Archivo de la etiqueta: 2021

Devaneopedia

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A fin de poner orden, después de dieciocho años, entre las más de mil seiscientas reseñas que he escrito y los varios cientos de escritores y traductores presentes en mi blog, esta Devaneopedia ofrece una ordenación alfabética que espero sea de ayuda a quien se extravíe por mis devaneos librescos.

A

Abe, Kobo
Abal, Marcos
Abella, Rubén
Abreu, Andrea
Adell, Anna
Adón, Pilar
Adorno, Theodor W.
Aira, César
Alacid, Jorge
Alamañac, Marta
Alas «Clarín», Leopoldo
Albiñana, Javier
Alcaraz del Blanco, Carmen
Alcázar, Miguel
Alcorta, Ana
Alda, Enrique
Aldecoa, Ignacio
Algora, Sergio
Alonso Valle, Axel
Ammaniti, Nicolò
Amores, José Luis
Andrade, Cristina
Andrés, Ramón
Andrés Escapa, Pablo
Andrés Ruiz, Enrique
Andréyev, Leonid
Andrzejeweski, Jerzy
Angulo Alba, Rubén
Aponte Alsina, Marta
Aramburu, Fernando
Argullol, Rafael
Argüelles, Hugo
Ariel González, Alejandro
Altarriba, Antonio
Aristófanes
Arkell, Reginald
Arnau, Juan
Arranz Sanz, Tomás
Arreola, Juan José
Arlt, Roberto
Asensio, Juan Ángel
Asselineau, Charles
Astur, Manuel
Atxaga, Bernardo
Auden, W. H.
Avilés, Javier
Ayesta, Julián

B

Badal, Marc
Báez, Antonio
Bajani, Andrea
Baltasar, Eva
Balzac
Bandi
Bannti, Anna
Banville, John
Bañares, Adriana
Barba, Andrés
Barceló, Elia
Bargate, Verity
Bargeld, Blixa
Baricco, Alessandro
Barnes, Djuna
Barnes, Julian
Baroja, Pío
Barrero, Miguel
Barrientos, Maximiliano
Barth, John
Basanta, Antonio
Bashevis Singer, Isaac
Baudelaire, Charles
Behm, Marc
Beattie, Ann
Bell, Gertrude
Bellatin, Mario
Belmonte, Bruno
Belmonte, María
Bellow, Saul
Benameur, Jeanne
Benet, Juan
Benet, Manuel
Benítez Ariza, José Manuel
Benjamin, Walter
Béraud, Henri
Berger, John
Berges, Joaquín
Berlin, Lucia
Bernhard, Thomas
Berti, Eduardo
Bespaloff, Esther
Bianco, José
Bilbao, Jon
Bilbeny, Norbert
Blanco, Ezequías
Bobin, Christian
Bocaccio
Boecio
Boffil, Héctor
Bolaño, Roberto
Bonilla, Juan
Bonnet, Jacques
Bonnet, Piedad
Boon, Louis Paul
Bordewijk, F.
Borges, Jorge Luis
Borràs, Rafael
Bost, Pierr
Bouillier, Grégorie
Boulouque, Clemence
Bove, Emmanuel
Breton, André
Brizuela, Leopoldo
Broyard, Anatole
Brun, Frédéric
Buenaventura, Ramón
Buzzati, Dino

C

Cabaleiro, Ana
Caballero Bonald, J. M.
Caballero Sánchez, Paula
Cabral, Nicolás
Camba, Julio
Cabrera, Antonio
Calders, Pere
Calonge, Eusebio
Calvino, Ítalo
Calvo, Javier
Cameron, Ann
Camilleri, Andrea
Camus, Albert
Candia, Bibiana
Canetti, Elías
Cano, Harkaitz
Capsir, Ana
Carbonell, Eduald
Carcasona, Miguel
Cárdenas, Juan
Cardeñoso, Concha
Cardoso Pires, José Sigue leyendo

El huerto de Emerson (Luis Landero)

El huerto de Emerson (Luis Landero); Biblioteca Pública Sánchez Díaz

El huerto de Emerson (Luis Landero); Biblioteca Pública Sánchez Díaz

Recorriendo la mesa de novedades de la Biblioteca pública de Reinosa, en aquel maremágnum, mis ojos fueron a posarse en la última novela de Luis Landero, El huerto de Emerson. Libro que he libado con sumo agrado.

A los ojos hipnotizados por el chisporroteo de la lumbre
le sucedieron el influjo de la pantalla de televisión y más tarde el mar líquido de móviles y tablets. Landero fija su atención en un mundo que quizás ya no existe y para ello ejercita su memoria, para dar cuenta de sus primeras lecturas, aquellos personajes de ficción que alcanzarán un estatus similar, e incluso preponderante sobre las figuras de carne y hueso.
Literatura que cumple una función clave cuando uno prefiere soñar la vida a vivirla. Autores como Faulkner (El Villorrio, Santuario), Onetti (La vida breve), Ferlosio (El Jarama), Joyce (Ulises) Conrad (El copartícipe secreto), Kafka (El castillo), Proust (En busca del tiempo perdido). Párrafos aprendidos de memoria, capaces de construir una educación sentimental, viaje amoroso experimentado previamente en libros como Rojo y negro.

