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Los blogs han muerto

Es evidente que los blogs están de capa caída y que han cedido mucho terreno ante Facebook, Instagram o YouTube. El año pasado causaron baja dos blogs fundamentales, El infierno de Barbusse y Devoradoradelibros. Este año otro clásico, el blog de Javier Avilés, El lamento de Portnoy, creado en 2004, parece que ha puesto su punto final. Siguen surgiendo nuevos blogs literarios, no obstante, pero los aquí citados estuvieron al menos ocho años activos, lo que me parece mucho tiempo, pues la vida de los blogs, si antes era efímera, ahora lo es aún más, pues las redes sociales permiten comentar cualquier cosa, libros, películas, viajes, de una forma menos trabajosa que el acceso a un blog, que implica un trabajo más artesanal.
Lo blogs han muerto, larga vida a los blogs.

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15 años

No se asusten que nada tiene que ver esta entrada con la mítica canción del dúo más dinámico. El objeto de estas palabras es, a modo de bando virtual, informarles (si hay alguien al otro lado de la pantalla) de que este blog cumple 15 años. Ya son. Y que creo que tiene cuerda para rato. Por aquí seguiremos, leyendo públicamente y reseñando. Alrededor de unas 1.300 reseñas en todos estos años. Un blog convertido, puestos a fanfarronear, en una Devaneopedia libresca.

Desearos a todos una feliz entrada de año, mucha salud y muchísimos libros.

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¿Cuántos sois?

Si preguntara a cualquiera de los amigos de mi cuadrilla con voz aflautada ¿cuántos sois? sabrían perfectamente a qué me estoy refiriendo sin añadir nada más.
Leyendo Logroño en sus bares de Jorge Alacid y espigando los distintos textos llego a Chocolatería Moreno y lo que comenta Jorge tiene un regusto conocido, pues allí celebrábamos dos décadas atrás -cuando la alopecia, los michelines, la presbicia, el coronavirus eran algo muy lejano- nuestros cumpleaños, a base de chocolate con churros. Algo tan sencillo como glorioso.
Y yendo aún más atrás en el tiempo, de chiquillo, también celebrábamos allí los cumpleaños con los amigos del colegio: chocolate, churros, cantar el feliz cumpleaños y pa’casa y tan felices.
Luego como comenta Jorge vendría ese invento del demonio llamado chiquipark, en donde un padre primerizo ve a su hijo desaparecer en un mar de bolas de goma y cree desfallecer, hasta que de pronto el hijo vuelve regurgitado de ese océano plástico y el corazón deja entonces de centrifugar, pero todavía demudado se pregunta ¿pero quién me mandó? cuando lo que querría oír de nuevo sería preguntar ¿cuántos sois? (aquello que escuchábamos siempre según franqueábamos la puerta) y tener veinte, cuarenta inviernos menos y todo el futuro por delante.

Diario de un viejo cabezota IV

Pablo Martín Sánchez, nacido en 1977, tendría en 2066 89 años, los mismos que tiene el protagonista de su novela, el cual decide escribir un diario dirigido a su mujer fallecida ocho años atrás (esto lo sé porque estoy en la página 300) por la epidemia de marburgo, diario en el que encapsular su testimonio, un lapso de 3 meses de ese año 2066, en el que permanece recluido en un antiguo sanatorio mental, el Pere Mata reusense, junto a personas y animales. Llamarlo diario es una clasificación que puede conducir a equívocos porque el registrar el día a día no delimita o constriñe la narración, pues vemos cómo el pasado no deja de ser un pasado continuo, de tal manera que cuando el diarista coge un libro, al leerlo le resulta imposible no recordar cómo fue la lectura previa llevado a cabo décadas atrás, o ese libro que contiene poemas de Gabriel Ferrater, por ejemplo, y cómo no recordar su niñez cuando con doce o 13 años tuvo que aprender en el colegio esos poemas que quedaron fijados ya para siempre en su memoria.
El empeño en la novela está en parte en recrear ese año 2066, a 46 años vista. Pablo tampoco se explaya en exceso describiendo cachivaches tecnológicos que podrían habitar ese horizonte futuro, sí que plantea una especie de ropa o una segunda piel térmica que mantienen esta temperatura constante tanto en verano como en invierno, la posibilidad de tener hijo sin recurrir al útero como gestación externa; pero ha ocurrido una tercera Guerra mundial y otra guerra civil y ha habido un apagón digital, por lo tanto no existe Internet ni electricidad y ha de volverse a lo mecánico, lo manual.
La edad, y una situación desesperada, a saber, existe una moratoria por la cual los últimos habitantes de la península Ibérica deben abandonarla y dirigirse a otros territorios, esto no impide que haya ocasión para el amor entre el diarista y la doctora Audrey, incluso para el sexo, como una especie de regalo que se le concede al condenado a muerte. La escritura del diario le permite al propio escritor tomar conciencia de su oficio, al revisar las notas que va tomando, la manera que tiene de expresarse, cómo a veces se cae en lo novelesco para describrir determinadas situaciones o vivencias que le refieren otros, cómo a veces el diario se torna más prosaico, más juguetón, con listas y enumeraciones, haciendo un guiño a Perec y su Me acuerdo, poniendo por escrito con imágenes tablas de ejercicios, alguna receta, una relación de las cicatrices que hollan su cuerpo o los vehículos que han formado parte de su vida. De esta manera se ve que los objetos, sin ser sujetos, también forman parte de nuestro yo.
En este futuro hay libros que no se han escrito todavía, películas que no se han rodado, políticos y organismos europeos que no no existen, etc, y que corren a cargo de la imaginación del autor.

El diario de un viejo cabezota es magma heteróclito, diario, autobiografía (el diarista en su día fue escritor de novelas, relatos, traductor, nos habla de Vila-Matas, su encuentro con Javier Cercas, su pertenencia al grupo Oulipo), novela distópica, ensayo, que pone de manifiesto las distintas formas que hay de escribir y narrar, de contar y contarse.

Libro que el autor escribió tras tres meses de encierro voluntario. Con coronavirus o sin él, ahora y siempre y por los siglos de los siglos, viviremos presos en la cárcel del tiempo.

73 páginas y 21 días de diario para culminar, en plena remontada.