Archivo del Autor: Francisco Hermoso de Mendoza

IMG_20240505_091900

Cuaderno de tormentas (David Rubín)

Cuaderno de tormentas, de David Rubín, publicado por Planeta DeAgostini en 2008, volvió a publicarse una década más tarde, esta vez en Astiberri Ediciones.

El índice nos sitúa ante un tablero de juego, algo parecido al juego de la Oca, aquí con 40 casillas. Si nos fijamos en los epígrafes, nos encontramos con casillas tan sugerentes como La Garganta del Olvido, la Calle del Ánima del Fuego Fatuo, la Biblioteca de lo Nunca Escrito: doña Nadie, El Circo del Desaliento o El Gabinete del Suicidio, entre otras, y todas estas casillas van referidas a la Ciudad Espanto.

Cuaderno de tormentas

De entrada, la historia resulta prometedora, el autor de la misma, dice haber visitado la Ciudad Espanto. Ha tratado de captar lo que ha visto en su Cuaderno de Tormentas; ha conseguido escapar de las fauces de la ciudad. La lectura se principia pues como una visita a la Casa del Terror.

Vemos cómo un dibujante las pasa canutas y sufre mucho al haberle dejado de lado la inspiración. Un día, sentado en su escritorio, recibe la visita de un espíritu, un sombra, que le ofrece una faústica solución: historias que contar. Debe coger su Cuaderno de Tormentas y acompañarlo. Así poco después se encuentra frente a las fauces de la Ciudad Espanto, capaz de devorar, si cruzamos el umbral, y accedemos como por un tragantúa a la ciudad, todo aquello que nos hace humanos.

Cuaderno de Tornentas

Ya dentro nuestro dibujante las pasará canutas. De entrada, atraviesa las Gargantas del Olvido, que a su vez son también los llamados Puentes de Orfeo. Si conocemos la mitología griega, sabemos que no podrá echar la vista atrás en ningún momento. Verá también la gigantesca estatua de Sansona Domínguez, una estatua con el corazón blindado, evitando así el sufrimiento.
El avance por la ciudad de pesadilla, ciudad tenebrosa, capaz de producir al visitante un escalofrío tras otro, le dará a conocer a personajes como Argimiro Minotauro, convertido en un estilita, que decidió arrancarse los ojos para no ver, vivir así de oído y feliz, recorriendo el laberinto de su cabeza.

Cuaderno de Tornentas

Las múltiples historias se nos presentan al comienzo en dos páginas con texto o mediante diálogos. Hay páginas muy originales, como cuando el dibujante transita por el Callejo del Eco. El visitante es golpeado por los errores de juventud, los fantasmas le devuelven los golpes por las decisiones mal tomadas, por los errores que malgastaron los mejores años de su vida. Tiempo perdido convertido en martillo y espada contra el presente. Consigue el dibujante escapar de sí mismo, los gritos del niño que fue van detrás, cada paso que da, a la carrera, lo da con alegría de faquir.

Cuaderno de Tornentas

Y hasta en la Ciudad Espanto hay ocasión para el amor. El dibujante se prenda de una mujer a la que conoce en una fiesta, en la mansión monsieur Automatique; acaudalado empresario que ha hecho su fortuna al ser capaz de borrar de la mente de sus clientes los episodios incómodos, los recuerdos que atormentan la existencia.

No parece que un final feliz esté el alcance del narrador y debe haber gato encerrado en ese flechazo amoroso inesperado. Veremos que sucede por boca de ella. Mientras la narración avanza, el dibujante va moviéndose brioso por las casillas, hasta el Túnel de las Furias, parra arribar a la Avenida de los Carabineros de Piedra.

Cuaderno de Tornentas

Y si bien el espíritu condena finalmente la vanidad del dibujante a borrar su mente, algo debe fallar, porque la historia se convierte en papel, el dibujante tendrá su historia, habrá pagado un alto precio, pero el lector, a cambio, tendrá ahora entre sus manos una divertidísima historia, espléndidamente ilustrada, cuyas poco más de cien páginas, permiten experimentar en el lector un viaje terrorífico.

Al final, y al hilo del proceso creativo, hay un interesante apéndice de veinte páginas, en las que vemos la diferencia entre el boceto y la página final.

IMG_20240430_181009

Cúbit (Vicente Luis Mora)

En un correo, un amigo me hablaba el otro día del calor de la belleza, de leer y no entender nada (algo relativo a la mecánica cuántica), pero disfrutarlo.

