Los confines (Andrés Trapiello, 2009)

Dicen que Chéjov daba a los jóvenes escritores este consejo: “No permitas que hable de lo que no conozco”. Parece que a algún crítico esta máxima le parece correcta. Si solo habláramos de lo que conocemos todo sería mucho más limitado y por supuesto aburrido, dado que es precisamente cuando uno imagina, y la inventiva se pone en marcha cuando somos capaces de crear situaciones e imaginar historias que nada tienen que ver con nuestra vida o pasado. Al igual que el que recorre el mundo, y los lectores con él, sin salir de las cuatro paredes de su cuarto y su único medio de transporte es el bolígrafo sobre un mar de papel en blanco. Así Trapiello escribe Los Confines poniendo como protagonistas a Max y a Claudia, dos hermanos que un buen día en la cama de un hotel en la ciudad de Constanza descubren que se aman, y que su vida tiene sentido solo si están juntos. Esto supone un problema porque este reconocimiento expreso de sus sentimientos llega a una altura de sus vidas, donde cada uno está ya casado y él tiene hijos, así que su afirmación amorosa, les creará no pocos problemas. El incesto así planteado tiene poco de morboso, precisamente porque el autor rehuye los pormenores sexuales y trata de darle a su amor una sustancia especial, una luz propia, una consistencia inenarrable y en nada comparado a otros amores, un amor generador de energía, centro de sus universos. Si el lector conecta con la intensidad de ese amor (lo de incestuoso viene a ser lo menos), la historia te puede envolver, sino te puede dejar bastante frío, sin que esto sea óbice para apreciar las virtudes de un libro bien escrito, ameno, dotado de una prosa rica, donde Trapiello escenifica bien unos personajes de clase bien, sean abogados, pediatras, o ingenieros, a quienes su bienestar social y posición acomodada no libra de sufrir el escarnio derivado de su conducta, no bien vista por apenas nadie de quienes les rodean. Salirse por la tangente y comenzar un nuevo mundo, parejo a un descubrimiento, quizá sea la única salida de sobrevivir, en los confines en ese límite que divide los territorios, esa línea de no retorno donde por unos instantes al menos pueden decir que rozaron la felicidad.

Los bosques de Upsala (Álvaro Colomer 2009)

Los bosques de Upsala portada libro Álvaro Colomer

Julio llega a su apartamento con forma de cruz después del curro y no halla a su mujer. Busca y rebusca, y al final tras desesperarse y tras toda suerte de devaneos mentales da con ella. Ha intentado suicidarse. Ahora le tocará lidiar con la situación, porque quien se suicida lo puede volver a intentar y cualquier protección es poca. Así que Julio debe comportarse como un hombre, lo que sea que esto signifique y afrontar todos sus miedos, muchos pergeñados en su más «tierna infancia«, que de tierna tuvo poco, al ver como una vecina le sonreía en su precipitación mientras decidía emular a Superman y abrazarse primero a las nubes y después a un buzón de correos en el que depositó su cuerpo sin franqueo.

El suicidio dice el autor, Álvaro Colomer que se cobra unas cuantas miles de vidas al año en España, y que a pesar de ello, es un tema que se solaya tanto en los medios de comunicación como en las familias que han tenido la desgracia de contar con un suicida en su unidad familiar. Así que Álvaro se enfrenta a la muerte con personajes llenos de vida y de gracejo, que se mofan de sí mismos, en especial Julio, asumiendo sus taras frente al espejo, que guardan los sueños rotos bajo el felpudo, viendo como alguno se cumple, mientras el dolor inunda habitaciones y anega los corazones hastiados de vivir, que boquean pidiendo el final.

Todo esto y todo lo demás nos cuenta Colomer en su libro, una novela de doscientas páginas que he leído del tirón, llevándome el libro por todas las partes de la casa, sin pormenorizar en detalles escatológicos, porque caí preso en ese mundo de celulosa en esas jaulas alineadas de tinta negra, que me hizo sentir un montón de cosas, algo que no sucede frecuentemente con la lectura, habida cuenta de que como los kiwis del supermercado, a pesar de sus diferentes precios todos las lecturas me saben casi igual.

Me descubro ante Álvaro Colomer, de quien leí su libro tras verlo en la lista de los mejores libros de 2009 según Babelia.

La canción del cielo (Sebastian Faulks 1993)

La canción del cielo portada libro Sebastian Faulks

La canción del viento contiene varias historias, pero hay tres que sobresalen sobre el resto. La mayor parte del libro transcurre durante los años de la Primera Guerra Mundial, Guerra que no ha tenido tanta repercusión mediática como la Segunda (sin desdeñar la batalla del Somme), quizá porque a día de hoy ya no hay nadie vivo de esos que participaron en la misma. En la década de los setenta Elizabeth es una chica de casi cuarenta años, que nació al poco de morir su abuelo Stephen, quien participó activamente en la Primera Guerra Mundial en el bando Británico. De repente siente la imperiosa necesidad de saber algo más de su abuelo, así que buscará y hallará en casa de su madre unos papeles escritos por su abuelo empleando unos códigos, que serán finalmente descifrados por un conocido de Elizabeth.
El autor parece que a través del personaje de Elizabeth quisiera hacer hincapié en lo importante que es mantener viva la llama de la memoria, a fin de saber quienes fueron y qué hicieron quienes nos precedieron, y de rendir también tributo a esos que murieron en los campos de batalla, luchando por porciones de tierra, en el horror más absoluto, como una segunda piel bajo la guerrera, sin obtener más reconocimiento, las más de las veces, que una carta de algún superior agradeciendo a los progenitores o a las desconsoladas viudas la extraordinaria labor desarrollada por su hijo o esposo muerto en el frente y las señas recogiendo dónde se encuentra emplazada su tumba.

