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Centroeuropa

Centroeuropa (Vicente Luis Mora)

Centroeuropa la última novela de Vicente Luis Mora es una espléndida y divertidísima fábula ambientada en una localidad prusiana en la primera mitad del siglo XIX que cifra bien la posibilidad de cambiar de vida y hacer borrón y cuenta nueva, auxiliándose en valores como la inteligencia, la determinación, y la sagacidad, atributos con los que se engalana nuestro protagonista, Redo, el cual un buen día decide abandonar su Austria natal para mudarse junto a su amada Odra a tierras prusianas, tras un inopinado y ventajoso asunto que le permite dicha mudanza, que como se verá será tanto física como espiritual.

La condición de recién llegado, no se reviste de una extranjeridad nociva, pues Redo caerá en suerte a los lugareños formando rápidamente parte del paisaje y el paisanaje local. Entrando rápidamente Redo en la órbita de Jakob, quien encarece aquellos valores que Vicente vindicaba en su ensayo La huida de la imaginación (El fenómeno creado por unas pocas personas archiformadas, cultísimas, que se han dejado los ojos toda su vida acumulando un especial dominio sobre una faceta del arte, especialmente si se trata de escritura, se llama, para algunos, «elitismo», en vez de denominarse, simplemente, «literatura»). Jakob es un historiador culto, crítico y se relaciona con todo el mundo, pues no se posiciona por encima de nadie y prefiere una relación inter pares con sus vecinos. Jakob encarna el acicate que Redo necesita para abrirse a la cultura, para pulir su escritura, para saciar su ansia de saber.

La novela es el testimonio que Redo nos ofrece en el otoño de su vida, toda vez que entiende que ese es el momento en el que ya tiene cosas que decir y sabe cómo expresarlas. Las digresiones en el relato sitúan a Redo en el burdel materno, en la travesía que lo conducirá hasta Prusia, y luego ya en Oder (¿ven el palíndromo?) y sus más y sus menos con las autoridades locales (Redo es un campesino libre, algo inédito para un estado acostumbrado a los siervos; también una suerte de pionero, cuyo amor es incluso ultratómbico), cuando descubra que el terreno en el que se afinca es algo parecido a un cementerio, al aparecer bajo tierra muertos helados que tienen la particularidad de que no se ven afectados por las condiciones climatológicas. Muertos, ya insepultos, que se convierten en una especie de “memento mori” para cualquier observador, y que le abre al autor, más que un derrotero fantástico, una línea de pensamiento que lo acerca a las tesis de Tolstói en Guerra y Paz, en cuanto a la idea que tenía este de los emperadores y reyes que como Napoleón condujeron a sus ejércitos propios y ajenos a la destrucción, a su aniquilamiento, a contar los muertos por millones, abonando sus cuerpos la tierra por todo el orbe o recurriendo en sus reflexiones a Kant y La paz perpetua, pensando más en los muertos que en quienes los abocan a la muerte.

Crees que aprenderemos, Jakob, le pregunta Redo. ¿Te parece que estamos aprendiendo algo?, replica Jakob. Una pregunta y una respuesta en forma de pregunta que no han perdido un ápice de vigencia, a cuenta ahora mismo del coronavirus. ¿Aprendemos de nuestros errores? O hemos de resignarnos a la pugna de dos fuerzas: la bondad y la maldad que siempre están a la gresca anidando en nuestro ser desde el comienzo de los tiempos. ¿Progresamos en cultura o lo hacemos en barbarie? ¿Son inversamente proporcionales?.

Centroeuropa, una lectura tan amena como estimulante.

Galaxia Gutenberg. 2020. 178 páginas

9788433941718

Un amor (Sara Mesa)

Sobre la libertad una campana de cristal en la que ir poniendo notitas transparentes, ahí todos los miedos, las dudas, los temores, los prejuicios. Un filtro, aquello que entendemos como moral irá tamizando cada acción y omisión, cada pensamiento de la protagonista, Nat. Sobre esa campana otra, también de cristal y más grande que la anterior. Ahí, al otro lado del cristal están los otros. El enemigo son los otros, y hay que estar en guardia, afilar los prejuicios, levantar un muro con las ideas preconcebidas, marcar distancias.

