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El árbol de agua (Tonino Guerra)

Tonino Guerra
El árbol de agua
Pepitas de calabaza
2022
187 páginas
Traducción de Juan Vicente Piqueras
Linograbados obra de Carlos Baonza

El árbol de agua, publicado por Pepitas de Calabaza, recoge tres poemarios de Tonino Guerra (1923-2012; con traducción de Juan Vicente Piqueras y linograbados de Carlos Baonza: La miel, El viaje y El libro de las iglesias abandonadas.
Tonino Guerra fue un reconocido guionista de trabajos como Amarcord, Éboli o Y la nave va. Cuando abandona la ciudad y se va al campo se instala en Pennabilli. Allá escribe estos tres poemarios, en dialecto, en romañol.

La miel (1986), en sus treinta y seis cantos, es la descripción del paisaje y paisanaje, fruto de una mirada entrenada y aguda que fija su atención en un mundo que parece preterido. Homenaje a los agricultores que ofrecen un campo florido en primavera, y un pequeño tratado del alma humana, en el estudio de sus contradicciones y basta pensar en esos dos hermanos que abandonan este mundo sin mirarse a la cara, pero cogidos de las manos.

El viaje es el de Rico y Zaira un viaje hacia al mar, la particular luna de miel de dos octogenarios enamorados, para quienes en vez de ir en busca del mar, habida cuenta de la niebla, ya en su destino, habrán de quedar a su espera.

El libro de las iglesias abandonada
s (1988), supone el testimonio de aquellas iglesias ya abandonadas, desacralizadas por el progreso y pasto del olvido, desvencijadas, de las que apenas se mantiene en pie unos escasos sillares, pero que en su día fueron importantes para la comunidad, lugar de oración y romerías, pero luego hizo falta grava para las carreteras o la gente dejó los pueblos y vació las iglesias, vio secarse las pilas bautismales.

Tonino recibió los elogios de Italo Calvino y pienso que los textos de Tonino, que son poemas o relatos, en los que brilla la imaginación (vemos ermitas voladoras, ovejas que pasan a formar parte de cuadros, ermitas capaces de arrostrar indemnes las avalanchas, nubes estáticas (que me recuerdan a Nop) y también blanqueadoras, libros ocultos entre osarios, ermitas convertidas en almacén de inodoros, cerezos cumplidores de deseos…), espoleados por los recuerdos, son muy marcovaldianos.

Muy bueno.

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A la sombra de las muchachas en flor (Marcel Proust)

Sigo avanzando en la lectura de En busca del tiempo perdido. Finalizo el segundo volumen, A la sombra de las muchachas en flor. Si en la primera parte, Por el camino de Swann, la mayor parte de la narración consistía en exponer la relación que se traían Swann y Odette, en este volumen Proust, en su ejercicio de memoria, nos sitúa en la costa normanda, en el puerto-balneario ficticio de Balbec, frente a una playa. El amor se filtra en su vida, primero de la mano de Gilberta, la hija de Swann (por lo que este, de manera indirecta, vuelve a estar presente) y más tarde a través de un grupo de chiquillas, una bandada, de la que queda prendido. Dos mujeres son centro de su atención: Andrea y Albertina. Otras mujeres, de más avanzada edad, como Madame de Villaparisis, amiga de su abuela, también tiene un peso importante en la historia. Como en el primer volumen, la narración avanza, o mejor, se desarrolla, a través de continuas metáforas, de un rico y voluptuoso lenguaje con el que Proust se demora y retroalimenta, con el que trata de describir, hasta el agotamiento, la mella que en él hará el amor. No importa tanto la mujer que le proporcione y suma en ese estado amoroso, como el estado en sí, algo para él inédito que quiere disfrutar en su totalidad, a sabiendas de que el reverso del amor es sufrimiento, el desvelo, los comezones.

Hay también figuras masculinas alrededor del narrador, como el pintor Elstir, o Robert, el sobrino de Madame de Villaparisis.

El ambiente en el que se mueve el narrador es de la aristocracia, el de la burguesía almidonada, cuyo tiempo es empleado en fiestas, recepciones y comidas, que tan bien describe Proust, no sin cierta ironía, pues no parece que todo aquel ambiente de alto copete, aquel “cogollito” que tan bien conoce y detalla, sea muy de su agrado. Las clases medias permean en la historia a través de la figura de Francisca, la ama de llaves del narrador.

Pero aquí la memoria tiñe el recuerdo de un peso ligero, apenas grave, dulzón y romántico, casi un arrullo, pues lo que Proust narra ni corta ni rasguña, más bien se me antoja como una delicada, dulce y suave melodía que podemos tararear entre dientes, un día soleado, caminando bajo la sombra de los árboles, admirándonos de la belleza de la Naturaleza circundante, expectante ante lo que el porvenir tenga a bien poner en nuestro camino. 1100 páginas leídas y sigo avanzando por este camino con El mundo de Guermantes, tercer volumen de esta heptalogía memorística. No obstante, he de concluir diciendo que disfruté más del primer volumen, quizás por lo que este tenía de novedad.

Recaya (Adriana Bañares)

Recaya (Adriana Bañares)

Adriana Bañares (Logroño, 1988)
Editorial Páramo
108 páginas
2019

¿Qué es Recaya? Quizás suma de palabras y fotografías instantáneas: ramajes, raíces, alambradas, suelos, troncos, terrones, firmes, firmamentos. La poeta solo tiene un arma: la poesía, varias balas: los poemas intitulados y la necesidad de contarse y conocerse.
El poema es confesión y concisión, precisión y cadencia, la música triste, en apariencia, la queja de la niña, hija de un Papá bebé, con una ausencia demasiado presente entre las manos vacías, y como la vida avanza y se apura, la hija recibe el amor, abriendo la tierra, llamándola hogar y será madre, y ahora el miedo será doble, porque al miedo que sentimos a que nos hagan daño, cargaremos también con el miedo a exponer a nuestros hijos a la crueldad de los niños, el miedo a no poder enfrentar la sensibilidad y la curiosidad de nuestros hijos, el miedo a no poder enseñarles a ser buenos, el miedo… y los pies se afincan ¿dónde? ¿Hay espacio fuera del círculo que se ha cerrado, cuando se es extraña en su propia tierra?

A veces, una presencia silenciosa es acogida en el papel, a Ella, que escribiría todas las noches, papel convertido en pájaro en un vuelo cargado de palabras, dejando al lector sumido en el silencio gozoso, contemplándolo con el mismo arrobo que mostraría hacia una estrella fugaz.

Muy bueno.