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El París de Cortázar (Juan Manuel Bonet)

Creo que era Félix de Azúa el que comentaba en una entrevista que cada día disfrutaba más leyendo diccionarios de toda clase. El libro que me ocupa, El París de Cortázar, bellamente editado por RM es uno de esos diccionarios (y también manual de consulta) cuya lectura se disfruta de principio a fin, sostenida por una emoción que no languidece; libro que hará las delicias de los cortazarianos (somos muchos los que caímos en su momento rendidos a los pies de Rayuela) y de todo aquel interesado por lo que el siglo XX legó al mundo de las artes.

Juan Manuel Bonet, crítico literario y director del Instituto Cervantes de París en 2013 organizó la exposición Rayuela: el París de Cortázar. En 2018 aquel catálogo se convirtió en un diccionario, ampliado, recogiendo más de 400 entradas, que relacionan París (ciudad en la que residió Cortázar entre 1951 hasta su muerte 1984. Yace enterrado en Montparnasse) no solo con Rayuela sino con otras obras de Cortázar como La vuelta al día en 80 mundos, 62, Modelo para armar o relatos como El Perseguidor (que algunos críticos consideran una rayuelita).

El París de CortázarEl diccionario a través de entrevistas y cartas pone de manifiesto cómo las distintas influencias de Julio Cortázar no procedían solo de otras lecturas (primordial la figura de Cocteau y de su obra Opium que Cortázar leyó a sus 18 años; obra que le abocó a escritores como Lautréamont, Baudelaire, Sade, Proust (Lezama veía relaciones entre Cortázar-Proust en Rayuela; Cortázar comenta que la primera vez, en Chivilcoy no leyó bien a Proust, como sí haría más tarde, «aplicadamente«, en 1952, en París) o pintores como Dalí; autores como Keats a los que veneraba, DumasLos tres mosqueteros que Cortázar releía cada tres años- y otros como Kafka, Flaubert o Vian que son de su preferencia pero que no llegaron a influirlo porque su mundo ya estaba cerrado cuando los leyó; se nos refieren encuentros curiosos como el que Cortázar tuvo con Beckett en una oficina de correos, cayendo uno encima del otro, en un abrazo sin palabras, diálogo que sí se mantendría más tarde a través de las novelas y obras de teatro de Beckett que Cortazar leería; respecto a Joyce y Cortázar, Carlos Fuentes afirmó que Rayuela suponía al castellano lo que el Ulises al inglés), sino también de la pintura (Cortázar expresó sus afinidades más por el surrealismo, el cubismo, el expresionismo abstracto y por autores como Pollock o Klee, que por el impresionismo y Rayuela se conformó como un gran collage (al igual que otros libros almanaques como La vuelta al día en 80 mundos o Último round, con capítulos cortos que son como acuarelas de París) y la música, tal como comenta del swing que busca en su escritura, donde los jazzman están muy presentes en el diccionario, figuras jazzísticas que sustanciarán relatos sobresalientes como El perseguidor.

El París de CortázarLos intereses de Cortázar vemos cómo se disparan en otras muchas direcciones, rebasando los límites de la escritura; se hará con una pequeña imprenta (multicopista Gestetner) para sacar ejemplares de textos que no saldrían de los confines de su biblioteca o de las de sus amigos; mostrará también interés por la fotografía, haciendo sus pinitos. “Dime cómo fotografías y te diré quién eres. Hay gente que a lo largo de la vida sólo colecciona imágenes previsibles, pero otros atrapan lo inatrapable a sabiendas o por lo que después la gente llama casualidad”. Vemos que lo inatrapable Cortázar lo atraparía con palabras en vez de con imágenes, vertiendo sus reflexiones en el relato Las babas del diablo.

El diccionario es también un recorrido topográfico, empeño en el que siguen hoy otros autores como Modiano (el lector siente la necesidad de llevar este diccionario bajo el brazo cuando le surja la oportunidad de surcar y hollar la ciudad da la luz) por las calles, bulevares, plazas, parques, museos, mercados, pasajes, (ahí siempre Walter Benjamin), galerías parisinas (como la Galería Vivienne que aparece en el relato El otro cielo), cafés (Bonaparte, Capoulade, Le Chien Qui Fume, Café de la Paix, Les Deux Magots…) ciudad a la que Cortázar le cogió el pulso, registrando sus aromas, voces, almas, heridas… que irían a dar a sus novelas y relatos parisinos…y entonces ser Lautréamont, ser Laceneaire, ser Nerval en esos barrios húmedos de sus sombras esquivas, solo dadas a pocos gatos y a pocos viajeros: de pronto hay otra manera de ver, la razón de la marcha cesa de ser la marcha de la razón para volverse pacto, cita, recurrencia.

Son recurrentes en el diccionario las menciones a los agradecimientos de Morelli, a las Morellianas, al Cuaderno de bitácora (en el que aparecen textos, citas o se nombran escritores que luego no aparecerán en Rayuela, como Quevedo) y a los libros que se encuentran en la biblioteca de Cortázar, donde se pone en evidencia sus influencias, escritores de su interés (Louis Aragón, Antonin Artaud, Nerval, Francis Bacon, Elizabeth Bowen, César Moro, Leonora Carrington, Max Jacob, Kerouac…) y subrayados en su biblioteca curiosos como aquel en el que Cernuda compara a Cervantes con Pérez Galdós y Cortázar, escribe !No, hombre, por favor!.
Se rinde cuenta de la afición de Cortázar por las listas de toda clase, que lo hermanaría con figuras como Perec; el Oulipo (Ouvroir de littérature potentielle) lo pretendía en sus filas. Se deshecha la idea de que Pizarnik le inspirara su Maga, pues cuando la conoció la novela ya estaba concluida. Lo que sí parece demostrado es que Pizarnik extravió el manuscrito de Rayuela, que tenía el encargo de pasar a máquina, y que afortunadamente apareció en su selva doméstica. De no haber sucedido así, quizás ahora este diccionario no existiría, o quizás sí y Rayuela hubiera sido aún más grande, si nos ponemos en lo mejor, tal como le sucedió a William H. Gass con la reescritura de La suerte de Omensetter.

Editorial RM. 2018. 208 páginas

Julio Cortázar en Devaneos

Rayuela
El perseguidor
Bestiario

Lecturas periféricas | Cortázar (Jesús Marchamalo, Marc Torices)