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Trenes rigurosamente vigilados (Bohumil Hrabal)

En la biblioteca curiosamente se me planteó la posibilidad de llevarme el libro y la película basada en el libro del checoslovaco Bohumil Hrabal (1914-1997). Me decanté por el libro.
El humor y el sexo -un narrador aquejado de eyaculatio precocs, un empleado para quien las nalgas femeninas obran de papel en el que lidiar su aburrimiento estampando en ese horizonte carnal, cuantos sellos tienen a mano- contra la barbarie. Una sinrazón que siempre sale a flote y estalla. Un final memorable, con dos hombres, un checo y un alemán, matándose recíprocamente en las postrimerías de la novela. Dos hombres que podían haber charlado, haber tomado algo juntos, haberse caído bien, dice el narrador.
La guerra los convierte en enemigos.
Europa en un cementerio.
Trenes de paso, algunos rigurosamente vigilados, convertidos en el heraldo de la muerte, ya sean la de animales o personas.

Seix Barral. 2017. 152 páginas. Traducción de Fernando de Valenzuela.

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La dulce (Fiódor Dostoievski)

El comienzo de esta novela breve -la cual quedó recogida en Diario de un escritor, publicación mensual que Dostoievski dirigió desde 1873 hasta su muerte en 1881, unas páginas donde quedó agrupado todo su pensamiento y donde igual tenían cabida la actualidad rusa, la crítica política o social, el análisis literario y cultural, o las impresiones personales antes los diferentes sucesos históricos, según refiere la editorial que lo publicó- me recordaba a otra Y eso fue lo que pasó de Natalia Ginzburg. Aquella comenzaba con la confesión de un asesinato. Una mujer despachaba a su marido hacia el más allá. Aquí la novela arranca con un hombre que contempla el cuerpo de su mujer muerta sobre dos mesas de juego, si bien el juego, al contrario que en El jugador, no se toca. De entrada no sabemos si la ha matado o no. Más tarde sabremos que la causa de la muerte ha sido la defenestración voluntaria de la joven desgraciada de apenas 16 años.

Como es habitual en las novelas de Dostoievski sus personajes son como muelles tirantes que se estiran y se recogen de forma violenta, ruidosa, aparatosa. Él se ha visto a dejar el ejército por un acto cobarde, y se gana la vida como usurero. En su órbita cae una joven de 16 años, con la cual acabará contrayendo matrimonio. Ella le es infiel y él no sabe cómo lidiar con esa situación. Si matarla, si matarse, si batirse en duelo, como en Los demonios, si matarse los dos, algo que me recuerda a una novela que leí hace poco, Alves & C.ª de Eça de Queiroz.

Los personajes de Dostoievski se mueven siempre por unos criterios morales. Es por ello que se habla largo y tendido sobre el honor, la dignidad, el decoro, la humildad, el vicio, la inmundicia, etcétera. A fin de cuentas ambos, tanto él como ella son dos desgraciados, que juntan sus soledades, sus silencios, sin ser capaces de crear nada juntos, más allá de alimentar a la Parca con carne fresca, la de ella. Al leerla, me venían ecos de Crimen y castigo, ya que ahí también aparece una usurera que acaba muerta, y un personaje masculino que parece que siempre se ve en la obligación de redimir, encauzar, embridar, las descarriadas vidas de jóvenes que ellos creen que necesitan protección, cuando lo único que consiguen es hacerlas aún más desgraciadas, en el mejor de los casos.

Editorial Funambulista. 2013. 128 páginas. Traducido por: Gonzalo Gómez Montoro y Bienvenida Sánchez Sánchez

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La educación de las hijas (Mary Wollstonecraft)

A Mary Wollstonecraft la conocí en el libro Huellas, tras los pasos de los románticos de Richard Holmes. Holmes nos presentaba a Mary en 1789, en París, durante la Revolución Francesa. Si bien su revolución personal ha lugar cuando Mary es madre. La educación de las hijas (publicado por la editorial cántabra El Desvelo ediciones), lo escribe Mary a sus 26 años. Un texto juvenil y pueril tributario de su juventud. Mary, creyente muy religiosa, presenta la religión como lenitivo con un más allá, que siempre podrá cumplir las esperanzas no materializadas en el más aquí. Mary escribe su libro en 1787. En aquellos años como Mary bien expone el papel de la mujer pasaba por ser esposa y madre. A tal fin, Mary, expone cuáles deben ser las virtudes, las normas de conducta basadas en la moral, que deben regir el proceder de estas jóvenes. De entrada, Mary, siendo bastante revolucionaria, apuesta por la lactancia materna, lo cual se estilaba muy poco, porque lo propio era no dar el pecho, incluso en las clases más bajas, porque no dar el pecho, se entendía que permitía al ser humano romper con su animalidad.
Mary al contrario que el pensamiento dominante entonces, entiende la lactancia como un reforzamiento del afecto filial.
Mary apuesta a su vez por cultivar la inteligencia, el intelecto, el pensar, y recomienda la lectura. Y dice que la lectura es el mejor ejercicio, la ocupación más racional. El problema es que hay mucho libro malo. Lo sentimentaloide debe evitarse porque lo malo ocupa y triunfa con facilidad: si acostumbramos la mente a lo fácil la buena literatura se nos hará pesada. !Qué razón lleva!

