Archivo del Autor: Francisco Hermoso de Mendoza

Pentesilea Heinrich von Kleist

Pentesilea (Heinrich von Kleist)

Fue la lectura del ensayo Recuerdos de Hugo Wolf: entre el cariño y la polémica, de Roberto Vivero el que me hizo desear la lectura de Pentesilea. Para Wolf, Pentesilea, drama de Heinrich von Kleist (con traducción de Carmen Bravo-Villasante) era la tragedia de su propia alma. De esta obra Wolf hizo un poema sinfónico.

Nos situamos en el asedio a Troya. El protagonista es Aquiles, en cuyo camino se cruzan las amazonas, con su reina Pentesilea al frente, participando en la batalla del lado de los troyanos. Las cosas del amor siempre son un misterio y lo que aquí plantea Heinrich von Kleist es un flechazo recíproco entre Aquiles y Pentesilea. Ambos están enfrentados (tres veces combaten) y es en el campo de batalla cuando Cupido hace de las suyas.

Lo trágico viene cuando Pentesilea entiende que a ella le está vetado amar, sea a Aquiles o a cualquier otro. Por su parte Aquiles está dispuesto a renunciar a todo, a olvidarse de Troya, y a seguir a Pentesilea adonde sea necesario. Este amor no es tóxico es letal, para ambos, y he ahí la consumación de la tragedia, en un continuo juego de equívocos, y representaciones, como cuando Aquiles después de haber vencido a Pentesilea se hace pasar por perdedor para no herir su orgullo.

Lo que prima aquí más que la fuerza del amor, es la fuerza, un vigor que parece ser excluyente con cualquier otro sentimiento. Así, cuando Pentesilea esté ya en sus postrimerías, Protoe, dirá que la causa de su muerte, no es su debilidad, sino todo lo contrario. ¡Sucumbió porque estaba floreciendo con demasiada fuerza y orgullo!

Kleist plasma en este drama publicado en 1808 (consta de un acto y 24 escenas) el devenir de este desencuentro amoroso con una prosa exacerbada, inflamada y muy gráfica. Así podemos imaginar el cuerpo de Aquiles (conocido por su cólera, su talón, por ultrajar a Héctor, al haber matado este a su amado Patroclo) hecho trizas, desmembrado, por la mano de Pentesilea y las fauces de los perros que la secundan en su letal misión, tanto como la enajenación que sufre Pentesilea, quien no recuerda lo que ha hecho, como si su mente quisiera borrar tan atroces recuerdos.

En el clímax final Pentesilea trata de superar el dolor y los remordimientos con la esperanza. Quizás en su camino al Hades encuentre lo que sabe que no le será dado en vida.

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Corazón de nieve (Christian Bobin)

Corazón de nieve (con traducción de Alicia Martínez) le supuso a Bobin (1951-2022) el Goncourt de Poesía en 2023, sin embargo, aquí se nos ofrece el texto como un relato muy breve. Son menos de cuarenta páginas en formato de bolsillo. Si la Navidad es el tiempo de la esperanza, Bobin ofrece un relato amable, algodonoso, esperanzador, en el que los copos de nieve, en nuestro interior nos llenan de dicha, alegría y bienestar y además son capaces de transformarnos, al entender que la felicidad de los seres que queremos, que también queremos sea la nuestra, puede ser con ellos a nuestro lado o no.
Bobin pondera cada palabra, en un texto precioso y consolador.

¿Cómo se llama tu ornitorrinco? La entrevista galludjardiélica

Si quieren echarse unas risas siempre tan necesarias, y ahora más, en estos tiempos tan crispados, y disfrutar también con el ingenio de los entrevistados en las respuestas a las preguntas formuladas por Enrique Gallud Jardiel, lean este libro. Su sentido del humor (si aún no se ha extinguido por la falta de uso) se lo agradecerá.

A tiempo están de adquirir el libro en el Black Friday o de pedirlo a los Reyes Magos.

