Archivo del Autor: Francisco Hermoso de Mendoza

descarga

Javier Goñi

Hace años leía Babelia con ilusión, que fui perdiendo, a medida que creció mi voracidad lectora, para ir comprobando cómo aquellos libros maravillosos, espléndidos, obras maestras, no lo eran, o no en la medida en la que nos los vendían los medios, que ejercían la propaganda más que la crítica. Pero sí hubo un crítico literario que me tuvo siempre pillado y fue Javier Goñi. Hace más de diez años leí una reseña suya a un libro de relatos de Pablo Andrés Escapa y cuando contrasté la reseña con mi experiencia hube de darle la razón. Esa vez y muchas más. De ahí que ejerciese para mí como un prescriptor válido. Una fuente fiable, no contaminada por los dictados del mercado. También seguí los escritos de Javier en una web, “El pizarrín”. Javier ha muerto y un lector como yo, que llevo haciendo públicas mis lecturas hace más de quince años, si he de buscar un referente, ahí estará Javier. Siempre.

IMG_20220322_181116_189

Cerezas en el escondite. Textos periodísticos 2011-2020 (Tomás Sánchez Santiago)

Tomás Sánchez Santiago (Zamora, 1957) es poeta, antologista, novelista, ensayista, articulista y profesor, ya jubilado. Nos deja en su adiós a la docencia un artículo esplendido, Hora de irse. En estos Devaneos ha aparecido cuando leí El murmullo del mundo, diarios que eran a su vez ensayos, narraciones, aforismos, poesías y crónicas de viajes, por poner etiquetas a todo aquel magma proteico.
Vuelvo de nuevo ahora a Tomás para leer una selección de sesenta y nueve artículos publicados en La sombra del ciprés, suplemento cultural de El norte de Castilla, entre 2011 y 2020, recogidos y editados por Menoslobos & Eolas, el año pasado.

Tomás honra la memoria de aquellos que se fueron, recobrados a la vida a través de sus palabras; escritores como Julio Verne, Julio Cortázar, la impronta que dejaron en él libros como El túnel de Ernesto Sábato, el sabor de las palabras en los libros de Ignacio Aldecoa o en las novelas Rafael Chirbes, del que echa en falta aquella capacidad de análisis que tenía aquel para desentrañar la realidad; poetas como Aníbal Núñez, cantantes y escritores como Leonard Cohen, cuyos textos de canciones le acompañaron durante un verano en su juventud.

Tomás cabalga a lomos del humor y la ironía en artículos como Teoría del bostezo o La graduación, nos ofrece un tratado sobre la delicadeza (impagable la anécdota de Kafka), resume bien el espíritu de una época pasada, oscurantista y gris, una sociedad obediente y nada alegre, acuñada por la moral y el orden en una sola palabra: bocamangas; o cifra la pérdida, no solo de personas, sino también de un mundo, el de las palabras, que pierden carnosidad y consistencia para ir a caer en manos de la inanidad, o la pasamanería verbal en la que se desenvuelve cierta poesía vanguardista. Se lamenta de que la palabra “emoji” sea la palabra del año, algo que es prueba inequívoca de la pérdida de peso de la palabra, asimismo de su presencia y consistencia, en favor de la imagen, en esta sociedad del espectáculo. Es testigo el autor del cierre de los comercios, como aquellos locales que dieron vida a la Calle Feria, calle convertida en microcosmos o réplica del mundo real en su juventud. Reivindica Tomás a fotógrafas como Encarna Mozas, pensadores como Emilio Lledó y a otros escritores que no comparecen en las mesas de novedades editoriales, entre otros, José Antonio Abella (El hombre pez), Ángel Fernández Benéitez (Perdulario. Antología poética (1978-2013)), Bruno Marcos (Últimos pasajes a la diferencia), Gaspar Moisés Gómez (Quieto espacio. Fugacidad del tiempo).

El escritor aquí no es alguien ensimismado en un quehacer solipsista, al contrario, necesita estar al cabo de la calle, acudir a un club de lectura, precisa de las conversaciones ajenas, la barra del bar, las canciones de una anciana, la presencia inamovible de un hombre en un parque a la intemperie, para nutrir de palabras su escritura y escribir como se habla, no para orillar la imaginación, sino para alentarla, tal que la realidad ficcionada (lean Lo cierto y lo posible) resulte verosímil.

Leer a Tomás me resulta reconfortante porque es recuperar la dicha del sosiego, los dones de la morosidad, la imperiosa necesidad de la reflexión y el juicio crítico, la apertura de las puertas ante el empuje suave de la palabra creadora y amparadora, el solaz de la memoria, en un diálogo amistoso y humilde (lean Carne de solapa), para nada aleccionador, en el que la sabiduría del autor, mediante su pensamiento hecho carne y cálido aliento es el oxígeno que el lector respira y así revive.

