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Évora

Évora (Afonso Cruz)

Visitando el Alentejo, en la ciudad de Évora, coincidió que en la plaza en donde se encuentra el Templo de Diana había unos puestos con libros, dado que se celebraba durante esos días la Feria del Libro. Vi este libro de Afonso Cruz, un autor del que me gusta lo que llevo leído suyo y de paso con la lectura pensé que conocería algo mejor la ciudad de Évora. Es un libro bilingüe, en inglés y portugués. Un libro muy breve. Los textos de Afonso no superan las veinte páginas; textos que van acompañados por las fotos tomadas con una Leica, de Libório Manuel Silva.

Un libro que pertenece a la Colección Portugal, conformada por catorce títulos, sobre distintas ciudades como Lisboa, Sintra, Braga, Setubal.

Cuenta Afonso que hace unos años decidió dejar la ciudad y venir al campo, así recaló en el Alentejo en Évora. Al jardín público de la ciudad acudía cuando sus hijos eran pequeños. Una ciudad cuya distancia del mar, al contrario que a otros muchos, no le resultaba par nada asfixiante. El libro va de recuerdos. Uno es cuando quiso ser cartujo, idea que en seguida borró de su mente. Para no olvidar que somos mortales y que tempus fugit, Afonso nos sitúa en la Capilla de los huesos, que tiene tal nombre porque está revestida por más de cinco mil huesos. En lo alimenticio Afonso si ha de elegir un plato será la sopa de beldroegas (no sé como se traduce al castellano). No puede faltar la mención al Templo de Diana, que debería llamarse Templo de Augusto, ya que se construyó para honrarlo. Y a las afueras de Évora, vestigios del pasado, con la presencia de un cromlech en Dos Almendres. Mención también para los cielos alentejanos, óptimos por la calidad e sus cielos estrellados y como colofón una reivindicación de la Naturaleza. Y no podía faltar ¿quién? Correcto: Thoreau. Y otras citas de corte naturalista de Hellen Keller y Alice Walker.

Un libro de viajes muy particular, que bebe de los recuerdos para nutrirse de lo biográfico y acabar recordando el autor a su abuela, muy apegada al terruño alentejano, a su tierra.

Tercer libro de crónicas

Tercer libro de crónicas (António Lobo Antunes)

Leo en la contracubierta del libro que estas crónicas se leen con extrema facilidad. No lo creo. Sí pienso que se leen con felicidad. Antunes tiene un estilo reconocible sea lo que leamos crónicas o novelas. Aquí reúne 69 crónicas, escritas entre 2002 y 2004, que va alternando con la escritura de otra novela, cuyo título no desvela.

Un tema central es aquí la labor de la escritura. Al leer las crónicas imagino a Antunes como a un médium, con el bolígrafo al final de la mano, esperando una orden para comenzar a escribir. Antunes dice que los libros le llegan, y que él les presta su mano para darles salida. Una escritura que le sirve de desahogo, para vaciarse y poder volver a llenarse. Un escribir que lo asemeja a oír on fuerza. Una escritura a la que consagra su vida, a pesar de que haya trabajado como psiquiatra, y haya estado en la guerra de Angola. Estas ocupaciones también están presentes en sus textos, en la crónica Solo los muertos conocen Mafra, en donde afirma que le cuesta entender la violencia innecesaria, la humillación estúpida, las condiciones de vida degradantes. La guerra solo consigue embrutecerlos. Esto: nos sentíamos tan solo que casi nos daban envidia los amputados.

En Un pie balanceándose, desnudo, fuera de la sábana evoca al niñito Zé Francisco, cuando estaba de prácticas en el Hospital de Santa María, su pie colgando por fuera de la sabana. Parecen ser recuerdos que uno no logra sacarse de encima ni siquiera expiándolos con la escritura.

Antunes desde niño ya dice que quiere escribir, ser escritor, hacer libros, algo que no es recibido bien por sus padres, pues de eso no se come.

