El asesino de canciones

El asesino de canciones (Pablo Manzano)

que yo sólo pienso en canciones, que una poesía me sale porque se me caen los pantalones y es que se me escapa el aire.

Me falta el aliento (Estopa)

En mis Devaneos no hay apenas libros musicales. En este de Pablo Manzano hay mucha música, en forma de canciones, canciones que nos conforman y sustancian nuestra memoria y que en ocasiones nos perturban, como tendremos ocasión de leer.

La narración me resulta bastante superficial (en plan agente del Ministerio del Tiempo he dejado aparcado por unas horas el siglo XIX de Galdós para venirme al siglo XXI de Manzano) pues no se ahonda en nada y lo leído resulta como esas canciones que apenas recuerdas salvo por el machacón estribillo o bien por alguna frase ingeniosa. Aunque eso y nada todo canta junto.

El humor que se gasta Pablo -cuando asoma- es lo que más me ha gustado con creces de la novela, como ese León convertido en una máquina expendedora de polvos o esas canciones de Dylan que solo nos gustan cuando no son cantadas por él (coincido en lo que dice también de Ramazzotti).

Sería curioso leer una novela donde el texto fuesen trozos de letras de canciones, algo parecido a lo que hace Pablo, pero llevado hasta sus últimas consecuencias.

Los protagonistas de la novela son jóvenes ya entrados en la vida adulta o adúltera o adulterada, que tras los excesos juveniles han de sentar la cabeza, cuando el sexo requiere, leo, tanto esfuerzo, cuidado y concentración.

Una realidad la que habitan viscosa y fértil -como el semen- que se alimenta de sexo, aventuras, infidelidades, abortos, suicidios, precariedad laboral, gatos como conejillos de indias en aquello de certificar sus siete vidas y mucha incertidumbre en todos los terrenos.

Un pasar de los años que siempre nos pasa f(r)actura, luxándonos los hombros o lo que nos pille bajo el peso del tiempo.

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