Archivo del Autor: Francisco Hermoso de Mendoza

El fin de Sodoma

El fin de Sodoma (Hermann Sudermann)

El fin de Sodoma nos puede hacer pensar en el relato bíblico en el que Dios destruye Sodoma y Gomorra por su maldad y por pecar contra el Señor, mediante una lluvia de fuego y azufre. En 1785 el Marqués de Sade escribe los 120 días de Sodoma, un libro pródigo en excesos. En 1890 Hermann Sudermann escribió la obra de teatro El fin de Sodoma, que es la que ahora nos ocupa, después de haber sido traducida al castellano por mano de Roberto Vivero y publicada por Ápeiron Ediciones.

Sin que en la obra medie ninguna lluvia de fuego y azufre, ni sea este tampoco el epítome de la perversión, Sudermann maneja unos materiales que para la época -finales del siglo XIX- debieron resultar escandalosos.

En unas pocas jornadas se desarrollan los acontecimientos, en unos espacios cerrados, en el interior de las casas, donde vamos viendo la lucha que ciertas naturalezas mantienen contra las convenciones sociales (pensemos en el matrimonio) y los roles asignados (el papel dado a la mujer).

El fin de Sodoma nos remite aquí también a un cuadro, obra de Willy. Cuadro que le ha otorgado cierta fama y envanecimiento, también cierto vuelo y la presunción de un Ícaro que se cree capaz de volar hasta el sol, viéndose cegado por la vanidad. También un Casanova de baratillo, un manipulador de sentimientos y mujeres, un pervertido moral que mantiene una relación con una mujer casada, y mayor, Adah, quien oficia como mecenas y benefactora suya, haciendo oídos sordos al qué dirán. Víctimas ambos, en su condición de naturalezas poco domésticas, más bien salvajes, que no entienden de normas ni límites, imprevisibles como el fuego. Así son o se piensan Adah y Willy.

Alrededor de ellos pululan otros personajes menores, como el marido de Adah, o su sobrina Kitty, la cual, en uno de los desvaríos de Adah, y con la intención de domeñar la inestable naturaleza de Willy, es ofrecida a este como esposa.

El amor también se manifiesta en otra relación, la de la sirvienta Clara, muchacha que ha salido del estercolero que ha sido su vida cuando tiene la inmensa fortuna de conocer a María, la señora Janikow; una madre para ella, y que tiene la mala fortuna de caer en las redes de Willy, el hijo de María, para el que todo es un juego, incapaz de ponderar el efecto de sus acciones y palabras. ¡La pobre Clara! Enamorada de ella está el joven Kramer, opositor para profesor.

Está también Riemann, que al restablecer contacto con Willy se empachan ambos de pasado, rememorando aquellas jornadas de farra y mujeres muniquesas, entregados a su labor creadora desde el amanecer hasta bien entrada la noche, para luego darse a la bebida…

Todos estos personajes secundarios son una especie de decorado, pues el busilis, lo mollar de esta historia es el devenir de Willy, la capacidad que tiene este para echarlo todo a perder, comenzando por sí mismo, sin que su mano negra sea incapaz de resultar inocua y sin que se le logre la posibilidad de la redención, el borrón y cuenta y nueva, el reseteo y purificación de toda la maldad que lo ciega y ensimisma.

Cuando llegué al final del libro, cuya intensidad acrece a cada página, hasta su resolución final, pensé en la novela Stoner. En la novela era un libro, aquí es un caballete, un lienzo, el preludio de la caída (final y definitiva) del telón.

El fin de Sodoma
Hermann Sudermann
Ápeiron Ediciones
Traducción de Roberto Vivero
2025
221 páginas

Crítica de la razón maquinal

Crítica de la razón maquinal (Basilio Baltasar)

Tras haber leído con satisfacción hace unos meses los ensayos de Basilio Baltasar, bajo el título de El intelectual rampante, me he visto abocado ahora a querer seguir ahondando en su pensamiento. En mi auxilio viene Crítica de la razón maquinal. Aquí no hay una colección de ensayos, sino un tratado filosófico, servido en nueve capítulos con títulos tan sugerentes como Cartografía del espíritu seminal, Plenitud del orbe imaginal o La razón espectral.

Una posibilidad es ofrecer aquí un buen número de párrafos que me han gustado, pero esto restaría asombro al lector que se asomara, o paseara por estas páginas, así que trataré de ofrecer unas líneas generales marcadas por su brevedad.

A medida que leía proyectaba en mi mente el lanzamiento de distintas monedas a un estanque. Cada moneda (capítulo) ofrecía ondas distintas, si bien el estanque era el mismo y las monedas, en apariencia, también. De esta manera el autor va dando forma a su pensamiento.

La razón maquinal es la del poder, la sumisión y el control. Sus aliados el cientifismo, la cibernética, el algoritmo, el pragmatismo, el positivismo, el mecanicismo. Sus enemigos la Naturaleza que se derrama sin cesar en la inmensidad del Cosmos y el Lenguaje que no deja de fluir. El protagonista es el filósofo agonista, el pensador ambulante. Y si no lo he entendido mal, aquí no hay certezas, más bien perplejidad, indagación, acertijos, incógnitas seminales, enigmas existenciales y/o universales, abismos ancestrales, vacíos imaginales, verdades germinales, mitologías a recuperar que deben fermentar en la mente del hombre proverbial. Hablamos por tanto, como indica Baltasar en el prólogo, de una guerra cultural entre el hombre artificial, el autómata, el androide y el hombre autónomo, el hombre interior o emancipado.

