Campos de trigo, rojas amapolas

Contábamos con que a comienzos de julio brillara el sol, pero camino del León Dormido, escupía lluvia y a medida que ascendíamos hacia La Población nos veíamos en el vientre de la ballena.

GR-38

Una vez en el alto de La Aldea, a 1000 metros, no se veía abajo Logroño, a consecuencia de la niebla. Es en ese momento cuando eché de menos unos guantes, a medida que el frío iba haciendo su efecto. En la bajada hacia Bernedo la niebla era consistente, pero una vez en el llano, la niebla se iba disipando, pero no la lluvia; un pertinaz sirimiri seguía trabajando nuestros cuerpos en movimiento.

Para ir de Oyón, donde comenzamos la ruta, a Yécora, cogimos un camino. No vimos que los viñedos eran un barrizal, a tal punto que la rueda dejó de ofrecer la esfericidad negra de la cubierta para mostrar otro aspecto: un color chocolate con leche, que horas después tendría la consistencia del barro seco, con el que en otros lugares incluso hacen ladrillos y casas.

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En Lagrán está el Centro de interpretación de la GR-38, La ruta del vino y del pescado, que estaba cerrado. No nos importó pues teníamos (o eso creíamos erróneamente) la ruta memorizada en el cerebro. Tomamos un café bien caliente para entrar en calor, en el restaurante La Traviesa, ubicado justo en frente.

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La grieta (Carlos Spottorno & Guillermo Abril)

La idea de que vivimos en el mejor mundo posible puede resultar lenitiva para espíritus emolientes. La realidad parece ser otra. Este cómic se titula La grieta, pero son las grietas, las fisuras, los movimientos, no tectónicos, sino humanos que van provocando tensiones y conflictos, derivados de guerras, hambrunas, genocidios, en todo el orbe.

La grieta

Europa va sellando sus fronteras entre los países miembros, poniendo en solfa muchas veces el espacio Schengen, según el cual, más de 400 millones de personas pueden viajar libremente entre los países miembros sin pasar controles fronterizos. No vemos que sea lo que suceda. Carlos Spottorno, cámara en ristre y Guillermo Abril, bolígrafo en mano, se trasladan a Melilla, se entrevistan con subsaharianos del Gurugú, luego van a Europa, a Polonia, a los Balcanes a ciudades que no sabríamos situar en los mapas, próximos al polo Norte. Fronteras que impiden la circulación de miles de personas que vagan como fantasmas, de territorio en territorio, huyendo de la miseria o la guerra y sin encontrar en un destino siempre incierto la promesa de un futuro. Ese limbo, el círculo infernal en el que se mueven tantos migrantes quedan registrados dramáticamente en las fotografías y textos de Carlos y Guillermo, en una concienzuda labor de documentación de estos hechos reales, que evidencia muy bien el desamparo, la desesperación y la vulnerabilidad en la que viven y mueren hoy tantísimas personas.

La grieta

La naturaleza humana tan frágil tiene aquí la consistencia de una hoja en la tormenta. Vidas que se pierden en el mar, en los caminos, en una diáspora sobrecogedora.

Aunque el libro tiene ya algunos años (2016) no pierde vigencia. Vemos cómo Trump puede volver a ganar las elecciones. Se afianza el asentimiento de Putin en el poder, el mantenimiento de las guerras de Siria y Ucrania; Reino Unido sigue fuera del Brexit. El rampante auge de la ultraderecha en Francia y el reforzamiento de los nacionalismos más radicales en otros tantos países. Son grietas por doquier, motivo de conflicto y tensión, y no pinta nada bien la cosa, por eso, libros como La grieta conviene tenerlos siempre a mano para no poder la perspectiva y no dejarnos engatusar por los cantos de sirena leibnizianos.

La grieta

Y al hilo de esto recomiendo una película que también aborda el tema de los refugiados. Éxodo. Y el relato:

Muerte en reversa

Muere. Asfixiado. Sin oxígeno. Corazón órgano inútil. Aplastado antes sobre la valla. En el puesto fronterizo de Nador. España al otro lado, estirando el brazo. No ha dejado de intentarlo. La tenacidad la aprendió de su madre. Un intento fallido tras otro. Como una pelota de frontenis rebota hacia el interior una docena de ocasiones: Beni Melal, Chichaoua, El Kela des Sraghna… Marruecos es un muro. No puede esperar en Oujda la posible concesión del asilo. Ahora está en Argelia, en Maghnia. No conocerá el amor. Sueña con fronteras porosas. Ha perdido la cuenta de las veces que lo han desvalijado. Duerme bajo un puente. Trabaja en lo que sea. Un pensamiento: sobrevivir. Obtiene una miseria por doce horas de trabajo diario como peón. Otra vez a un centro de internamiento en Libia. Cuando ya ve el final unos brazos lo suben a una embarcación. Caen de la barca neumática. Surca el mediterráneo. Deja tierra firme. Anhela vivir en paz. Tener una vida. Camina hacia Libia. El mapamundi es una abstracción. Ampollas en los pies, la fatiga, el hambre acumulada, el cansancio infinito. El sudor ajeno es el oro negro del capitalismo. Deja el campo para trabajar en una mina clandestina de sol a sol en el norte del Chad. La adolescencia transcurre en Darfur. Tiempo baldío en un campo de refugiados. La vida es un futuro informe. El primer recuerdo es en Sudán corriendo por caminos polvorientos. En al aire el sonido de disparos. No recuerda su infancia. Dos cachetadas en las nalgas. Nace.

