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Complejo lagunar de Laguardia

A poco más de quince kilometros de Logroño se encuentra la ciudad de Laguardia. En el entorno de dicha ciudad hay unas lagunas muy interesantes para visitar.

Si se accede a Laguardia en bicicleta por la GR-38, partiendo desde Oyón, o empalmando con esta GR cogiendo algunos de los caminos que salen detrás del Monte del Corvo, a nuestra disposición tendremos las vistas de los viñedos, el perfil de la Sierra de Cantabria, Laguardia encaramada en un promontorio, los chozos entre los viñedos y las referidas lagunas, que al ser ya casi verano, y una vez que se ha evaporado el agua en los humedales, muestra una superficie blanca por la costra de la sal, tanto en la laguna de Carravalseca como en Carralogroño.

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Berganzo

Hoy de ruta y otra vez por el camino del Ebro. Saliendo de Logroño, pasando la ermita del Cristo, hay un camino a nuestra izquierda que precisamente es el camino del Ebro y finaliza próximo al Centro de acogida animales. Nos espera luego una pronunciada bajada hasta el El Cortijo. Después está Fuenmayor y luego a San Vicente pasando por Baños de Ebro y antes por Torremontalbo. La señalización no es la mejor. No es difícil desorientarse a la salida de Fuenmayor buscando el camino de Buicio. Una vez en él descubres el palitroque del camino del Ebro cuando llevas 400 metros dentro del camino. De la misma manera antes de llegar a Torremontalbo el camino se corta, y has de pasar la bici al otro lado del quitamiedos, si quieres continuar.

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De Baños de Ebro a San Vicente a fuimos por la carretera regional. En el altozano vimos el castillo de Davalillo. Una vez en San Vicente de la Sonsierra, quince kilometros distan de Berganzo. Hay una buena masa forestal y bastantes cuestas.

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Las cascadas de Berganzo son una maravilla. Bajaban con buenas provisiones de agua.

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Superadas los dos de la tarde era hora de comer. No había restaurante en Berganzo, ni en Ocio, y acabamos comiendo en un pueblo de cuyo nombre nos enteramos a medida que comíamos: Santa Cruz del Fierro. Un menú cerrado en el Restaurante Coto de caza El Castillo. Dos perolas, una de alubia roja que se deshacía en la boca y otra de patatas con chorizo. De segundo churrasco o chuletón de ternera. De postre natillas, o tarta de helado de limón. Comida copiosa, sí, pero no nos podíamos permitir una pájara.

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Regresamos a Logroño por Briñas y Ábalos, a nuestra derecha un mar de viñas y un horizonte infinito, el sol en la cara, la alegría en el rostro y el cansancio en el cuerpo. Hicimos una parada en Laguardia. Sigue siendo la misma beldad de piedra de siempre.

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Valvanerada en coche

En los años de mocedad, allá por 2002 y 2003, hice la Valvanerada. Como el nombre ya indica hay algo de exageración en aquella caminata que consistía en recorrer 61 kilómetros andando entre Logroño y el Monasterio de Valvanera. Más de mil personas lográbamos pasar la línea de meta. Al contrario que en otras rutas que son por el monte, como la marcha de Hoyos de Iregua, o por los Montes de Tobía, la Valvanerada va por asfalto, salvo el tramo que media entre Logroño y Navarrete que sigue el curso del Camino de Santiago.

La ruta comenzaba a las ocho de la tarde en Logroño y finalizaba unas trece horas después (quien lo hacía corriendo tardaba bastante menos), cuando ya había amanecido. Había tramos infernales como la recta de Baños del Río Tobía. Al frente, durante casi dos horas, un edificio iluminado, de una fábrica de embutidos. Una vez en Anguiano aún restaban quince kilómetros de ascension. Lo bueno eran los avituallamientos, algunos con chocolate caliente y bizcochos.

Hoy hice ese mismo camino pero en coche. Más cómodo, claro. En un día propio del invierno, ventoso, lluvioso, y a ratos nevando. Unos de esos días en los que apetece meterse entre pecho y espalda un buen cocido o un plato de cuchara; unas alubias de Anguiano, por ejemplo, secundadas con una carrillera y un buen arroz con leche. Y finalmente regado todo ello con el inmejorable digestivo que es el licor de Valvanera. Además, la comida estuvo amenizada con La Traviata de Verdi. ¿Se puede pedir más?

Visitamos el Monasterio. Vimos la Virgen con el niño en brazos y este con el libro, y sus pies estrábicos. Me chocó la imagen, por inaudita, de una máquina expendedora de velas. A la salida había un libro de notas en el que la gente registraba el consuelo que la virgen les ofrecía. Algunos solicitaban incluso la curación de enfermedades ajenas.

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