En 2005 España se estrenó una poderosa herramienta informática al servicio de la comunidad científica. En enero de ese año se puso en marcha el ‘MareNostrum‘, el ordenador del Centro Nacional de Supercomputación, en Barcelona, diseñado para determinadas investigaciones avanzadas de computación, ciencias de la Vida y ciencias de la Tierra. Bienvenidos al interior del por entonces cuarto ordenador más potente del mundo. Actualmente ha bajado un puesto, es el quinto, primero de Europa, los otros cuatro están en Estados Unidos. Aquí puede verse esa lista actualizada de supercomputadoras.

El supercomputador ocupa un recinto de 170 metros cuadrados, y está encerrado en una gran carcasa de cristal. La entrada está restringida y cuenta con un dispositivo de identificación biométrica para acceder al recinto acristalado.

Ya en el interior de la máquina se suceden las sensaciones de frío y calor, debido al sistema de ventilación y refrigeración que requiere el supercomputador. El aire refrigerado sale a presión desde el suelo a través de unas baldosas agujereadas, las torres absorben ese aire y lo expulsan más caliente. La diferencia de temperatura entre un pasillo y otro es de unos 12 grados centígrados.

Esta es la ‘parte de atrás’ de una de las torres, donde están alojados las cajas que contienen los ‘blades’ (módulos), como libros en una biblioteca. Al desmontar uno de los silenciadores se puede acceder a las conexiones de dos de las cajas. Cada una de ellas lleva dos fuentes de alimentación (cable negro), cuatro cables de fibra (naranja), conexiones gigabit (azul) y las conexiones a la red de servicios (gris).

La importancia del supercomputador radica tanto en la potencia de cálculo como en la habilidad de que los procesadores puedan intercambiarse información. Las conexiones del ‘MareNostrum’ se caracterizan por una latencia muy baja (o sea, el tiempo que tarda en enviar información de un lugar a otro, alrededor de 4 microsegundos) y un gran ancho de banda (4 Gigabits por segundo).