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Sevilla

Por tierras segovianas
En un radio de treinta kilómetros las piedras de las casas mudan del color amarillo al rojo y luego al negro. Se evidencia este color amarillo al visitar Alquité, en donde un joven se ofrece como cicerone para invitar al viajero a acceder a la ermita de San Pedro, pocos minutos antes de su cierre, para que pueda apreciar el coro, la pila bautismal, el retablo barroco policromado y el buenhacer de una vecina con la aportación de una vidriera artesanal ubicada a la derecha del retablo.
En Villacorta y Madriguera las piedras rojas dan una imagen férrica a los pueblos.
Rondando la entrada al cementerio de Madriguera el cartel de la entrada no puede ser más explícito:
TEMPLO SOY DEL DESENGAÑO/
Y ESCUELA DE LA VERDAD DONDE TODO A VOZ EN GRITO/
YMPLORA ¡¡PIEDAD PIEDAD!!/
R I P
Constato dejando la muerte de lado y yendo en busca de los vivos que el bar o el teleclub, junto a las iglesias son los centros de reunión en muchos pueblos de la España muy poco poblada, como la de estos pueblos segovianos. En la provincia de Segovia la densidad de población es de catorce habitantes/Km².
En El Muyo a muy poca distancia de Madriguera las piedras de las casas son negras y los techos de pizarra.
Todas las poblaciones anteriormente citadas son pedanías pertenecientes al término municipal de Riaza.
El que no pueda o no quiera ir a la playa, buscará refrescarse con lo que tenga más a mano, ya sean piscinas municipales, ríos, pozas o a manguerazos. A las afueras de Sepúlveda la Fuente de la Salud es una saludable piscina natural con agua surgente y fresca, necesaria cuando el termómetro roza los cuarenta grados. Al lado de la piscina con bordes de piedra me encamino cual Marlowe, no hacía el corazón de las tinieblas, río arriba, sino hacia el corazón del bienestar, atento siempre al voluptuoso lenguaje de los pájaros que desconozco. Sigue leyendo
Campos de trigo, rojas amapolas
Contábamos con que a comienzos de julio brillara el sol, pero camino del León Dormido, escupía lluvia y a medida que ascendíamos hacia La Población nos veíamos en el vientre de la ballena.
Una vez en el alto de La Aldea, a 1000 metros, no se veía abajo Logroño, a consecuencia de la niebla. Es en ese momento cuando eché de menos unos guantes, a medida que el frío iba haciendo su efecto. En la bajada hacia Bernedo la niebla era consistente, pero una vez en el llano, la niebla se iba disipando, pero no la lluvia; un pertinaz sirimiri seguía trabajando nuestros cuerpos en movimiento.
Para ir de Oyón, donde comenzamos la ruta, a Yécora, cogimos un camino. No vimos que los viñedos eran un barrizal, a tal punto que la rueda dejó de ofrecer la esfericidad negra de la cubierta para mostrar otro aspecto: un color chocolate con leche, que horas después tendría la consistencia del barro seco, con el que en otros lugares incluso hacen ladrillos y casas.
En Lagrán está el Centro de interpretación de la GR-38, La ruta del vino y del pescado, que estaba cerrado. No nos importó pues teníamos (o eso creíamos erróneamente) la ruta memorizada en el cerebro. Tomamos un café bien caliente para entrar en calor, en el restaurante La Traviesa, ubicado justo en frente.