El sociólogo Hartmut Rosa trata a través de su ensayo Cantan los ángeles, rugen los monstruos: Una breve sociología del heavy metal (traducción de Cristopher Morales Bonilla) dar las claves que explicarían la solidez de este género musical y su persistencia en el tiempo. Un género que no es solo ruido y que para muchos, son legión, es casi una forma de vivir la vida a través del metal pues para ellos escuchar heavy metal es una experiencia musical genuina y profunda.
Rosa sabe de lo que habla porque toda su vida ha sido muy metalero, incluso formó parte del grupo Purple Haze, donde tocaba los teclados, y escribía canciones que el cantante nunca se aprendió.
Para Rosa todo comenzó con las canciones de Pink Floyd y luego en 1980 con el primer disco de Iron Maiden (Iron Maiden). Luego se sumarían Judas Priest y Black Sabbath. Las letras de los grupos para Rosa son cruciales, así lo experimenta cuando escuche Fear of the dark de Iron Maiden o Nightcrawler de Judas Priest. Si bien Rosa reconoce que el heavy metal no incita al análisis exegético de los textos. Por eso Rosa opta por centrase en la experiencia, no en el significado.
Cuando se habla de una forma de vida, se habla de vivir el metal, de formar parte de la comunidad metalera, y todo el interés de sus miembros por los discos, las portadas, las giras, los conciertos, las revistas y luego la importancia biográfica que tiene el hard rock para sus oyentes. Y donde se manifiesta también algo que tiene que ver mucho con lo físico, en declive hoy con la tardomodernidad líquida. La persistencia del heavy metal lo explica Rosa en el capítulo 9. A mediados de los 90 el metal entró en crisis. El metal ha muerto fue el mantra. Pero surgieron nuevos grupos como Hammerfall, Edguy, Powerwolf o Sabaton; Bruce Dickinson y Adrian Smith regresaron a Iron Maiden y Rob Halford a Judas Priest. Los Metallica volvieron a la carga tras Load y Reload con St. Anger. La palabra Hammer volvió a aparecer en la portada de la revista Metal Hammer; volvieron los grandes festivales como el Rock am Ring y el Rock im Park. En resumen, el metal resucitó de sus cenizas y hoy está más vivo que nunca.
Aparecen en los textos muchas opiniones de fans del metal a cuenta de algunas canciones o bandas, pero si leemos a Rosa, se puede reducir en el hecho de que escuchar metal para él es tanto como una epifanía. En los conciertos no solo hay volumen y ritmo, también contacto físico con otros miembros de la comunidad metalera, y así se genera una energía circulante. Para Rosa es posible experimentar una profunda resonancia con el heavy metal. Estas experiencias raras e intensas de la resonancia profunda que se producen con un álbum o en un concierto son las que llevan a los fans del metal, a buscarlas de concierto en concierto y de álbum en álbum.
Las melodías emergentes, las imágenes creadas por las letras, la belleza, los sentimientos internos evocados por ellas y también los recuerdos biográficos interactúan entre sí. Crean un completo sistema de resonancia que incluye música, texto, cuerpo, mente y mundo y una “atención igualada” entre ellos, que por supuesto también incluye a la comunidad y los movimientos del público.
Es muy útil el índice temático que cierra el libro, pues ahí están contenidos todas las bandas, revistas, festivales, subgéneros del metal y cantantes de ambos sexos que Rosa introduce en su ensayo.
Como recomendación sugiero tener cerca una televisión, donde poder ver los vídeos de las canciones y los conciertos que aquí se mentan. Y alguna plataforma como Spotify donde poder escuchar también las canciones. Así la experiencia de la lectura será más plena.
En ese sentido, el ensayo de Rosa me ha resultado muy incitador y sugerente.