Archivo de la categoría: Ápeiron Ediciones

Últimas noticias de la humanidad

Últimas noticias de la humanidad (Francisco Hermoso de Mendoza)

-Reseña del escritor Enrique Gallud Jardiel en su web Humoradas. Leer aquí.

-Reseña del poeta, narrador, traductor y crítico literario José Ángel Cilleruelo en el blog El visir de Abisinia.

-Reseña de la escritora Verónica Nieto, en su ineludible blog Rumiar la biblioteca y en Paperblog.
Gracias.

Reseña en la Revista Cultural Kopek. Gracias.

-Reseña del escritor y avezado y tenaz lector Juan Pablo Fuentes en su longevo e insoslayable blog literario «Cuchitril literario«. Leer la reserva aquí.

-Reseña del escritor y crítico literario Manuel Fernández Labrada en El Cuaderno digital y en su blog Saltus Altus.

Pueden adquirirse ejemplares en la web de la editorial Ápeiron. Comprar aquí.

En Casa del Libro, en Logroño.
En Santos Ochoa, en Logroño.
En Amazon.
Todostuslibros, Elkar, Agapea,
Libro editado, como mis dos anteriores novelas, Muerto de risa y Die Zweisamkeit, por Ápeiron Ediciones

Puede también cogerse en préstamo en la Biblioteca de La Rioja: 860-3 HER ult.

La sinopsis reza así:

Últimas noticias de la humanidad

Últimas noticias de la humanidad

Ya puedes hacer la desiderata en la biblioteca de tu municipio.
El ISBN del libro es: 978-84-126785-5-0. Son 118 páginas.

El 23 de abril, el Día del Libro, en la Casa del Libro de Logroño, estuve entre las 12,30 y las 13 horas, firmando ejemplares de Die Zweisamkeit y de Muerto de Risa.

Día del Libro

El libro me ha salido viajero. Me llegan evidencias gráficas de que lo han visto dándose un rulo por Dubrovnik.
Últimas noticias de la humanidad en Dubrovnik

Y también en Nueva York.
Últimas noticias de la humanidad

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Recuerdos de Hugo Wolf: Entre el cariño y la polémica (Roberto Vivero)

Recuerdos de Hugo Wolf: entre el cariño y la polémica.

Como apunta Roberto Vivero (responsable de la traducción y edición) en la presentación, este libro sobre Hugo Wolf (1860-1903) representa una realidad compleja y confusa.

Sin haber obtenido el éxito de otros músicos como Wagner o Beethoven, con el correr de los años, la figura de Hugo Wolf está siendo más y más reivindicada, ocupando el debido lugar en la historia del Lied. El libro lo conforman textos de amigos de Hugo Wolf, que accedieron a su intimidad y disfrutaron de su amistad y compañía: Michael Haberlandt, Michael Kukula, Karl Kraus, Hermann Bahr, Marie Lang, Rosa Mayreder, Heinrich Werner, Friedrich Eckstein, Alma Mahler y Edmund Hellmer

Sumando todos estos fragmentos, las distintas opiniones iremos armando el puzle que supone toda personalidad, la de Hugo Wolf, también. Hay aspectos en los que la mayoría inciden. Wolf fue siempre alguien austero, frugal en sus comidas, que necesitaba ser valorado para abrirse sinceramente al otro, temeroso del público, con poca confianza en sí mismo, de extraordinaria personalidad, de naturaleza indomable, desconfiada y singular, para el que la poesía se va convirtiendo en su inseparable compañera, en un diálogo secreto entre musas, que en cuatro años, entre (1888 y 1891) compuso Der Corregidor, su obra decisiva, hombre tímido y excesivamente sensible, de naturaleza tranquila y sosegada, interpretable a menudo como mal humor, independiente, obstinado, vehemente, un genio de versatilidad omniabarcadora, alguien al que cuando piden una nota biográfica y una fotografía responde Me llamo Hugo Wolf y estoy vivo, la estúpida jeta no importa nada, capaz de ponerse grosero ante la palabrería huera y los arrogantes incapaces, alguien que era en el pleno sentido de la palabra, amable: digno de ser amado, incapaz de compromisos o disimulos, fervoroso de Pentesilea, pues era la tragedia de su propia alma, quien odiaba los medios externos con los que se consigue el éxito, que cuando tenía todo el poder en su mano no abusaba de él, que cuando se le concedía una libertad ilimitada, se ponía sus propios límites, no quería ser halagado con elogios, consideraba su persona como algo secundario pues debía de ser su obra, su música la que debía ser amada y valorada, al que fascinaban las obras de Calderón de la Barca, necesitado de silencio y recogimiento, tan necesario para las condiciones de su vida mental y su trabajo creativo, que al final de sus días muere joven y enajenado mentalmente, que dejó huella en personas como Heinrich Werner, que dijo Su música ha sido el edificante consuelo y el firme báculo que nos ha guiado a través de las fatigas de cada día y de la miseria de los años.

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Fausto (Roberto Vivero)

Fausto
Roberto Vivero
Ápeiron ediciones
82 paginas

¿Otro Fausto más, el de Roberto Vivero, a añadir a la ya larga lista de Faustos (el de Goethe, Thomas Mann, Christopher Marlowe, u obras como sichel)? Detalle este que no se obvia, al contrario, porque todos esos libros previos conforman el mapa que ha de recorrer el Forastero que invoca a Fausto para que le ayude en un cometido.

