Archivo de la categoría: Literatura Española

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La madre del futbolista (Pablo García Casado)

Leyendo la novela La madre del futbolista, la primera de Pablo, rememoraba los versos de sus poemas en las afueras. Aquel mundo de los noventa. Eran poemas sagaces, ingeniosos, con pegada. La novela, sin embargo, sigue un cauce mucho más convencional y anodino.

El pasado y el presente confluyen en tiempos de pandemia y confinamiento. Sonia se separa del marido y debe librar su batalla por la supervivencia, ocupada en distintos trabajos, físicos y virtuales, porque las nuevas tecnologías, posibilitarán el advenimiento de internet y el sexo online.

Alrededor, en la órbita de Sonia, el exmarido, Pedro, y ricachones de casa bien venidos a menos; matrimonios como el de Julián Sotomayor y Lucía Martínez da Costa; puesto a la fuga el primero cuando se destapen los casos de corrupción.

En la narración, un papel destacado es para el fútbol, basta ver la cubierta. Samuel destaca en estas lides y se vislumbra la posibilidad de que pueda jugar en un equipo grande: en el Villarreal CF de Francisco Roig. Al frente de su educación sentimental futbolera está su entrenador, Sergio Chucho González, haciéndole entender la cultura del esfuerzo. También Josh, apasionado del Nottingham Forest. A través de la mujer de este, Mari, y de unas películas que coge en su videoclub, la existencia de Sonia se abrirá a una doble vida, a la industria del porno.

Sonia lucha por llegar a fin de mes, por pagar las facturas, por sacar a su hijo adelante, por alcanzar sus metas y no dejarse vencer. Su pelea, en definitiva, es la de casi de todos. No encuentro en la novela la intensidad ni la emoción que experimenté con aquellos poemas.

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La tercera clase (Pablo Gutiérrez)

En la estupenda novela La tercera clase (La navaja suiza editorial, 2023), Pablo Gutiérrez nos sitúa en el bajo Guadalquivir, en un territorio conocido como La Broa. Zona marismeña donde cuatro grandes edificios no ejercen de faro de nadie, porque todos andan bastantes perdidos, consumidos en la miseria, la desesperanza, atados a destinos crueles, respirando todos ellos una libertad asfixiante. Algo ha sucedido con la joven Valme. Testimonios varios, de amigos de la cuadrilla de Valme (Aldo, Alberto, Nico, Guti, Aurora, Regla…) de profesores (Eduardo, Dolores, Sebastián, Beatriz, Joaquín…) y ordenanzas (Antonio) son voces que se cruzan en el vacío para arrojar algo de luz (dudosa) sobre lo acontecido. Y como en otras novelas suyas, la mirada de Pablo, pienso en Democracia, pienso en Nada es crucial, se compromete con lo social, con el espíritu adolescente (que tan bien describe y conoce), para iluminar zonas físicas y espirituales para nada amables, más bien tumultuosas, violentas, dramáticas, contradictorias. Los jóvenes que rodean a Valme son violentos, actúan como el eslabón de una cadena, como la correa de transmisión, sin mejorar la situación de sus progenitores. Las aulas apenas les alivian su situación unas horas. Aulas que son también celdas. ¿Qué papel juega para ellos la educación? ¿Qué tienen que ofrecer los docentes? El narco es el contexto, el maná que todo lo emponzoña, siempre. El presente es aciago, trágico, y parece que solo el fuego sea capaz de acrisolar aquellas almas aceradas y deletéreas, para despejar entonces las malas yerbas, amorrados muchos de ellos a ese deseo de desaparecer, de borrarse del mapa, ligado su sentir a un odio tan, tan profundo que parece haber contaminado la tierra insalubre hasta convertirla en un páramo inhabitable.

