Trampantojo

A simple vista puede parecer un camino nevado. No lo es. Los chopos sueltan estas semanas una pelusilla muy molesta que lo invade todo, son las semillas dispersadas por el viento. Con la A: anemocoria.
En el Parque del Ebro el paseante, ciclista, o flaneador hallará esta estampa, surtidora de improperios. Casi una plaga bíblica.

La pelusilla de los chopos

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El hombre transparente. Cómo el mundo acabó convertido en Big Data (Javier Moreno)

Presos del móvil: el ruido digital nos asfixia, Mi vida sin WhatsApp. Artículos como estos, presentes en los medios, indican que las redes sociales y el uso del móvil es algo que nos ocupa y preocupa a todos. La nueva religión es la tecnología. Bien provista de adoradores, de interactuantes (para someteros a un móvil-ización continua que reclama su fruto en forma de datos). Vivimos inmersos en esa realidad. Todo avanza (si no se ha consumado ya) para que el móvil se convierta en una herramienta indispensable. Reservamos un hotel, compramos la entrada para un concierto, recibimos las facturas de la luz, y todo va a parar al móvil (que nos sirve para echar fotos, como GPS, como videocámara, y como ordenador portátil; un cordón umbilical que nos conecta al mundo), nada aflora en papel, tal que si acontece el gran apagón (algo así plantea DeLillo en su novela El silencio, si el móvil desaparece nos veríamos perdidos. Y si la nube falla, ese gran repositorio virtual, lo mismo. Vivimos pendientes de las notificaciones, las luces que nos avisan de nuevos likes, retuits, publicaciones, etc… todos aspirando al reconocimiento, un Narciso que pretende el feedback continuo, que todos queden prendados de su reflejo.

Javier Moreno, en este extenso y cundido ensayo (325 páginas), El hombre transparente. Cómo el mundo real acabó convertido en big data, aborda todo este asunto desde múltiples puntos de vista, en un texto proteico e interesante (convertido para mí en un manual de consulta), por el que se irán deslizando conceptos como el de La Gran Singularidad, el ciberproletariado, el selftrackig, la pax algoritimica, el transhumanismo, etc. Este mismo año, Javier ha publicado la novela Omega, que aborda a su vez este mismo tema.

El ser humano convertido en un simple interfaz/transmisor de la comunicación digital. Una mina extractiva, a cielo abierto, de la que ir barrenando hasta su inexistencia, o lo que es lo mismo: su total transparencia. Las redes sociales ejercen de confesores, quieren saber qué estamos pensando (Facebook), qué está pasando (Twitter), qué estás haciendo (Instagram, y dímelo con imágenes), ¿sobré que quieres hablar? (nos demanda LinkedIn). Asimismo el Big Data, bien puede reemplazar a la ontología; en su manejo de los datos y la estadística, para lograr deducciones muy probables. Ante un presente cada día más acelerado y evanescente, la reivindicación de la nostalgia, la restauración del sistema, todo aquello que era sólido; en mientes me viene aquel libro de Antonio Muñoz Molina, aquel mundo analógico, sólido, plomizo, lento, pero real. Hoy habitamos una ficción sin fricción, pues la realidad cada vez nos resulta más fluida, y líquida. El objetivo es la transparencia: enseñarlo todo. A pesar de que aún hoy hay quien guarda como oro en paño, su intimidad, su secreto, una buscada opacidad. La tecnología de internet parece haber obtenido como resultado la sociedad transparente.

Decía Alex de la Iglesia que en su última película, Veneciafrenia, sucede un crimen y la gente, los circunstantes, los espectadores, sacan sus móviles y graban. La realidad se convierte en ficción. El crimen se cosifica y de esa manera puede ser asumido. La realidad hoy es esa: pantallas grabando pantallas, y todo parece formar parte de una representación, ya sea un bombardeo, una guerra, un crimen.

Y ante el exceso de oferta, ante la desproporción entre la oferta de posibilidades y la capacidad de acción y de atención, la machine learning, parece ser capaz, mediante sus algoritmos, de recomendarnos un libro, una películas, una serie, una relación. Una tecnología, como se ve, muy posibilista.

La distribución de la riqueza, según la Ley de Pareto, parece replicarse en internet. De esta manera el 20% de los usuarios obtienen el 80% de los likes. Lo pueden comprobar por sí mismos. Si hacen un comentario inteligente e internet y tienen pocos seguidores, ese comentario se hundirá en el vacío, en el cero retorno. Si ese mismo comentario lo hace un personaje conocido, cualquier soplapollez que diga, cualquier foto que se haga, cualquier comentario será recibido con gozo y propalado por millones de personas.

El acto esencial de nuestro tiempo no es el pensamiento sino el like, no el juicio sino la emoción. El pensamiento requiere tiempo: elaborarlo, transmitirlo, encontrar un receptor que lo descodifique. Sin embargo, la emoción es subitánea. Su velocidad de contagio supera con mucho a la del pensamiento. La emoción es el equivalente de la luz en el medio social. La emoción lubrica el circuito de la comunicación. La emoción resulta así un catalizador privilegiado de la transparencia.
No descuida el autor el movimiento transhumanista, el cual cree el hombre es una criatura imperfecta y que, por tanto, puede y debe ser superada o mejorada, a través de la tecnología. Y alcanzar la inmortalidad a través de la criogenización
.