El texto es un diálogo entre los dos que reviste el formato Socrático, ya que Fausto pregunta y el Forastero responde como puede. Piensa, le dice Fausto, que no está para darle explicaciones. Y es en ese pensar cuando el Forastero irá dando forma a sus pensamientos, a su cometido, incluso a su identidad si capaz de llevar a cabo la oportuna transformación. Para conocer a Fausto hay que ser Fausto, y pensar en él constantemente. Pensar en él no como un qué, sino en alguien. Y hay que pensarlo desde el principio. Y leer también todo lo que sobre el mismo -personaje histórico convertido en mito- se ha escrito.

El Forastero debe crear su propio Fausto a la luz de su tiempo histórico. Y pensar también si Fausto es posible hoy, cuando no cree en Dios, cuando no sufre ninguna escisión interna, ni crisis ni tragedia, cuando el amor ha dejado ya de ser algo “místico”. El mapa del que hablamos al comienzo, sería por tanto el de un lugar que ya no existe. ¿Entonces contra qué iría Fausto? El ídolo aquí sería la cultura y su secuaz: la educación.

Leo: eso que se dice cultura es, en buena parte, una transmisión de errores, dice Fausto. Quieren la obra, no la creación. Y la quieren para parasitar de ella. Lo que hacen es el parasitismo. Y mientras tanto, tienen de qué vivir, afirma el Forastero.

Finalizo con otra sentencia de Fausto que invita a la reflexión: La cultura se opone con toda su rabia a la creación.

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Crítica del barrio chino (Roberto Vivero)

Crítica del barrio chino
Roberto Vivero
Ápeiron ediciones
2016
228 páginas

Si suponemos que Crítica del barrio chino es la continuación de Las fieras creo que no andamos muy desencaminados, no porque la prosa sea un eco de la anterior, que no lo es, sino porque hay aquí también un espacio físico cerrado; imaginemos un cuadro del Bosco, un díptico, en el que el mundo empiece y culmine en los lindes horizontales y verticales de los paneles. Un Jardín de las delicias en el que la vida terrenal y el infierno se enmarañasen hasta confundirse.

El libro se sirve en 100 capítulos interconectados. Algunos personajes pululan por distintos capítulos y cuando veo aparecer ahí al niño palo o a la niña lamida por un perro, pienso en la niña llagada de Las fieras. También cuando leo el capítulo Buga.

No es la novela la descripción de un mundo real -aunque no desatiende lo real, al menos nominalmente, sin estar tampoco exento de ramalazos de humorismo, si no de qué esta tipografía: La Defensa, La plaza de la Concordia, La Bastilla, el Arco de la Triunfo, personajes como Vendome, Citröen, Manuel Bonaparte, la niña Sorbona– sino la creación de un territorio literario al margen de lo que conocemos y nuestra moral acepta; una especie de civilización bajo el nombre de Pequeño París, tras haber absorbido este la antigua denominación de barrio chino, descubierta para nuestros ojos y narrada con una escritura muy singular, la de Roberto Vivero.

Y lo singular acarrea problemas de todo tipo al lector. En tanto que exige una lectura lenta, morosa, y atenta, para dar finalmente la razón a Nietzsche cuando hablaba de la necesidad de rumiar al leer. Y no tanto leer como releer, en bucle, para sacarle el sentido a los silogismos, a los diálogos, para tratar de montar, a duras penas, en la cabeza, todo el espacio físico y psíquico que se nos describe; territorio que puede ser un laberinto del que tan difícil es llegar como marcharse (a no ser que uno sea un fiel seguidor de las recomendaciones de Hegesias y logre entonces deshacerse de la podredumbre de vivir), en el que nadie trabaja y nada pasa en el correr de los siglos, donde no hay enfermedades diagnosticadas, ni existe el inconsciente, ni hay relaciones de poder, y sí seres solipsistas, regidos todos ellos por unos instintos difíciles de dilucidar, con comportamientos igual de inextricables (quizás porque como en las cuevas que aparecen en Debajo del suelo, todo resulta demasiado hermético y nada tiene sentido), donde por las noches llueve agua salada, como las lágrimas, como si ya nadie pudiese más. Y eso es lo que transmiten los capítulos: la sensación de pesadez y de densidad, de no haber escapatoria en todo este cardumen de comportamientos y charlas amébicas (como en Me han hablado de algo), con excepciones, porque el que le da al tarro, lo hace por todos (como Lázaro o Jeremías) y hacen de la filosofía su sangre, no transfusionable. Sin hacer ascos al absurdo, como Leoncio, quien al preguntarse si alguna vez ha tenido su propio lenguaje, se plantea si no ha sido un heterónimo de los demás.

El barrio puede llegar uno a imaginarlo como una gran mancha negra en medio de la nada, o como una nave nodriza gigantesca flotando en el espacio, con un decorado dentro, vagando al margen del tiempo y del espacio. Mancha o coágulo del que irían brotando seres animados por las palabras, y de apariencia humana, cual tripulación en busca de lo posible.

Lo más plausible de la novela es el empeño del autor por no convertir cada capítulo en un eco del anterior, por no abrevar en los lugares comunes y frases hechas, repeliendo la menor tautología, y ofreciendo mediante grandes dosis de imaginación continuas sorpresas en la experimentación con el lenguaje, ¡y qué lenguaje, y qué gozo el que depara leer palabras como acmé, hénide, ipseidad, eones, nouménica, betuminoso! Por eso hablaba aquí, en este imposible epítome o reseña fracasada, de prosa singular e inédita, aunque quizás no lo sea tanto después de haber leído Las fieras.