Archivo del Autor: Francisco Hermoso de Mendoza

Tener éxito y vender libros (César Antonio Molina)

Reproduzco el artículo publicado en El País el 27 de mayo de 2005.

Tener éxito y vender libros
César Antonio Molina

¿Cómo hablaré de algo que desconozco? El éxito era, únicamente para mí, escribir bien y ser reconocido por ello. Pero un poeta amigo a quien admiro por su espiritualidad y el alejamiento mundanal confiesa estar muy contento con su último poemario porque se ha vendido muy bien y está en la lista de los libros más vendidos de varios suplementos literarios. No porque sea tan bueno como los anteriores y renueve el reconocimiento a su magnífico estilo, sino, simplemente, porque ha tenido más compradores. Pero ¿son los compradores lo mismo que los lectores? No me gusta esta idea terrible de la literatura como algo «democrático», es decir, la equiparación del comprador con el votante y, por lo tanto, quien más ejemplares vende más votos obtiene y es el elegido. La literatura, a lo largo de la historia, se ha hecho de manera «antidemocrática». No hacía falta vender o vender mucho, ni siquiera hacía falta un reconocimiento inmediato. El éxito era algo raro y escaso. ¿Sobrevivirán quienes hoy lo disfrutan? El poeta luso Fernando Pessoa, carcomido por semejantes pensamientos, comentó: «Lo importante es tener éxito, no tener condiciones para el éxito». ¿Cuántos -incluso el mismo autor del Libro del desasosiego- han tenido condiciones para el éxito y no lo alcanzarán jamás? Él lo alcanzó varias décadas después de muerto, pero eso ya no era éxito sino el reconocimiento del que no puede disfrutar el beneficiado, pues para tener éxito hay que estar vivo y saberlo, vivirlo y administrarlo, cultivarlo o dilapidarlo.

Hay un cuento del novelista norteamericano Mark Twain que, lejos de ser divertido, es aterrador. Ejemplifica muy a las claras cuanto estoy diciendo. Un gran soldado, el capitán Stormfield, habiendo muerto heroicamente, sube al cielo y pide conocer al más importante genio militar de todos los tiempos. Quizás pensó que, ante él, aparecerían Alejandro, Julio César o Napoleón Bonaparte, pero no fue así. Le presentaron a un sastre del condado de Sussex. El capitán quedó estupefacto e inquirió a sus interlocutores por las hazañas que había llevado a cabo semejante personaje para eclipsar las de tantos otros generales famosos de la historia antigua y moderna. Alguien le respondió que era el mayor genio militar del mundo, pero jamás nadie se había dado cuenta de ello «pues, habiendo nacido en hora inadecuada, no tuvo ocasión de demostrar sus incomparables cualidades bélicas». ¿Cuántos han nacido en hora inadecuada?

León Tolstói reflexionó sobre este asunto en los Diarios, escritos entre los años 1847 y 1894. Para el maestro de la narrativa rusa había dos tipos de felicidad: la de los hombres virtuosos y la de los hombres vanidosos. La primera tenía su origen en la virtud; la segunda, en el destino. ¿No pertenece el éxito a esta última? «La vanidad es una pasión incomprensible, uno de esos males parecidos a las epidemias con los que la providencia castiga a los hombres». El creador de Guerra y paz añade más adelante, en otra página de los Diarios: «Debo acostumbrarme a que nadie nunca me comprenderá. Éste es, seguramente, el destino común de la gente demasiado difícil». Al autor de La sonata a Kreutzer o Resurrección estoy convencido que le gustarían los siguientes versos de su contemporánea, del otro lado del mundo, la poeta norteamericana Emily Dickinson, cuando escribió: «Success is counted sweetest / by those who ne’er suceed…» («El éxito resulta más dulce / para quienes nunca lo alcanzan…»). Kierkegaard comentó que «la desconfianza no cree en nada y se engaña por completo», y Mircea Eliade añade: «La desesperanza es la mayor dicha». El éxito es ser alguien, el fracaso es ser nadie o nada. Pero el fracaso es más que el no tener éxito. El fracaso es la otra cara activa del éxito, mientras que el no tenerlo es no ser nadie. «Tan frágil como la gloria es el rostro», dice William Shakespeare en su obra de teatro Ricardo II.