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Obra maestra (Juan Tallón)

La obra maestra es robar la escultura de Richard Serra, no hacerla, dice Isidoro Valcárcel.
Una buena historia hace un libro, creo.
Que una escultura (Equal-Parallel/Guernica-Bengasi) de treinta y ocho toneladas desaparezca de un almacén sin dejar rastro resulta muy novelable. Esa idea le rondará a Juan Tallón durante años hasta que puede llevarla finalmente a término.
Una novela que en la suma de testimonios de todo tipo (artistas, políticos, el propio Serra, taxistas, empresarios, celadores, escultores, escritores, juezas de instrucción, policías, funcionarios del Reina Sofía y un largo etcétera) pudiera resultar infinita o inabarcable.
La obra desaparecida no aparece y esa desaparición es un misterio sobre el que los múltiples testimonios aquí vertidos (algunos de ellos controvertidos) no arrojan ninguna luz.
En la naturaleza polifacética de la novela (muy interesante la relación que se establece entre Serra y Oteiza) es donde reside la grandeza de la obra. En una obra que además de enganchar nos hace también pensar acerca, por ejemplo, de la naturaleza del arte moderno, y en concreto en la particularidad de las obras de Serra que son indisolubles del tiempo y el espacio que ocupan.
Un trabajo el de Serra que precisa de tanta gente que se convierte en una «compañía». Obras algunas efímeras. Escultor capaz de convertir las ideas en técnica.
Al leer sobre La materia del tiempo y su permanencia en el Guggenheim, recuerdo que en 2003 visité el museo y que recorrí la sala y los volúmenes de acero. Ahora sé que eran de Serra. Dos décadas después descubro que me paseaba por entre una obra maestra.

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Santander, 1936 (Álvaro Pombo)

Leo en el Epílogo.

Deseo subrayar aquí que Santander 1936, que es una novela, que es ficción, a la vez contiene un gran número de elementos y personajes reales que forman parte de la guerra civil en Santander, como mi propio tío Álvaro Pombo Caller o mi abuelo Cayo. No hubiera sido posible escribir esta novela sin la ingente colaboración de Mario Crespo López: unos cuatrocientos folios que proceden de la hemeroteca de El Diario Montañés y demás material histórico. La generosa ayuda de Mario Crespo ha sido, pues, indispensable. Sin el realismo documental de un historiador como Mario, esta novela se habría quedado en nada.

Así pues Mario aporta el contexto, el material histórico y Álvaro Pombo (Santander, 1939) pone de su parte su buen quehacer literario y su memoria personal. La narración se centra en los pormenores de Álvaro, un joven de familia acomodada que a su regreso de París, cae bajo el influjo de la falange. Hay ahí un ascetismo y disciplina, propia de una orden religiosa que lo seduce. Su padre, Cayo, asiste al compromiso político de su hijo, temeroso, él que es burgués, laico y republicano, y ve en el ideario de Primo de Rivera, en su animo totalitario, elementos que no le convencen y asustan.

Es 1934, cuando se inicia el relato, el poder está en manos del gobierno republicano (sería la continuación a 14 de abril, de Paco Cerdá). Parece que las fuerzas republicanas y la de los sublevados fuesen dos fuerzas llamadas a colisionar, como si les resultara imposible desoír las voces que les impelen a cumplir con su destino histórico: ¿una lucha fratricida?
De esta manera parece que el diálogo y las palabras son imposibles. El único argumento convincente el de las armas, la destrucción, las checas (el asesinato de falangistas en el barco-prisión Alfonso Martínez), los bombardeos de la Legión Cóndor contra la población civil santanderina, las sacas. La barbarie.

El quehacer de Pombo consiste en tratar de ponerse en la mente tanto de Álvaro, como de Cayo, y así, mediante sucesivos diálogos entre padre e hijo, al estilo platónico, tratan de entender cada uno cuál es su naturaleza, sus motivaciones, sus porqués, sus destinos. Como si a la situación que viven se le pudiera buscar una explicación lógica. Como si fuese posible resolver la ecuación (con un buen número de incógnitas) con palabras.

Bueno.