La vida en el campo, en el pueblo al que acude Nat nada tiene nada de bucólico y mucho de amenazante, empezando por el casero, emblema de lo abyecto.
Su situación desesperada la aboca a hacer algo inédito para ella. Algo que le iluminará su parte más primigenia y salvaje, ese algo que desentumece, reverdece y amotina la sangre. Pero como una no cambia de la noche a la mañana, los fantasmas siguen ahí, las dudas, las preguntas sin respuestas, la búsqueda de un sentido. Tras varias experiencias dramáticas se llega a un punto en el que Nat descubre y entiende que no hay que traducir cada emoción, que no hay que aprehender todo en todo momento, que las cosas han de fluir, que la vida es sumar vivencias y que el sentido de todo esto es que no lo hay.
Así, la paz está servida, el alma apaciguada, nuestra Nat, metamorfoseada, toda vez que tras cruzar la línea de penumbra deje entrar la luz en su interior.

Sara Mesa le toma el pulso y creo que lo encuentra a una sociedad cada vez más temerosa y recelosa, donde para su protagonista todo son amenazas y la falta de confianza hacia el otro le lleva a Nat a echar un polvo, para poco después pensar que ese mismo hombre puede matarla. Vivir así es un sinvivir. Aunque nada extraño, como dan cuenta los cientos asesinatos de mujeres a manos de sus parejas.

Sara Mesa explora en Un amor la (indi)gestión del deseo, los miedos femeninos cada vez más proteicos y lo hace con tino a pesar de que haya por ahí ciertas situaciones que se fuerzan y llevan tanto al límite, que aquello de pueblo pequeño infierno grande cobra aquí todo su (sin)sentido.

Anagrama. 2020. 192 paginas

www.devaneos.com

Anatomía de la memoria (Eduardo Ruiz Sosa)

Leo: «porque uno cuando es escritor, no tiene capacidad de reaccionar ante la vida: uno tiene que esperar, asimilar, comprender«. Y me pregunto ¿cómo se llega al final de la espera, a la asimilación, a la comprensión con tan solo 30 años y es capaz Eduardo Ruiz Sosa de escribir una novela tan inmensa como es Anatomía de la memoria?.
Una novela extensa que se desparrama hasta casi las 600 páginas. Y echando la vista atrás constato que otras grandes novelas que he leído estos últimos años son novelas también extensas, pienso en Los detectives salvajes de Bolaño, en Vivir abajo de Gustavo Faverón.
Anatomía de la memoria conduce a Anatomía de la melancolía, libro de Richard Burton muy presente en el de Eduardo.

La novela emplazada en el presente, iniciará un camino hacia el pasado, cuatro décadas atrás, en el méxico norteño de los comienzos de los 70, cuando Estiarte Salomón decida en el momento presente escribir una biografía de Juan Pablo Orígenes y reverdecer sobre el papel entonces la Enfermedad, los movimientos violentos contra el Estado y la represión por éste ejercida contra los Enfermos y los miembros de la liga Comunista, por parte de los Guardias Blancos, contra todo aquel que osara sacar los pies del tiesto.

El hilo conductor serán los recuerdos precarios de Juan Pablo –sospecho que mi vida es lo que no recuerdo, apunta-, una biografía, que como toda biografía será la historia de muchas vidas; un Juan Pablo atormentado desde el comienzo de la novela al no saber o no recordar si cometió un crimen, incluso dudando, no de su propia existencia, pero sí de quién es, si es él o es el muerto, Pablo Lezama, o una mezcla de ambos, cuando víctima y verdugo se (con)funden en la hora oscura en un sólo cuerpo.

