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Psicojuego (Verónica Nieto)

Tercera aparición de Verónica Nieto por estos Devaneos. La primera vez fue con la novela Qué haces en esta ciudad, la segunda con los relatos de Tangos en prosa. Ahora, recién publica Psicojuego.

Ya he advertido en las obras anteriores la querencia de Verónica por el juego, por disfrutar escribiendo, y por ofrecer al espectador artefactos narrativos como este, que beben de lo futurible.
No sabemos si lo que plantea aquí Verónica lo verán nuestros ojos, o los de nuestros hijos o nietos. El planteamiento me parece muy original: una mujer ha muerto mientras jugaba en la realidad virtual. Es el primer caso en el que la muerte en la realidad virtual coincide con la muerte en la realidad real.
A partir de este momento la novela, sin convertirse en novela negra, trata de esclarecer qué es lo que ha sucedido, si ha sido un fallo cardiaco o un asesinato, quién era la víctima, cuál su entorno, en qué medida el Psicojuego pudiera haber sido el responsable último de su muerte.

La realidad real se ha visto aquí reemplazada por la realidad virtual, algo que poco a poco vamos viendo que sucede también ahora, ya que las personas pasan más tiempo en entornos virtuales que presenciales, donde la amistad son vínculos con personas de quienes solo se tiene constancia de su nickname, de la foto de su perfil, de sus posteos. No hay aquí la posibilidad de un abrazo, de un estrechamiento de manos, de un encogimiento de hombros…

La novedad que ofrece el Psicojuego es que su desarrollo responde a las fantasías inconscientes de cada jugador. Por lo tanto aquí el inconsciente juega un papel fundamental. Es como si pudiéramos cartografiar nuestros deseos, miedos, obsesiones, pulsiones y hacerlas carne, no mediante una impresora en 3D, sino a través de un juego al que accedemos poniéndonos un casco, y en el que jugamos a través de un avatar. ¿Sería el avatar una proyección nuestra, la parte visible de nuestre inconsciente? El Psicojuego se vende como una óptima herramienta para la terapia. Pensemos en un Oráculo de Delfos 4.0, donde el Conócete a ti mismo, viene a ser el ¿Qué eres capaz de articular con tu inconsciente? El jugador valiente podía llegar a conocerse a sí mismo.

De esta manera, no solo se entregaría la intimidad, que pasaría a ser del dominio público, como sucede hoy, sino que se daría un paso más, para pasar a entregar también nuestra psique, y pienso en ella como en la caja negra de un avión, la herramienta que nos permita entender cómo somos.
Para lograr esto, el lenguaje de la psique pasaría a formar parte del lenguaje de programación del Psicojuego. El Psicojuego es capaz de calcar la psique. ¿Imaginan un futuro en el que la psique fuera como un software al que bastaría cambiarle el código para que funcionase distinto?

El tono juguetón de la autora se explicita al explicarnos el desarrollo del juego. El objeto de todo juego es ganar, aquí supervivir, pasar pantallas, subir de nivel. Para ello los avatares de los jugadores deben mezclarse con otros avatares de forma provechosa, de esta manera adquieren cualidades que les ofrecen más posibilidades de sobrevivir. De esta manera encontramos, por ejemplo, monstruos del tipo: homopostsapiens-vegetal-afantasmado.

Una pregunta ronda como una fantasma por la novela, ¿qué es real y qué es virtual?. Imaginemos un futuro en el que la pregunta deje de importar y la respuesta sea que lo real es una antigualla, abolido ya por ejemplo el deseo de intimidad, al igual que la memoria natural, o las interacciones en directo. Todo aquello que hubiera ido a parar al Museo de la vida cotidiana.

La muerte acaecida se aborda desde distintos puntos de vista: los abogados que quieren ganar el juicio, los narradores (son varios narradores los que pergeñan este compendio) que quieren ganar lectores, y los psicólogos que quieren seguir comercializando el producto como terapia de apoyo. Se ofrecen asimismo las transcripciones de los interrogatorios practicados al Amante, a los familiares y amigos de la víctima.

Hay espacio en la novela para la denuncia. Aunque los informáticos hablan de un algoritmo unisex, pero a medida que vemos cómo se desarrollan las escenas en las partidas, el juego parece calcar de la realidad conductas que van en contra del respeto hacia la mujer. Ahí se abre en la novela la vía del hackeo, la posibilidad de la víctima (devenida una jugadora de zombi) de tumbar el psicojuego desde dentro, de denunciar prácticas sexuales que se sitúan al otro lado del respeto y el amor, por abusivas, denigrantes, intimidantes, humillantes y violentas, aunque sancionadas como normales bajo el paraguas de la ubicua pornografía.

En una parte de la novela aparece una Carta anónima que juega un papel importante para aclarar ciertas cosas. Ahí leo, el psicojuego permite todo tipo de sinsentidos, del mismo modo que la psique. Del mismo modo que un sueño. Y del mismo modo que la ficción, añadiría, en tanto que esta nos permite también especular, jugar con el futuro, y proponer escenarios, como hace aquí sagazmente Verónica.

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Presentación de Últimas noticias de la humanidad en Santos Ochoa

Últimas noticias de la humanidad

Hoy 4 de octubre, a las 19,30, en Santos Ochoa de Calvo Sotelo presentaré mi libro de relatos Últimas noticias de la humanidad (Ápeiron ediciones, 2023), acompañado de Jorge Fernández Carracedo.

