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Archipiélago humano (Teju Cole y Fazal Sheikh)

Archipiélago humano

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No parece que la humanidad en su conjunto esté hoy en día muy por la tarea de que reine la paz. Basta echar un ojo para ver cómo en el mundo los conflictos armados se distribuyen por casi los cinco continentes. No solo los más sonados: la guerra entre Ucrania y Rusia, después de que Rusia invadiera Ucrania, o la guerra entre Israel y Hamás, después de que Hamás matara el 8 de octubre de 2023 a sangre fría a 1195 civiles israelitas y secuestrara a 251 civiles, e Israel decidiera responder asesinando a más de 55000 civiles palestinos (de los cuales más de 15000 son niños. También hay periodistas, médicos, trabajadores humanitarios…) y dejando a cientos de miles de personas palestinas al borde de la muerte por inanición (o muertos al ser tiroteados en las colas del hambre), y asimismo expulsándolos de su territorio, con la idea de limpiar la franja, negándolos y negándoles el derecho a vivir en un Estado Palestino. Estos son solo dos de las más de dos docenas de conflictos armados repartidos por el mundo.

Este libro, este Archipiélago humano, es una llamada de atención, o una invitación a pensar sobre el estado actual de este mundo tan convulso, centrando su atención en el ser humano. No solo en el vecino, el migrante, el sin papeles, el desplazado, el apátrida, el indigente. Hoy, el derecho a existir vemos que está en entredicho. Si un ser humano muere en el mar, el titular, a menudo, es que el muerto era un sinpapeles, o un ilegal. De esa manera parece minimizarse lo que ese titular esconde, y es que un ser humano ha muerto. Estas personas que mueren, y que muchas de ellas son antes expulsadas de sus territorios, de sus viviendas, a consecuencia de guerras, bombardeos, o limpiezas étnicas, recalan en campos de refugiados; una tierra de nadie, en donde nacerán algunos niños, ¿con qué nacionalidad? ¿con qué futuro? ¿con qué esperanza?

El libro es un diálogo entre los textos de Teju Cole y las fotografías de Fazal Sheikh. Las fotografías son ruinas de ciudades abandonadas, de cielos nocturnos indios, de mujeres cubiertas e invisibilizadas, de andas funerarias a la espera de la cremación, de las heridas en la tierra, y en los rostros. Rostros (en blanco y negro) curtidos que miran al fotógrafo sin ofrecer la manida sonrisa occidental. Más bien un cansancio profundo, incluso en los rostros más jóvenes. Aquí no hay poses, felicidad epidérmica y de postín, sino tristeza, sufrimiento y desesperanza, en los ojos que van mucho más allá de la lente del fotógrafo para ofrecernos una ruta y un pasado que se inició a saber cuándo. Personas que viven en campos de refugiados, en Somalia, en Afganistán… Teju va lanzando mensajes al aire, preguntas acerca de quién es mi vecino, de quién es cómo yo, preguntas que tienen que ver con la idea de ciudadanía, de identidad, de ser extranjero, de ser diferente, ¿en qué?

Las diferencias superficiales no deberían cegarnos acerca de la similitud fundamental entre los proyectos israeli y estadounidense. Ambos son proyectos totalitarios, que dividen a los gobernados entre ciudadanos (a quienes se les otorga humanidad) y no-ciudadanos (implícita o explícitamente considerados animales-). A un animal siempre se le puede matar.

«El totalitarismo moderno puede ser definido como la instauración, a través del estado de excepción, de una guerra civil legal que permite la eliminación física no solo de los adversarios políticos sino de categorías enteras de ciudadanos que por cualquier razón resultan no integrables en el sistema político». Estado de Excepción. Giorgio Agamben.

Un libro muy hermoso y muy valioso, también desgarrador. Y por tanto necesario, hoy en día que parece que nos encaminamos poco a poco al precipicio, poniendo al mando, al frente de los países más poderosos del mundo, a las personas más belicosas, más desalmadas y menos humanas imaginables.

