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Las malas (Camila Sosa Villada)

Las malas
Camila Sosa Villada
Tusquets
2019
230 páginas

En Las malas, Camila Sosa Villada (Córdoba, 1982) nos abre las puertas al universo travesti. Desde niño gusta vestirse de mujer. Algo reprobado por su padre alcohólico -que piensa que así acabará muerto y tirado en una zanja- y por la madre, que secunda a su marido. La imposibilidad de habitar un mundo inhabitable.

Yo no podía ser un hombre en ese mundo.

Travestis que generan atracción y desprecio en el paisanaje local de Córdoba (Argentina). Imposible apartar la mirada de un hombre vestido de mujer. Camila nos da cuenta de su infancia, adolescencia e incipiente adultez y lo difícil que le resulta poder ser ella misma.

Era un cuenco seco, viejo y duro, dentro del cuerpo de una criatura de 18 años.

El calor, el cariño y la comprensión que no hallará en su hogar lo encontrará en la pensión de la Tía Encarna, madre de todas las putas.

Santa patrona de todos nosotros, que logramos encontrarte en la búsqueda sin descanso de una madre, de procurarnos una madre para esas noches de remordimiento, una madre que nos enseñara a no sufrir.

Aquel hábitat pasa a ser su mundo, el nido desde el que salir a ganarse el pan prostituyéndose, una remuneración que le ayuda en satisfacer su necesidad de verse como una mujer. Aunque con un cuchillo entre las piernas.

En el quehacer de la prostitución se hermanan la fealdad y la belleza, la caricia y la vejación (más de una vez amanece sin saber qué tropelías han hecho en su cuerpo), el sexo activo y pasivo, las conversaciones enhebradas en los gemidos, el mercadeo del cuerpo que busca la clandestinidad, la penumbra en los parques, la invisibilidad en el día a día.

Comunidad travesti que se verá acechada, injuriada, agredida, asesinadas algunas de ellas y finalmente disuelta. Y de todo esto da testimonio Camila, un testimonio que cifra bien su Vía Crucis, dolor y sufrimiento e ilumina el universo travesti desde distintos ángulos, sobrevolando la sordidez gracias a una prosa delicada, contundente y también poética, pues cuando el El Brillo de los Ojos aparece en escena, o Los Hombres sin Cabeza o María la Pájara, uno ya siente en la textura del papel la magia del relato, la punzada de la existencia, la vida (pesarosa) abriéndose paso.

Nuestro cuerpo es nuestra única patria.