Cúbit, de Vicente Luis Mora, ofrece la cálida belleza de la palabra bien escrita que requiere una lectura atenta y así comprensible. Y como le reprocha Alcio -uno de los personajes-, a su mujer, el que sus ideas sean las de cualquiera, los lugares comunes, los tópicos en su escritura, Vicente trata y consigue en su novela superar todo esto y ofrecernos una novela muy original, desubicada, poliédrica y proteica, que nos ofrece muchos textos con múltiples narradores y cuyo final me recordaba el de relato de Don DeLillo, Momentos humanos de la tercera guerra mundial, la guerra que libran aquí también los humanos y las máquinas, las cuales han dado un paso más en su evolución hasta la IAR, la inteligencia artificial real (la cual, al contrario de lo que creemos, no trabaja para nosotros, sino nosotros para ella); la guerra concluirá con una desconexión de las máquinas.

Y dentro de la novela, una de las grandes creaciones es Cúbit, la que vemos en la cubierta del libro; ni humana ni máquina, tampoco extraterrestre, más bien intraterrestre o supraterrestre, o diluida en la tierra. Paradójicamente la escasa presencia de Cúbit es pura esencia, como la de un mineral denso, ese mercurio que desborda la mesa y cuyo lento avance nos mantiene embobados, aquí subyugados por su inteligencia y lo mejor: por su “personalidad”. Cúbit y los Itrios. El Itrio, cuyo elemento químico es “Y”. ¿Casualidad? No lo sé, pero aquí, el espíritu de la novela, si lo hay, y creo que lo hay, es la de la cópula, la del ineludible hermanamiento, la pretendida fraternidad, el necesitado sentido comunitario, no solo entre los humanos, sino entre todas las formas vivas.

Y como en los cómics de la Marvel, Cúbit debe tener un rival igual de poderoso: Ibris, epílogo de la IAR. Y al lado de Cúbit, en su cruzada, esta se verá acompañada por una humana, Selva Preston, y su palabra como herramienta de construcción masiva.

El mensaje que nos deja el final de la novela, ese mensaje que puede ser una sonda galáctica, o una botella lanzada al mar con un mensaje dentro, es la poderosa idea de que aún estamos a tiempo de cambiar la cosas, que el planeta cada día más vejado, recalentado y vandalizado, emboscado en guerras, precisa de seres que luchen por la supervivencia y el mantenimiento de tanta belleza, por la preservación de los ecosistemas, sin hacer ascos a la técnica, pero regidos por la ética en nuestras acciones.

La narración bascula entre el pasado y el futuro (vemos cómo se cifra en la imaginación del autor ese escenario a través de holocines, visiochips, algoritmes de tercera generación…) pero nos la jugamos en el presente, en el ahora.

Muchas más cuestiones son las que aborda Vicente en su fascinante narración, ya sea con sus interesantes reflexiones, valiéndose por ejemplo de Alcio y Cúbit, acerca de la personalidad (y su naturaleza), la conciencia, el subconsciente (infravalorado), la memoria (no siempre tan completa y dispuesta como nos gustaría) o cuestiones como la valoración (negativa) de la autoficción en la escritura o la diferencia entre el conocimiento y la inteligencia o el tratamiento del lenguaje (la manera en la que maneja Cúbit los tiempos verbales y su rápida adaptación; el lenguaje que emplearía una rutina, ni masculino ni femenino, así las piezas de Ibris y elle misme se conectó; o incluso la búsqueda, no del asesino como en las novelas de Agatha Christie, sino del posible narrador, y hay donde elegir: Cúbit, un archinarrador, la IAR, Hansi, Nadia B, Hibris…).

Hay aquí calor y belleza, en este libro tan especial cuya prosa (deslumbrante) parece manar de un hontanar bien escondido.

Lecturas periféricas2222, Psicojuego, Últimas noticias de la humanidad.

IMG_20240424_214715

El arte de volar (Antonio Altarriba * Kim)

El arte de volar es el arte de desaparecer, el de dejar ir la vida cuando esta pesa demasiado. Una vida de noventa años muy cundida. Antonio Altarriba escribe la vida de su padre y Kim (Joaquim Aubert Puigarnau) la ilustra. Una vida situada a comienzos del siglo XX, en 1910, que verá pasar ante sus ojos momentos cumbres de la historia. Pensemos en las dos guerras mundiales y nuestra guerra civil.

