Archivo del Autor: Francisco H. González

efimera_cartel-copia

Efímera – Librería pop-up de editores independientes y emergentes

Nace EFÍMERA, primera librería Pop Up que reunirá a más de 30 editoriales independientes de nuestro país. Una nueva propuesta cultural para dar visibilidad a proyectos editoriales emergentes.

El próximo 14 de diciembre abre sus puertas por primera vez EFÍMERA, librería Pop Up que, durante un solo día, reunirá a los proyectos editoriales independientes más interesantes de España.

EFÍMERA se instalará dentro del espacio La Industrial, en Malasaña, y será, sin duda, además de parada obligatoria para las compras navideñas, un evento imprescindible para tomarle el pulso a toda una nueva generación de editores que luchan porque sus libros lleguen también al gran público.

Efímera librería

La unión hace la fuerza, y ante la dificultad para participar en las grandes ferias nacionales dedicadas a la literatura, y la falta de visibilidad en medios de gran alcance, un buen número de pequeñas editoriales han puesto en marcha esta iniciativa.

EFÍMERA no es un mercadillo más donde cada editorial cuenta con un pequeño stand con sus publicaciones, es una librería al uso, con un montón de estanterías y un solo mostrador, pero con la particularidad de que todos los libros pertenecen a editoriales independientes emergentes de toda España.

Esta nueva Pop Up, que coincide además con los frenéticos días de compras navideñas, se dirige exclusivamente al público adulto. A lectores curiosos que disfrutan descubriendo nuevas propuestas editoriales alejadas de los convencionalismos comerciales. Libros arriesgados, valientes, crudos y salvajes, que de no ser publicados por editores independientes probablemente jamás verían la luz.

Y para hacer más cercano el mundo del libro al público asistente, los editores tendrán la oportunidad de hablar sobre sus proyectos editoriales en el espacio Editor’s Corner. Un espacio inspirador donde interactuar con los responsables de estas editoriales que tanto enriquecen el panorama cultural de nuestro país.

Además, EFÍMERA nace con la idea de ser un punto de encuentro y de celebración de la literatura. Un lugar donde intercambiar ideas, recomendar títulos o disfrutar de un rato agradable conociendo nuevas propuestas editoriales. La lectura no tiene por qué ser una actividad solitaria, y EFÍMERA quiere demostrarlo proponiendo un espacio de reunión, intercambio y debate. En definitiva, un lugar donde pasar un rato agradable en torno a la literatura más alternativa y sorprendente.

EFÍMERA

Sábado 14 de diciembre. De 11 a 21 horas

La Industrial. Calle San Vicente Ferrer, 33. Madrid

EDITORIALES CONFIRMADAS (el listado sigue creciendo)

Altamarea (Madrid)
Amor de madre (Sevilla)
Armaenia (Madrid)
Automática (Madrid)
Báltica (Madrid)
Barrett (Sevilla)
Bestia Negra (Madrid)
Carmot (Madrid)
ContraEscritura (Barcelona)
Decordel (Madrid)
Dieci6 (Sevilla)
Dioptrias (Madrid)
Distinta Tinta (Madrid)
Ediciones Menguantes (León)
El Ángel Caído (Canarias)
Episkaia (Madrid)
Esto no es Berlín (Madrid)
Expediciones Polares (San Sebastián)
Jekyll & Jill (Zaragoza)
La Bella Varsovia (Madrid)
La Biblioteca de Carfax (Madrid)
La Moderna (Extremadura)
La Umbría y la Solana (Madrid)
Liana Editorial (Madrid)
Liberoamérica (Madrid)
Malas Tierras (Madrid)
Ménades(Madrid)
Mont Ventoux (Madrid)
Orciny Press (Tarragona)
Pez de plata (Asturias)
Piezas Azules (Madrid)
Rayo Verde (Barcelona)
Renacimiento (Sevilla)
Sr. Scott (Madrid)
Trampa (Barcelona)
Tránsito (Madrid)
UVE Books (Asturias)
Volcano (Madrid)
Wunderkammer (Girona)
Editorial veterana invitada: Renacimiento (Sevilla)

www.efimeralibreria.com

image_1165_1_92575

Moderato cantabile (Marguerite Duras)

Primero La siesta de M. Andesmas, luego Los ojos azules pelo negro, después El parque, más tarde El amor y ahora Moderato cantabile. La escritura de Marguerite Duras constato que ejerce sobre mí una poderosa atracción, tal que periódicamente reincido.