Reflexiona Landero acerca del oficio del escritor, oficio que no entiende como tal, pues para él es un atesorar múltiples conocimientos, fragmentarios, pero sin darle una forma concreta. Escritor visto a sí mismo como un impostor. Escritura que le sirve a su vez para exorcizar ciertas imposturas de antaño como los dos años que pasó trabajando cómo profesor ayudante en el departamento de filología Francesa de la Complutense.
Recuerdos también de su época como guitarrista y poeta, una naturaleza, la suya, bien garbosa, que se sustrae a la funcionarial de las criaturas kafkianas. Su estancia en París, el miedo a que lo lanzaron al Sena, él, que no sabía nadar.

Páginas donde evocar recuerdos familiares y abordar el papel de los hombres y las mujeres en aquel ambiente rural, ligándolo con el concepto de la velocidad y la lentitud.

Relatos como el de El viejo marino, convertido este en una puerta abierta al mundo para los habitantes del pueblo, que cifran en esta figura errabunda todas sus esperanzas, la alegría del reencuentro, las aventuras que luego referirá, los regalos que traerá consigo, forzándolo entre todos a marcharse, sin atender ala voluntad de este galeote, para gozar así luego de la emoción de la espera.

Recuerdos de su época como docente:

Serán ellos, Cervantes o Chéjov, los que os enseñen literatura, y si ellos no lo consiguen no lo conseguirá nadie.

Así que ya sabéis: trabajad en lo concreto, en vuestro huertecito, buscad en vuestra memoria y en vuestros territorios cotidianos, sed fieles a vuestras ciegas marcas, y atended siempre a los requerimientos de vuestro corazón. Recordad lo que decía Cervantes: saber sentir es saber decir.

Landero siente, sabe y emociona.

Editorial Tusquets
2021
235 páginas

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La mitad de la casa (Menchu Gutiérrez)

La mitad de la casa
Menchu Gutiérrez
Siruela
2021
106 páginas

Aquí, en este espléndido libro de Menchu Gutiérrez (Madrid, 1957), resulta imposible separar la memoria de la narradora, a sus sesenta años, de los objetos de una casa. La casa del verano. Cada objeto trae un recuerdo lejano. La casa como una matriz que la contiene y a su vez es contenida por ella. La casa en la que vivía con sus padres y con E. La casa en la que murió con 15 años para seguir viviendo o creciendo, desdoblada, sin saber bien hacia qué o hacia dónde crecía.

Recorrer la casa, cada estancia, supone volver al ayer, para contarse y reconocerse. Labor arqueológica en la que las latas de conserva, los libros anotados de los progenitores, los aromas, las fotografías de los álbumes familiares cuentan una historia, permiten viajar en el tiempo a la cama de la niñez; pensar que al cerrar los ojos quizás ya no los abriría más.

Una línea de teléfono aún en funcionamiento que nos habla de otra época. Aquella en la que si perdíamos el número de teléfono, perdíamos a su vez el rastro de la persona al mismo asociado. La casa como un animal que respira, cuyo corazón late, y reverbera, como la de los perros ausentes, ya fantasmas.

Recodar para reconstruir y recorrer la herida con las yemas de la memoria, con los sentidos alerta, el alma abierta en canal, buscando quizás el repliegue del sentir, y escribir para contar, tanto como para ocultarse, para recordar y poder entonces olvidar, para culminar el libro con una pregunta, en una escritura indagatoria que (se) interroga.

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La fragilidad del mundo (Joan-Carles Mèlich)

Hace un año, también durante la pandemia, en el confinamiento, leí con fruición el espléndido ensayo La sabiduría de lo incierto de Joan-Carles Mèlich, que ahora ha publicado La fragilidad del mundo, ensayo escrito durante la pandemia, donde aborda cuestiones tan interesantes como la seducción de la técnica, el imperio de la prisa, la ceremonia del adiós, los sistemas simbólicos, o la razón desvalida. Muchas cosas interesantes hay en el libro de Mèlich, que ha quedado marcado con un buen número de párrafos subrayados, que a continuación, en buena medida, reproduzco.

De nuevo frente a la metafísica, la cual parece tener todo muy claro, el autor se decanta por la razón desvalida, bajo el presupuesto de que nuestra naturaleza es vulnerable, contingente, finita.
La pregunta que toca hacerse es cómo habitar hoy en el mundo. Un mundo acelerado, cuyo nuevo dios es la tecnología. La lógica que está colonizando el mundo es la lógica de la prisa y de la novedad, en la que lo existencial es un valor a la baja. El mundo reducido a una pantalla fría y parpadeante. Un mundo en el que las cosas solo se diferencian por su precio.

