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Dedos de leñador (Días de 2019); José Ángel Cilleruelo

Dedos de leñador, de José Ángel Cilleruelo (escritor y crítico literario), recoge cien días seguidos, y algunos más, discontinuos, de 2019. Proyectándose hacia el futuro, leo: No es que el 20 traiga malos augurios. No parece que Cilleruelo tenga el don de la videncia, tampoco se le ha de exigir a un escritor, ni a un dietario.

Es curioso comprobar cómo el diario, a la que uno se despista, se convierte en libro de memorias […] La memoria se parece más a la fotografía que a la realidad.

Porque parece inevitable no hallar la memoria a nada que uno tire del cabo del presente. Así cuando Cilleruelo transita por los Encantes, se ve como un flâneur por su propio pasado. Los Encantes, una especie de rastro ¿de uno mismo?

En el diario el autor toma el pulso a la realidad y los males que la aquejan.

La velocidad es el mal encriptado. Cuanto más lentitud, mayor espíritu revolucionario.

El autor recorre ahora el último tramo, aquel que sigue a la jubilación. Y echando la vista atrás obtenemos valiosas observaciones sobre su labor como docente en un instituto. Docencia como factor de intervención.

Una vez recorrido el arduo o liviano camino del conocimiento, el curso -como piedra que se despeñara desde lo alto una vez alzada- vuelve a empezar de cero su ascenso. De cero en todo, desvanecido para siempre, con la marcha del alumnado, cuanto se había conseguido. Ese volver a subir la piedra despeñada, que es el oficio de profesor, también debería serlo de cuantos intervienen en la organización social.

El autor en su último libro El ausente. Cien autorretratos, mostraba una conciencia proteica. Aquí vemos cuáles son los asuntos que ocupan y preocupan al autor.

Una lengua que evoluciona gracias a la pérdida de su naturaleza polisémica.

el rechazo de los autores contemporáneos hace los autores clásicos: los leen y no entienden nada. Porque de hecho no hay nada que entender, todo es comprensión.

No hay que olvidar qué es aquello que nos conformó, aquellas lecciones valiosas incorporadas a nuestro yo.

Que lo decisivo nunca dependa de lo circunstancial.

El esfuerzo por el conocimiento más exclusivo y el esfuerzo por la más humilde de las enseñanzas.

La inutilidad de todo cuanto haga ha sido el único aliciente que he tenido para escribir. También para trabajar. Y para vivir.

La vida de Cilleruelo si la entendemos (que no parece ser el caso) como una vida consagrada solo a la escritura se plasma en 36 libros inéditos. No lo son, están publicados y seguro que muchos de ellos se encuentran a la venta. Y sobre la escritura hay valiosas reflexiones:

Un escritor no puede escribir sintiéndose mirado. Un escritor ha de buscar el vacío para escribir. El silencio como destinatario. Un escritor le escribe al tiempo.

Creo que la literatura nace de la vivencia cotidiana, pero es el resultado de su trascendencia, no de su relato.

Escribir es una actividad autónoma del vivir. Secreta. Perdería todo el sentido que tiene la literatura si fuera mi oficio.

La escritura no es más que la proyección sobre las palabras del hueco que ha de quedar en los lugares a los que hemos pertenecido y nos conforman.

No escribas lo que piensas, asevera el yo sabio, deja que sea la escritura la que piense por sí misma.

La condición de escritor inédito y (relativamente) oculto quizás le sustrae al autor de ciertas amenazas a las que otros autores sí se ven expuestos.

Vivir de los libros que uno publica no le debería alejar a nadie de nada, pero con frecuencia es lo que ocurre.

Cilleruelo practica el aforismo. Consulten su cuenta en twitter.

Escribir a diario un aforismo es escribirle a alguien una carta.

Algunos fragmentos del libro los leo como tales aforismos: El cine enseña a no saber vivir.

Cilleruelo practica y reflexiona acerca de la poesía:

La poesía proporciona conocimientos incomprensibles. Porque solo lo que carece de sentido tiene capacidad de albergar lo que seduzca: lo que se sabe en esta época ya carece de valor.

El poema existe para decir del sujeto lo que acaso no sea capaz de expresar quien lo escribe.

Escribir e ir tocando todos los palos, el del dietario también.

El dietario convencional es la posibilidad de abrir una puerta desconocida en la escritura a ver qué hay detrás. Una de las pocas que quedan, creo, a mi alcance.

Cilleruelo toma fotografías. Lo hace bien, basta ver sus bitácoras y fotografías en la red.

Fotos: pequeños poemas en imágenes para casi nadie.

La vida como proceso y aprendizaje, en el control de las pasiones.

Aprender a vivir conmigo mismo, cara a cara con el magma de la sexualidad y sin permitir que pasara por encima de mis sentimientos ni una única vez. Fue el regalo que me entregó Lisboa.

A los sesenta llega la hora de hacer balance.

Nunca perder me ha producido una alegría tan íntima: habré perdido, pero voy con los valiosos.

El autor camina, observa y reflexiona sobre la ciudad que holla.

La ciudad un espacio generador de universos verbales y plásticos […] La vivencia de la luz sobre la materia.

El autor se siente un hombre del siglo XX: de teléfono fijo. Todos estos artilugios y cacharritos que manejamos hoy, toda esta vanguardia tecnológica no parece que le apasionen ni hayan operado sobre su persona efecto significativo alguno.

Un mundo que globaliza superficialidades.

No he sentido que hayan cambiado nada sustancial en mi comprensión de la vida.

Hay dos novedades que sí considera reseñables: la Democracia y Europa.

Hay momentos descacharrantes como la odisea que supone hoy poner un libro al correo (algo que yo también he experimentado), con la compra de los sellos en estancos, cada vez más inexistentes, los sellos, lo difícil que resulta que los sellos se fijen al sobre con una cola que es de pichiglás, y luego que estos libros lleguen finalmente a su destino.

No obstante, no perdamos la fe en los libros.

Los libros son como las plantas: invitan al optimismo.

¿De qué sirve leer una novela fácil? Se pregunta Cilleruelo. El año que viene leeré a Maria Gabriela Llansol.

Cilleruelo se mueve en las distancias cortas. Un terreno que maneja con mucha solvencia. Echa de menos tiempos pasados.

Entonces la brevedad no era reductiva, sino capaz de ampliarse hacia el infinito.

Aquí lo autobiográfico, la concesión al yo, a lo personal se ciñe a la presencia de su hijo o de su madre, los paseos con ella y esa sensación o certeza que oigo a menudo y que no sé si se trata de una realidad o de una leyenda urbana, a saber: Entonces no pasaban tantas cosas malas en el mundo como ahora.

Interesante reflexión sobre los jóvenes y el uso de internet, cuando surgen los conflictos adolescentes en jóvenes que emulan situaciones de adultos, como asaltar a dos compañeras de curso para desnudarlas y tocarlas.

Ahora la mayoría lleva en el bolsillo un móvil conectado a Internet que convierte cualquier instante de soledad en una experiencia adulta. No sé si somos conscientes de ello.

Una certeza:

Cada vez un libro significa menos. Pasa más deprisa. Desexiste antes.

Sirvan estas palabras como ancla.

Acabo con una sentencia que parece senequiana.

Cualquier cosa que hagamos tiene importancia para alguien, aunque resulta siempre imprevisible.

Que hable el autor:

He pasado inadvertido, mi estado predilecto. Bien por ti, José Antonio.

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