Por la GR-38

De Laguardia por la GR-38, la conocida como Ruta del vino y del pescado, podemos llegar hasta Lagrán, en la otra cara de la Sierra de Cantabria, en la llanada Alavesa. Una vez superado el poblado prehistórico de La Hoya, la ascensión no da descanso hasta llegar al Puerto del Toro.

De ruta por la GR-38

Partimos de 600 metros y rebasaremos los 1200. En cuatro kilómetros ascenderemos 400 metros. Y en el último kilómetro, pasamos de 1000 a 1200; más de 200 metros de desnivel. Esto supone tener que ascender pendientes de más de un 20% de desnivel, como media; luego hay pendientes de casi un 30%. Hacerlo en bici, supone tirar de ella, porque el terreno son piedras sueltas en algunos momentos. En el tramo final el sendero se estrecha y es piedra caliza. Complicado meter la bici por trocha tan estrecha. Una vez hecha la cima aún hay que ascender otro poco para iniciar el descenso hasta Lagrán.

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A medio kilómetro de la cumbre estaba la Cruz del Castillo. Lo dejaremos para una ascensión a pie. El terreno sigue siendo roca, no sendero, y de nuevo hay que bajarse de la bici y domarla para que no se encabrite montaña abajo.

Más adelante ya entramos en el bosque. Se suceden las hayas, los bojs, los avellanos, los troncos cubiertos de musgo. El terreno está embarrado. Finalmente, el bosque se abre a la llanura con Lagrán al frente.

Regresamos por carretera, subiendo hasta Bernedo y después disfrutando de la bajada con el sol ya declinando, hasta Logroño.
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He leído que la GR38 es ciclable. El tramo entre el Poblado de la Hoya y Lagrán, al menos esos cuatro kilómetros, no me lo parecen. No obstante, las vistas panorámicas merecen la pena el esfuerzo.

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Quizás nos pase a todos (Diego L. Monachelli)

Habitar las palabras para habitar el mundo y espantar el miedo y la soledad, también el abismo y la incomunicación. Rehúye Diego en su relato lo explícito, como cuando llueve a cántaros y a través de cristales vemos figuras, visajes, perfiles y más que ver intuimos y rebañamos sombras; así se van construyendo los personajes que pueblan la narración. Un grupo de amigos a los que el tiempo cubre y escinde. La argamasa siempre son los recuerdos. Que las reuniones no contemplen el porvenir, sino lo pasado. Sí, esto nos pasa (y pesa) a todos a menudo cuando nos reunimos.

Las palabras son los cimientos, ya sea en forma de cartas; las escritas por Nana a Nené y viceversa. Cartas para ser leídas; palabras para conocerse y explicarse. Escribir para pensar (y ser) en voz alta, para corregir el ahora.

Lo indefinido cae en forma de copiosa, desabrida e iracunda lluvia; ruido de fondo que aviva en la prolija prosa de Diego, la extrañeza y la irrealidad —servida de la mano de personajes como Martita, el enano o el facultativo Danhauser y su inflamado lenguaje—. Fuera, el mar golpeando la barcaza del mundo y a los que van a bordo.

¿En qué tiempo discurre el polifónico relato? ¿en qué ciudad? ¿qué le sucedió a Nené? ¿qué pasó con El Negro? Si esto fuese un bestseller, El Negro habría muerto y Nené sería víctima o verdugo y cada uno de los personajes tendría sus razones para haberlo ultimado. Pero, afortunadamente, no van por aquí los tiros.

Creo que la narración busca y consigue ir hacia lo universal desde lo local (el Yacaré como punto de reunión) porque lo que experimentan Bety, Luis, Celia, Edurne, Nana o Nené es la pérdida, la saciedad del vacío, donde la presente fatalidad bien pudiera juntarlos de nuevo en el hospital. Pero no, todos ellos son seres ambulantes, aparentemente fuera de los confines hospitalarios, pero igualmente perdidos en el diluvio, y testigos de la imposibilidad del tiempo curvo y por tanto del eterno retorno.

La cubierta del libro es una mano con ocho dedos y cada falange es un rostro; rostros que bien se miran o se dan la espalda. Acertada síntesis visual donde cristaliza el espíritu de esta plausible novela.

Diego L. Monachelli
Quizás nos pase a todos
2024
172 páginas