Escribe Baltasar acerca del pensamiento ondulante, aquel que aborrece verse plasmado, aquel que se escabulle al verse atrapado. Es curioso, porque este texto se me antoja igual de correoso, difícil de atrapar, y a ratos de entender. Y surge mi asombro al leer esta plausible conjunción, inaudita, de poesía (entendida como la más bella forma de decir) y sólido pensamiento, como si las palabras tuviesen también aquí una naturaleza sideral, límbica y fuesen desfilando por la cuerda floja del lenguaje, dejando tras de sí un rastro de tiza que (ójala) otros muchos reescribirán.

Crítica de la razón maquinal
Basilio Baltasar
KRK Ediciones
242 páginas
Año de publicación: 2024

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Ápeiron

Buscas en las palabras aquello indefinido, ilimitado y siempre en eterno movimiento. No quieres moldes donde depositarlas, ni hornos donde cocerlas. Y cuando comienzas a escribir y a publicar las palabras no son ya tan indefinidas, ni ilimitadas, y a veces se te quedan postradas entre las manos como un pasmarote. Cuando nadie observa abres el horno y acaban cocidas las palabras, y a menudo un regusto a refrito en el paladar. Vas siempre buscando algo y regresas ¡cómo no! a Grecia, no necesariamente a Ítaca. Al fin el manuscrito ve la luz, ¿qué editorial es la partera? Ápeiron ediciones.

lafinalidaddeluniverso

¿Por qué? La finalidad del universo (Philip Goff)

En este ensayo de algo de más de 200 páginas, y a lo largo y ancho de siete capítulos, el filósofo británico Philipp Goff reflexiona acerca de cuál es la finalidad del universo. No se trata por tanto de buscarle un fin o un sentido a la vida humana, sino de alzar la mirada de nuestros ombligos y buscar el encaje de nuestras existencias dentro del universo.

Uno de los capítulos lleva por título Porque es probable que Dios no exista. La palabra probable aquí toma todo el sentido, dado que en su ensayo Goff no maneja datos y sus hipótesis tienen mucho que ver con la probabilidad. De tal manera que él propone diferentes hipótesis y reflexiona acerca de cuál de ellas le parece más probable que ocurra.

Lo interesante y novedoso del ensayo es que Goff, dado que los científicos han llegado a la conclusión de que el universo no tiene conciencia, puesto que no hay ninguna evidencia científica que lo avale, es dejar la ciencia de lado (en cuanto que la finalidad cósmica no se toma en cuenta como supuesto científico) para abordar el asunto desde un punto de vista filosófico. Una de las teorías que explicarían nuestro universo, y que Goff desdeña, sería el multiverso, de tal modo que si existen infinitos universos, en alguno de ellos, como el nuestro, podrían darse los números necesarios, toda vez que las leyes físicas hiciesen su trabajo, que hubiese permitido la creación del universo y la vida en ella. Es lo que Goff denomina ajuste fino.

Goff cree que el cosmos atiende a un fin, que el universo, y también las partículas más elementales, tienen conciencia y plantea tres explicaciones de la finalidad cósmica:

La hipótesis de un diseñador heterodoxo; las leyes teleológicas (Goff no cree que haya un Creador, ni un Omnidios, en tanto que si para un ser todopoderoso es inmoral crear un universo como el nuestro, entonces, o bien nuestro universo carece de creador, o bien ese creador no es todopoderoso ni de bondad perfecta); y el cosmopsiquismo teleológico (teoría según la cual partimos del siguiente axioma: el universo cuenta con un conocimiento completo de las consecuencias posibles de todas las opciones que tiene a su alcance. Y avanzando un poco más Goff afirma que lo que mueve al universo es el intento de maximizar el bien). Goff se decanta por la tercera opción.

Para el autor el panangecialismo es un paso más hacia adelante viniendo del panpsiquismo, según la cual la conciencia permea el universo y es una propiedad fundamental del mismo. En el panangecialismo, las raíces de la agencia están presentes en el nivel fundamental de la realidad física. Para ello hay que definir qué es la Agencia, como suma de la protoagencia y la comprensión experiencial (se parte de la premisa que el pensamiento y la intelección tienen que ver con la conciencia), siendo la protoagencia la capacidad de una partícula para responder a su inclinación inmediata a realizar una acción específica en el aquí y el ahora. En resumen la Agencia sería la capacidad de un organismo para perseguir objetos de deseo desplegados en el espacio y el tiempo.

Un ensayo este de Goff muy recomendable para todo el lector curioso y aplicado (pues ha de llevarse una lectura concienzuda y a ratos muy exigente) que al levantar la mirada inquisitiva hacia el cielo se pregunte ¿qué pintamos por estos lares y cuál es la finalidad y el sentido de todo este sindiós? Un ensayo que nos permitirá tomar conciencia de un sinfín de cuestiones que nos llevan trayendo de cabeza desde nuestra llegada a la Tierra, en el ejercicio de nuestro intelecto.

¿Por qué? La finalidad del universo
Philip Goff
Traducción de Fernando Ballesteros
Bauplan
2025
230 páginas