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Los periódicos también plagian

Penélope CruzMirando la blog de J.L García Iñiguez lugareño de Logroño como nosotros, veo un post suyo que me ha llamado mucho la atención. Es bien sabido que en la blogosfera el «copy and paste» se estila mucho. Sabemos también de algún periodista que se ganó una buena reputación como cronista y luego resulta que sus artículos los hacía desde su casa, y de alguna laureada periodista, ahora reina de la televisión que fue pillada plagiendo no un libro sino varios, para confeccionar su propia novela, cogiendo un poco de cada lado, pero que un periódico eche mano de la Wikipedia, sin citarlo, para hacer sus noticias es de traca.

En la blog arriba citada, JL, comenta que al buscar información sobre Penélope Cruz en Wikipedia y luego ver una noticia en la versión digital de El País, algunos párrafos eran idénticos. Cuando menos la noticia de «El País» no va firmada por ningún periodista, sino que pone ElPaís.com. No estaría mal que abajo, pusieran la fuente. Si han copiado y pegado lo que hay en Wikipedia que lo citen, porque sino su labor periodística brilla por su ausencia.

Francesco Guccini un letrista extraordinario

Francesco Guccini A Guccini en España no lo conoce nadie, porque lo que nos llega de esas tierras son las canciones de Ramazzotti, Luca Carboni, Nek, Laura Pausini….
Guccini es toda una leyenda en Italia, sus conciertos son punto de encuentro de varias generaciones que se sabe sus canciones de cabo a rabo, canciones por otra parte cuyas letras son una maravilla, un trasunto de nuestro Sabina, pero en plan más metafórico. Guccini ha dedicado canciones a las ciudades de Venecia, Bolonia, Bizancio, Milán, y a personajes ilustres como Cristobal Colón, Don Quijote o Cirano. La canción de Cirano es una de mis favoritas. Su traducción al castellano, por obra y gracia de José L´andaluso dice así. Recomiendo de todos modos que se oiga en italiano y se disfrute porque Guccini es un tesoro que bien merece la pena conocer.

Cirano
Traduzione di José l’Andaluso

Acercaos, acercaos, los de las narices cortas,
señores acicalados, ¡no os aguanto más!,
enfilaré mi pluma bien adentro de vuestros orgullos
porque con esta espada os mato cuando me place.
Acercaos, acercaos, poetas desquiciados,
inútiles cantantes de días desdichados,
bufones que vivís de versos huecos,
tendréis dinero y gloria pero os falta la fuerza;
gozad del éxito, gozadlo hasta que dure,
que el público está amaestrado y no os amedrenta
e id quién sabe dónde, para no pagar los impuestos,
con la sonrisa maliciosa y la ignorancia del primero de la clase.
Yo solo soy un pobre cadete de Guascogna
pero no soporto la gente que no sueña.
¿Los oropeles?, ¿el arrivismo?, no pico en esos anzuelos
y al final de la licencia no perdono y toco.
Acabemos de una vez, acercaos, acercaos todos,
nuevos protagonistas, políticos trepas;
acercaos serviles aduladores , rufianes y gentucilla,
feroces presentadores de falsas retransmisiones,
que con frecuencia habéis hecho del «cualunquismo» un arte; Sigue leyendo

La obsesión por los móviles

Moviles de última generación nuestra perdiciónNo tendremos que esperar mucho tiempo para que los ciudadanos acudan a los tribunales culpando a las “operadoras de móviles” de sus males. Si las tabaqueras tuvieron que hacer frente a millonarias indemnizaciones a los consumidores de cigarrillos, pues no se les informó en su día que el tabaco era perjudicial para ellos ni que creaba adicción, ahora que hay estudios que avalan que los móviles también crean adicción y dependencia, similar a las drogas, habrá quien tirando balones fuera culpe a estas operadoras de móviles de generar en sus consumidores desequilibrios, pérdida de la sociabilidad, desarrollo entorpecido, para acabar esclavizado de sus móviles.

Los móviles han experimentado un crecimiento desmesurado en pocos años. Entre los jóvenes se ha convertido ya en una obsesión. Niños cada vez de más corta edad hacen uso de ellos. Se justifica diciendo que así sus padres los tienen más controlados y pueden “seguirles mejor los pasos”. En nuestra generación, hablo de quince años atrás, no existían móviles, solo fijos, y éramos felices. Quedábamos en un sitio y el que aparecía bien y el que no se quedaba en casa. No estábamos como ahora cambiando continuamente de punto de encuentro, de hora. Si nos querían localizar nos llamaban a casa o iban a buscarnos a la cancha de baloncesto, o la biblioteca. Si no estábamos en ninguno de estos sitios es porque buscábamos nuestro rato de esparcimiento, de libertad, donde no había que rendir cuentas a nadie, sin estar “vigilados 24 horas al día”. Si algo grave ocurría nos enterábamos tarde o temprano. Si al llegar a casa veías rostros compungidos y regueros de lágrimas, era porque el abuelo había muerto o alguna cosa mala había ocurrido. Saberlo “al momento” no minimizaba la tragedia. Sigue leyendo