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El diario de Hamlet García (Paulino Masip)

Paulino Masip (1899-1963) partió hacia el exilio en Méjico en 1939. Allí, dos años después de finalizar la guerra civil española, publicó El diario de Hamlet García. Un libro poco conocido. Recelo mucho de las redes sociales, pero a veces nos ofrece cosas muy buenas. Así gracias a @Lehendantza descubro una de las mejores novelas del siglo XX, en su opinión, muy bien fundamentada si leemos su reseña.

Le han colgado a la novela la etiqueta de ser una de las mejores escritas sobre la guerra civil. Como no las he leído todas, ni mucho menos, no puedo opinar al respecto. Pero creo que sí guarda relación con otro libro espléndido: el libro de relatos Los girasoles ciegos de Alberto Méndez.

El ilerdense Paulino Masip, ligado a La Rioja: fue uno de los fundadores del Ateneo Riojano (el 31 de diciembre de 1922), dirigió el periódico republicano El Heraldo de la Rioja (entre 1924 y 1926), y vio representadas algunas de sus obras en el Teatro Bretón de los Herreros de Logroño (La Compañía de Irene López Heredia representó la comedia «La Papirusa«, la obra «El báculo y el paraguas» y «La Dama del Antifaz», los días 10,11 y 12 de marzo de 1936), crea en esta novela un personaje memorable: Hamlet García, profesor ambulante de metafísica, para más señas. Su profesión es determinante en su forma de ser. En el Diario que leemos, Hamlet mantiene en ocasiones un diálogo consigo mismo, se interroga de esta manera, y en segunda persona, en aquellos momentos en que considera necesario tomar distancia de sí mismo.

El punto de partida nos sitúa los meses previos a la sublevación que tuvo lugar el 17 de julio de 1936. Hamlet se sabe un hombre vía láctea, hombre nebulosa, siempre en las nubes, embebido en pensamientos que lo sustraen tanto del mundo contingente, real, como de las requisitorias de la vida doméstica y de los afanes en los que ocupamos el tiempo la mayoría de los mortales, pues se considera un menor de edad para todos los menesteres prácticos. Páginas diversas, unas dedicadas a la asistencia de Hamlet a una corrida de toros; una escena de corte mitológico, formando el toro y el torero una unidad, pensemos en un centauro. Páginas que me recuerdan a las dedicadas a la tauromaquia por Leiris en Edad de hombre. Otras recordando el parto de su primer hijo o la asunción de la cornamenta -siguiendo con la tauromaquia- con la que lo obsequia su mujer Ofelia.

Cuando acontece la sublevación, Hamlet, que nunca ha tomado partido por nada, y que tampoco tiene ninguna filiación política -no es por tanto ni republicano ni faccioso-, queda como la veleta a expensas de los vientos enrarecidos que van llenando las calles de explosiones, ruidos, revolución y muerte, cuando él solo quiere silencio, retomar sus lecturas, seguir ajeno a todo. Pero no le es posible, porque muy hábilmente Masip mueve a Hamlet por el tablero que es la ciudad de Madrid. De esta manera Hamlet, una vez que su mujer y los hijos se han ido a Ávila, poco antes de la sublevación, es víctima de inopinadas experiencias. La realidad se irá filtrando en su (a priori, impermeable) persona, y ve cómo unos y otros: ya sea el dueño de una cafetería que ve cómo la guerra le puede hundir en la miseria si los milicianos no apoquinan lo que corresponde y esquilman sus existencias; Daniel, un discípulo al que imparte clases de filosofía para poco después agarrar un fusil para ir a librar la guerra y encontrar entonces su vocación; o una mujer de la calle, Adela, en cuya cama acaba por casualidad (o causalidad, porque el Destino a veces ofrece inéditos desenlaces); u otra discípula, la adolescente Eloísa, con la que comparte intimidad, al poner el padre de ella pies en polvorosa tras la sublevación, apurado Hamlet ante la posibilidad de que operase (¿el Destino, la Voluntad?) la transformación que lo convirtiera a él en Abelardo.

Como no hay posicionamiento previo, Hamlet no va ni a favor ni en contra de unos ni de otros, en su comienzo. El día 17 de julio, cuando acontece la sublevación, escribe en su diario: Hoy ha hecho mucho calor. Apunte muy Kafkiano. Ya saben: Por la tarde fui a nadar.
Lo interesante en la novela es ir viendo cómo afecta a Hamlet el contacto con personas que sí están dispuestas a morir y a matar o bien se ven cegados por la luz de los hechos, con las que mantiene interesantes diálogos, en donde los grandes discursos se rebajan a algo tan básico como la constatación de la injusticia, los abusos o la desigualdad, o a la evidencia de que quienes siempre habían ostentando el poder (el Ejército, la Iglesia, la aristocracia), después de cinco años en el banquillo, querían salir de nuevo al terreno de juego para ganar el partido con toda la artillería pesada, contando con la ayuda de poderosos aliados extranjeros, que permitiese a la barcaza de la sublevación llegar a buen puerto, doblegando entonces la voluntad del pueblo; un pueblo confundido, obligado a respirar un aire demasiado enrarecido, como si el éter, nutrido de dióxido de carbono, nublase el raciocinio y ciertos instintos primarios (sacar a la gente de sus casas y asesinarlas, los paseíllos, los ajusticiamientos…) tomasen la voz, a la fuerza, para ponerse al mando de la barbarie. Pero Hamlet en su diario no explica, cuenta.

