Psicópatas y Asesinos en el Cine

Poco se podría imaginar Alfred Hitchcock al estrenar Psicosis que el rocambolesco final de la historia, parecido a los de algunas pulp fictions y series B de la época y vagamente inspirado en la triste y macabra historia real del psicópata norteamericano Ed Gein, iba a destapar una caja de Pandora de la que cuarenta años más tarde seguirían saliendo asesinos perturbados. Si en la primera mitad del siglo XX los monstruos de origen literario como Drácula y Frankenstein reinaron en el cine de terror, la segunda mitad les pertenece a los serial killers.

El psicópata entra en escena en Psicosis como asesino sexualmente enfermo que mata a sus objetos de deseo, generalmente mujeres. En los años 70, su móvil se vuelve más enigmático y elige como víctimas a los jóvenes de ambos sexos, que son a la vez los destinatarios preferentes de estas películas. Es curioso el giro que se da en la década siguiente: con la vuelta a los valores conservadores y la importancia que vuelve a cobrar la vida familiar en la sociedad norteamericana de los 80, irrumpen muchos psicóticos cuya intención es la de perturbar confortables hogares; los carteles de estas películas suelen consistir en fotos de familia desgarradas. En los años 90, con muchos de los títulos antiguos convertidos ya en clásicos o en películas de culto, hay una auténtica explosión del tópico del serial killer: tanto del asesino de móvil sexual, incluyendo un auge del thriller erótico, como del que se propone destruir las familias, como del que mata adolescentes; el interés es tal que surge un cuarto grupo de films que, a diferencia de los otros, apenas se ocupan de las víctimas y analizan más al propio asesino.

La selección de películas que adornan este repaso de la historia de todo un subgénero es tan discutible como lo hubiera sido cualquier otra; los quince títulos escogidos se caracterizan o bien por su alta calidad, o bien por haber introducido nuevos elementos en el universo de los psycho-killers, o bien por haberles dado la vuelta a los elementos que ya había; casi todos cumplen con los tres requisitos.



I. EL PSICÓPATA Y EL SEXO
Norman Bates (Anthony Perkins) en Psicosis
(Psycho, Alfred Hitchcock, 1960)
·La película creadora del género es, sin embargo, lo menos parecido a un film de psicópatas al uso. No es hasta la mitad del metraje cuando el asesinato de la que pensábamos protagonista reconduce la historia al territorio de una misteriosa asesina demente que habita en una vieja mansión donde los que entran no vuelven a salir vivos; al final la tal asesina resulta ser la segunda personalidad que se ha creado el esquizofrénico Norman Bates para reprimir sus impulsos sexuales. Esta obra maestra revolucionó y dio alas al cine de terror, suponiendo un giro hacia lo psicológico en cuanto a temática, y hacia la ruptura con el clasicismo en cuanto a estructura y lenguaje cinematográfico.
Carol Ledoux (Catherine Deneuve) en Repulsión
(Repulsion, Roman Polanski, 1965)
·Una vuelta al universo de Psicosis, esta vez con una Norman Bates femenina que no soporta la visión de la sangre ni otros peligros del mundo exterior, por lo que se encierra en su apartamento; allí se vuelve presa de sus delirios psicosexuales y no repara en asesinar a los hombres que se le acercan con intenciones libidinosas, que según ella son todos. Polanski sintetiza magistralmente el cine de arte y ensayo y el estilo vanguardista propio de la época con su gusto por el terror psicológico, creando un relato enfermizo, claustrofóbico, anticomercial y enormemente influyente.
Catherine Tramell (Sharon Stone) en Instinto Básico
(Basic Instinct, Paul Verhoeven, 1992)
·A diferencia de Norman Bates o Carol Ledoux, Catherine Tramell no asesina por miedo al sexo sino todo lo contrario, porque sólo convirtiéndose en una mantis religiosa humana puede redondear el placer del orgasmo. O más bien porque de esa forma se convierte en la perfecta fantasía masculina para canalizar la mezcla de pánico y fascinación que el director, el guionista, y toda la sociedad judeocristiana en general, sienten hacia las mujeres sexualmente liberadas. La asociación de juerga, sexo, drogas, dominación femenina y muerte es tan reaccionaria como cinematográficamente jugosa cuando se pone en manos de un maestro como Paul Verhoeven y de la reina del thriller erótico y mejor femme fatale de la historia del cine, Sharon Stone.