Os esperamos.

Ya está disponible el vídeo de la presentación.

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Crítica del barrio chino (Roberto Vivero)

Crítica del barrio chino
Roberto Vivero
Ápeiron ediciones
2016
228 páginas

Si suponemos que Crítica del barrio chino es la continuación de Las fieras creo que no andamos muy desencaminados, no porque la prosa sea un eco de la anterior, que no lo es, sino porque hay aquí también un espacio físico cerrado; imaginemos un cuadro del Bosco, un díptico, en el que el mundo empiece y culmine en los lindes horizontales y verticales de los paneles. Un Jardín de las delicias en el que la vida terrenal y el infierno se enmarañasen hasta confundirse.

El libro se sirve en 100 capítulos interconectados. Algunos personajes pululan por distintos capítulos y cuando veo aparecer ahí al niño palo o a la niña lamida por un perro, pienso en la niña llagada de Las fieras. También cuando leo el capítulo Buga.

No es la novela la descripción de un mundo real -aunque no desatiende lo real, al menos nominalmente, sin estar tampoco exento de ramalazos de humorismo, si no de qué esta tipografía: La Defensa, La plaza de la Concordia, La Bastilla, el Arco de la Triunfo, personajes como Vendome, Citröen, Manuel Bonaparte, la niña Sorbona– sino la creación de un territorio literario al margen de lo que conocemos y nuestra moral acepta; una especie de civilización bajo el nombre de Pequeño París, tras haber absorbido este la antigua denominación de barrio chino, descubierta para nuestros ojos y narrada con una escritura muy singular, la de Roberto Vivero.

Y lo singular acarrea problemas de todo tipo al lector. En tanto que exige una lectura lenta, morosa, y atenta, para dar finalmente la razón a Nietzsche cuando hablaba de la necesidad de rumiar al leer. Y no tanto leer como releer, en bucle, para sacarle el sentido a los silogismos, a los diálogos, para tratar de montar, a duras penas, en la cabeza, todo el espacio físico y psíquico que se nos describe; territorio que puede ser un laberinto del que tan difícil es llegar como marcharse (a no ser que uno sea un fiel seguidor de las recomendaciones de Hegesias y logre entonces deshacerse de la podredumbre de vivir), en el que nadie trabaja y nada pasa en el correr de los siglos, donde no hay enfermedades diagnosticadas, ni existe el inconsciente, ni hay relaciones de poder, y sí seres solipsistas, regidos todos ellos por unos instintos difíciles de dilucidar, con comportamientos igual de inextricables (quizás porque como en las cuevas que aparecen en Debajo del suelo, todo resulta demasiado hermético y nada tiene sentido), donde por las noches llueve agua salada, como las lágrimas, como si ya nadie pudiese más. Y eso es lo que transmiten los capítulos: la sensación de pesadez y de densidad, de no haber escapatoria en todo este cardumen de comportamientos y charlas amébicas (como en Me han hablado de algo), con excepciones, porque el que le da al tarro, lo hace por todos (como Lázaro o Jeremías) y hacen de la filosofía su sangre, no transfusionable. Sin hacer ascos al absurdo, como Leoncio, quien al preguntarse si alguna vez ha tenido su propio lenguaje, se plantea si no ha sido un heterónimo de los demás.

El barrio puede llegar uno a imaginarlo como una gran mancha negra en medio de la nada, o como una nave nodriza gigantesca flotando en el espacio, con un decorado dentro, vagando al margen del tiempo y del espacio. Mancha o coágulo del que irían brotando seres animados por las palabras, y de apariencia humana, cual tripulación en busca de lo posible.

Lo más plausible de la novela es el empeño del autor por no convertir cada capítulo en un eco del anterior, por no abrevar en los lugares comunes y frases hechas, repeliendo la menor tautología, y ofreciendo mediante grandes dosis de imaginación continuas sorpresas en la experimentación con el lenguaje, ¡y qué lenguaje, y qué gozo el que depara leer palabras como acmé, hénide, ipseidad, eones, nouménica, betuminoso! Por eso hablaba aquí, en este imposible epítome o reseña fracasada, de prosa singular e inédita, aunque quizás no lo sea tanto después de haber leído Las fieras.

Cruce de caminos

Cruce de caminos, reza el himno de Logroño. Así es. Ayer cogí la bicicleta y a apenas siete kilómetros de Logroño está Viana, en Navarra. Se mezclaban antes de llegar a Viana dos olores, el de la aceituna en la almazara y el de la galleta en la fábrica. Hacia la izquierda está Moreda, a tres kilómetros, y nos encontraremos en Álava. El espacio físico va por tanto alternando comunidades autónomas, aunque el paisaje apenas cambia: un manto de viñedos, ahora en vendimia. Y como sucede en Torino con la Mole, o en Berlín con la torre de televisión, por estos pagos riojanos, alaveses o navarros, al fondo, vela nuestro deambular el León Dormido.

En dirección hacia Aras, un rompepiernas, superado el pueblo, alcancé el parque eólico “El Camino”. Al pie de uno de estos molinos de viento gigante vi lo anchos y grandísimos que son. En La Población el bar estaba cerrado y de regreso, parada en Barriobusto y Labraza, pueblo con caserones de piedra, todo muy bien cuidado, y privilegiadas vistas hacia la Sierra de Cantabria desde la Iglesia de San Miguel, en la plaza Mayor, para luego regresar a Logroño por Viana y pasando por Oyón.

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