Archivo de la categoría: Paul Celan

IMG_20210111_165926-min

Bajo la cúpula. Paseos con Paul Celan; Jean Daive

Traducción de Mateo Pierre Avit Ferrero
La Uña Rota
2020
181 páginas

Vaya por delante que todo lo que podamos decir de una obra es siempre mucho más débil que la obra. El año pasado se celebró el centenario del nacimiento de Paul Celan y también el cincuenta aniversario de su muerte, en 1970, cuando Celan se tiró al Sena y su cuerpo apareció en una inclusa once días después. Gisėle, al advertir su desaparición intuye también su muerte, al haber dejado el poeta su reloj de pulsera sobre la mesilla de noche. Una señal fatídica. Nunca salía sin él y ya había anticipado qué supondría esta acción.

Hace unas semanas hicieron una instalación en la Plaza del Mercado de Logroño, y era curioso porque se accedía al interior de una construcción con forma de cruz a través de una plataforma, y a medida que te adentrabas en la misma todo permanecía a oscuras. Al poco no eras capaz de determinar si estabas ascendiendo o descendiendo, llegaba un sonido y no sabías si era por arriba o por abajo, abandonabas el recinto aturdido, con el corazón al galope. Lecturas como la presente ofrecen una sensación de pareja desorientación y excitación.

A Celan, nacido Antschel bajo el imperio austrohúngaro, siempre se le reprochó el hermetismo de sus poemas. Se revolvía afirmando que era el lector quién debía hacer el esfuerzo por alcanzar el sentido.

Daive, es un poeta que hizo buenas migas con Paul Celan. Quizás porque ambos eran de la misma cuerda, a pesar de que Daive fuera dos décadas más joven. Conectados por los hilos invisibles del entendimiento mutuo. Determinados fragmentos del libro me resultan incomprensibles. Ummm. Ummm. Conversaciones que se ofrecen como un juego privado entre los dos. Conversaciones que a Daive le resultan dichosas.

Daive pasea con Celan bajo una bóveda vegetal, recorren el perímetro de la plaza Contrescarpe, cartografían el recorrido por las calles Ulm, Tournefort, Pot-de-fer, etc, se dejan caer hasta Los jardines de Luxemburgo.
Lo que Daive plasma en este libro a través de recuerdos, de los encuentros con Celan, va mucho más allá de lo que leeremos en cualquier biografía sobre el mismo.

Daive se abre a la intimidad: paseos, conversaciones (un hablar que duplica el mundo), comidas y silencios. Que Celan esté dispuesto a traducir al alemán los versos de Décimale blanche de Daive, poeta primerizo, veinteañero entonces, es quizás lo que genera una relación tan especial entre ellos. Confianza, lealtad, amistad inquebrantable, pero breve. Daive conoce a Celan en 1965 y este último se suicida cinco años después.

El texto no es una biografía de Celan. Daive también nos habla de sí mismo, de sus cuitas amorosas, sus lances, sus viajes por el Egeo, por Italia, sus sueños, su historia familiar, la experiencia compartida junto al maestro. Los momentos más fulgurantes son los dedicados a la escritura y la traducción, también escritura y la imposibilidad de traducir determinados términos. Celan habla de lavar y frotar las palabras, de mondarlas, pelarlas como castañas. No se nos ofrece ningún poema completo de Celan, luego ni enunciado ni atributos toman cuerpo, al menos aquí. Una traducción, obra de Mateo Pierre Avit, que visto el material que tenemos entre manos, intuyo todo menos fácil.

Paul Celan (1920-1970)

Paul Celan (1920-1970)

La intimidad que Daive nos ofrece es la de un Celan cortés, agudo crítico literario, emocionado cuando toma contacto con Ungaretti, Heidegger, obsesionado con el lenguaje, quizás por eso mismo enfermo, con episodios de demencia, un Celan que dominaba siete lenguas en su cerebro babélico; prestigiado traductor y poeta, amurallado en su soledad, aliviada al lado de su mujer, de su amante Ingeborg, de su hijo Eric. Pero siempre había una herida abierta, una herencia impagable, un dolor abismal. Celan había perdido a su padre y a su madre, judíos, durante la segunda guerra mundial por culpa de los nazis. Y sobrevivir a veces es un peso demasiado duro de soportar, aliviado, o ahondado por la escritura, aherrojado por los clavos del poema (Un poema siempre es una carta al padre), la lanzada que desangra en cada verso. Celan erigiendo palabra a palabra una ontología de sí mismo, iluminando cada rincón de su ser, hasta dar finalmente con el punto de fuga (su Todesfuge), limadas ya todas los rejas, dilucidado mundo, que el Sena tuvo a bien brindarle.