Si en el comienzo la narración es articulada, luego vemos que esta trabazón se desmenuza, como ya se advierte. Se obvia entonces el orden cronológico y el texto parece ser el reflejo de una mente cada vez menos metafísica y más física, más corpórea, cuando el hombre-vía-láctea que siempre ha sido Hamlet, parece convertirse en otro, no para sublimarse, sino para devenir un hombre-masa, proclamando su derecho a la (vulgaridad de) la existencia, aprovechada la catarsis que las circunstancias permiten o imponen.

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Contra el desentendimiento. Defensa sosegada del entusiasmo (Luis Alfonso Iglesias Huelga)

Son cuatro, con este que me ocupa, los libros que he leído de Luis Alfonso Iglesias en lo que va de año. Quizás porque mis Devaneos tienden a buscar cada vez más las respuestas, y aún más las preguntas, que se formulan en ensayos tan lúcidos y bien escritos como el de Luis.

Me gustan los títulos de sus obras: El país era una fiesta, La ética del caminante o Contra el desentendimiento. Y también los subtítulos: Y otras razones para la esperanza o Defensa sosegada del entusiasmo.

Es necesario hoy, más que nunca, el sosiego y el entusiasmo, para no caer en la inercia de pensar que las cosas son como son y que no vale la pena ni si quiera pensar en que las cosas puedan ser de otra manera y que, por ende, nada es susceptible de ser cambiado. Y ahí el entusiasmo es el corazón que da vida a cualquier empresa que nos planteemos.

El libro se inicia con un prólogo de Manuel Cruz, al que siguen 30 capítulos cortos y un epílogo. Como en otras obras de Luis, el ensayo va bien provisto de bibliografía, pues siempre construimos nuestros pensamientos e ideas a partir de las palabras de los demás. Y este manejo y juego con las palabras permite titular algunos capítulos así: Del consumismo al consuotro, Del Taylorismo al Tayyoísmo, El lago de los chismes, El fin justifica los tedios, El hombre es la deriva de todas las cosas

Alguno de los muchos temas en los que Luis pone el foco es el de las redes sociales, y la sobreexposición en las mismas. Sobreexposición que tiene el efecto contrario.

La sobreexposición es una eficaz configuración de la invisibilidad que se manifiesta de diversas formas. Uno se invisibiliza cuanto más se expone, porque la hipertrofia de la imagen exige un envoltorio prevalente. En ella se muestra, no se demuestra, y para eso necesita la presentación incompleta de uno mismo y del otro por exigencia del expositor.

Ante el manido lema de todos los políticos son iguales, todos roban, y da lo mismo votar a unos que a los otros, Luis encarece la figura del político, aquel polites que en Grecia se diferenciaba del idiotes.

Recordemos que los griegos llamaban idiotes a aquellos ciudadanos que no participaban en la actividad política y permanecían reducidos a su particularidad, lo que les impedía comprender su condición de seres sociales y, por tanto, la imposibilidad de vivir libremente. La ciudadanía griega exigía la actividad política y con el fin de resaltarla utilizaban el término polites en el que hombre y ciudadanía se identificaban.

En la actualidad existe una marcada tendencia ciudadana a la conversión en meros espectadores prisioneros de su apatía. Esta ofrece el falso y reconfortante imaginario de que el espectáculo que contemplamos es eterno, ya que no importa lo que nos muestren porque el objetivo es seguir sentados. Y ahí entra la segunda y terrible fase. «La libertad de opinión es una farsa si no hay información objetiva y si se ponen en discusión los hechos mismos», nos advirtió Hannah Arendt.

Y Luis detalla bien cuál sería la nueva ágora.

Sospechas de apariencia y manipulación se han perfeccionado tanto que la opinión ha logrado succionar a la verdad. Influencers, followers, communities, etc., son los nuevos representantes del agora trasladada al espacio de las redes sociales contenidas en el smartphone, ese sitio en el que, paradójicamente, estamos inmovilizados por el móvil. En la nueva agora virtual agonizan el discurso y el debate, la argumentación y la refutación, heridas por el silencio estrepitoso del narcisismo, la trivialidad y el tribalismo.