La gloria, el éxito, el fracaso o ninguno de estos amores imposibles: «Deja de hacer locuras, y lo que ves que se perdió, dalo por perdido». ¡Qué sabio era el romano Cátulo!, pero aún más mi maestro Michel de Montaigne, quien señaló al éxito como algo perjudicial para el pensador: «Cuan propicio para la sinceridad el que un escritor no tenga que vender libros, preocuparse por las críticas y mantener al público a favor de su imagen». ¿Quién procura el éxito? Los lectores, los compradores, los votantes, los autores contemporáneos, los críticos. El autor y la obra literaria avanzan, como en el poema de Alfred Tennyson, en medio de una batalla: «Cañones a su derecha, / cañones a su izquierda, / cañones frente a ellos / descargaron y tronaron; / embestidos por balas y obuses / cabalgando con bravura; en las fauces de la muerte…». El autor inglés tiene otro poema muy significativo titulado Poetas y críticos: «Al final se sabrá qué es verdadero: / pocos al principio verán tu sitio; / unos querrán que brilles bajo, / otros muy alto -no es culpa tuya-. / ¡Ve a lo tuyo y crea a tu gusto! / Un año va al talón de otro año, / más rara vez llega el poeta, / y más raro es el crítico». ¿Pero el éxito no iba sólo con el destino? «Preguntaban por mí los que nunca me buscaron, me encontraron los que no invocaban mi nombre» (Isaías). ¿El nombre del éxito o el del fracaso?

El éxito, como escribe Czeslaw Milosz, es algo ilusorio porque ¿para qué le sirve a uno un nombre conocido si aquellas personas que lo pronuncian no saben muy bien por qué es famoso? Un día mandé a mis alumnos de periodismo bajo la estatua de Miguel de Cervantes frente al Congreso de los Diputados. Interrogaron a un buen número de transeúntes sobre aquel monumento. Muchos no supieron decir de quién era, otros desconocían el resto de las obras del autor del Quijote, los más ignoraban que era manco. Incluso un señor de buena apariencia llegó a afirmar que el brazo se lo había cortado la Inquisición por haber escrito el Quijote. No, no nos asombremos. El éxito sólo se mantiene vivo en el propio gremio, entre una minoría, y fluctúa siempre con el tiempo. No es un valor seguro ni permanente, sube y baja en la bolsa de los gustos y las consideraciones de cada época. «Con seguridad, el Premio Nobel da cierta fama, sin embargo, no se puede olvidar que las personas que saben por qué uno recibe este premio son sólo unas pocas, ya que el porcentaje de buenos lectores es muy pequeño, quizá un poco mayor o menor dependiendo del país», escribió el premio Nobel polaco. La verdadera gloria y fama literaria siempre es efímera y a título póstumo. Quien crea que la ha obtenido en vida se equivoca. Y el vender miles de libros, afortunadamente, tampoco es un salvoconducto para la inmortalidad. Una generación relee a la otra y, ya sin prejuicios, rescata u olvida, ratifica o sentencia negativamente. «No hay que elogiarse a sí mismo, aunque se tenga derecho. Porque la vanidad es cosa tan común, y el mérito, por el contrario, es cosa tan rara. No obstante, Bacon de Verulanio pudiera no estar del todo equivocado cuando pretende que el semper aliquid haeret (siempre queda algo) no es cierto solamente de la calumnia, sino también de la alabanza de sí mismo, y cuando la recomienda en dosis moderadas», escribe Schopenhauer.

El cínico filósofo francorrumano Emil Cioran nos previno a todos sus incondicionales lectores de que él, teniendo todos los defectos del mundo, «no tenía el de ser escritor». Afortunadamente, no hizo caso de sí mismo.

