De profundis
Salvatore Satta
La Umbría y La Solana
2019
209 páginas
Traducción de Chiara Giordano y Javier Echalecu
Decidí retomar, mejor, reiniciar, la lectura de De profundis de Salvatore Satta que había comenzado hacía unos meses y había abandonado. Esto me lleva a la certeza de que cada libro tiene su momento. Hace un par de días finalicé la lectura de M. El hijo del siglo de Antonio Scurati que detalla el nacimiento y consolidación del fascismo italiano en el periodo comprendido entre 1919 y 1925. En octubre de 1922 tiene lugar la marcha sobre Roma que marcará el inicio del fascismo. Mussolini permanecerá en el poder durante dos décadas. Satta escribe De profundis entre 1944 y 1945, los meses previos a la finalización de la segunda guerra mundial. Por lo tanto el libro de Satta es la continuación de lo sucedido, cuando finaliza el de Scurati, una vez que Mussolini toma el poder. O más que una continuación, el colofón, después de dos décadas de tiranía y vigilia.
El ciudadano italiano renunció a la libertad para salvar su vida nos dice, dos décadas después, renunciará a la guerra para alcanzar o recobrar su libertad. Italia se ve en una encrucijada en 1943, cuando se firma el armisticio con los aliados, que algunos creen que lleva aparejada la paz. Italia firma el armisticio pero la guerra continúa. A los bombardeos británicos (los italianos son los enemigos tras declararle la guerra en junio de 1940) de ciudades como Génova, les suceden luego las tropelías de los soldados alemanes, que no entienden la traidora actitud italiana, que censuran y ajustician con ferociadad.
Lo interesante en el libro de Satta es la inmediatez, el apremio, la urgencia con la que está escrito. Una urgencia no exenta, para nada, de una sosegada, sesuda y crítica reflexión, valiéndose de una elegante prosa que abunda en el clasicismo (no faltan las referencias literarias a las obras de Dante, Manzoni, Homero, Horacio, Ariosto…) en cultismos, extranjerismos, referencias bíblicas (evangelios de Lucas, Mateo…) acerca del comportamiento del pueblo y el espíritu italiano durante las dos décadas precedentes. Al espíritu de supervivencia parece irle aparejado indisolublemente otro, la capacidad para justificar cada una de sus acciones. Una vez apartado Mussolini, cada cual hará su examen de conciencia particular, y casi todo irá al haber. Para Santa hay un principio de responsabilidad personal, y no le vale al «individuo» esconderse bajo el paraguas del estado, la comunidad, el régimen. Régimen que se sustituye por otra forma de gobierno, bajo un proceso asumido con naturalidad, sin derramamientos de sangre, con altas dosis de indulgencia y comprensión por ambas partes, pues como afirma Satta, cuando uno escruta al detalle al enemigo, al final asoma su reflejo en el espejo.
Satta es testigo de la corriente de afecto hacia los británicos, esos hermanos ricos a los que desean parecerse, testigo del mercado negro, la especulación, aquel comercio muy capaz de sacar, a través de la usura, lo peor de cada cual.
Dedica a su vez unas cuantas paginas a los soldados italianos, peones de la historia, páginas que resultan sumamente emocionantes, no porque Satta vaya por el lado de la proeza y el heroísmo, sino por la trocha mucho más prosaica de la bondad y la valentía sin eco.
La guerra, convertida en un monstruo voraz y aniquilador, no solo enfrenta sobre el tablero a los ejércitos de los distintos países, sino que integra, en contra de su voluntad, en su delirio destructor a las poblaciones civiles, que ven así sus ciudades bombardeadas, las aldeas saqueadas e incendiadas, los campos arrasados, las poblaciones mermadas.
Una vez que el régimen colapsa, se sucede la disolución. Los soldados se ven desprotegidos y sin jefes que les dirijan y protejan y con los alemanes a las puertas. Satta se ve inerme y uno lo imagina triste, al leer las últimas páginas de este magnífico libro, cuando los ciudadanos de Génova, entregados a un pillaje sin medida, arremeten incluso contra las plantas, los árboles, en un delirio que los lleva a ir a la raíz, a la de los árboles, mutilando el paisaje, socavando no solo el horizonte, sino la mirada del testigo, aquella porción de historia visual atesorada en las hojas de los álamos talados, testigos de la agonía de Satta que culmina su texto con un canto de dolor y de esperanza, De profundis clamavi ad te, domine.