Archivo del Autor: Francisco H. González

morir

Morir (Arthur Schnitzler)

Arthur Schnitzler (1862-1931) plantea en esta breve y deliciosa novela (con traducción de Berta Vias Mahou) el trance postrero que supone la muerte y cómo ésta altera la relación de una pareja de enamorados, que ante el anuncio de que él morirá en un plazo de un año, ambos pasarán por distintos estados que irán poniendo encima de la mesa sus sentimientos, difuminando las barreras de la lealtad, el compromiso, el amor, la abnegación, la esperanza, la dignidad, el egoísmo, ya que si en una primera instancia ella está dispuesta a morir con él, luego este sentimiento se verá minorado, toda vez que la realidad y el comportamiento de él, y sus ganas de (sobre)vivir (las de ella), pongan en cuestión tal afirmación y deseo.
Schnitzler, muy sutilmente encamina a sus personajes al precipicio, no solo hacia la nada, hacia la que él camina por ese corredor de la muerte que son los meses que le quedan, empeñado en buscar el Sur, en su particular Grand Tour (de force), como si la luz y el calor de las latitudes itálicas fueran la solución a su “problema”, emperrado en arrastrar a ella, a su amada, en su caída.
Escrita hace más de cien años, lo que Schnitzler planteó no ha perdido ni un ápice de vigencia, pues sobre la muerte, sobre ese traje hecho a medida, siempre andamos como Penélopes afanosas, tejiendo y destejiendo, ocupando el tiempo que nos queda, sin atrevernos a mirar a la parca a los ojos, pues aunque Montaigne, siguiendo a Horacio, nos recomendó vivir cada día como si fuera el último, cuando el porvenir ya no es tal y sabemos los días que nos quedan, esa información viene a ser un lastre, una losa, que nos ocupa de tal manera que nos impide hacer otra cosa que no sea pasar del lamento a la desesperación y viceversa vadeando la tristeza, donde el presente es tierra de nadie, ya que el futuro no tiene razón de ser y el pasado se va deshaciendo en manos de la enfermedad que lo borra y aniquila.
En los cines (en España) acaban de estrenar la adaptación de la novela.

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Baluarte (Elvira Sastre)

Leyendo estos poemas de Elvira viajo dos décadas atrás, cuando leí Héroes de Loriga y muchas de las frases que aparecían en su novela fueron a parar a los lomos de mi carpeta del instituto. Supongo que hoy muchas de estos versos de Elvira correrán de boca en boca, de beso en beso, bien engrasados con saliva, o con otros fluidos, y se posarán luego entre las vísceras de las carpetas, en declaraciones de amor, ardor, desamor, resquemor…

No es poca cosa.

Decía Cărtărescu en El ojo castaño de nuestro amor que la poesía sobrevivirá, la literatura sobrevivirá, pues cree en las palabras de Mallarmé: “el mundo solo existe para llegar a un libro”. Y dice también que la poesía hoy está en los blog, en las letras de las canciones.

En uno de los poemas se mencionan las baladas de Extremoduro. A Iniesta lo tengo fijado, no por su baladas, sino cuando apareció en Plastic, su primera aparición televisiva, en los 90 presentando su rock transgresivo, y aquello de «desde que tú no me quieres, yo quiero a los animales, y al animal que más quiero es el buitre carroñero…«.

En fin, que leer esto es un viaje en el tiempo, un atracón de melancolía, un ponerse modorro y un ver añugarse el alma por momentos.

Dice Elvira

Ellos luchan por demostrar que son
los mejores escritores.
Yo solo intento probar
que mis musas son otras
.

Sea.

Lecturas periféricas | La paciencia de los árboles (María Sotomayor), Las órdenes (Pilar Adón)

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Buena suerte (Manuel Benet)

Buena suerte es la primera novela de Manuel Benet (Valencia, 1976), publicada por Playa de Ákaba. Un tocho de más de 450 páginas que en mi opinión hubiera precisado una buena poda. Los que saben de esto, como EVM ya han dicho que escribir es sobre todo corregir y saber que cualquier texto siempre es susceptible de ser reducido a la mitad.
Tengo la impresión de que sobre un argumento muy endeble que abunda en la fatalidad, lo dramático (malos tratos, homicidios involuntarios y voluntarios…) y la predestinación y entrelazando muy forzadamente las existencias de la media docena de personajes -Marcus, Valeria, Alex, Miguel, Anna, Sofía- que habitan estas páginas, se busca la manera de enmarañarlo y desentrañarlo todo, mientras se va hinchando el relato con elementos introspectivos, largas disertaciones sobre la depresión de Marcus y su crisis de pareja, sobre la imposibilidad de olvidar, acerca de cómo aquello que hacemos y de lo que huimos y nos atormenta es algo que siempre sale a flote, aniquilando cual hongo radiactivo todo. Benet se demora y se recrea en su narrar y esto va en detrimento del ritmo y de la tensión de la que la novela se alimenta, pues en su afán de contarlo todo, rehén de su ánimo detallista logra que una narración marcada por la medianía se desinfle, pierda interés y muera por inanición. Me refiero a páginas como ésta:

