No tendremos que esperar mucho tiempo para que los ciudadanos acudan a los tribunales culpando a las “operadoras de móviles” de sus males. Si las tabaqueras tuvieron que hacer frente a millonarias indemnizaciones a los consumidores de cigarrillos, pues no se les informó en su día que el tabaco era perjudicial para ellos ni que creaba adicción, ahora que hay estudios que avalan que los móviles también crean adicción y dependencia, similar a las drogas, habrá quien tirando balones fuera culpe a estas operadoras de móviles de generar en sus consumidores desequilibrios, pérdida de la sociabilidad, desarrollo entorpecido, para acabar esclavizado de sus móviles.
Los móviles han experimentado un crecimiento desmesurado en pocos años. Entre los jóvenes se ha convertido ya en una obsesión. Niños cada vez de más corta edad hacen uso de ellos. Se justifica diciendo que así sus padres los tienen más controlados y pueden “seguirles mejor los pasos”. En nuestra generación, hablo de quince años atrás, no existían móviles, solo fijos, y éramos felices. Quedábamos en un sitio y el que aparecía bien y el que no se quedaba en casa. No estábamos como ahora cambiando continuamente de punto de encuentro, de hora. Si nos querían localizar nos llamaban a casa o iban a buscarnos a la cancha de baloncesto, o la biblioteca. Si no estábamos en ninguno de estos sitios es porque buscábamos nuestro rato de esparcimiento, de libertad, donde no había que rendir cuentas a nadie, sin estar “vigilados 24 horas al día”. Si algo grave ocurría nos enterábamos tarde o temprano. Si al llegar a casa veías rostros compungidos y regueros de lágrimas, era porque el abuelo había muerto o alguna cosa mala había ocurrido. Saberlo “al momento” no minimizaba la tragedia. Sigue leyendo