En 1910 el joven Stephen llegará a Francia, a Amiens, donde se pondrá al día de la manera de trabajar de Azaire empresario francés textil, dado que la empresa británica para la que trabaja Stephen piensa invertir en la misma y precisa informes detallados sobre la situación de dicha empresa. Stephen se aloja así en casa Azaire quien vive junto a su mujer y dos hijos (de su anterior mujer, que murió). Poco tarda Stephen en caer enamorado de Isabelle, y ésta a pesar de su situación de mujer casada, con dos hijastros, y ser nueve años mayor que su amante, se lía la manta a la cabeza y huye con Stephen. El autor da buena cuenta de la pasión sexual a la que ambos sucumben en sus encuentros al abrigo de miradas ajenas. Pero la pasión se alimenta y se vacía con igual rapidez, y luego más calmados, ya sin el morbo propio de lo prohibido, presos de lo convencional, sin apenas sobresaltos diarios, caen en la rutina, de la que Stephen escapa atónito cuando constata que Isabelle le ha abandonado, llevando en el vientre un hijo del que Stephen desconoce su existencia.

El abandono conlleva el desencanto existencial y pasados unos años ahora Stephen se halla de nuevo en Francia, en el bando británico, luchando junto a los Franceses frenando el avance de los alemanes en la zona de la Picardía Francesa.
Es esta parte del libro la que me ha resultado además de entretenida, vibrante y apasionante. Aquí Faulks hace una jugosa descripción del frente de batalla, de la camaradería entre los soldados, las penosas condiciones en las que malviven en las trincheras, con una miríada de personajes como Weir, Jack, Gray, Brennan.. bien trazados y humanos, todos ellos conviviendo bajo un mismo sol, sobre una tierra que a menudo los devuelve a su vientre, cuando sus cuerpos caen merced a algún obús, o a la bala de algún paco avispado. Mención aparte para los zapadores, que como ratas bajo tierra, escarbaban túneles que muchas veces les servía de tumbas improvisadas, y entre ellos Jack Firebrace, que con su historia de amor hacia su hijo John se erige también de cara al final como otro de los protagonistas medulares.

La manera que tiene Faulks de narrar los años de la guerra y los que tienen lugar en los setenta difiere considerablemente (algo que entiendo pretendido por Faulks, dado que cuando quiere sabe hacer apasionante sus narraciones). En época de guerra todo parece tener un fulgor especial, una fuerza inusitada, como si ese no saber qué pasará mañana, les haga a esos hombres estar en constante excitación o abatimiento, más allá del bien y del mal, pero al fin y al cabo vivos, con el aliento, quien sabe si del diablo sobre sus pescuezos mugrientos y sudados. En el momento presente los tormentos de Elizabeth se antojan naderías, hechos banales y superficiales, acontecimientos mortecinos y reiterativos, de ahí que sus devaneos sexuales con un hombre casado, o su indagación del pasado me parezca algo totalmente accesorio que resta intensidad a la historia bélica de Stephen y sus hombres.

Como ocurría con el personaje de San Manuel Bueno Mártir, ese sacerdote que va perdiendo la fe como quien se desprende de la mugre en cada baño, a veces es la gente desencantada la que mejor ejerce su profesión, porque no esperan nada su trabajo, ni de la vida. Así, Stephen no tiene especial interés en seguir vivo, pero sí mucha suerte y es sólo su curiosidad por saber cómo acabará esto lo que le hace seguir adelante, no impelido por un espíritu heroico, sino por mera y simple curiosidad.

9788415289753

El corazón de las tinieblas (Joseph Conrad, 1902)

Desde que en su día viera Apocalypse Now, tenía ganas de leer el libro que sirvió de inspiración al film.
La búsqueda de un tal Kurtz, que alejado del mundanal ruido, verá como un soldado se dirige a su encuentro con el fin de matarlo. El libro se titula «El corazón de las tinieblas» y lo escribió Joseph Conrad, experto navegante. El libro consta de pocas páginas y es recomendable leer el prólogo de Mario Vargas Llosa. Luego el libro es una sátira contundente, porque al tiempo que parece que el dramatismo lo inunda todo, te invade una sensación de hilaridad desbordante, como cuando Kurtz grita «oh, el horror, el horror».

Comienza con Marlow a bordo de un barco, contando sus periplos en el mar a sus compañeros de tripulación. De rondón les contará el viaje que hizo por un río (El Congo) y la huella que dejó en su ser, el contacto con Kurtz. Con una prosa envolvente, rica en matices, Conrad consigue meternos de lleno en esa tupida selva, en ese infierno vegetal, un río sin orillas similar al oceáno donde es fácil perderse, quedar reducido a la esencia, volver al primitivismo más esencial y constatar al retomar de nuevo el contacto con la realidad, que la civilización de hormigón le provoca tantas naúseas como unas cabezas degolladas sobre unos postes de madera. De paso deja en su sitio a Leopoldo II, un rey tan asesino como lo fue Hitler o Stalin.