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El Apocalipsis según san Goliat

El Apocalipsis según san Goliat (Basilio Baltasar)

Tarco emboscado en la violencia ciega, en algaradas con hinchadas de otros equipos, reparte a diestro y siniestro y luego no recuerda, pues nada acarrea su averiada memoria. Pensemos en un Maciste de barrio cuya arma más poderosa sean los puños, encajando golpes como Jake LaMotta en la película de Scorsese, como si su cabeza rapada fuese un busto de bronce. Un gladiador urbano tatuado y pendenciero. Tarco pensará que se muera la maldita inteligencia y la narración y las malditas palabras que le ofrece un mendigo en el parque, refiriéndole batallitas pretéritas, fantásticas, a cuenta de ciervos que ha cabalgado en un día de tormenta; hablándole de un brebaje que ha hecho con su linfa, desdeñando Tarco el tono de predicador del mendigo, que parece saber los secretos del mundo y de la vida y que abusando de la confianza y la proximidad, llegando al contacto, activará en Tarco el interruptor de la violencia, los consecuentes vítores del combate y la gloria de la ineludible victoria, y asimismo la contemplación (por fin) del dolor ajeno en un pellejo despeluchado, y como veremos que la narración bebe de lo mitológico, no ha de resultar extraño la aparición de unos cíclopes, toda vez que Tarco jure rendir servicio al dios capaz de liberarlo: ¿Zeus?

Y avanzamos, sin apartarnos mucho del parque porque el mendigo va al hospital, más muerto que vivo, y resucitado gracias al buen saber hacer de los médicos, mientras cuatro plantas más arriba el gerente, Roberto Mirano busca acomodarse a la nueva situación política, tener el juego de cintura que la ocasión merece (la narración nos sitúa en 2001), acometer las reformas, dejar de despilfarrar recursos tratando a moribundos y seniles, para que ese dinero fluya en otras manos más jóvenes, como las suyas. El dinero concita entre los hombres un pacto de codicia universal. Sirva esta afirmación como presupuesto de hecho, el que le referirá Mirano a la doctora Claudia Velasco, creyendo que es de su cuerda, creyendo que podrá contar con ella en su higiénico plan.

Pero Claudia tiene otros problemas, los de una mujer que consiguiendo lo que desea, desprecia lo que posee, incapaz de encontrar ningún hombre a su altura. La cual tratará de ordenar los recuerdos, armonizar los sueños, tumbada en el diván de Berta, su psicoterapeuta. Recuerdos que la vinculan a su padre, Iñigo de Velasco. Recuerdos ligados al arte, a los cuadros, como La primavera de Botticelli, La muerte de Acteón, La Salomé de Caravaggio; o a esculturas en mármol como La batalla de los centauros de Miguel Ángel. Manifestaciones artísticas en las que Iñigo trata de ir más allá de la contemplación de un cuadro o una escultura, para abundar en las historias que lo sustancian, en aquello que el mundo ha olvidado, y para ofrecernos interesantes interpretaciones al margen de lo canónico.

Y el vagabundo, el mendigo, el pordiosero apalizado, como las aguas freáticas manifestándose con la fuerza de un géiser, igual comparecerá antes nosotros, como un redivivo curado de sus heridas, para espantar el aburrimiento de los pacientes del hospital, congregados todos ellos a su alrededor como antaño se hacía al calor de la lumbre, para deleitarse con sus historias, para sanar con sus ungüentos, para alimentarse de las obleas que son sus palabras. Y ya no mendigo, sino maestro, leyenda, genio, e incluso Mirano cayendo en sus redes, siguiendo sus historias como Claudia las de su padre. Aventurándose Mirano en otros territorios, inhóspitos también, como lo son los tableros de ajedrez, y siempre con el espíritu de un estratega.

Y Berta tratando de que Claudia confiese y se nos desvele, que baje a las simas de su ser, a la enrarecida cripta del subconsciente, a la raíz del deseo inconfesado, a una Claudia y un Iñigo que bien podrían ser el Cimón y la Pero del cuadro de Caravaggio. Y esto sucede el 11 de septiembre de 2001, el día que para muchos supuso, si no el apocalipsis del título, sí el final de una era.

Con todos estos elementos Basilio Baltasar va construyendo una apasionante y sofisticada historia que en un primer momento puede espantar por la violencia que emana el mefítico Tarco, o bien por la falta de escrúpulos del codicioso Roberto, y que luego, lentamente, irá seduciendo a través de la fascinante figura del mendigo (renombrado Goliat), merced a las eruditas reflexiones de Iñigo, a la vulnerabilidad de la ensoberbecida Claudia y la tenacidad de Berta por ponerla contra las cuerdas y lograr que su paciente salde las cuentas que tiene pendientes. En el centro del relato siempre el ser humano, víctima de sus pulsiones, deseos y miedos, contenedor de carne putrescente albergando una mente que se quiere inmarcesible.