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La pesquisa (Juan José Saer)

Es posible que en unos pocos años las redes sociales conviertan la conversación presencial en una reliquia y que los relatos como Lord Jim o como La pesquisa, que se sustancian en el relato oral, resulten ya anacrónicos. Saer presenta a tres hombres, tres amigos, que se reúnen en Santa Fe para charlar, y en su conversación brota una narración, un relato ambientado en París, donde 28 viejecitas han sido brutalmente asesinadas, por un asesino en serie -o en serio-, pues no hay forma de capturarlo. Al mando de la investigación un tal Morvan, obsesionado con su trabajo, con veinte años en el cuerpo, un tipo sin mácula, respetado por todos, cuya falta de ambición lo aleja de los focos y de los cargos políticos. Podemos entender la narración como novela negra, donde prima el rigor -mortis- habida cuenta la sangría de octogenarias que desangra el undécimo arrondissement de la capital francesa.
No es una novela negra al uso, donde hay un montón de crímenes y tropecientos sospechosos, porque más pronto que tarde se ponen las cartas sobre la mesa y ya tenemos en mente la identidad del asesino, si bien Saer se guarda un as en la manga, un golpe de efecto maestro, y una ulterior explicación (una interpretación de los hechos al margen del relato oficial) que dejaría todos los cabos atados. Así las cosas, puede que la historia nos resulte trunca, imperfecta, de escaso aliento. Puede, si bien Saer supera estas posibles objeciones desplegando una prosa muy potente, que pasa de la sutileza al mazazo -cuando detalla el proceder del asesino al ultimar a sus víctimas-, con una narración viscosa empapada de sueño y vigilia, en la que Saer deja caer unos cuantos puyazos sobre la sociedad actual, tan despersonalizada, tan uniformada en su consumo, cortados todos los ciudadanos por el patrón de una mediocridad rampante. Hay invectivas contra los psicólogos, los psiquiatras, que despachan los casos a piñón fijo. La narración de Saer se me antoja muy visual, algo parecido a lo que sentí cuando vi alguna escena de El Renacido, donde Saer pasa de unos papelillos que pulverizan el ambiente como confeti para acto seguido engarzarlo con los copos nieve que caen tras el cristal. Pocas páginas, algo más de 150, pocas pero precisas, unas sutiles, otras brutales, algunas fragantes (las que se suceden en Santa Fe, donde la narración fluye, demorándose, como una embarcación indolente por el agua), siempre descriptivas, y alguna de ellas, gracias a párrafos como el siguiente, subyugantes.
Y ser adulto significa justamente haber llegado a entender que no es en la tierra natal donde se ha nacido sino en un lugar más grande, más neutro, ni amigo ni enemigo, desconocido, al que nadie podría llamar suyo y que no estimula el afecto sino la extrañeza, un hogar que no es ni espacial ni geográfico, ni siquiera verbal, sino más bien, y hasta donde esas palabras puedan seguir significando algo, físico, químico, biológico, cósmico, y del que lo invisible y lo visible, desde las yemas de los dedos hasta el universo estrellado, o lo que puede llegar a saberse sobre lo invisible y lo visible, forman parte, y que ese conjunto que incluye hasta los bordes mismos de lo inconcebible, no es en realidad su patria, sino su prisión, abandonada y cerrada ella misma desde el exterior, la oscuridad desmesurada que errabundea, ígnea y gélida a la vez, al abrigo no únicamente de los sentidos sino también de la emoción, de la nostalgia y del pensamiento.

Leí hace nada con agrado El entenado y seguiré abundando en Saer. Shakespeare lo sabía: Saer o no Saer. Pues va a Saer que sí.

Danilo Kiš

Penas precoces (Danilo Kiš)

Danilo Kiš
Muchnik Editores
2000
121 páginas

Penas precoces es primer acercamiento al mundo de Danilo Kiš (1935-1989).
En esta breve novela Danilo nos habla de sus años de mocedad en un pueblo de la antigua Yugoslavia.

Respira la novela un aire naturalista, rural, ingenuo, en esa sucesión de recuerdos que se suceden en el campo, en la granja, en la escuela. Una candidez que no esconde la tragedia, pero Danilo se muestra más lírico que desgarrador. Pero el drama está ahí. Danilo es judío y su padre es enviado al campo de concentración de Auschwitz del que nunca regresará.

Danilo, no es el único que emplea la escritura como un arcón, como un ancla para fijar la memoria, pues como dice, «el archivo paterno que se llevará con él, cuando dejen el pueblo será el ajuar de su infancia, la única prueba material de que alguna vez existió su padre, porque sin esas fotos ni esos manuscritos, estaría convencido de que todo aquello no había existido, de que todo había sido una historia posterior, soñada, inventada para consolarse. De no hacerlo así, el personaje de su padre se habría borrado de su memoria, como tantos otros y cuando extendiera su mano, tocaría el vacío». Pues eso. Para fines tan elevados sirve la literatura.

Y cuando uno sueña con ser escritor y lo consigue como le sucede a Danilo puede entonces rendir tributos como el que le dedica al perro Dingo, al que cederá la voz para contar en su relato El niño y el perro, la trágica historia de su perra vida, un perro tan sensible que cuando su amo, el niño Andi, se tenga que separar de él, decidirá dejarse morir.

Cierra el libro El arpa eolia mi relato preferido, el colofón perfecto, pues ¿no es acaso el libro otra arpa eolia?, y si acercamos el oído a sus hojas no reconoceremos también el sonido del tiempo, el reverberar de historias en sordina, el grito desesperado de unos recuerdos que no quieren ser pasto del pasado.