Der geduldige Sokrates (1721), donde evoca la imagen original del generoso y sufrido pensador que a través de su elogio de la vida sosegada avanza al mismo tiempo hacia el epicureísmo.

Yendo más atrás en el tiempo Molkow expone cómo las obras de Aristófanes son objeto de nuevas versiones por parte de Franz Schubert o Leonard Bernstein. Obras en la que Aristófanes criticaba y exponía satíricamente a Sócrates y a los sofistas. En estas puyas, en esta burla del mundo, vio Nietzsche al precursor de sus aforismos.

Las mas de 200 piezas de Goldoni (encarecido por Voltaire, en detrimento de Aristófanes), entre cuyos personajes aparecen los dottori, astrologhi y filosofi, presentan un aura de pomposa arrogancia que puede ser fácilmente caricaturizada.

En la Ilustración, donde la filosofía cuenta con un reconocimiento cada vez mayor, Molkow comenta dos figuras: la de Galuppi, autor de Il filósofo di campagna (donde la constelación bufa agota, en gran medida, el aspecto filosófico de la obra) y Passiello con las obras Il Socrate immaginario (1775), ópera bufa de gran éxito, donde su personaje no tiene otro fin que convertirse en un trasunto de Sócrates, cometiendo cuantas chifladuras vengan, o no, al caso; y I filosofi immaginari, en donde la filosofía y la astrología son intercambiables, y eso, según Molkow, denota que ambas disciplinas se practican aquí de manera más bien lúcida.

Avanzando en el tiempo la ópera dejará de ser un género absurdo, tanto como una mezcla de la artes y se volverá más razonable, regresando a sus orígenes y dejando espacio para las ideas humanísticas e ilustradas y superando por tanto la ópera bufa. No se limitará ya tampoco a la caricatura de los necios representantes bufos del gremio de los pensadores, sino que empezará a tomarse en serio su contenido. Un ejemplo es L’anima del filosofo del filósofo, ossia Orfeo ed Euridice, donde se planteará quien podrá ser el alma y quien el filósofo, al tiempo que se razonará también, por ejemplo, sobre los límites de la libertad humana.

La obra Die Zauberflöte de Mozart es contemporánea de la obra de Haydn, y surge de nueva la pugna entre el hombre de acción y el pensador. Vence el primero. En Così fan tutte, la ópera de Mozart, el protagonista es don Antonio, que si de algo dice saber es de mujeres, maculadas por la infidelidad. Y siguiendo con Mozart, y su Don Juan (y su inmortal figura del seductor), Kierkegaard, dijo que con esta obra Mozart se situó por encima de todos los mortales.

El Romanticismo pasa por Busoni y Boito. El eje central en ambos es, no la figura de Fausto, sino la de Mefisto, el que siempre niega y el que impulsa la acción. Y en esta misma época comparece Weber con su obra Der Freischütz (El cazador furtivo). Para Weber los oscuros poderes son el elemento fundamental de su música. El cazador se pregunta ¿No hay ningún Dios?. ¿Qué busca el cazador? ¿Busca a Dios, la verdad?

Luego llega Wagner, que no necesita dice Molkow, situar a los filósofos en escena, pues sus personajes (Wotan, Parsifal…) ya son reflexivos y también negadores de la voluntad. Según Nietzsche, Wagner regresa al origen de la tragedia griega. En su recorrido sus lecturas irán de Kant a Hegel y Feuerbach hasta arribar a Schopenhauer.

Richard Strauss se apoyará intelectualmente principalmente en Nietzsche, más cuando descubra que la negación de la voluntad no es lo suyo, y se interesa por Nietzsche y por Así habló Zaratustra, en su obra Also sprach Zarathtustra. Los personajes femeninos (Arabella, Dánae…) cada vez tienen más presencia en la obra de Strauss, al igual que acontece con Wagner; así sus personajes como Erda, Brünnhilde, Kundry.

Puccini en su obra La bohème presenta a un auténtico pensador, de la mano de Colline y subraya con lacrimógena sentimentalidad la visión del mendigo sabio y su gesto de impotencia ante la muerte. Erik Satie vuelve a Sócrates, a su muerte, entendido como un gesto heroico. Ernest Krenek en su ópera Pallas Athene weint, la diosa de la sabiduría derrama lágrimas por la muerte de Sócrates.

Paul Hindemith en su obra Die Harmonie der Welt plantea la discusión entre el astrólogo Wallenstein y el filósofo Kleper. No son enemigos sino complementarios piensa Hindemith, para quien la ópera representa el intento de reconocer la armonía del mundo y de entender el mundo como su símil sonoro.

Y los filósofos siempre resultan inspiradores para los autores más contemporáneos. Así Ruzicka con su obra Benjamin, centrada en la huida de Walter de los nacionalsocialistas y posterior suicidio en Portbau. O Wolfgang Rihm, y su ópera Dionysos, a partir de los Ditirambos de Dioniso de Nietzsche. O Giuseppe Sinopoli, con su ópera Lou Salomé.

A modo de conclusión expone Molkow que resulta llamativo que de la dinámica composición vita activa / vita contemplativa desde Monteverdi hasta la Modernidad recorre, como hilo conductor y topos firme, el teatro musical. Y los filósofos no solo preservan cierta altura estilística que caracteriza a la ópera, sino que también revelan una dimensión más profunda que se esconde detrás de la obra. La presencia del que piensa garantiza, por así decirlo, la existencia del que canta.

Séneca, Sócrates y demás filósofos en la ópera
Wolfgang Molkow
Traducción Roberto Vivero
Ápeiron Ediciones
2024
74 páginas