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Fondamenta degli incurabili (Iosif Brodskij)

Dejaba Venecia sin querer irme, y la manera que tenía más a mano para seguir habitando la ciudad era conectarme a ella a través de la lectura. Así recurrí a Fondamenta degli incurabili de Iosif Brodskij. Leí los 51 fragmentos, las 108 páginas, en italiano y el libro cumplió su propósito. Me permitió seguir habitando en la ciudad, al menos mentalmente. Brodskij como tantos otros, y pienso en Nooteboom, cuando hollaron por vez primera Venecia sabían que querían volver. Y lo hicieron en innúmeras ocasiones. Brodskij regresó cada año (durante 17 inviernos) y a su muerte quiso que sus cenizas estuvieran en Venecia. No logrando el estatus de venecianos quisieron conocer los secretos de la ciudad, ser testigos de su magia, ver cómo la luz incide en el espejo de la laguna, o la manera en el que la historia -más de 1600 años- han ido conformando una ciudad que parece brotar del agua, como un tesoro propio de las novelas de piratas.

El autor lograr sustraerse a los lugares comunes, pero comparecen, no obstante, las góndolas y los canales, la basílica de San Marcos, la Iglesia de San Zacarías, el cementerio de San Michele (donde está enterrado Igor Stravinski), el trazado laberíntico, los leones alados y San Marcos, los edificios lamidos por el agua convertidos en su interior en neveros, en invierno, la acqua alta que obliga a los lugareños a echar mano de sus botas de agua. Un clima que es del gusto del ruso Brodskij.

Lo que eleva el texto es la calidad poética del mismo, la capacidad que tiene para evocar, para describir una ciudad siempre inasible, fantasmal, visitada en otoño e invierno por la niebla y la lluvia, y en la que el viajero, siempre en continuo movimiento (caminando o en vaporetto), no dejará de elevar la cabeza y moverla a hacia los lados tratando de asimilar tantísima belleza.

Venecia

Ninguna foto hace honor a Venecia, una ciudad que hace aguas y se pare a sí misma cada día. Fotos que captan monumentos, instantes fugaces y felices, como el rayo sobre la basílica de San Marcos, o la mujer leyendo, enmarcada en la ventana, o la señal que te dirige a izquierda y derecha indistintamente, o el agua de la laguna que va cambiando de color según haya sol o esté nublado, o el gondolero que se sirve de la suela del zapato apoyada en la fachada de la casa para así enhebrar la góndola por el ojal del canal.

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Amenaza en la sombra (Nicolas Roeg)

Lo que más me sorprende en esta película es la ciudad de Venecia, una ciudad que aquí se nos muestra sin las hordas de turistas a las que hace ya más de un siglo se refería Jean Lorrain en su libro Salvad Venecia. No reina aquí el calor, ni se cierne la amenaza de la peste como en Muerte en Venecia. En esta producción de 1973, se inhala el desasosiego, algo parecido a lo que experimentaba la pareja de la novela de McEwan, El placer del viajero, aunque aquí más que de desasosiego hablaríamos de terror, pues pavor es lo que siente la pareja formada por John (Donald Sutherland) y Laura (la sensual Julie Christie), que trata de lidiar con la muerte de su hija pequeña ahogada en un estanque. Residen ahora en Venecia, John trabajando como restaurador. Venecia no se muestra como una ciudad asolada por el turismo de masas, pues en casi todas las escenas, las calles -a menudo estrechos callejones poco iluminados, sórdidos y siniestros- por las que se mueven John y Laura están vacías, también las plazas y los canales, mientras se suceden los crímenes y se manifiesta una amenaza que una vidente hará saber a Laura; una vidente ciega capaz de ver a la hija muerta de la pareja. Un peligro que está ahí fuera, una profecía camino de cumplirse, un final trágico.