Mary también arremete contra esas mujeres que dedican su tiempo a pensar qué vestido ponerse, qué afeites disponer sobre su rostro, en vez dedicar su tiempo a tareas más provechosas.

No me convence su discurso o más bien su sermón, cuando arremete contra el teatro, pues considera entonces a los espectadores menores de edad que no son capaces de entender nada de lo que ven, al no conocer realmente el espíritu del artista que ha creado dichas obras. Ahí, Mary se muestra muy severa, muy poco proclive, al recreo, al ocio. Sí me parece interesante, lo que Mary, dice de esos personajes femeninos que aparecen en las novelas, escritas por hombres, muy poco pegados a la realidad, siempre a merced del varón de turno, a sus antojos, caprichos, devaneos; personajes que luego muchas mujeres, en su vivir, tratarán de imitar.

Mary habla mucho sobre el refinamiento, como si este fuera la clave del éxito en el comportamiento femenino, sin entrar a fondo la cuestión. Interesante lo que dice acerca de la educación, en su vis pedagógica, cuando habla de que los niños más que tirar de memoria, deben entender, razonar. Hay algo que sí que me parece importante, y es que entendemos mejor algo en cuanto vinculamos lo estudiado a nuestras experiencias. Habla mucho también Mary, de los criados, por lo tanto este libro quizás vaya dedicado a una clase alta, la cual se puede permitir tener gente a su servicio, dejando por tanto de lado a casi toda la sociedad.

Mary expone algunas sentencias que no me resultan muy juiciosas, dónde parece que la pasión vence al intelecto; siempre de fondo, la guerra que libran la pasión y la razón, en nuestro proceder, un proceder, en su caso, siempre marcado por la férrea religión.

De todos modos, La educación de las hijas me ha resultado interesante, por el año en el que está escrito, por haberlo escrito una mujer que en aquel entonces defendía cosas tan importantes como el papel de la mujer, que en aquellos años eran bastante originales y transgresoras.

Para acabar, comentar que Mary falleció a los 38 años, a consecuencia del parto en el que el alumbró a su segunda hija, otra Mary, la inmortal, Mary Shelley.

El Desvelo Ediciones. 2010. 108 páginas. Traducción de Cristina López González. Prólogo de Amelia Valcárcel Bernaldo de Quirós.

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Ella, Elle, Heyya (Juan Goytisolo)

En la introducción de este libro editado por Sirpues se dice que Ella, Monique Lange a quien Juan Goytisolo (1931-2017) dedica este libro, murió con 40 años, cuando lo hizo a los 70, en 1996. Estas notas son un homenaje de Juan hacia ella. Notas muy agudas donde Monique deja claro cómo entendía ella la literatura y la relación tan especial que mantuvo con Juan.

Ella: “La escritura es un acto solitario y un ejercicio ascético, un fuego y una devoración. Sus páginas deben abrasar al lector, transformarlo en llama, como yo me sentí reducida a cenizas al asomarme a la prosa incendiaria del Diario de un ladrón”.

Ellla: “No te tomes jamás en serio. Quien corre tras la gloria la ve desvanecerse como un espejismo. Al respeto intelectual, literario y moral se accede en silencio. Sé una persona, no un personaje. Medita sobre los ejemplos de Beckett, Blanchot, René Char”.

Ella: “No busques honores ni premios. Tu trabajo debe situarse en un ámbito radicalmente ajeno a ellos”.

Ella: “No puedo seguirte en el territorio de tu querencia. Las fotos de tus obreros, soldados y luchadores que hallé casualmente un día entre tus libros me causaron dolor, pero luego me consolé al comprender que los retratados no eran ni podían ser mis rivales. Una pasión femenina sería para mí más dura e insoportable. Lo que existe entre nosotros es precioso y raro: en ningún matrimonio “normal” hay esta verdad y comprensión que a pesar de los pesares, tenemos que preservar con mutuo respeto y tacto.

Ella: “No te envanezcas del éxito circunstancial de tus libros ni de los elogios desmesurados que reciban. Todas las modas pasan. Lo peor que le puede ocurrir al escritor es caer en la trampa del compadraje y halago. Avanzar sus peones de ajedrecista, calcular la rentabilidad de sus pasos, entrar en el juego de la tribu o fratría, someterse a las reglas de lo establecido y asumir su fecunda normalidad”.

“La sorprendente pregunta del primer día en que hablamos a solas: «¿Eres ambicioso?». Desde su atalaya o mirador en Gallimard, había aprendido a clasificar a los escritores en dos categorías: quienes conciben la literatura como una carrera y quienes la viven como una fatalidad o una bendición. Su desafecto a los primeros era inflexible. Diariamente acudían a su despacho corroídos por el afán de notoriedad y aplauso fácil, con una sonrisa que, en las antípodas de la suya, parecía sobreimpresa en su cara y los convertía en viajantes de comercio de sus propios productos, en asiduos e irrisorios actores de las galas y oropeles de la televisión”.