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El abismo del olvido (Paco Roca y Rodrigo Terrasa)

¿Los cómics se ven o se leen? Leo y veo este librazo de Paco Roca y Rodrigo Terrasa con una frase de Kafka percutiendo sin parar: Un libro debe ser el hacha que rompa el mar helado dentro de nosotros. Y para nada deja indiferente este cómic (las viñetas de Roca son muy explícitas), que aborda primorosamente el asunto de la memoria. Por eso el título es tan gráfico, El abismo del olvido. Así es, somos memoria, y si nos empeñamos en olvidar, en hacer de la amnesia el pan nuestro de cada día, nos iremos desconociendo poco a poco, en un descargo de nuestro ser que tiene consecuencias fatales, como se ve hoy en día.

La historia se centra en Paterna. En su cementerio municipal existen 135 fosas comunes. Allí fueron fusiladas 2200 personas después de haber acabado la guerra civil. ¿Era esa la manera que tenía el Régimen de impartir justicia?

Uno de los enterradores fue Leoncio Badia. Republicano excarcelado al que le asignan la labor de enterrar a los suyos. Por otra parte, Pepica Celda, hija de uno de estos hombres asesinados por el régimen, está presente, encaramada en un árbol, el día que su padre fue fusilado. Sabe perfectamente dónde está su cuerpo y emprende su particular Odisea administrativa, para sacar a su padre de la fosa común y poder enterrarlo dignamente.

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La narración, además de ir mostrando aquellos años convulsos, previos a la guerra civil, años violentos y represivos, primero con la represión republicana y luego franquista, nos sitúa luego en el cementerio en el que trabaja Leoncio, que iba para profesor (enamorado de la astrología y la cultura griega: hay un hueco aquí para hablarnos de Aquiles y de su amado Patroclo, de la importancia de tener un sitio físico en el que llorar o poder recodar a nuestros muertos) y acaba como enterrador. Hasta en la noche más oscura siempre hay un jirón de luz, hasta en la abyección más profunda, siempre hay un resquicio para la humanidad. Leoncio ayudará a las mujeres cuyos padres, hijos, hermanos han sido asesinados. Les dejará ver los cuerpos, a espaldas de las autoridades y antes de introducirlos ordenadamente en las fosas. Recortará alguna pieza de tela, un cordel de cuerda, incluso les pedirá que en una botella incluyan el nombre del difunto; mensaje que será descubierto décadas más tarde, cuando Leoncio espera que toda aquella barbarie haya pasado. Así, uno de los equipos forenses encargados de cumplir con la Ley de memoria histórica impulsada por Zapatero y abortada por Rajoy (Ni un euro público más para las fosas de la guerra; claro impulsor como se ve de la desmemoria histórica) encontrará en sus exhumaciones estas botellas cuando excaven la fosa 126. Los asesinados por la República ya habían sido exhumados durante las cuatro décadas de dictadura, con todos los honores y medios económicos a su alcance. ¿Qué entiende cualquier persona de bien por dar una digna sepultura?

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Como apuntan los autores, en todos los países europeos, salvo en España, al acabar una guerra cada bando ha recuperado sus cuerpos. España es diferente. Aquí se venció, se represalió y se condenó al olvido, a las fosas comunes, a millares de personas. Y se apuntaló todo ello con aquella sentencia que dice: No hay que remover el pasado.

Por eso es tan necesario este cómic, duro y conmovedor en todo lo trágico que atesora, en su lucha sin cuartel contra el olvido y la desmemoria, y también como un canto a la esperanza, a la humanidad que como la de Leoncio siempre vencerá a la ignominia.

Berganzo

Hoy de ruta y otra vez por el camino del Ebro. Saliendo de Logroño, pasando la ermita del Cristo, hay un camino a nuestra izquierda que precisamente es el camino del Ebro y finaliza próximo al Centro de acogida animales. Nos espera luego una pronunciada bajada hasta el El Cortijo. Después está Fuenmayor y luego a San Vicente pasando por Baños de Ebro y antes por Torremontalbo. La señalización no es la mejor. No es difícil desorientarse a la salida de Fuenmayor buscando el camino de Buicio. Una vez en él descubres el palitroque del camino del Ebro cuando llevas 400 metros dentro del camino. De la misma manera antes de llegar a Torremontalbo el camino se corta, y has de pasar la bici al otro lado del quitamiedos, si quieres continuar.

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De Baños de Ebro a San Vicente a fuimos por la carretera regional. En el altozano vimos el castillo de Davalillo. Una vez en San Vicente de la Sonsierra, quince kilometros distan de Berganzo. Hay una buena masa forestal y bastantes cuestas.

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Las cascadas de Berganzo son una maravilla. Bajaban con buenas provisiones de agua.

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Superadas los dos de la tarde era hora de comer. No había restaurante en Berganzo, ni en Ocio, y acabamos comiendo en un pueblo de cuyo nombre nos enteramos a medida que comíamos: Santa Cruz del Fierro. Un menú cerrado en el Restaurante Coto de caza El Castillo. Dos perolas, una de alubia roja que se deshacía en la boca y otra de patatas con chorizo. De segundo churrasco o chuletón de ternera. De postre natillas, o tarta de helado de limón. Comida copiosa, sí, pero no nos podíamos permitir una pájara.