Leo: la escritura es lo que nunca tiene final. Y aunque esta novela tiene un final, una última palabra, Nada, que en teoría la concluye, deviene, validando la sentencia, infinita.
La memoria de Juan Pablo da pie al libro, y esto permite pasear entre las ruinas, mover los escombros del pasado, alzar su voz tal que Salomón sabe que el testimonio es el libro que escriben los vivos contra la muerte. Una escritura que será un vínculo con el futuro y el olvido. Un libro que será el lugar donde la memoria se haga cuerpo. Un libro donde las palabras llenas de pulpa y entraña, sangren, como aquí sucede, ante nuestras ávidas pupilas; incluso la disposición de las palabras sobre el texto va con sangrías, lo que dota lo leído de una cadencia, un ritmo, una musicalidad, una especie de fragor poético, de fraseo subyugante, en un libro como este abonado de citas ajenas, en los epígrafes capitulares, que cifran el olvido, la soledad, la pérdida, la muerte en definitiva.

Cómo sostener todo este aluvión de maltrechos recuerdos, cómo darle una estructura, un orden, un cuerpo, cómo evitar que el caos triunfe, que un golpe de viento dé al traste con este castillo de naipes, que el calorón no agoste estas voces. Eduardo lo logra. Las palabras entonces se ramifican, excavan, exhuman, viviseccionan.
Las páginas del libro abundan en continuos saltos temporales, a los que nos abocan los recuerdos no sólo de Juan Pablo Orígenes, sino de todos los que orbitan a su alrededor: Isidro Levi, Javier Zambrano, Macedonio Bustos. Eliot Román… Cada cual tiene sus recuerdos sobre aquellos hechos antaño indiscutibles, recuerdos que no tienen que ser los mismos. ¿Cómo unir la memoria de los personajes?. El denominador común es que todo lo que perdieron es lo único que les queda. ¿Son estas las secuelas de la enfermedad? ¿Una historia que siempre acaba en histeria?.

Leo: la memoria es lo que se construye con el olvido y la imaginación. Así Juan Pablo no recuerda, o malrecuerda, pero imagina. Y a su lado la pobre Aurora, unidos en la distancia que les separa. Juan Pablo clama: Me hace falta el pasado, Aurora, y lo estoy buscando. Salomón mediante, porque sin un pasado Juan Pablo no tendrá un presente.

Y puedo no escribir los versos más tristes esta noche. No escribir, por ejemplo: «La noche está estrellada, y tiritan, azules, los astros, a lo lejos, sino Todos los días hay higos desparramados. Y entonces el nudo en la garganta. La mano convertida en puño en el estómago. Lo más sencillo, lo más visceral, sería aquí dejarse llevar por la ira, la furia, pero no. La magia del libro es que todo este entramado tan sórdido, violento, macabro, se resuelve así:

Ésa es la magia en este País; ahora estás, ahora no estás, ahora estás, pero muerto.

Hay en el texto, en todos los personajes, una energía y voluntad irrefrenable. Una actividad que les lleva a desenterrar los libros de la Biblioteca Ambulante de los Enfermos. Un arrebato de locura que les hará soñar con la idea de que a el Ensayo de Insurrección de antaño le puede suceder El Ensayo de Resurrección. El colofón sería luego el Ensayo de Redención. Una suma no obstante de ensayo y error horror.

Leo: A veces una palabra nos devuelve a la esencia de las cosas. A veces una novela tan quintaesenciada y plausible como la presente (a pesar de su extensión) te remueve y conmueve. Sobre este contexto histórico Eduardo vierte un sinfín de reflexiones sobre la memoria y el olvido, acerca de la identidad, las acciones pretéritas y los errores cometidos, la necesidad de tener un pasado y la conciencia muy presente de lo poco que dura todo esto.

Concluyo con estas palabras de Aurora.

Qué pronto nos llegó el futuro, Juan Pablo, fui feliz unas horas y luego se me olvidó por qué fui feliz.

Candaya. 569 páginas. 2014

Eduardo Ruiz Sosa en Devaneos

Cuántos de los tuyos han muerto
Primera silva de sombra

9788415934844

La ciudad que el diablo se llevó (David Toscana)

No pudo sino recurrir a la escritura como único vínculo con el futuro y el olvido

