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La Isla (Hugo Wolf)

Ojo, La isla, escrita en 1913, de Hugo Wolf, no es una obra del famoso compositor de óperas y reconocido autor de lieder, del mismo nombre y apellido, del que ya he dado cuenta en anteriores ocasiones, al comentar tres libros suyos o que versan sobre él, publicados todos ellos en Ápeiron Ediciones, con traducción, al igual que el presente, de Roberto Vivero.
Leo en la página de la editorial que Hugo Wolf (1888-1946) fue un escritor austríaco que llegó a publicar en algunas de las más prestigiosas revistas en lengua alemana del primer tercio del siglo XX (como, por ejemplo, Die Fackel, Der Brenner, Sturm, Simplicissimus, Jugend y März). Mantuvo una relación de amistad con hombres como Ernst Krenek, Stefan Zweig y Joseph Roth. Perseguido tras el Anschluss, huyó con su familia a los Estados Unidos

La Isla es una obra de teatro breve, algo más de cien páginas. Se ambienta en una isla del archipiélago indio (así se dice en el Primer Acto; también se dice que el lugar es más un sueño que una realidad).

En la isla está descansando o en un estado recreativo, casi vegetativo, un grupo de hombres europeos. No parece que la isla esté habitada, pues no hay “salvajes” en la isla, pero sí edificios o cabañas, en las que se alojan. A la cabeza del no muy nutrido grupo está François, marqués de Grenier, el cual está allí buscando una flor que no encuentra. A su vera, su mujer, Claire-Maire. Hay una actriz Michette Carlin, la cual trae a todos los hombres de cabeza por sus artes de seducción. A su lado está el actor Branguin, que la pretende con escaso éxito; el joven Henri Marlette, protegido de François y al que trata como a un hijo, pobre de salud y afectado del corazón. El grupo lo completa un médico: Rosny; un editor, Saville; el capitán del barco, porque a la isla han llegado en barco, y, finalmente, Collard: el timonel, quien llevará el curso de esta historia por derroteros insospechados.

Como en todo buen folletín no deben faltar los líos de faldas, las amantes, los secretos desvelados, los malentendidos, incluso una muerte, que está por determinarse si ha sido voluntaria, o si se trata de un homicidio, en cuyo caso parece haber candidatos de sobra.

Los amores y desamores son aquí intensos y conducen al éxtasis y al exitus. En estas lides solo vale el todo o nada, el conmigo o sin mí. Y de esta manera Wolf despacha la obra en cuatro actos que van ganando en intensidad, hasta un final que parece extraído de una novela negra. Si bien, aquí, no hay un detective buscando al asesino o asesina, sino distintos personajes que a saber por qué motivaciones deciden erigirse como responsables de la muerte. Y uno de ellos será François, porque el pobre marqués fantasea con ser lo que no es, aunque no está llamado a ser un hombre de acción, ni tampoco dispondrá de ese carácter aristocrático que defendía Nietzsche, tal que el devenir de los días lo conducirá a la inacción y el apocamiento, de ahí que se vea impelido a dar un golpe en la mesa y agitar la realidad con la esperanza de que algo cambie, aunque no parece que vaya a ser él quien salga ganando con todo este letal embrollo, como se verá en el frenético desenlace.

La Isla
Hugo Wolf
Traducción de Roberto Vivero
Ápeiron Ediciones
2025
118 páginas

El fin de Sodoma

El fin de Sodoma (Hermann Sudermann)

El fin de Sodoma nos puede hacer pensar en el relato bíblico en el que Dios destruye Sodoma y Gomorra por su maldad y por pecar contra el Señor, mediante una lluvia de fuego y azufre. En 1785 el Marqués de Sade escribe los 120 días de Sodoma, un libro pródigo en excesos. En 1890 Hermann Sudermann escribió la obra de teatro El fin de Sodoma, que es la que ahora nos ocupa, después de haber sido traducida al castellano por mano de Roberto Vivero y publicada por Ápeiron Ediciones.

Sin que en la obra medie ninguna lluvia de fuego y azufre, ni sea este tampoco el epítome de la perversión, Sudermann maneja unos materiales que para la época -finales del siglo XIX- debieron resultar escandalosos.

En unas pocas jornadas se desarrollan los acontecimientos, en unos espacios cerrados, en el interior de las casas, donde vamos viendo la lucha que ciertas naturalezas mantienen contra las convenciones sociales (pensemos en el matrimonio) y los roles asignados (el papel dado a la mujer).