Es necesaria la vindicación del sosiego, de pararse a pensar y de pensarnos, y de frenar también el consumo desaforado.

¿Y si nos damos la oportunidad y sustituimos esta hipérbole del consumo por un hipérbaton de sosiego en el que pongamos el acento en nosotros? Puede que, entonces, surgieran la creatividad y el pensamiento, las más humanas formas de consumo y producción. Incluso de coproducción frente a esta hipertrofia grumosa de la hiperproductividad.

Y otro problema importante es además de las fake-news, determinar quién tiene el poder hoy para difundir la «verdad»; si hoy ya la verdad tiene algún peso, y no es como dice Luis, tomando las palabras de Juan Bonilla, ya solo un periódico de Murcia.

La verdad ya no está en manos de quienes la van construyendo asentada en el conocimiento científico, sino que depende de aquellos que, desconociéndola, tienen el poder de difundirla. Quién me lo dice importa mucho más que lo que dice, así que los voceros del conocimiento científico no son los científicos sino los famosos, una anomalía que por aceptada no puede dejar de ser repensada. Una vez más, el medio no solo es el mensaje sino que el tedio es el masaje, porque quien nos llega es el intermediario con su estética y su jerga y no el contenido con su ética y su lenguaje.

Una -tiene muchas- de las virtudes del ensayo es su aliento poético. No olvidemos que Luis es filósofo, docente, y poeta y esto se nota en la selección de las palabras, en su preciso engarce, y así vemos cómo la poesía se transforma en aquilatada prosa en La algarabía de la quietud o en Sinfonía del mundo imaginario. Y de nuevo, otro subtítulo magnífico: Autobiografía colectiva en cuatro movimientos. Para dar cuenta de la tragedia que sufren muchos migrantes en sus odiseas, donde El Dorado de antaño, hogaño es simplemente la posibilidad de un porvenir.

Fue un placer, dicho sea de paso, acudir a la presentación que Luis hizo (acompañado de Jonás Sáinz) en la Librería Cerezo; uno de esos espacios físicos convertidos en ágoras, espacios para la reflexión, el pensamiento y el sentimiento, con el que Luis impregna cada uno de sus textos, para lejos de dejarnos inermes, armarnos de razones para la esperanza.

Librería Cerezo

Contra el desentendimiento. Defensa sosegada del entusiasmo.
Luis Alfonso Iglesias Huelga
Editorial Balduque
2023
Prólogo de Manuel Cruz
176 páginas

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El crimen del cine Oriente (Javier Tomeo)

Una visita a las urgencias de un hospital en calidad de acompañante y las casi seis horas de espera crearon las condiciones propicias para darme a la lectura y sobrellevar (relativamente) el aburrimiento con esta novela breve (113 páginas) de Javier Tomeo, al que hacía un porrón de tiempo que no leía.

El título de la novela no hace honor a la verdad, pero no dudo de que es más impactante colgar ahí un crimen, que la «muerte» o el «accidente».

La historia es una pieza de cámara, como si fuese una película que estuviese pensada como una obra teatral, si bien aquí los diálogos no son lo mejor de la novela. La historia nos cuenta cómo el destino de una prostituta que deja el lupanar de la noche a la mañana y también a su chulo después de recibir una paliza de este, se liga, de buenas a primeras, a la de un acomodador (del cine Oriente), sin encontrar acomodo, por mucho que ella quiere conquistar a su amorcito (con querencia por el trasnoche y el pimple) por el estómago, y le prepare reiterados estofados, resultando ella a la postre estafada, pues le dejará a su Juanito (que así se llama el susobicho) dos mil duros (la novela data de 1995) que no volverá a ver.

Ella maneja un lenguaje sanchopancesco, abundante en frases hechas y refranes, y Juan tiene la mente tan nublada por el sexo que logra ir poco más allá en su pensar de la idea de follar (un pensamiento que a duras penas (a falta de un pene duro pues el alcohol desarbola cualquier pasión) logrará materializar mas que en contadas ocasiones.

Creo haber leído que Tomeo prefería los personajes masculinos en sus novelas. Y lo entiendo, porque aquí María parece un muñeco en manos de Juan. Como si ella hablase por arte de la ventriloquía.

Por darle algo de alegría (o misterio) a la cosa, la novela despunta con lo que podría ser un triángulo amoroso, o un crimen pasional, como se denominaban entonces a los crímenes de las mujeres a manos de sus parejas, pero ni por esas.

La novela se resuelve de esta manera (podía haber sido de cualquier otra), porque de alguna manera había que ponerle fin a una historia en vía muerta casi desde su comienzo.

En 1997 la novela fue llevada a la gran pantalla… pero esa ya es otra historia.