Traducción de Regina López Muñoz. Ediciones Comisura

El fin de Sodoma

El fin de Sodoma (Hermann Sudermann)

El fin de Sodoma nos puede hacer pensar en el relato bíblico en el que Dios destruye Sodoma y Gomorra por su maldad y por pecar contra el Señor, mediante una lluvia de fuego y azufre. En 1785 el Marqués de Sade escribe los 120 días de Sodoma, un libro pródigo en excesos. En 1890 Hermann Sudermann escribió la obra de teatro El fin de Sodoma, que es la que ahora nos ocupa, después de haber sido traducida al castellano por mano de Roberto Vivero y publicada por Ápeiron Ediciones.

Sin que en la obra medie ninguna lluvia de fuego y azufre, ni sea este tampoco el epítome de la perversión, Sudermann maneja unos materiales que para la época -finales del siglo XIX- debieron resultar escandalosos.

En unas pocas jornadas se desarrollan los acontecimientos, en unos espacios cerrados, en el interior de las casas, donde vamos viendo la lucha que ciertas naturalezas mantienen contra las convenciones sociales (pensemos en el matrimonio) y los roles asignados (el papel dado a la mujer).

El fin de Sodoma nos remite aquí también a un cuadro, obra de Willy. Cuadro que le ha otorgado cierta fama y envanecimiento, también cierto vuelo y la presunción de un Ícaro que se cree capaz de volar hasta el sol, viéndose cegado por la vanidad. También un Casanova de baratillo, un manipulador de sentimientos y mujeres, un pervertido moral que mantiene una relación con una mujer casada, y mayor, Adah, quien oficia como mecenas y benefactora suya, haciendo oídos sordos al qué dirán. Víctimas ambos, en su condición de naturalezas poco domésticas, más bien salvajes, que no entienden de normas ni límites, imprevisibles como el fuego. Así son o se piensan Adah y Willy.

Alrededor de ellos pululan otros personajes menores, como el marido de Adah, o su sobrina Kitty, la cual, en uno de los desvaríos de Adah, y con la intención de domeñar la inestable naturaleza de Willy, es ofrecida a este como esposa.

El amor también se manifiesta en otra relación, la de la sirvienta Clara, muchacha que ha salido del estercolero que ha sido su vida cuando tiene la inmensa fortuna de conocer a María, la señora Janikow; una madre para ella, y que tiene la mala fortuna de caer en las redes de Willy, el hijo de María, para el que todo es un juego, incapaz de ponderar el efecto de sus acciones y palabras. ¡La pobre Clara! Enamorada de ella está el joven Kramer, opositor para profesor.

Está también Riemann, que al restablecer contacto con Willy se empachan ambos de pasado, rememorando aquellas jornadas de farra y mujeres muniquesas, entregados a su labor creadora desde el amanecer hasta bien entrada la noche, para luego darse a la bebida…

Todos estos personajes secundarios son una especie de decorado, pues el busilis, lo mollar de esta historia es el devenir de Willy, la capacidad que tiene este para echarlo todo a perder, comenzando por sí mismo, sin que su mano negra sea incapaz de resultar inocua y sin que se le logre la posibilidad de la redención, el borrón y cuenta y nueva, el reseteo y purificación de toda la maldad que lo ciega y ensimisma.

Cuando llegué al final del libro, cuya intensidad acrece a cada página, hasta su resolución final, pensé en la novela Stoner. En la novela era un libro, aquí es un caballete, un lienzo, el preludio de la caída (final y definitiva) del telón.

El fin de Sodoma
Hermann Sudermann
Ápeiron Ediciones
Traducción de Roberto Vivero
2025
221 páginas

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Ápeiron

Buscas en las palabras aquello indefinido, ilimitado y siempre en eterno movimiento. No quieres moldes donde depositarlas, ni hornos donde cocerlas. Y cuando comienzas a escribir y a publicar las palabras no son ya tan indefinidas, ni ilimitadas, y a veces se te quedan postradas entre las manos como un pasmarote. Cuando nadie observa abres el horno y acaban cocidas las palabras, y a menudo un regusto a refrito en el paladar. Vas siempre buscando algo y regresas ¡cómo no! a Grecia, no necesariamente a Ítaca. Al fin el manuscrito ve la luz, ¿qué editorial es la partera? Ápeiron ediciones.