Salía a la calle y veía todas esas personas tan atareadas de arriba para abajo, andando deprisa por las aceras, con sus trajes en sus monos de trabajo sus uniformes. Moviéndose en sus coches, saliendo del tren, corriendo hacia el autobús, volviendo a casa por la tarde, cansados o tan solo hastiados. Las observaba las noches de los fines de semana a través de los ventanales de los restaurantes y bares, exhibiendo la mejor de sus sonrisas, fingida o real, irradiando simpatía, fingida o real, ganas de divertirse, fingidas o reales. Personas que un día conocían a alguien, comenzaban a salir, cine, restaurantes, museos, conciertos, sexo, hablaban de todo un poco y si las cosas marchaban y no tenían que volver a empezar de nuevo con personas diferentes, se presentaban a sus respectivas familias en comidas familiares, se conocían todo lo que creían que pueden conocerse o quizás todo lo que se toleraban, compraban o alquilaban una casa que encajase en sus ingresos o no, un coche, dos coches, muebles, electrodomésticos, vajilla, juegos de cama, accesorios para el hogar, para él y para ella, ropa para el trabajo, ropa para el fin de semana, ropa para dormir, la compra semanal, Internet y la televisión por cable, videoconsolas, bicicletas para ir por la ciudad, practicar algún deporte por recomendación del médico, y cuando lo marcaba el calendario, las ganas o los accidentes, se casaban o no y tenían hijos o no, suyos o adoptados, a los que criarían y educarían para tratar de que repitiesen uno tras otro sus mismos pasos, o para que hiciesen todo aquello que ellos no habían sido capaces de hacer. O los estudiantes, a primera hora de la mañana siempre cargados con sus libros y apuntes, asistiendo a sus clases magistrales, subrayados con lápices de colores y sus portátiles, sus calculadoras científicas y sus teléfonos de última generación, llenando las bibliotecas de sillas vacías con mochilas encima, estudiando sesudas carreras durante años y años con la esperanza de poder labrarse una exitosa carrera profesional que les diese mucho dinero y éxito, que les permitiese asistir a conferencias por todo el mundo, participando en debates en Internet en lo que solo ellos y los de su gremio estarían interesados y con los que se sentirían muy importantes, tratando de ser más y más productivos, como si no hubiera pruebas suficientes de que nada de eso los iba a librar de una muerte segura.

Si el talento y el ingenio es la levadura que hace que fermente la masa de palabras que los escritores meten en el horno, aquí la novela queda a medio a cocer, o en el mejor de los casos, me resulta un pan sin sal. Una primera novela, casi siempre, dista mucho de ser una obra maestra, pero también es cierto que hay primeras novelas brillantes, como pude comprobar recientemente.

Playa de Ákaba. 2017. 455 páginas.

El secreto está en la masa

«Hay una frase popular que asegura que «la multitud no razona» ¿Y cómo es que no razona la multitud si cada uno de los que la integran razonan? ¿Cómo es que una multitud hace espontáneamente lo que ninguna de sus unidades haría? ¿Por qué tiene la multitud impulsos irresistibles, determinaciones feroces, arrebatos estúpidos que nada es capaz de contener, y por qué realiza, arrastrada por tales arrebatos, irreflexivas acciones que ninguno de los individuos que la componen sería capaz de realizar? Que un desconocido lance un grito, y súbitamente se apodera de todos una especie de frenesí, y todos, movidos de un mismo impulso, al que ninguno intenta resistir, arrebatados por un mismo pensamiento, que se hace de un modo instantáneo común a todos ellos, aunque sean de castas, opiniones, creencias y costumbres distintas, se abalanzarán sobre un individuo, lo degollarán, lo ahogarán sin motivo, casi sin pretexto, mientras que, tomados aisladamente, serían capaces de arriesgar sus vidas por salvar al que están matando».

Sobre el agua. Guy de Maupassant.