En lo relativo a las fake news, Javier, expone que la estadística funciona como una nueva autorictas similar a la que en otro momento histórico pudieran haber disfrutado la Iglesia o la Academia. El cogito ergo sum se ve reemplazado por el placet ergo est. Me gusta, luego existe. Nada extraño si la realidad se ha convertido en una proliferación de relatos a gusto del espectador. Si elegimos nuestros ficciones, la tentación de elegir nuestras verdades resulta muy poderosa.

El ensayo da qué pensar, invita a plantearnos la relación que mantenemos con la tecnología, en qué medida estamos enredados (y lo que nos supone), con la porción de intimidad que estamos dispuestos a reservarnos, las energías que estamos dispuestos a emplear para mantener la presencialidad, la fisicidad, para habitar un mundo real en el que nuestra manifiesta vulnerabilidad (explicitada con la pandemia), nos haga recuperar nuestra humanidad.

En todo caso, veremos a ver, hacia dónde muta todo este tinglado que tenemos montado.

Javier Moreno en Devaneos:

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Alma
2020
Acontecimiento
Null Island
Omega

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Nudos de vida (Julien Gracq)

Fueron estas palabras las que fijaron mi atención en Gracq cuando las leí hace tiempo:

El mecanismo novelesco es tan preciso y sutil como el mecanis de un poema, pero en razón de las dimensiones de la obra, y a mo diferencia de un soneto, pongamos por caso, desanima a un trabajo crítico completo. Así pues, dado la complejidad de un análisis que verdadero excede a las posibilidades del intelecto, la crítica de novelas sólo trabaja sobre mecanismos intermedios o arbitrarios, grupos sim plificadores muy vagos y tomados en masa: ciertas «escenas» o algunos capítulos, por ejemplo, en lugar de un análisis palabra a palabra, como el que es habitual en un crítico de poesía. Y sin embargo, si la novela vale la pena, su avatar transcurre línea a línea, y debería discutirse línea a línea. No hay más «detalles» en una novela que en cualquier otra obra de arte, aunque su masa así parezca sugerirlo, y también el prejuicio (muchas veces acertado) de que el novelista no ha podido contro larlo todo. Por eso los críticos que resumen, agrupan y simplifican, pierden todo derecho a ser tomados en serio y arruinan su crédito, en este género, y en todos los demás.

Publica ahora Ediciones del Subsuelo Nudos de vida, con traducción de Lluís Maria Todó, suma de fragmentos heteróclitos, clasificados en apartados tan contundentes como Caminos y calles, Instantes, Leer, Escribir.

Gracq murió en 2007, casi centenario. Nudos de vida que suponen una especie de enlazamiento íntimo y aislado, alrededor del cuerpo está la sensación de plenitud del ser-juntos.
La mayoría de los autores citados por Gracq son franceses: Mallarmé, Rimbaud, Valéry (para el que el poema era una larga vacilación entre el sonido y el sentido), Malraux, Victor Hugo, Renard, Nerval, Collete, Proust (la preeminencia en este del detalle sobre el conjunto), Stendhal (y sus desconcertantes comienzos), sin descuidar otros no galos como Kafka, Chéjov, Tosltoi, Stevenson… Y me sorprende la mención a Tolkien, al El señor de los anillos. El comentario a él destinado es cómo esta obra de Tolkien surge en un tiempo anterior al de la religión.

Los caminos y calles son las de Francia y Suiza. Paseos y deambuleos en coche, en bicicleta, a pie, por Tolón, Sion, Anjou, París, Amiens, Neuchâtel… que sirven para ejercitar la memoria y asimismo la constatación de un mundo ido, vivo solo en el rescoldo del recuerdo. O un mundo hecho a su imagen y semejanza que según Gracq distará mucho de ser considerado una obra buena.

Escribe Gracq que es una suerte para un escritor no haber estado de moda jamás, sino haber permanecido en una zona de retiro y sombra a la que solo acudían los que tenían verdaderas ganas de conocerle.

Habla también de lo difícil que supone para el escritor, a veces, ajustar las exigencias estéticas con las exigencias lógicas o como en las aulas lo que se ha cosechado es el rechazo de los estudiantes de bachillerato a explicar cualquier cosa que no sea Boris Vian, Charlie Hebdo y los comics.

Comenta que para el escritor a más plan menos vida. Es hacer novillos en la escritura lo que le da a la novela su encanto y sabor.

En la ficción no hay otra verdad que la justeza de la relación de las partes con el todo, y del todo con las partes, lo que hace que una novela «funcione» como circula la sangre.

Hay muchos párrafos subrayados en este libro -que dejo con pena en la librería-, casi todos, quizás en mi condición de lector, reseñador y escritor, y es tontería reproducirlos aquí todos. Pero dejo uno con las muchas reflexiones de Gracq que me han gustado:

Lo que ha desaparecido del horizonte de cierta crítica es el lector atrapado en el hilo de la lectura, el lector emocionado y en movimiento, deseando, exigiendo, captando, esperando. La lectura que propone la crítica es la paradoja de una lectura detenida, inmovilizada: un campo de investigación, como dice ella, es decir, la substitución del viaje por el mapa de carreteras.