Lectores como yo que solo deseamos que Tomás siga remando en el aire, escondiendo cerezas brillantes para nosotros.

IMG_20220329_185903

Las desapariciones (Hilario J. Rodríguez)

Las desapariciones
Hilario J. Rodríguez
Newcastle Ediciones
2022
146 páginas

El ameno ensayo de Hilario J. Rodríguez es sugerente desde su título, Las desapariciones, y la portada, en la que vemos a dos hombres trajeados caminando y observando un paisaje espectral. Tan llamativa resulta la palabra tachada como el espacio en ruinas o el abrumador peso de una ausencia.

Puede ser el Louvre sin la Gioconda, robo perpetrado por Peruggia en 1911 (vale la pena leer La esfinge regresa a casa, de Mario Coleoni, en su libro Contra Florencia, en el que se detalla más en extenso dicha sustracción), o Martial Bourdin al que un pensamiento perezoso y de manual le vale la etiqueta de terrorista, cuando él quería «destruir el tiempo», y muere en la detonación del explosivo que manipula cerca del Royal Observatory de Greenwich, o el asesinato del niño James en 1993 a manos de otros niños, o las jóvenes desaparecidas en los carteles que el autor tiene ocasión de ver a diario durante su estancia en los Estados Unidos, o la realidad entreverada con la ficción en los libros de Ellroy, cuando este decide investigar el asesinato de su madre, o los sueños capaces de atormentarnos ante la posibilidad de dejar morir a un ser querido dentro de ellos, o los espacios en blanco de los cuadros de Picasso, o el doble espacio en los escritos de Levrero, donde albergar todo aquello que pierde Levrero al dejar de escribir a mano y pasar a hacerlo a máquina, o esas cartas que el autor maneja de joven y que devuelve a su sitio, decepcionado, pues en ellas «solo había palabras», o la visita al Museo del Holocausto de Washington, al que se entra con un pasaporte, para ser otro, durante unas horas.
En definitiva, desapariciones, ausencias, puntos ciegos, ramificaciones narrativas que se nutren de series (True detective, Homeland), directores de cine (Guerin, Orson Welles, Crhis Marker), cantantes (Machín, Gardel), bandas de música (Coldplay), escritores (Sebald, Kafka, Walser, Salinger, Pynchon, DeLillo), para dar visibilidad también a escritores menos conocidos como Henry Darger, autor de una autobiografía de varios miles de páginas, presunto asesino de una mujer, Elsie Paraubek, y de nuevo ahí una fotografía (de la muerta): negativo de la muerte, la ausencia, la desaparición, y también la reticencia de Darger a ser apresado en los confines de una fotografía.
El texto, a pesar del reducido tamaño del libro, va acompañado con numerosas ilustraciones en color, de muy buena calidad, que ofrecen asimismo la posibilidad de un diálogo con el lector.

IMG_20220328_181226

Sagrado y desagrado (Rubén Martín Giraldez)

Sagrado y desagrado de Rubén Martín Giráldez (Malas Tierras, 2022) me ha colocado (tiene un punto hipnótico) y descolocado (no hacer pie a menudo en las arenas movedizas del lábil texto), agradado (por el cumplimiento de las expectativas) y agrandado (su lectura me devuelve frente al espejo la estampa de un cabezudo, ya saben que hay lecturas, o textos que son hiperbolones, dándonos de sí nuestra materia gris). Nada indeseado, después de haber leído Magistral y El fill del corrector o traducciones suyas como Edén, Edén, Edén.

Rubén hace añicos (incluso décadas) cualquier asomo de convencionalidad, sitúa a sus personajes, si lo son, fuera del tiempo y del espacio y da comienzo el carrusel de máscaras. La novela, si lo es, supone la explotación del lenguaje convencional para reconstruirlo de otro modo y la exigencia, a su vez, de otro modo de leer. Abundan las palabras que Rubén crea, modifica o yuxtapone para recreo febril del lector dislocado, yo, o aquel que por mí lee, con un lenguaje que nos conduce, aboca o esclaviza a los tiempos (luego, sí hay tiempo) del Señoriado. Ahí, Blancmange, Bocú y Ragné, personajes que tienen cuerpos recosidos y sobre todo mente, acaso espíritu, enconado, resentido, empolvado y enlodazado. Ventrílocuo de sí mismo la mente demente crea diálogos y situaciones bufonescas, escatológicas, tormentosas, palabras fementidas que se funden para confundirnos, el yo convertido, metamorfoseado en yomos, pluralidad inabordable, sin más mojón que el de la mierda seca.

Novela o fellatio del lenguaje (bajo la premisa de que este aunecido libro es la polla), surtidor del jugo caliente de la vida pues, seminal diría y me explayaría, si la razón y las puntiagudas palabras -más alicortas que megaladas en su carcaj- me socorrieran.