Moderato cantabile, con traducción de Paula Brines, es una novela breve, menos de cien páginas, escrita por Marguerite Duras en 1958, en la que la autora gala muestra su capacidad para crear obras breves pero poderosas. Uno imagina a Duras quitando y poniendo palabras, añadiendo y eliminando comas y puntos, buscando la resonancia de las palabras al caer sobre el papel y ser leídas, el efecto que las mismas producirán en el lector, que como aquí ya va avisado se muestra expectante, los sentidos aguzados.

La acción se sitúa en una pequeña localidad portuaria. En un piso una mujer acompaña a su hijo pequeño a clases de piano. La profesora se desespera con el niño que no se toma la música como debiera, ni parece capaz de retener lo que es el Moderato cantabile y de paso censura también la actitud de la madre para con su retoño. En medio de la clase un baladro la descompone. Luego sabremos que una mujer ha sido asesinada en un bar próximo. La madre, que atiende al nombre de Anne Desbaresdes, siente removerse algo en su interior. Indaga en el bar y así un hombre, Chauvin, entra en el decorado de su vida.

Cada uno dosificará la información que tiene, que no parece ser mucha, pues los diálogos se cierran a menudo con un no sé, un creo. Poco se afirma. Ella quiere saber qué pasó allá, por qué el crimen, quienes eran ellos, si se conocían, si eran amantes, por qué después del crimen él no quería separarse de ella, si él cumplió de manera tan radical el deseo de ella o el suyo propio. Estas preguntas son las que flotan en el ambiente tejiendo un aura de misterio.

La realidad fabril –el bar está en el puerto, y cuando suena la sirena los empleados del astillero toman las calles y poco después el bar- es también febril, cuando Anne templa sus manos temblonas con el vino que bebe como agua, para ya aquietada extraer de Chauvin, con anzuelo, palabras que le permitan saciar su curiosidad, alcanzar a entender algo, difícil, en una mente achispada.

Chauvin el misterioso, exempleado del astillero, ahora en paro, varado en la barra del bar desde donde divisa el espejo alquitranado en el que su mirada se funde y confunde. Chauvin sabe muchas cosas de Anne, sabe quién es ella –la mujer de un rico empresario local dedicado al comercio de exportación e importación- dónde vive (pues ha acudido como empleado a alguna recepción), sabe qué luz es la que corresponde a su cuarto, por qué permanece encendida a altas horas de la noche, conoce su jardín secreto, la nómina floral, arbórea. Chauvin merodea, observa, concluye. Y Anne asiente. El anzuelo, las palabras, son ahora una red. Enmarañados, Anne confiesa que ve a su hijo y le parece una invención. Quiere verlo crecer, mayor ya, extirparse así de su infancia. En el bar todos les observan. Ella, la adúltera, una Bovary portuaria. Cogidas las manos sobre la mesa las miradas fijadas uno en el otro bien podrían decir aquello del poema de Pedro Luis Menéndez, Moriremos de hastío. No lo dicen, pero lo piensan, el morir, el matarse, el desangrarse en un grito como el escuchado, acabar la función con una defunción, pero es una fantasía, un anhelo, un hastío: la forma óptima de vivir la muerte en vida.