Archipiélago humano (Teju Cole y Fazal Sheikh)

Archipiélago humano

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No parece que la humanidad en su conjunto esté hoy en día muy por la tarea de que reine la paz. Basta echar un ojo para ver cómo en el mundo los conflictos armados se distribuyen por casi los cinco continentes. No solo los más sonados: la guerra entre Ucrania y Rusia, después de que Rusia invadiera Ucrania, o la guerra entre Israel y Hamás, después de que Hamás matara el 8 de octubre de 2023 a sangre fría a 1195 civiles israelitas y secuestrara a 251 civiles, e Israel decidiera responder asesinando a más de 55000 civiles palestinos (de los cuales más de 15000 son niños. También hay periodistas, médicos, trabajadores humanitarios…) y dejando a cientos de miles de personas palestinas al borde de la muerte por inanición (o muertos al ser tiroteados en las colas del hambre), y asimismo expulsándolos de su territorio, con la idea de limpiar la franja, negándolos y negándoles el derecho a vivir en un Estado Palestino. Estos son solo dos de las más de dos docenas de conflictos armados repartidos por el mundo.

Este libro, este Archipiélago humano, es una llamada de atención, o una invitación a pensar sobre el estado actual de este mundo tan convulso, centrando su atención en el ser humano. No solo en el vecino, el migrante, el sin papeles, el desplazado, el apátrida, el indigente. Hoy, el derecho a existir vemos que está en entredicho. Si un ser humano muere en el mar, el titular, a menudo, es que el muerto era un sinpapeles, o un ilegal. De esa manera parece minimizarse lo que ese titular esconde, y es que un ser humano ha muerto. Estas personas que mueren, y que muchas de ellas son antes expulsadas de sus territorios, de sus viviendas, a consecuencia de guerras, bombardeos, o limpiezas étnicas, recalan en campos de refugiados; una tierra de nadie, en donde nacerán algunos niños, ¿con qué nacionalidad? ¿con qué futuro? ¿con qué esperanza?

El libro es un diálogo entre los textos de Teju Cole y las fotografías de Fazal Sheikh. Las fotografías son ruinas de ciudades abandonadas, de cielos nocturnos indios, de mujeres cubiertas e invisibilizadas, de andas funerarias a la espera de la cremación, de las heridas en la tierra, y en los rostros. Rostros (en blanco y negro) curtidos que miran al fotógrafo sin ofrecer la manida sonrisa occidental. Más bien un cansancio profundo, incluso en los rostros más jóvenes. Aquí no hay poses, felicidad epidérmica y de postín, sino tristeza, sufrimiento y desesperanza, en los ojos que van mucho más allá de la lente del fotógrafo para ofrecernos una ruta y un pasado que se inició a saber cuándo. Personas que viven en campos de refugiados, en Somalia, en Afganistán… Teju va lanzando mensajes al aire, preguntas acerca de quién es mi vecino, de quién es cómo yo, preguntas que tienen que ver con la idea de ciudadanía, de identidad, de ser extranjero, de ser diferente, ¿en qué?

Las diferencias superficiales no deberían cegarnos acerca de la similitud fundamental entre los proyectos israeli y estadounidense. Ambos son proyectos totalitarios, que dividen a los gobernados entre ciudadanos (a quienes se les otorga humanidad) y no-ciudadanos (implícita o explícitamente considerados animales-). A un animal siempre se le puede matar.

«El totalitarismo moderno puede ser definido como la instauración, a través del estado de excepción, de una guerra civil legal que permite la eliminación física no solo de los adversarios políticos sino de categorías enteras de ciudadanos que por cualquier razón resultan no integrables en el sistema político». Estado de Excepción. Giorgio Agamben.