Antunes va al pasado y evoca a su padre, a su papaíto; ni lo salva ni lo crucifica, a pesar de que la crónica lleve por título Ajuste de cuentas; en todo caso hay un hijo lleno de cosas que prefiere no transformar en palabras, que comprueba que no hay nada debajo debajo de aquellos años de silencio. Otras crónicas tienen títulos que bien podían ser el de una novela: Deberían llevar lágrimas cuando pesa mucho el corazón (o bien cederle el título a Patricio Pron para alguna de sus futuras novelas).

Algunas crónicas las hace Antunes sobre la marcha, adelantando que no sabe de qué va a escribir, pero luego poco a poco, frase a frase, ha despachado una crónica como por ejemplo Una carta para Sherlock Holmes, que empieza así A veces me apetece ser como Rosa de Luxemburgo, que iba llorando porque le daba pena la gente.

Y a pesar de que Antunes reconoce tener solo dos o tres amigos, en sus crónicas es capaz de encarecer, y de que manera, a escritores como Augusto Abelaira, un pequeño sujeto de una discreta grandeza, por su seriedad intelectual y valentía y por la honrada fidelidad a dos principios: la conquista paciente que es cada libro, y el dolor amargo de escribirlo. Más: Escribir como tocaba Charlie Parker, con el mismo sufrimiento, para ofrecer placer y alegría a los que leen.

La lectura del compendio de las crónicas deja esa felicidad de la que hablaba antes, no porque brille aquí el entusiasmo, sino porque aflora una destilada sabiduría fruto de la experiencia, dirigida hacia la esencia de las cosas. Sin aspavientos, con discreción, palabra a palabra, frase a frase, crónica a crónica. Y dice Antunes que nunca empieza un libro antes de estar seguro de que no es capaz de escribirlo. Dice también que escribir es sacar a la superficie, porque si cogemos lo que está en la superficie hacemos lo que se ve en las librerías y en las galerías, que presentan lo obvio.


Tercer libro de crónicas
António Lobo Antunes
Traducción Antonio Sáez Delgado
Literatura Mondadori
2013
302 páginas

OVICIO

O vício dos livros (Afonso Cruz)

O vício dos livros sigue la senda iniciada con Los libros que devoraron a mi padre. Lo he leído en portugués, ya que no lo he encontrado traducido al castellano, y en formato digital, que es algo que aborrezco. Si esto no es vicio, díganme lo que es.

El ensayo se presenta dividido en 31 capítulos cortos, en los que Afonso va dándonos cuenta de lo que él entiende por el vicio de la lectura. El punto de partida es que no podemos pasar sin los libros, al menos los letraheridos, y como los caracoles siempre tenemos que llevar los libros a cuestas. Lo paradójico es que este es un peso que nos resulta liberador.

Ante esas pilas de libros casi infinitas que se acumulan en nuestras mesillas, Afonso, lejos de ver esto como un problema, lo asume como una manifestación de la libertad de la que disponemos para leer aquello que nos guste, e ir alternando entre distintas lecturas. Y leyendo esto me quedo mucho más tranquilo porque las pilas de libros en mi mesilla siempre adopta, cual sombra chinesca, el diabólico aspecto de una espada de Damocles.

Escribe Afonso Cruz que todo buen lector, cuanto más grande es su biblioteca, más siente el peso aplastante de lo que ha leído y, sobre todo, de lo que no ha leído. Ahora entiendo por qué camino cargado de hombros. Y como Afonso no le hace ascos al humor, incluso al humor negro, pues en un capítulo nos cuenta cómo ha habido quien ha fenecido dilapidado bajo una pila de libros.

Escribe Afonso Cruz que coincide con Jules Renard cuando escribe en Notas sobre el oficio de escribir: «Cuando pienso en todos los libros que me quedan por leer, estoy seguro de que seguiré siendo feliz». Esa creo que es la actitud correcta.

Los textos de Afonso recogen episodios históricos, como lo que cuenta Plutarco, que cuando los atenienses fracasaron en la toma de Sicilia, muchos de los prisioneros atenienses fueron liberados al recitar en su cautiverio versos de Eurípides, pues era un autor muy estimado por los sicilianos; o la biblioteca del faraón Ramsés II, cuyo lema era Casa para la terapia del alma.

Hay anécdotas: como un lector que le pide que le dedique su libro El pintor debajo del lavaplatos, porque a la que ahora es su novia la conoció gracias a ese libro.