El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes (Tatiana Tîbuleac)

El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes (Tatiana Tîbuleac)

En este mundo que no sueña más que con la belleza y la juventud, la muerte no puede venir más que a hurtadillas, como un servidor desagradable al que se le hace entrar por la cocina”. Esto escribía Christian Bobin en Presencia pura, libro en el que abordaba el alzheimer en su padre. Es cierto que hoy, al menos en occidente, la desagradable muerte se orilla y a menudo al enfermo no se le hace saber que está en las últimas, luego no cabe la despedida porque no hay un final sobre la mesa de juego en el que la muerte, a la larga, siempre gana. Por eso me sorprende el planteamiento que adopta Tatiana Tîbuleac en El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes, con traducción de Marian Ochoa de Uribe, en el que un joven, Aleksy, tras salir de un psiquiátrico acompaña a su madre un verano, el último verano, pues la madre aquejada de un cáncer le hace saber que le quedan apenas tres meses de vida.

El punto de partida es que Aleksy odiaba a su madre (en el momento presente Aleksy es un afamado pintor en terapia que busca en la escritura autobiográfica la manera de desbloquearse creativamente) y la quiere ver muerta. Ya sabemos a qué conducen los desapegos feroces. Luego, la convivencia ese verano en un pueblo francés les permite ir limando asperezas y en la intimidad y ante el aliento de la muerte el joven ve, entiende (a medida que la conversación gana espacio y se puebla el tiempo de historias familiares) y asume a su Madre de otro modo, con las entrañas, dedicándose en cuerpo y alma el uno al otro, tal que al final, cuando solo desearía desodiarla, le supondrá a Aleksy una magna putada que se tenga que morir su madre y dejarlo más solo que la una, más allá de la compañía de su abuela cegata y de Moira, antes del fatal accidente.

El problema de la novela es que la literatura no consiste en el sentimiento como aspaviento, como arabesco, porque aquí veo el humo pero no el fuego, en 250 páginas, que ya son, con una prosa endeble que ralea y menudea en la insignificancia sin que los destellos, que los hay, logren iluminar el texto permanentemente.

Impedimenta. 2019. 247 páginas. Traducción de Marian Ochoa de Uribe

Sur (Antonio Soler)

Sur (Antonio Soler)

Mi casa está donde estás tú/ los mismos clavos, la misma cruz/ los mismos clavos, el mismo ataúd.

Kutxi Romero

Acertijo:

1. Punto cardinal situado a la espalda de un observador a cuya derecha está el este.
2. También existe, cantaba Serrat, sobre letras de Benedetti.
3. Hay que acudir allá para hacer bien el amor, cantaba la Carrá.
4. “Porque *** no es sólo su mejor novela. Probablemente es una de las mejores de lo que llevamos de siglo.” – Santos Domínguez

Solución: Sur

160 personajes pululaban por La colmena de Cela. Unos 240 en Sur, la última novela del malacitano Antonio Soler. La ciudad es Málaga. No se cita pero es. Ciudad en la que sopla el terral azotando un terruño masticado por el sol y socarrado por este viento durante una jornada de agosto, en el momento presente, en la ambiciosa novela en la que Soler se desparrama durante casi quinientas páginas muy afortunadas.

