Ante ciertos paisajes ganas dan de metamorfosearse con el medio.

Ante ciertos paisajes ganas dan de metamorfosearse con el medio.
Caminaba sin rumbo cuando vi este campo de fútbol vacío y al parecer abandonado y pensé en lo que decía Galeano: No hay nada menos vacío que un estadio vacío. No hay nada menos mudo que las gradas sin nadie. A mí me resultó triste, desangelado, una geometría obsoleta.
Muy grata sorpresa la que me llevo cuando descubro que en el camping existe un rincón para la lectura y una biblioteca surtida con obras notables, como Me muerden los relojes de Ángel Guache, donde el autor pergeña una especie de memorias mínimas donde irá dando cuenta de los seres queridos que se han ido, recuerdos de la niñez y juventud, su relación con la escritura y la pintura, con un tono melancólico, como esa invitación al clasicismo paterno a cuyos presupuestos clásicos se acabará acogiendo a una edad pareja.
Ángel Guache (Luanco, 1950) es de Asturias y cuando uno viene aquí de vacaciones a menudo, que llueva (o jarree durante horas y días) en julio o en agosto acaba siendo algo normal y asimilable, tanto como la bruma y los cielos grises. Así, de los distintos textos que componen estas memorias me quedo con este, porque sin ser asturiano lo siento como tal.
Después de una buena tunda caminando desde Busto, pueblo próximo a Luarca, hasta el Cabo de Busto, atravesando un bosque que impedía que a pesar de estar barruzando no acabáramos calados hasta los huesos, sin apenas disfrutar de la vista de los acantilados, dado que se cernía la niebla, al regresar al pueblo nos encontramos con la pastelería Cabo de Busto. Veni, Vidi, Vici. Más que ver lo que hicimos fue deleitarnos con los pasteles que elaboran. Una delicia.
La vida es dulce
Acantilados desde Cabo de Busto