Cuando vi Rocky III me planté, pero no sé debido a que fuerza misteriosa, me he visto atraído por Rocky Balboa, la sexta parte de la saga. Si dicen y con razón, salvo honrosas excepciones, que segundas partes nunca fueron buenas, qué dejamos para la sexta parte de una saga, que dio todo de sí, con su primera entrega, hace ahora treinta años, cuando el joven Stallone, dirigió Rocky llevándose dos Oscar: mejor película y guión. Rocky era una buena película, de personajes trabajados y un «vía crucis» bien plasmado, que llevaba a una persona a cumplir su sueño.
Stallone que últimamente trabaja poco en el cine, decide poner en marcha este proyecto, y para ello lo dirige, escribe el guión, lo produce e interpreta.
A sus 60 tacos Stallone que no está para virguerías, luce un musculado cuerpo, con cierto pellejo, que me temo, será más obra de las pastillas que del gimnasio. No es Rocky Balboa una película de acción denodada, de combates sucesivos como en entregas anteriores. Rocky, leyenda viva del boxeo, es en la actualidad el propietario de un restaurante, donde mostrar sus triunfos, y recibir admiradores, que pierden el culo por tener una foto con su ídolo y oir «las batallas del abuelo».
Hay que hacer encaje de bolillos para que Rocky de modo creíble suba de nuevo encima de un ring. Rocky sigue enamorado del boxeo, es su alimento, su vida y por ello se plantea volver a boxear, de modo discreto, pequeñas veladas a nivel local.
Sin embargo el destino tiene para él previstos planes más importantes. El actúal campeón no cala entre los amantes del boxeo y despúes de un programa de televisión que se plantea quien es mejor boxeador, si el vigente campeón o el Rocky de los 70, la polémica está servida.
¿Sería Rocky a sus cincuenta y pico años capaz de ganar al vigente campeón Mason ‘The Line’ Dixon?
Rocky volverá a boxear, no a luchar por el campeonato de los pesos pesados, que ganó en dos ocasiones, sino como una «exhibición», donde poder demostrar que sigue vivo.
La película no se centra en el boxeo, en los combates, ni si quiera en la puesta al punto de Rocky que se despacha en un plisplas, así durante una hora y pico no pasa nada más allá, de alguna conversación de Rocky con su hijo y con una mujer, madre de un hijo a la que dará trabajo en su restaurante.
El meollo, que pensaba se centraría en los combates sobre el ring, escasean. Rocky solo lleva a cabo un único combate a diez asaltos, en el Hotel Mandalay Bay de Las Vegas, donde desquitarse y quitarse la espina clavada.
Esta vuelta a la gloria del ex-boxeador, resulta anodina y descafeinada, sin el menor interés.
Rocky Balboa soporiza, aburre al personal, con sus discursos filosóficos (cuando pide su derecho a su licencia para poder boxear), y ni emociona cuando se pone en plan dramático, ni cuando está encima del ring, que más que boxear se la pasa todo el tiempo medio agachado, como si el reuma le impidiera mantenerse erguido.
Stallone tenía que haber dejado a Rocky en paz. Confio en que esta sea la última entrega.