La novela la podemos visualizar como la analogía literaria del populoso Jardín de las delicias del Bosco. En el tríptico vemos un sinfín de personas ¿cuál es su historia? ¿cuál su destino? El suyo y el de la humanidad, podemos preguntarnos. Si nos situásemos encima de ellos quizás hoy una manita nos permitiese a golpe de clic acceder a una mínima biografía (3 días u ochenta años, ¿importa?) como la que se presenta al final del libro con el censo de los personajes, pero Soler, como escritor, por tanto como demiurgo, no se conforma con situarlos en escena, pues no es esta una foto fija, no es el momento detenido de un cuadro sino que los pone en circulación para que interaccionen, aunque sea en un lapso de tiempo tan breve como el de una jornada, en la que los personajes se desplazarán sobre el tablero de la ciudad (en la que Soler dijera un Hágase la oscuridad, porque aquí a la esperanza le han hecho un ERE y ya ni está ni se le espera y solo menudea el infortunio), por sus calles, pisos, tiendas, bares, tugurios, gasolineras, descampados, como el que principia la novela con la aparición de un hombre tirado entre hierbajos comido por las hormigas. Un tiempo no obstante elástico, como lo es la imaginación -portentosa y fecunda aquí la de Soler- y el tiempo de los personajes quienes haciendo uso de la memoria sitúan atrás la narración, en el pasado, para que en el presente cristalicen por ejemplo la muerte de Dioni -quien sin llegar a salir del armario pasará a ocupar un féretro-, las consecuencias letales de un incesto sostenido en el tiempo, los palos que da gente muy chunga para hacerse con unos cientos de euros, la recepción de la muerte de un padre por parte de un adolescente que solo quiere una rendija en la que meterse y dejar que pase el chaparrón, la pulsión sexual manifestada en los primeros polvos, pajas, mamadas, tríos sexuales, gang bang: el macho dominante en su esencia más seminal; la orientación sexual que brujulea y desorbita hasta la aniquilación la existencia de Dioni. Desplazamientos no solo físicos como los del Atleta quien además de correr sin rumbo (el resto también, sin saberlo) se desplazará mentalmente y por escrito sobre sus diarios donde volcará su inaccesible mundo interior, explicándose sobre el folio en blanco. Está Belita que quiere comprar su trozo de cielo pagando su cuota mensual bajo la forma de unas joyas familiares y un dinero de los que se desprenderá sin consultarlo a su carnal con el aspecto éste de un ecce homo tras pasear su cabeza por las botas de su a(r)mada Belita. Hay un cura que hará de la capa (su castidad) un sayo, jóvenes y no tan jóvenes que harán de su cuerpo escaparate, coto de caza, cueva, abra(cadabra), probeta de ensayo-y-¿horror?, alimentando, si toca, su animal interior.

Si algo tienen estas quinientas espléndidas, flamígeras y terrenales páginas es intensidad, vivacidad, músculo, amén de una muy conseguida mirada panóptica. Soler nos presenta la heterogénea humanidad (magistral la forma en la que Soler ciñe el habla y el lenguaje a cada personaje, dándoles así consistencia, relieve, personalidad, salvando los cantos de sirena del estereotipo, ejerciendo de contorsionista al meter en un mismo párrafo sin más separación que unas comas los distintos hilos narrativos (incluso hay puntos de fuga como aquel tren de ida y vuelta que abandonará Málaga durante unas horas con Céspedes y Carole dentro viviendo un idilio amorfo, absurdo, carnaza por una contricción inexistente) que en la sucesión anhelan la simultaneidad, como si la novela fuera una orquesta de música y el lector pudiera escuchar a la vez el resultado de todos esos instrumentos sonando al unísono, sin sustraer tampoco Soler su potente prosa (háganse el favor de leer las páginas 188-189, 197-199) al barniz vanguardista, cuando el realismo abreva en lo virtual, adoptando algunos diálogos la forma de guasaps) a granel/en estado puro/al natural, ya desbastada por la codicia, la estulticia, el hacinamiento doméstico, la grisalla de un porvenir de tresdé hueco, las cadenas y los cepos familiares, el barrio como fortaleza de salida inexpugnable, el miedo y las cobardías paralizantes y justificadoras, los demonios interiores que hacen su trabajo enturbiando la mirada y fomentando las subrepticias acciones, el sexo liberador como principio-precipicio y al igual que la literatura de alta intensidad –esta literatura- aquello que también nos colma, vacía y conecta con algo que no sabemos qué es pero nos confiere por un momento la caricia de la inmortalidad, el aliento a menta de la plenitud. Esas lecturas, las menos, que le llevan a uno a afirmar para sí al cerrar el libro, aún con el subidón en el cuerpo: ¡Uf, qué barbaridad!

Galaxia Gutenberg. Barcelona, 2018. 512 páginas