El fin de Sodoma nos remite aquí también a un cuadro, obra de Willy. Cuadro que le ha otorgado cierta fama y envanecimiento, también cierto vuelo y la presunción de un Ícaro que se cree capaz de volar hasta el sol, viéndose cegado por la vanidad. También un Casanova de baratillo, un manipulador de sentimientos y mujeres, un pervertido moral que mantiene una relación con una mujer casada, y mayor, Adah, quien oficia como mecenas y benefactora suya, haciendo oídos sordos al qué dirán. Víctimas ambos, en su condición de naturalezas poco domésticas, más bien salvajes, que no entienden de normas ni límites, imprevisibles como el fuego. Así son o se piensan Adah y Willy.

Alrededor de ellos pululan otros personajes menores, como el marido de Adah, o su sobrina Kitty, la cual, en uno de los desvaríos de Adah, y con la intención de domeñar la inestable naturaleza de Willy, es ofrecida a este como esposa.

El amor también se manifiesta en otra relación, la de la sirvienta Clara, muchacha que ha salido del estercolero que ha sido su vida cuando tiene la inmensa fortuna de conocer a María, la señora Janikow; una madre para ella, y que tiene la mala fortuna de caer en las redes de Willy, el hijo de María, para el que todo es un juego, incapaz de ponderar el efecto de sus acciones y palabras. ¡La pobre Clara! Enamorada de ella está el joven Kramer, opositor para profesor.

Está también Riemann, que al restablecer contacto con Willy se empachan ambos de pasado, rememorando aquellas jornadas de farra y mujeres muniquesas, entregados a su labor creadora desde el amanecer hasta bien entrada la noche, para luego darse a la bebida…

Todos estos personajes secundarios son una especie de decorado, pues el busilis, lo mollar de esta historia es el devenir de Willy, la capacidad que tiene este para echarlo todo a perder, comenzando por sí mismo, sin que su mano negra sea incapaz de resultar inocua y sin que se le logre la posibilidad de la redención, el borrón y cuenta y nueva, el reseteo y purificación de toda la maldad que lo ciega y ensimisma.

Cuando llegué al final del libro, cuya intensidad acrece a cada página, hasta su resolución final, pensé en la novela Stoner. En la novela era un libro, aquí es un caballete, un lienzo, el preludio de la caída (final y definitiva) del telón.

El fin de Sodoma
Hermann Sudermann
Ápeiron Ediciones
Traducción de Roberto Vivero
2025
221 páginas

Donde el bosque se espesa. La Canilla Teatro

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No hay aquí una magdalena ingerida por el narrador como puerta de acceso al pasado, sino una caja con las hechuras de la Caja de Pandora, cuya apertura puede conllevar nefastas consecuencias. Si por nefasto entendemos remover el pasado, aunque hiera.

Está por ver quién fue Rafael Cobreces, dado que a menudo las historias, como los rumores, pasan de mano en mano sin que nadie se atenga a comprobar su veracidad. El contenido de la caja que obsesionaba a una anciana al morir será la que permitirá a sus descendientes, a Antonia y a su hija Ana, tener hilos de sobra de los que tirar para recorrer el pasado familiar. La caja contiene postales, medallitas, fotografías, cartas, cajas de cerillas…)

El viaje valioso además de horizontal ha de ser vertical si queremos que sea transformador para el viajero. De esta manera, Antonia y Ana desoyendo las recomendaciones del marido y padre, Zoran, al comprar los billetes que les llevará lejos de Santander, hasta los Balcanes (a Banja Luka) descubrirán en el seno familiar el horror con mayúsculas, la muerte y la destrucción que caracterizó el siglo XX, con dos guerras mundiales y otras muchas locales, como los exterminios perpetrados en los Balcanes o nuestra guerra civil española. Los acontecimientos sitúan los hechos en los campos de exterminio nazi, en los campos de internamiento en Francia, adonde fueron a parar los republicanos que huyeron y cruzaron la frontera al acabar la Guerra Civil española.

Todo este caudal de hechos y acontecimientos dramáticos y violentos son servidos con una puesta en escena muy sofisticada, que cifra muy bien la complejidad de la trama, así como todos sus meandros y vericuetos. Funciona muy bien ese bar o cabaret en donde la obra echa a andar, Ahí el narrador, o charlatán -muy bien interpretado por Miguel Ruiz- da la bienvenida a todos los muertos, una legión incontable. Espacio que sirve también para convertir la historia en un esperpento, como tan bien se manifiesta en la conversación que Hitler mantiene con uno de sus lacayos, convertido en marioneta, el führer croata Ante Pavelic (quien mató a cientos de miles de serbios, judíos y romaníes) y que hoy descansa en el cementerio de San Isidro en Madrid.

