Estambul express

La curiosidad me llevó a Estambul. Tres días para descubrir una parte muy pequeña pero muy significativa de esta ciudad: el cuerno de oro. Máxima densidad de historia, cultura, religiones, política, comercio y turistas.

Ciudad mestiza: Europa-Asía, mar de Mármara-mar Negro, islamistas-seculares, tradición-modernidad, y de forma permanente el Bósforo, y la vida derramándose a chorros por una urbe en constante crecimiento: ruidosa, abigarrada, densa, intensa, desigual.

En la superficie mucho ajetreo. El tráfico colapsado. Rascacielos inmensos para depositar todo el crecimiento y el despertar de una ciudad que aceleró su paso hace ya dos décadas. Un tropel de gente que se gana la vida vendiendo, vendiendo de todo.

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En Estambul también sorprende otro tráfico, el de la cantidad de “muleros” que habita este paraje y que se encarga de alimentar sin descanso a la infinidad de tiendas existentes en este reducido cosmos.

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El tiempo queda medido por la oración. Cinco veces al día la ciudad es invadida por un cántico que llama a los musulmanes a orar. Es imposible abstraerse. Desde los minaretes de las 3.000 mezquitas que existen en Constantinopla suena una llamada inequívoca, extraña para los cristianos más acostumbrados al tañido de una campana. Al mediodía, una buena parte de la población abandona sus quehaceres y se ocupa en la meditación y la oración. Siguen creyendo.

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Si de gastronomía hablamos, el mediterráneo mantiene aquí su continuidad y puedes disfrutar de una refrescante ensalada de tomate y pepino aderezado con hierbabuena, pescados del Bósforo a la parrilla: jureles, caballas, doradas, etc.

Las carnes están dispuestas de un modo que ya nos es familiar: Kebab, Durum. Del mismo modo, sabrosos panes y deliciosos jugos naturales de granada o de naranja hacen el paseo más agradable, y si el hambre aprieta, puedes aliviarla en la calle tomando un panocha de maíz hervida y asada o unas castañas que parecen pelotas de ping-pong.

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Pero también hay cosas singulares en Bizanzio que merecen una pausa y que son particulares. Tenemos la posibilidad de disfrutar de las llamadas delicias turcas, una suerte de gominolas trufadas con pistachos, o pastas con una suave capa de miel que tienen bien merecido el nombre. ¡Delicioso!. El café turco también tiene su punto y hasta llegar a los posos, es suave y estimulante. El té es la bebida por excelencia, la que ameniza las tertulias y permite hacer más llevadera la mañana a los comerciantes. Aún así, lo que más me atrajo fueron las especias, sus colores y olores.

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Pequeñas esquirlas de una curiosidad que aún permanece intacta.

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