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Regresamos a Logroño por Briñas y Ábalos, a nuestra derecha un mar de viñas y un horizonte infinito, el sol en la cara, la alegría en el rostro y el cansancio en el cuerpo. Hicimos una parada en Laguardia. Sigue siendo la misma beldad de piedra de siempre.

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La Plaza del Diamante (Mercè Rodoreda)

La Plaza del Diamante barcelonesa es el espacio físico en el que transcurre la primera parte de la novela (traducida por Enrique Sordo). Narración que comienza de forma vertiginosa, cuando la joven Colometa es pretendida por un mozo, el Quimet y poco después están casados.

Colometa conoce poco de la vida, apenas tiene referentes familiares y su existencia es una incógnita a resolver. Rodoreda plasma la proteica vida con todos sus imponderables. A los momentos de estrechez previos a la Segunda República le suceden luego momentos de alegría, ante el posible cambio de la situación, rápidamente sofocados con el estallido de la guerra Civil y su desfavorable desenlace. El Quimet será enviado al frente y guerreará en el bando republicano.

La guerra supone muchas pérdidas en el frente (como la de Quimet), y ajustes de cuentas en las ciudades para los que se habían significado y para las mujeres que se quedan en la urbe toda clase de penurias económicas, como tendrá ocasión de comprobar en sus carnes cada vez más magras, Colometa y sus dos vástagos.

Rodoreda tensa la situación hasta el punto de que en un momento determinado, Colometa, sin empleo y nada que llevarse a la boca cree que no hay otra solución que quitarse la vida y también la de sus hijos haciendo uso del aguarrás. Pero un giro inesperado permite enderezar tan fatídico hado.

Habida cuenta de la situación, de la durísima posguerra para personas como la Colometa, hay espacio para la esperanza, y la humanidad se abrirá paso con el rostro de Antoni.

Hasta entonces Colometa veía cómo El Quimet tenía muchos pájaros en la cabeza y en el terrado, y sus prósperos negocios con las palomas son como el cuento de la lechera, mientras el tarambaina del Quimet pasa el tiempo con sus amigos, sus motos, desatendiendo a sus hijos, mientras la Colometa cada vez está más cansada, en aquella sociedad patriarcal que convertía a la mayoria de las mujeres en mulas de carga. Sin embargo, y aquí reside la novedad, Antoni le ofrecerá a la Colometa un horizonte despejado, una tierra promisoria la que ir hollando y un agradecimiento constante y sincero por su parte.

La autora, a través del relato en primera persona de Colometa, demuestra una especial sensibilidad, cariño, frescura, verosimilitud y comprensión hacia sus personajes, por eso la lectura resulta tan emocionante y conmovedora, como lo es su bellísimo final, sencillamente demoledor.

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Lubianka. La noche que no conoce el alba (Hernández Cava & Auladell)

Nos encontramos en Moscú, en 1934, en la Lubianka, en el cuartel general de la NKVD.
Bajo el mismo techo están las víctimas y sus verdugos, los torturados y sus torturadores.
En el ambiente, como una nube de aire tóxico, flotan las palabras de Félix Dzerzhinsky: Hay que inculcar en todos los ciudadanos la sensación de que pueden ser detenidos y fusilados en cualquier momento y por cualquier motivo. Y tal y como recoge en el prólogo Marta Rebón, por ejemplo, el escritor ucraniano Boris Yampolski, confiesa en su libro Confesión que siempre tuvo miedo.

Ahora, la víctima que sufre las torturas del Estado es Eugeni Petróvich Gógoliev, antaño famoso poeta, a manos de gente como Volodia, escritorzuelo que conoció a Eugeni, cuando el joven Volodia aún olía a estiércol, y del que Eugeni no hizo, en el encuentro que mantuvieron en la dacha del poeta, comentario positivo ni concreto sobre un relato que Volodia le hizo llegar.

Como apunta también Marta en el prólogo, muchos fueron los que aprovecharon la coyuntura para saldar cuentas personales. Así Volodia, además de tener a Eugeni en sus manos, pues si el reo no colabora, su mujer será también deportada, o torturada o asesinada, trata de acercarse a ella, ejercer de mediador, ofrecerle su ayuda, con la vana esperanza de que algún día ella mude su agradecimiento por amor. Mientras, la mantiene engañada, y lejos de confesarle que su marido ha sido fusilado, atado previamente en la silla, pues era ya incapaz de mantenerse erguido, le hace creer que sigue vivo, encarcelado en Kolima.

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¿Cómo se pone en imágenes algo tan terrible y atroz? Los textos de Hernández Cava van al meollo del asunto, a las palabras que manejaba el régimen comunista, a su retórica, a la construcción de la gran nación, a aquel sueño imposible convertido en pesadilla para tantos. Audell plasma en las viñetas el miedo, el terror, el horror, la asfixiante atmósfera con tonos apagados, colores sepias, grises, negros; los rostros son poco menos que manchas apenas perfiladas, como si el régimen hubiera logrado con éxito la despersonalización, la antimateria, la reducción de los enemigos del estado a poco más que pulpa. Por eso las viñetas son lacerantes y terroríficas. Sin embargo, lejos de Lubianka, en los campos por los que se pasea Stalin, a caballo, todo es colorido, amable, casi beatífico. Una ficción de postal en la que tantos creyeron y sucumbieron; muchos de ellos primero como verdugos y después como víctimas.

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Lubianka. La noche que no conoce el alba.
Felipe Hernández Cava y Pablo Auladell
Norma Editorial
2023
148 páginas