Curiosidades: como la dos amigos que en 2014 llegaron a las manos, y se les fue de las manos, y uno de ellos murió cuando discutían acerca de qué genero era más significativo; si la prosa o la poesía. O un estudio de Yale que afirma que leer media hora todos los días, alarga la vida un par de años (sé que otros muchos piensan que no hay mayor pérdida de tiempo que pasarla leyendo).

No faltan los recuerdos del autor en sus viajes por distintos países, como la famosa calle Al-Mutanabbi de Bagdad, convertida en su tercer pulmón.

O el papel de la literatura como crítica de la sociedad (o como la herramienta que nos ayuda a pensar por nosotros mismos) y así es siempre tan temida por los dictadores, y por el poder, en general.

O la función del poeta hoy. La poesía es el medio para llegar al otro. Es el poeta el que es capaz de mantener las vías de acceso entre los hombres.

En uno de los mejores capítulos, el que cierra el libro, evoca a su abuelo, el cual fue detenido y torturado varias veces por la policía política. Nunca le contó nada de aquello. Un día, veinte años después de la muerte del abuelo, Afonso cogió de la librería el libro Eles Vieram de Madrugada, de la autora Manuela Cancio Reis. Leyó la dedicatoria: Para mi nieto, para que sepa un poco de lo que yo pasé. Cuando Afonso lea el libro de Manuela, leerá el libro de su abuelo, porque la voz era la suya.

Lo que aquí Afonso encarece no es la literatura de consumo rápido, aquella que tiene el entretenimiento como su razón de ser, si no esa literatura entendida como algo indispensable, como el aire del que no podemos prescindir, como un fruto del espíritu humano. La literatura que va forjando nuestra personalidad, de tal manera que nuestra biografía va indisolublemente unida a los libros que vamos leyendo y con los puentes que van entrelazando unas lecturas con otras; también con el grado de complicidad que podemos alcanzar con alguien por el hecho de que esa otra persona ha leído los mismos libros que nosotros y los tiene en igual estima.

Hoy que existen tantas distracciones, creo que leer se convierte en un acto de resistencia. Porque un libro es algo pesado, material, cuya lectura supone lentitud (una lentitud que Afonso se impone, si desea (ya siendo niño) el camino más lento entre dos puntos), requiere silencio, exige indisponibilidad, precisa desconexión y demanda un esfuerzo. Y todo esto es adición de elementos a los que cada vez menos gente está hoy dispuesta a renunciar.

Para acabar, reproduzco las palabras de Edith Wharton.

El vicio de los libros, en verdad es una virtud. Pues tener libros es como tener amigos.

Y yo quiero… tener un millón de amigos y así mas fuerte poder leer.

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Los libros que devoraron a mi padre (Alfonso Cruz)

Este libro de Afonso Cruz es un homenaje a la lectura. El título ya dice bastante. Al leer, sentimos encontrarnos delante de flores carnívoras que nos devoran para desaparecer durante unas horas en el interior de los libros, que pasan a formar parte de nosotros para siempre.

El protagonista es Elías, un niño que con doce años pierde a su padre. En ese momento le es permitido acceder al ático, en donde se encuentra la biblioteca paterna. Inicia entonces un camino sin retorno, porque los lectores sabemos que una lectura siempre nos conducirá a otra, un autor al siguiente.
Y todo se inicia con La isla del doctor Moreau. Luego vendrá La isla del tesoro, El extraño caso del doctor Jekyll y mister hyde, Crimen y castigo, El barón rampante, Cuento de Navidad, Rebelión en la granja, Fahrenheit 451, Planilandia, la Divina Comedia

Un recorrido lector que he seguido en su mayoría, de ahí que entienda el gozo del joven Elías, el cual quiere leer lo mismo que leyó su padre, para así seguir sus pisadas y poder encontrarlo.
Afonso dedica el libro a sus hijos, y creo que es un libro muy disfrutable tanto para los adultos como para los más jóvenes.

Leo: Porque un hombre está hecho de esas historias, no de ADN ni de músculos ni de huesos. Sino de historias.

Y yo creo en ello.