Eduardo Ruiz Sosa
Anatomía de la memoria

Es curioso que una novela en la que hay legiones de muertos resulte una exultante celebración, no solo de la vida, sino también de la mejor literatura, a resultas quizás de los vapores etílicos en los que navegan los cuatro protagonistas de la novela, quinteto que se completa con la adición de un barbero quien a falta de yelmo de mambrino se auxiliará con una pata de palo multiusos. Quinteto que es sexteto si consideramos al novelista sin novela, autor por tanto de una novela infinita, eterna, inasible, que siguiendo los derroteros de una metafísica libresca se preguntará: ¿Por qué pudiendo ser distinta, es precisamente lo que es? La novela, se entiende. Añadamos: ¿Por qué hay una novela, y no hay nada?. Pues porque escritores como David Toscana se afanan en hacernos la vida mejor, más sustanciada, con su genio creador (porque si un poeta sin talento lleva inevitablemente al desconsuelo, un novelista talentoso nos emboca al Paraíso), al tiempo que aquí nos tiene y retiene unas cuantas horas embelesados. Palabra del niño Jesús.

La ciudad que el diablo se llevó es Varsovia. Devastada primero por el nazismo y luego por el comunismo. No podemos aquí cantar aquello de Serrat: Por sus callejas de polvo y piedra, por no pasar ni pasó la guerra. Por Varsovia sí pasó la guerra llevándose todo a su paso: personas e inmuebles. Hacinados todos tras la contienda: los vivos y los muertos. Los muertos al hoyo y los vivos a un horizonte gris, supervivientes de epidemias, bombardeos, enfermedades, cárceles, próstatas y asesinos. Una ciudad que al perder su alma dejará a los supervivientes sin vida ni esperanza ni dignidad, sumidos y consumidos en una sumisión irrevocable. Una situación en la que leo: más vida no es sino peor muerte, leo: en esta ciudad con tanto muerto, los únicos héroes son quienes siguen vivos, leo: el directorio quedaría actualizado si se sustituía buena parte de los números telefónicos por fechas de defunción.

Así las cosas, lo consecuente sería dejarse vencer y convencer por la adversidad, pero Kazimierz, Eugeniusz, Ludwik y Feliks están hechos de otra pasta o así se me antoja. Toscana les da a beber del embriagador cáliz de la imaginación, y por tanto de la libertad, y entre sus ensoñaciones, chuflas y lingotazos de vodka la realidad pasa a ser otra cosa, algo dúctil, proteico, alegre, festivo, dicharachero, y el paso por la trena de Feliks (a los inocentes nos torturan para obligarnos a mentir) no será el final del mundo si hay por ahí un Sherezade muy dado al cuento; la mujer amada por Ludwik y no correspondiente será atendida con una mano en formol que siempre evocará el miembro ausente, aquí Piotr; Eugeniusz tonsura en testa se creerá algo más que un párroco, un resucitador incluso y Kazimierz okupa por naturaleza, habitará espacios ajenos que verá achicados por los amigos del Pueblo y perseguirá empleos tan inasibles como la cola de un cometa.

La música bien podría ser aquí un réquiem, sin embargo lo que suena por encima del canto o baladros de los ajusticiados, judíos y no judíos, convertidos en fertilizante de un mundo enfermo, es algo tan fuerte como un latido atronador, no ya el alcoholizado corazón de Chopin, sino el humoroso corazón del mundo, convertido en un bumerán sin memoria que late impenitente, como late la pluma en la mano del escritor sin novela, las tijeras en las manos del barbero, la novela en la mano del lector, el maderamem bajo estos cuatro desheredados que vemos alejarse rumbo hacia los siete mares.

Toscana consigue descoyuntar al lector varias veces en una misma frase. No sabes por dónde va a tirar, resulta imprevisible en todo momento. La lectura prontamente te sume en algo parecido a la ensoñación, algo difícil de experimentar, algo al alcance de muy pocos orfebres de la palabra, maestros como Toscana, ejercitando aquí una prosa calisténica. ¿O soy el único que aprecio (hasta el encarecimiento) aquí una mixtura perfecta de belleza y fortaleza?.

Acabo. «El barbero dio un fustazo al caballo y hacia allá se dirigieron dispuestos a sacrificar lo concreto que hubiese en sus cuerpos por lo abstracto que colmaba sus mentes». ¿Acaso no consiste en eso arder sobre el folio en blanco?

Candaya. 2020. 288 páginas