Archivo de la categoría: Témenos Edicions

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Barrancos (Pablo Matilla)

Las dos piedras de la cubierta bien podrían ser la encarnación de un padre e hijo irreconciliables. El título, Barrancos, el apellido de ambos, también podrían ser, recurriendo al diccionario, la «Dificultad o estorbo en lo que se intenta o ejecuta. Asimismo un «Despeñadero o precipicio».

Si nacer es un error, acontece la culpa de estar en el mundo. Así lo siente el joven Barrancos desde joven, el cual en la adolescencia ya había renunciado a obtener el reconocimiento de su padre, para darse cuenta de que lo único que podía hacer era luchar con él. Su padre le achacaba al hijo la muerte de su mujer, la madre de Barrancos.
Leo: La culpa lo carcomía y era el combustible necesario para seguir castigándose un día más.

Somos tan retorcidos que, a menudo, hemos de esperar que acaezca la muerte para poner las cosas en orden, juntar las piezas del pasado y buscarle el sentido a tanto sufrimiento e incomprensión. Porque el joven Barrancos no sabía nada del pasado de su padre. El cuál se recluyó en casa, un porvenir alimentado con sus periódicos, su leche y sus mendrugos.

El hijo acude donde el padre regularmente en busca de dinero, que el padre le acaba concediendo, para que el joven siga bebiendo, desnortándose, abismándose en los barrancos de la culpa. Cada encuentro filial es un discusión, un desencuentro. Si hay posibilidad de redención, para ambos, será cuando al joven se le brinde al joven la posibilidad de conocer su historia familiar. Para ello habrá de realizar un viaje, un regreso a la raíz, hasta el pueblo de Aljarán, próximo a la raya.

Es así como el pasado se desvela. Porque si revelar es luchar contra la luz, como le diría su padre muchas veces. Ir a Aljarán es para Barrancos luchar contra el olvido, darse la posibilidad de recuperar a su padre, a su abuela, a su abuelo, en las palabras del Viejo aldeano.

Son cuestiones como la culpa, la incomprensión, el olvido, los traumas familiares, las que sustancian la cruda novela de Pablo Matilla (La sabiduría de quebrar huesos), la cual a pesar de tanto sufrimiento como leemos, nos deja un resquicio para la esperanza, porque está claro que las cosas pueden cambiar, que la vida no es solo un sartal de cuentas infelices, y que a veces, es posible romper el círculo vicioso de la desdicha, tratar de enmendarse, de superar el pasado de familiar, para mejorarlo, para abrazarse a la idea de que uno puede ser «un buen padre».

Sea.

Témenos Edicions. 2023. 240 páginas.

Lecturas 2018

Esta es la relación de los libros que he leído y reseñado en 2018. Una acertada selección de las lecturas me ha permitido sustraerme -y a su vez desafiar los preceptos délficos: ya saben, aquello de «Nada en exceso«- a uno de los grandes riesgos que corremos los lectores compulsivos: el empachamiento.

Feliz año y felices lecturas.

Ecce homo (Friedrich Nietzsche)
Un verano con Montaigne (Antoine Compagnon)
Algo va mal (Tony Judt)
Nuevas lecturas compulsivas (Félix de Azúa)
El silencio de los libros (George Steiner)
De una palabra a otra: Los pasos contados (Octavio Paz)
Fragmentos (George Steiner)
Nostalgia del absoluto (George Steiner)
Autobiografía sin vida (Félix de Azúa)
Hyperion (Friederich Hölderlin)
Parad la guerra o me pego un tiro (Jacques Vaché)
Los Muchos (Tomás Arranz)
Breve historia del circo (Pablo Cerezal) Sigue leyendo

www.devaneos.com

La sabiduría de quebrar huesos (Pablo Matilla)

Lo llamamos leer y somos nosotros rumiando palabras, en esta guerra sin cuartel pero con sillón orejero, donde matamos el tiempo, testigos del deshielo del Iceberg, del que emergerán significados y significantes, emboscados en estos quince sugerentes relatos de Pablo Matilla (Mieres, 1986), y leemos, abiertos a las interpretaciones, y no digo conclusiones para no imaginar a Baroja removerse en su tumba, porque cerrar los ojos en La sabiduría de quebrar huesos, pudiera ser dormir o bien morir, ojos que serán arrancados de sus órbitas una vez muertos facilitando donaciones, cuencas vacías como edificios en Ruina, leemos y vemos un cuerpo infantil en el suelo, el de esa Pequeña Hereje violando las normas, entreviendo un cuadro a intervalos de Degas cuando él no le tapa la visión o somos espectadores de una casa tomada en su hora cítrica, de una relación imposible que se dirimiría a zarpazos, del miedo tan común a las arañas, miedo como hilo conductor o nudo corredero, como ese Sacrificio inútil que me recuerda a los mejores relatos de Olgoso o el Deseo de nieve entre las manos de un reo que no logra sustraerse hasta su último aliento a la férula materna, a esos apegos feroces y leemos y vemos la admiración de Matilla hacia a un autor, hacia Poe y Cortázar, y ese trajinar siempre difuso de imitaciones, apropiaciones o plagios, leemos y asistimos desde nuestro orejero a la proyección de dos relatos que abren y cierran el libro: Esfir Shub y La sala del cinematógrafo, relacionados a la inversa e impregnados ambos de una aura misteriosa, de una sustancia pegajosa y viscosa que se mastica y hiede, algo proteico y multiforme que instila todos los relatos, ya sea zumbido, escozor, rugido, arañazo, miedo, pánico, ausencia, soledad, locura, violencia, dolor e incluso luz ardiente y la promesa y esperanza fragante de unas manzanas robadas.

Témenos Edicions. 2017. 160 páginas.