II. EL PSICÓPATA Y LOS JÓVENES
La familia Stillo (David Hess, Fred J. Lincoln, Jeramie Rain y Marc Sheffer) en La Última Casa a la Izquierda
(Last House on the Left, Wes Craven, 1972)
·Un grupo de dementes tortura y asesina a dos muchachas, pero luego sufrirán una venganza igual de sádica por parte de la familia de una de sus víctimas. Wes Craven supo conjugar astutamente las escenas gore con un argumento -inspirado según confesión propia por El Manantial de la Doncella del mismísimo Ingmar Bergman– que, en un país convulsionado por las muertes de jóvenes en la guerra del Vietnam y los crímenes de la familia Manson, funcionó como metáfora burda pero efectiva de la violencia soterrada en la América profunda, convirtiendo a esta cult-movie, a pesar de su indigencia tanto presupuestaria como narrativa, en una de las principales pioneras del cine de terror adolescente.
Leatherface (Gunnar Hansen) y familia en La Matanza de Texas
(The Texas Chainsaw Massacre, Tobe Hooper, 1974)
·Pero el pistoletazo de salida oficial del terror teen fue una versión corregida y aumentada de La Última Casa a la Izquierda; de nuevo un grupo de inocentes jóvenes más o menos hippies caen en manos de un clan familiar psicópata, esta vez salido de las catacumbas rurales del estado de Texas, bastión casi oficial de los sectores sociales más cavernícolas de los USA. En esta ocasión, el gore se llevó menos del lado de la casquería más fácil y más del de una iconografía muy notable, inspirada de nuevo por la casa de los horrores real de Ed Gein, que puso la guinda a una esforzada puesta en escena, a pesar de la escasez de medios, de Tobe Hooper. Imposible negarle la categoría de obra clave del terror de los 70.
Michael Myers (Tony Moran) en la Noche de Halloween
(Halloween, John Carpenter, 1978)
·De forma inteligente y brillante, Carpenter llevó a cabo la transición del subgénero del psycho-killer desde el underground y las sesiones de madrugada hasta el cine comercial, rebajando el contenido gore, y sustituyendo la técnica amateur y la transgresión de las cult-movies por un estilo más conservador que echa mano de referencias como el cuento del hombre del saco. Con Michael Myers y su oleada de imitadores -el más obvio es evidentemente el Jason de Viernes 13– vuelve la asociación de Psicosis entre sexo y muerte; mientras los jovencitos pecadores que se van de juerga son castigados, la dulce muchacha virginal de su casa sobrevive, aspecto con el que ironizará más tarde Scream.
Freddy Krueger (Robert Englund) en Pesadilla en Elm Street
(Nightmare on Elm Street, Wes Craven, 1982)
·En una interesante vuelta de tuerca, Freddy Krueger hace evidente su condición de producto de las pesadillas del inconsciente colectivo, que dirían los psicoanalistas, apareciendo en los sueños de sus víctimas; de esta forma se lleva a cabo por fin la fusión entre el cine de psicópatas y el género más indudablemente fantástico, estamos en un sueño y por lo tanto las posibilidades son infinitas. El film consigue además crear todo un icono (el sombrero, la cara abrasada, el jersey a rayas y sobre todo la mano-garra) que pasa a formar parte de la mitología contemporánea rivalizando en éxito popular con la máscara de Michael Myers.
Ghostface (Dane Farwell) en Scream
(Scream, Wes Craven, 1996)
·Tras ser pionero del género y aportar luego uno de sus títulos emblemáticos, Craven se corona rey indudable del terror adolescente al revitalizarlo contra todo pronóstico en los últimos años 90. Saqueando con talento, ironía y desvergüenza las convenciones creadas en todos los títulos anteriores, Scream introduce en el mundo del psycho-killer el metalenguaje, la postmodernidad y el collage de comedia, terror y thriller de quién-es-el-asesino, con una insólita, aunque luego imitadísima, mezcla de vanguardia y comercialidad. ¿Epílogo de un género o prólogo de un nuevo estilo donde las etiquetas genéricas antiguas ya no valen? El tiempo lo dirá.