Habitar el mundo significa hoy aprender a vivir en la duda, el sinsentido, en la inquietud y la extrañeza […] la felicidad es una felicidad en la infelicidad, afirma el autor.

Hay una ruptura entre el lenguaje y el mundo. Lo más importante de la existencia es el sentido. El desempalabramiento abre las puertas al vacío.

Para el autor la pérdida del mundo se percibe en una pérdida del tiempo, que se concreta en una triple crisis de la temporalidad: la del pasado o de la memoria, negando la conservación. La del presente o del instante, negando el momento y menospreciando el presente, y la del futuro o de la novedad, negando lo nuevo, cuando solo desde lo nuevo el mundo tiene misterio, y ese misterio es uno de los aspectos básicos del sentido.

Los sistemas simbólicos encaminados a evitar que nos sintamos desvalidos e inquietos, tratan de impedir que aparezcan formas de fragmentación que el autor entiende como estados de ánimo: angustia (cuando surge la existencia aparece como un absurdo radical, angustia combatida hoy a través de la ligereza), melancolía (entendida como una tristeza infinita, como un abismo de tristeza) y pánico (visualizado como una desintegración de la masa dentro de la masa). Ineludibles estos estados si queremos habitar la fragilidad del mundo.

El autor cree que en la incertidumbre está la vida. El sentido de la existencia era la falta de sentido. Ahora ha desaparecido incluso la pregunta. Y afirma que la metafísica no solo no ha comprendido la condición humana, la ha pervertido.

La importancia del pensamiento literario, poético, musical, artístico, la literatura tanto como el arte, intentan captar lo que ni la ciencia ni la metafísica han conseguido: lo real es su devenir.

La razón desvalida es la razón corpórea o poética, aquella que duda y titubea, que no ha superado el estado de provisionalidad. Una razón desvalida que necesita del lenguaje metafórico para sobrevivir. Una razón desvalida está atenta a la genealogía. Sabe que todo lo que es ha llegado a ser y que, precisamente por eso, puede también dejar de serlo. Una razón desvalida sabe que para ver de nuevo el mundo es necesaria una ética de la vergüenza.

Para el autor en Occidente distintas formas de sistemas simbólicos colonizan el mundo, eliminan la disonancia, el vértigo de la fragmentación. Son tres: la forma teológica, la política, y la económica.

Textos como Castellio contra Calvino, o Los hermanos Karamázov, nos previenen de la peligrosidad de fundamentar lo político en lo teológico.

En la política tanto como en lo social se anda siempre buscando un fundamento legitimador, porque a los seres humanos no les basta con lo legal, además necesitan lo legítimo para poder tranquilizar sus conciencias; y lo legítimo habita “en las alturas”.

Por su parte el triunfo de la lógica de lo económico (la lógica del coste-beneficio y el circuito dar-recibir-devolver) ha provocado la pobreza del mundo, su falta de vibración y de cordialidad.

Para el autor la tecnología no es un poder prescriptivo, normativo, sino una seducción que guía la existencia. La consecuencia más evidente de la matematización y de la digitalización es una inevitable pérdida del mundo. Una pérdida que no se concibe como tal. Una lógica que trata de no dejar nada al azar, la lógica de lo útil, lo pragmático, la velocidad, la prisa, el dato y la evidencia. La gramática y la tradición son menospreciadas. Una lógica en la que la conservación es intolerable, en cambio la innovación es sacralizada. El ideal tecnológico es el de la vida eterna. La lógica de la técnica es ajena a la caricia, el llanto, el abrazo, el silencio y el fracaso.

El imperio de la prisa nos lleva a una situación paradójica. Hacer todo mucho más rápido nos llevaría a tener mucho más tiempo libre. No es así. Vivimos como víctimas del huso horario convertido en yugo, apremiados por la aceleración, donde no tomamos conciencia del tiempo, de la duración, pues vamos sumando vivencias sin ganar en experiencia o sabiduría.

La pandemia ha afectado sustancialmente la forma (o incluso la imposibilidad) de despedirnos de nuestros seres queridos. Un capítulo va dedicado a este asunto titulado, La ceremonia del adiós. La manera en la que afrontamos nuestra muerte y la de los demás, propicia hablar del duelo, la pérdida, la ausencia, la compasión (acompañar en el sufrimiento). Habitar el mundo exige la existencia de rituales, ritos que adquieren una dimensión terapéutica imprescindible para poder hacer frente al drama de la muerte y seguir adelante en el camino de la existencia. Ritos como el acompañamiento, el duelo, el luto, el enterramiento y la tumba.

La muerte nos sitúa frente al vacío, a la desesperación. El sentido del mundo es el sinsentido, el único sentido al alcance de los seres finitos.

Y si el Ulises de Joyce acaba con un sí, está reseña, bajo la ética del agradecimiento, concluye con un gracias.