Los comienzos a la vida son en un pueblo aragonés, Peñaflor (hoy barrio de Zaragoza), que tiene muy poco que ofrecer a Antonio, que sueña con un mundo más grande, más animado, menos duro e inhóspito que el pueblo que lo estrecha hasta ahogarlo. La huida a la ciudad de Zaragoza tampoco le mostrará su cara más amable, sino trabajos extenuantes y mal pagados. El regreso al pueblo no será el del hijo pródigo y el abrazo, sino el del reproche y el tortazo, bajo aquella férula paternal muy dada a expresar su incuestionable autoridad a través del lenguaje sordo y sangriento de la violencia. Aquellos años en los que mostrar un gesto de cariño era muestra de debilidad.

El arte de volar

Luego se cruza la guerra civil y Antonio, como hace el capitán Alegría en uno de los relatos de Los girasoles ciegos, decide cambiar de bando, cesar en el bando de los vencedores (no lo son todavía) y pasar al de los vencidos (no lo son todavía), pues aún quedan tres años de guerra por delante para matarse entre hermanos. La guerra pondrá al lado de Antonio a compañeros valientes y aguerridos, renacidos como él, con los que descubrirá el valor de la camaradería y los ideales de justicia, igualdad y libertad; su fraternidad será sellada con una alianza, un improvisado anillo, la alianza de plomo, los mosqueteros del anarquismo. Verá Antonio cómo en las izquierdas las aguas andan revueltas sin que resulte nada fácil mantener unidas las fuerzas republicanas, anarquistas y comunistas que tratan de luchar codo con codo contra los nacionales. Antonio y sus camaradas son partidarios del Ni Dios, ni Patria, ni amo.

El fin de la guerra supondrá encaminarse hacia el exilio y sufrir las penurias, el frío, el hambre, la muerte ajena en un campo de internamiento francés, junto al mar, en Saint-Cyprien Plage. La vida no obstante lo sostiene y allá, en un pueblo del interior, en una granja, conocerá a una familia francesa, los Boyer, que lo tratará bien y lo querrá; logrará Antonio disfrutar del sexo con Madeleine, de la vida despreocupada. Pero solo será un breve paréntesis, porque hay que seguir huyendo y buscándose la vida, ahora en Marsella, en el mercado negro, acarreando carbón, y poco a poco verá cómo los ideales se van debilitando y el sálvese quien puede será un canto de sirena cuya voz resultará demasiado seductora para muchos.

El arte de volar

Regresará Antonio a España y creerá encontrar el buen camino al lado de una mujer que lo quiere y le dará un hijo, pero verá también cómo el peso de la religión es otra losa, cómo el objeto más preciado para su esposa será el crucifijo, cómo el sexo será remplazado por el rezo, cómo aquello no puede durar, pero no hay divorcio todavía en España, y el matrimonio durará, no obstante, demasiado. Y Antonio se irá desmoronando. Antonio habla de suicidio ideológico, porque lo ve y lo sufre cada día: el cambiar de chaqueta para sobrevivir, para medrar, cómo los ideales cada vez valen menos y el desengaño es una mancha negra y grasienta que no deja de impregnarlo.

La puntilla serán los chanchullos de un amigo que supondrá la bancarrota en la fábrica galletera en la que trabaja Antonio y a los sesenta se verá como a los veinte, en la precariedad más absoluta, en el centro del desamparo, con una mujer a la que no quiere y un hijo que ya vuela libre.

El siguiente paso, los últimos quince años, lo conducirá a una residencia de personas mayores, en Lardero, pueblo próximo a Logroño. Hará amistades, pero poco a poco el círculo se irá estrechando y ahí será cuando Antonio, en 2021 vuele finalmente libre, cuando decida suicidarse y logre llevarlo a cabo. Al comienzo del libro leo Mi padre tardó noventa años en caer de la cuarta planta.

El arte de volar

Cuando un ser querido muere sentimos la ausencia y pensamos si pudimos hacer más. En el caso de un suicidio ese sentimiento es aún más fuerte. Así lo confiesa el autor al final de la novela, en donde nos habla de la génesis del libro, de la decisión de optar por el cómic (por la novela gráfica), en vez de por una novela, y cómo contó con el compromiso de Kim, el ilustrador.

El resultado del cómic es espléndido. Fue galardonado con el Premio Nacional de Cómic 2010. La novela es una de esas que te las bebes, no puedes dejar de avanzar (son casi doscientas páginas y mucho texto) porque lo que lees y ves es muy interesante, porque es historia viva, porque lo que está ahí plasmado es lo que vivió mi padre y mi abuelo: el campo, la marcha a la ciudad, la guerra, el exilio, el retorno, el franquismo; temas que comparecían en mi primera novela, Muerto de risa, en el personaje de Marcial, un trasunto de mi abuelo Paco.