III. EL PSICÓPATA Y LA FAMILIA
Alex Forrest (Glenn Close) en Atracción Fatal
(Fatal Attraction, Adrian Lyne, 1987)
·Título clave de la era Reagan con su vuelta a los valores familiares y tradicionales; una simple cana al aire acababa resultando una pesadilla para Michael Douglas, algo que en plena paranoia del SIDA no pareció exagerado sino muy real para los espectadores de 1987. Alex, su ligue de una noche, era una desequilibrada que vivía en un piso deshumanizado frente a la calidez y estabilidad del dulce hogar familiar que pretendía destruir. Todo ello servido por la puesta en escena esteticista, tramposa, y en este caso muy hábil, de Adrian Lyne en la que probablemente sea su mejor película (también es verdad que en su caso eso no quiere decir mucho).
Max Cady (Robert de Niro) en El Cabo del Miedo
(Cape Fear, Martin Scorsese, 1991)
·En El Cabo del Terror de J. Lee Thompson (1962), Max Cady acosaba a un bondadoso abogado y a su familia ideal. En el remake de Scorsese, el psicópata es la encarnación de los esqueletos escondidos en el armario del abogado Sam Bowden, y casi un ángel vengador. Fue Bowden, individuo neurótico, hipócrita y padre de una familia disfuncional, quien creó al monstruo de Cady al mandarlo a la cárcel con malas artes. ¿Quién es la víctima y quién el verdugo? ¿Cuál de los dos es más psicópata? La hija algo pendón del abogado (Juliette Lewis) no lo tiene muy claro, y Scorsese tampoco, aunque el final convencional se carga un poco el discurso de la película.
Peyton Flanders (Rebecca de Mornay) en La Mano que mece la Cuna
(The Hand that Rocks the Craddle, Curtis Hanson, 1992)
·Rompiendo con los estereotipos que dominan en cientos de culebrones, el inteligentísimo guión de Amanda Silver intercambió los papeles y puso a la mujer que trabaja fuera de casa, tradicionalmente presentada como ambiciosa y arpía, como la buena, y a la que se queda con los niños cuidando del hogar como la mala. La niñera psicópata fue todo un guiño sutil a la liberación de la mujer y una transgresión del tópico del sentimiento maternal como quintaesencia de la bondad y dulzura femeninas. Caló en el público hasta el punto de convertir a una pequeña producción en uno de los acontecimientos del año y generar incontables imitaciones cinematográficas y televisivas.
Beverly Sutphin (Kathleen Turner) en Los Asesinatos de Mamá
(Serial Mom, John Waters, 1994)
·La única asesina de este grupo que no aspira a destrozar un hogar sino a mantenerlo unido; y es que cuando se trata de la felicidad de tu familia ¿cómo vas a anteponer minucias como el código penal o la declaración universal de los derechos humanos? En su estupenda madurez, John Waters se ha dado cuenta de que un ama de casa americana perfecta es un ser mucho más degenerado que la Divine de Pink Flamingos; y, en una interpretación magistral, Kathleen Turner, además de la importancia del reciclaje de basuras y de ponerse el cinturón de seguridad, nos enseña las formas más creativas, domésticas y divertidas de asesinar.
Harry (Sergi López) en Harry, un Amigo que os Quiere
(Harry, un Ami qui vous Veut du Bien, Dominik Moll, 2000)
·El acercamiento desde el punto de vista europeo al subgénero del demente destrozafamilias no pudo dar un resultado más cínico; Harry es el amigo ideal que está dispuesto a hacer todo, y de todo, para ayudar. Y la verdad es que la asfixiante vida pequeñoburguesa de su ex-compañero de estudios acaba cambiando para mejor gracias a sus consejos y sobre todo a sus acciones. Una filosofía de ponga un psicópata en su vida que la emparenta con Extraños en un Tren de Hitchcock.


IV. EL PSICÓPATA A SECAS
Henry (Michael Rourke) en Henry, Retrato de un Asesino
(Henry, Portrait of a Serial Killer, John McNaughton, 1990)
·Aparte de un retrato, la cámara de John McNaughton hacía un diario de las sangrientas y tristes peripecias de un personaje que mata de forma casi compulsiva, sin motivo y sin encontrar ningún placer en ello. El otro punto más original y que despertó más interés del film fue la mirada del director hacia el asesino: totalmente fría, evitando tanto el demonizar como el justificar al personaje. Con un estilo ultrasobrio que huye como de la peste de la pretenciosidad, McNaughton se limita a mostrar unos hechos brutales sin regodearse, ni hacer un espectáculo sensacionalista a partir de ellos, ni ampararse en coartadas de presuntos discursos pseudointelectuales acerca de la violencia audiovisual; esos otros terrenos se los deja a gente como Michael Haneke y sus Funny Games (1997).
Hannibal Lecter (Anthony Hopkins) en El Silencio de los Corderos
(The Silence of the Lambs, Jonathan Demme, 1991)
·Mientras casi todos los psicópatas anteriores eran enfermos sexuales, disminuidos psíquicos, o tarados de uno u otro tipo, el doctor Lecter fascinó por ser un hombre inteligente, culto, y por lo tanto el más amoral de los asesinos de celuloide vistos hasta la fecha, un heredero perfecto de los «héroes» del marqués de Sade de no ser por la falta de motivación sexual explícita en sus crímenes. Fue todo un impacto en su día el discurso perverso con el que Lecter se burlaba de los principios éticos de la agente Clarice Starling, así como la simbiosis a la que el asesino llegaba con ella y también con el espectador, ya que la cámara malvada de Jonathan Demme ensalzaba en buena medida al correcto y educado Lecter frente a la grosería de algunas de sus víctimas.

Fuente | Cine Fantástico

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