Un libro muy hermoso y muy valioso, también desgarrador. Y por tanto necesario, hoy en día que parece que nos encaminamos poco a poco al precipicio, poniendo al mando, al frente de los países más poderosos del mundo, a las personas más belicosas, más desalmadas y menos humanas imaginables.

Traducción de Regina López Muñoz. Ediciones Comisura

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Lima, la sin lágrimas (César Antonio Molina)

Cada día disfruto más con libros como Lima, la sin lágrimas, que me permiten viajar sin moverme un ápice de la comodidad que me brinda el sillón orejero del salón.

César Antonio Molina, el autor de este libro, camina por las calles de Lima y nos da buena cuenta de la presencia e historia de los edificios.

La más española de todas las ciudades americanas: su aura es de ligero, despreocupado disfrute del milagro de vivir, escribió José Vasconcelos en Lima fiel.

Nos acercamos a sus museos y librerías (Sur, El Virrey); a las iglesias, conventos y catedrales (Iglesia y el Convento de Santo Domingo; El Convento e Iglesia de San Francisco el Grande; la Iglesia y Convento de Santa Rosa; la Iglesia de Santiago Apóstol). O a la Facultad de Derecho, al Patio de Letras donde estudiaron César Vallejo, Arguedas, Mario Vargas Llosa o Bryce Echenique.

Se aborda también el tiempo, que tiene mucho peso en la literatura limeña y son muchos los que lo detestan, aunque sea en clave de humor, como Juan de Arona:

El clima en cuya atmósfera me baño es un clima admirable, sin más pero, que un dulce malestar de enero a enero, y un estarte muriendo todo el año.

El autor visita exposiciones:Las intelectuales del primer centenario de la República, y Lima, una mirada (fotos de Fidel Carrillo).
Estas escritoras del XIX fueron: Flora Tristán novelada por Vargas Llosa, Juana Manuela Gorriti, Teresa González, Mercedes Cabello, Carolina Freyre, Margarita Praxedes, Clorinda Matto; y, ya en la primera mitad del siglo XX: María Nieves y Bustamante, Elvira García, Amalia Puga, Zoila Cáceres, Angélica Palma, María Jesús Alvarado, Angela Ramos, Miguelina Acosta o Rosa Arciniega. Y más contemporáneamente las historiadoras Rebeca Carrión, María Rostworowski y Ella Dunbar.

El pasado y el presente dialogan, mientras se principia también el futuro que se ofrece a la ciudad en el remozamiento y encarecimiento de su legado monumental y urbanístico.

La visita incluye los barrios de la capital: Pueblo Libre, Chorrillos, Miraflores, San Isidro o Callao.

La literatura está muy presente. Cómo no, Vargas Llosa y su heredero Alonso Cueto. También Julio Ramón Ribeyro, cuyo busto preside una plaza limeña.
Y sobre todo la poesía. Ahí la estancia de Ginsberg en Lima. Poeta que también desfila por la novela de otro peruano, Mínimosca, de Gustavo Faverón Patriau.
Tierra negra con alas es una antología de la poesía vanguardista latinoamericana preparada por Juan Manuel Bonet y Juan Bonilla. El apartado dedicado a poetas peruanos va como sigue:

Eguren, Vallejo, Parra del Riego, Alberto Hidalgo, Luis de la Jara, Alberto Guillén, Lora, Gamaliel Churata, Peralta, el gran Oquendo de Amat, Varallanos (tanto Adalberto como José), Armaza, Chabes, Mercado, Emilio Vasques, Serafín Delmar, Magda Portal, Miró Quesada, Juan Luis Velázquez, Pavletich, Enrique Bustamante y Ballivián, Carlos Alberto González, Alberto Mostajo, José Chioino, Martín Adan, Peña Berrenechea, Xavier Abril, Nicanor de la Fuente, Méndez Dorich, César Moro, Westphalen.