Más allá de los cientos de millones de muertos que dejan tras de sí todas las guerras, están los que sobreviven, los vencidos y humillados y también los vencedores. O los que de repente pasan de ser vencedores a vencidos pero logran hacerse una nueva identidad o blanquear su pasado. Sucedió después de la segunda guerra mundial con la fallida desnazificación, con los torturadores argentinos reconvertidos en entrañables abueletes o con los militares más sanguinarios de la dictadura en España reabsorbidos por la incipiente democracia.

Cuando Antonia y Ana viajen a Yugoslavia descubrirán los pormenores de las atrocidades cometidas por La Ustacha creadora del estado independiente de Croacia sembrando el terror a través de la limpieza étnica, en el Campo de concentración de Jasenovac. Por eso este viaje será vertical, porque a su regreso Antonia y Ana, después de conocer más cosas sobre el pasado de Zoran ya no pueden ser las mismas, quizás por como dejó dicho Faulkner “El pasado nunca está muerto. No es ni siquiera pasado”. En Donde el bosque se espesa, el pasado revive, renace y dolerá tanto como un parto.

En escena, en el teatro Ideal calagurritano, a rebosar, ocho actores y actrices muy metidos en el papel: Susana Reinares, Marta Martínez, María Ángeles Antoñanzas, Alberto San Emeterio, Laura Reyes, Inés Sáez Benito, Borja Merino y Miguel Ruiz.

La memoria histórica mueve tanto como conmueve, quizás porque, nos guste o no, somos memoria viva y La Canilla Teatro con esta obra: Donde el bosque se espesa, dirigida por Daniel Rubio, sobre la obra de Laia Ripoll y Mariano Llorente, da muy buena muestra de ello.

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La vida es sueño (Pedro Calderón de la Barca)

¿Cuántas veces hemos oído que toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son?

La fuente original de tan famosos soliloquios es La vida es sueño de Pedro Calderón de la Barca estrenada en 1636. Obra teatral, cumbre del barroco, en verso (3319 versos) que ofrece entretenimiento y pensamiento al lector.

Basilio es un rey de Polonia que creyendo lo que dicen los hados (que su hijo lo matará) decide encerrar a su hijo Segismundo en una torre. Un día caminando por las proximidades de la torre, Rosaura (disfrazada de caballero) y Clarín (el gracioso), oyen estos los soliloquios de Segismundo. Rosaura a tenor de lo escuchado, se consuela pensando que siempre hay alguien en peor situación que la nuestra: Cuentan de un sabio que un día tan pobre y mísero estaba, que sólo se sustentaba de unas hierbas que cogía

Pero pasados los años decide Basilio darle una oportunidad a su hijo. Narcotizado (pócima mezcla de adormidera, beleño y opio) lo saca de la torre, lo viste con las mejores galas y lo lleva a su presencia. ¿En qué se ha convertido Segismundo después de tantos años de encierro? ¿En una fiera, en una bestia? En nada le ha ayudado el desamparo, la soledad, la falta de cariño, todo aquello que le lleva a pensar que es un error haber nacido. Si Segismundo se ha deshumanizado no debe extrañar que su primera acción consista en lanzar a un criado por un balcón y cobrarse su primera muerte.

El quid aquí es hacerle ver a Segismundo que esto que ha vivido, el paréntesis en el que sale de su prisión, ha sido un sueño. Inevitables son aquí los ecos de la caverna platónica: Que el vivir sólo es soñar; y la experiencia me enseña que el hombre que vive, sueña lo que es, hasta despertar. Es cuando viene la muerte, cuando despertamos a la vida eterna. Pensamiento de raigambre cristiana.
Cuando sea conducido de nuevo a la torre, proseguirá con su verdadera vida. Las revueltas populares, enardecidas, se enfrentan a Basilio y reclaman poner en su lugar a Segismundo. En esta ocasión Segismundo resuelve la situación de una manera más diplomática, ofrece su cerviz a Basilio, y el padre ve que su hijo ha cambiado, venciendo a los hados, y al destino (otra gran cuestión aquí es la predestinación), y le ofrece, no una corona de espinos, sino el laurel y la palma.
Clarín muere, Astolfo casa con Rosaura, limpiando así su honor y el príncipe Segismundo se desposa con Estrella (sobrina de Basilio, como Astolfo). Cunde el perdón en el corazón de Segismundo que perdona a Clotaldo, el consejero de su padre.
Tenemos el clásico Vivieron felices y comieron perdices, resuelto de una manera un tanto abrupta.

A finales de octubre vi La vida es sueño en el Teatro Bretón, con dirección de Declan Donnellan, donde Basilio tiene más peso que en la obra de Calderón y se ofrecían elementos modernos que no parecían enriquecer mucho la historia, al darle un carácter más folletinesco, más propio de una comedia de situación que de un dramón existencial que es lo que es.