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La próxima piel

La próxima piel (Isaki Lacuesta e Isa Campo)

La próxima piel es una espléndida película de Isaki Lacuesta e Isa Campo, rodada en El Valle del Tena, donde la presencia de las montañas pirenaicas, y un clima hostil, confieren a la película aún más tensión y extrañeza. No hace falta un gran presupuesto cuando se cuenta con unos buenos intérpretes (Emma Suárez, Álex Monner) y un guión soberbio que es una pieza de orfebrería.
Sobre el papel una historia dramática y esperanzadora, la de un niño que se pierde en la montaña con 8 años y que casi con 18 tiene la posibilidad de volver a su hogar, al lado de su madre que no perdió la esperanza de encontrarlo a lo largo de todos esos años. El padre murió cuando el niño desapareció, y ahora el regreso del joven está plagado de interrogantes, de dudas, de elocuentes silencios. El desconcierto del joven, que sufre de amnesia y ataques de ansiedad, permite jugar con los equívocos de toda clase, pues a la identidad del joven, sobre quién sobrevuela la posibilidad de que sea un farsante, se une todo ese pasado que se va filtrando poco a poco, deshaciéndose muy lentamente, un pasado que irá modificando el presente y a cada uno de los personajes a medida que tomen conciencia de lo que son y de lo que hicieron. Pocas películas recuerdo que manejen tan bien la intriga, el misterio, el juego de miradas, la integración del paisaje como un personaje primordial, como hacen Lacuesta y Campo en La próxima piel, un thriller español brillante.

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Días de vino y rosas

Días de vino y rosas es una película demoledora, donde se nos presenta el alcoholismo, no como un solaz inocuo sino como una enfermedad que hará estragos en una pareja de alcohólicos, donde él, Joe (Jack Lemon) reconocerá su adicción y se afanará en mantenerse sobrio (gracias a la ayuda de Alcohólicos Anónimos) y recuperar las riendas de su existencia y donde ella, Kirsten (Lee Remick), no reconocerá que es alcohólica, y no le encontrará ninguna gracia ni sentido a aquello de estar sobria, de tal manera que decidirá amorrarse a su botella y dejar de lado a su marido y a su hija pequeña. La gran virtud de la película es su ausencia de gazmoñería, de discursos moralizantes, donde hablan la crudeza de los hechos. Tampoco hay un final feliz, aquel abrazo parejil que solucione todo y cauterice las heridas al momento. No hay nada de eso porque el alcohol es la bajada a las infiernos de ambos, y en el caso de Kirsten, ésta decide quedarse allí, porque si decide salir, el empuje debe proceder sólo de ella, pues no hay ninguna otra fuerza: ni su esposo, ni su hija, ni su padre, lo suficientemente fuerte como para sacarla a flote. Hay unas cuantas escenas memorables, trágicas, delirantes: Joe empujando a su mujer a beber con él al poco de dar ésta a luz, incitándola a darle a su hija leche embotellada y no el pecho, a fin de que la fiesta continúe, Joe destrozando el invernadero, Joe en el suelo mientras le riegan con alcohol como el que riega una planta, el padre de Kirsten llorando desconsolado ante la imposibilidad de cambiar nada, Kirsten asumiendo que no es capaz de pensar un horizonte en el que no pueda beber más, Joe con delirium tremens en su cura de desintoxicación, y ese impulso final de Joe de ir tras Kirsten, ese momento crucial, en el que todo puede volver a ser como siempre -un infierno- o rumiar su pesar tras la puerta viendo como su mujer se va de él, de su vida, hacia el centro de la nada, mientras la palabra bar se refleja en el cristal de Joe, junto a su cara, ya un poema trágico.

Frantz

Frantz (François Ozon)

Estamos acostumbrados a ver en la pantalla grande conflictos bélicos que muy espectacularmente muestran su cara más brutal, toda la destrucción y muerte que generan. Lo que no es tan habitual es que un soldado, que ha combatido en la Primera Guerra Mundial, en el bando francés, se desplace hasta un pueblo alemán, con el único propósito de obtener el perdón de los padres de un soldado alemán al que mató en una trinchera, en ese momento en el que no matar, implica morir.

Sobre este acontecimiento reflexiona Ozon con profundidad, y la película resulta conmovedora (con una gran interpretación de Paula Beer), y crítica, pues el padre del soldado alemán, sabe que en la guerra todos pierden algo, y que la muerte de los soldados enemigos -jóvenes de la edad de sus hijos- aunque sea motivo de celebración para los vencedores, no deja de ser una bajada a los infiernos, que toda guerra trunca algo.

La narración juega con el suspense y si enseguida descubrimos que las cosas no son como creemos, en un terreno abonado de equívocos, y mentiras piadosas, el sorprendente final, tampoco es un final al uso y deja un regusto amargo, una sensación de impotencia, de imposibilidad.