Sirva este párrafo de César como colofón:

¿Cómo puede ser horrible una ciudad con un patrimonio histórico y artístico semejante?
¿Cómo puede ser horrible pasear entre vestigios prehispánicos, edificios renacentistas, barrocos, rococós, neoclásicos, art decó, y todos los neos imaginables, así como por las más modernas construcciones de relevantes arquitectos contemporáneos?
¿Cómo puede ser horrible una ciudad llena de plazas, iglesias, palacios, museos extraordinarios, teatros, playas…?
¿Cómo puede ser horrible una ciudad llena de vida?

Una ciudad que así leída, irresistible se antoja.

Lima, la sin lágrimas
César Antonio Molina
Línea del Horizonte
160 páginas
Año de publicación: 2020

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La Isla (Hugo Wolf)

Ojo, La isla, escrita en 1913, de Hugo Wolf, no es una obra del famoso compositor de óperas y reconocido autor de lieder, del mismo nombre y apellido, del que ya he dado cuenta en anteriores ocasiones, al comentar tres libros suyos o que versan sobre él, publicados todos ellos en Ápeiron Ediciones, con traducción, al igual que el presente, de Roberto Vivero.
Leo en la página de la editorial que Hugo Wolf (1888-1946) fue un escritor austríaco que llegó a publicar en algunas de las más prestigiosas revistas en lengua alemana del primer tercio del siglo XX (como, por ejemplo, Die Fackel, Der Brenner, Sturm, Simplicissimus, Jugend y März). Mantuvo una relación de amistad con hombres como Ernst Krenek, Stefan Zweig y Joseph Roth. Perseguido tras el Anschluss, huyó con su familia a los Estados Unidos

La Isla es una obra de teatro breve, algo más de cien páginas. Se ambienta en una isla del archipiélago indio (así se dice en el Primer Acto; también se dice que el lugar es más un sueño que una realidad).

En la isla está descansando o en un estado recreativo, casi vegetativo, un grupo de hombres europeos. No parece que la isla esté habitada, pues no hay “salvajes” en la isla, pero sí edificios o cabañas, en las que se alojan. A la cabeza del no muy nutrido grupo está François, marqués de Grenier, el cual está allí buscando una flor que no encuentra. A su vera, su mujer, Claire-Maire. Hay una actriz Michette Carlin, la cual trae a todos los hombres de cabeza por sus artes de seducción. A su lado está el actor Branguin, que la pretende con escaso éxito; el joven Henri Marlette, protegido de François y al que trata como a un hijo, pobre de salud y afectado del corazón. El grupo lo completa un médico: Rosny; un editor, Saville; el capitán del barco, porque a la isla han llegado en barco, y, finalmente, Collard: el timonel, quien llevará el curso de esta historia por derroteros insospechados.

Como en todo buen folletín no deben faltar los líos de faldas, las amantes, los secretos desvelados, los malentendidos, incluso una muerte, que está por determinarse si ha sido voluntaria, o si se trata de un homicidio, en cuyo caso parece haber candidatos de sobra.

Los amores y desamores son aquí intensos y conducen al éxtasis y al exitus. En estas lides solo vale el todo o nada, el conmigo o sin mí. Y de esta manera Wolf despacha la obra en cuatro actos que van ganando en intensidad, hasta un final que parece extraído de una novela negra. Si bien, aquí, no hay un detective buscando al asesino o asesina, sino distintos personajes que a saber por qué motivaciones deciden erigirse como responsables de la muerte. Y uno de ellos será François, porque el pobre marqués fantasea con ser lo que no es, aunque no está llamado a ser un hombre de acción, ni tampoco dispondrá de ese carácter aristocrático que defendía Nietzsche, tal que el devenir de los días lo conducirá a la inacción y el apocamiento, de ahí que se vea impelido a dar un golpe en la mesa y agitar la realidad con la esperanza de que algo cambie, aunque no parece que vaya a ser él quien salga ganando con todo este letal embrollo, como se verá en el frenético desenlace.

La Isla
Hugo Wolf
Traducción de Roberto Vivero
Ápeiron Ediciones
2025
118 páginas