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¿Por qué? La finalidad del universo (Philip Goff)

En este ensayo de algo de más de 200 páginas, y a lo largo y ancho de siete capítulos, el filósofo británico Philipp Goff reflexiona acerca de cuál es la finalidad del universo. No se trata por tanto de buscarle un fin o un sentido a la vida humana, sino de alzar la mirada de nuestros ombligos y buscar el encaje de nuestras existencias dentro del universo.

Uno de los capítulos lleva por título Porque es probable que Dios no exista. La palabra probable aquí toma todo el sentido, dado que en su ensayo Goff no maneja datos y sus hipótesis tienen mucho que ver con la probabilidad. De tal manera que él propone diferentes hipótesis y reflexiona acerca de cuál de ellas le parece más probable que ocurra.

Lo interesante y novedoso del ensayo es que Goff, dado que los científicos han llegado a la conclusión de que el universo no tiene conciencia, puesto que no hay ninguna evidencia científica que lo avale, es dejar la ciencia de lado (en cuanto que la finalidad cósmica no se toma en cuenta como supuesto científico) para abordar el asunto desde un punto de vista filosófico. Una de las teorías que explicarían nuestro universo, y que Goff desdeña, sería el multiverso, de tal modo que si existen infinitos universos, en alguno de ellos, como el nuestro, podrían darse los números necesarios, toda vez que las leyes físicas hiciesen su trabajo, que hubiese permitido la creación del universo y la vida en ella. Es lo que Goff denomina ajuste fino.

Goff cree que el cosmos atiende a un fin, que el universo, y también las partículas más elementales, tienen conciencia y plantea tres explicaciones de la finalidad cósmica:

La hipótesis de un diseñador heterodoxo; las leyes teleológicas (Goff no cree que haya un Creador, ni un Omnidios, en tanto que si para un ser todopoderoso es inmoral crear un universo como el nuestro, entonces, o bien nuestro universo carece de creador, o bien ese creador no es todopoderoso ni de bondad perfecta); y el cosmopsiquismo teleológico (teoría según la cual partimos del siguiente axioma: el universo cuenta con un conocimiento completo de las consecuencias posibles de todas las opciones que tiene a su alcance. Y avanzando un poco más Goff afirma que lo que mueve al universo es el intento de maximizar el bien). Goff se decanta por la tercera opción.

Para el autor el panangecialismo es un paso más hacia adelante viniendo del panpsiquismo, según la cual la conciencia permea el universo y es una propiedad fundamental del mismo. En el panangecialismo, las raíces de la agencia están presentes en el nivel fundamental de la realidad física. Para ello hay que definir qué es la Agencia, como suma de la protoagencia y la comprensión experiencial (se parte de la premisa que el pensamiento y la intelección tienen que ver con la conciencia), siendo la protoagencia la capacidad de una partícula para responder a su inclinación inmediata a realizar una acción específica en el aquí y el ahora. En resumen la Agencia sería la capacidad de un organismo para perseguir objetos de deseo desplegados en el espacio y el tiempo.

Un ensayo este de Goff muy recomendable para todo el lector curioso y aplicado (pues ha de llevarse una lectura concienzuda y a ratos muy exigente) que al levantar la mirada inquisitiva hacia el cielo se pregunte ¿qué pintamos por estos lares y cuál es la finalidad y el sentido de todo este sindiós? Un ensayo que nos permitirá tomar conciencia de un sinfín de cuestiones que nos llevan trayendo de cabeza desde nuestra llegada a la Tierra, en el ejercicio de nuestro intelecto.

¿Por qué? La finalidad del universo
Philip Goff
Traducción de Fernando Ballesteros
Bauplan
2025
230 páginas