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El hombre del salto (Don DeLillo 2007)

El hombre del salto Don Delillo portada libro

Esta novela la escribió DeLillo en 2007, seis años después de la caída de las Torres Gemelas. Tiempo tuvo el autor para procesar tal brutal acto, que marcaría un antes y un después, de forma notoria, y cuyos efectos vivimos el resto de los habitantes de este planeta hasta el momento presente.

La novela arranca con fuerza, a lo grande, de manera espectacular, con un avión chocando contra una de las Torres y siguiendo entonces la travesía de Keith para dejar el edificio, ileso, entre humo y cenizas. Esas cuatro primeras páginas son muy buenas.

Sabremos luego que Keith estaba casado con Lianne, que lo habían dejado, pero tras dejar la Torre, o lo que queda de ella, no volverá él a su morada solitaria, sino que se encaminará a la casa de su ex, quien conmocionada ante la magnitud de la tragedia, no tendrá otra opción que dejarlo pasar, consolarlo, abrazarlo, restituirle su espacio en el catre.

¿Una tragedia presente es capaz de enmendar un pasado truncado?. Sigue leyendo

Una extraña historia al este del río (Nagai Kafu)

Una extraña historia al este del ríoTraemos a este rincón literario un par de novelitas japonesas de la colección Maestros de la Literatura Japonesa que edita la editorial Satori, especializada en divulgar la cultura Nipona. A pesar del título de la novela, el libro lo componen Durante las lluvias y Una extraña historia al este del río, la cual a pesar de ser la mitad, en extensión, que la anterior, da título a este libro escrito por Nagai Kafu (1879-1959).

Es recomendable leer el extenso prólogo de Carlos Rubio para situar la historia y conocer mejor al autor. Kafu conocía de primera mano los ambientes que describe en su novelas: los lupanares, el barrio del vicio, las mujeres de la noche; geishas y camareras. Toda su vida las pasó por esos andurriales, de ahí que no sea nada extraño que estas dos historias tengan por protagonistas a mujeres de la noche, camareras o geishas, y ellos, sean los clientes que las frecuentan. Kafu amante de la cultura occidental, prendado de la literatura francesa, comentaba que París y Tokio tenían algo que las hermanaba: las mujeres de la noche. No cabe duda que la prostitución goza de buena salud en cualquier parte del globo y allá donde haya hombres habrá prostitutas.

Durante las lluvias nos cuenta la historia de Kimie, una camarera, que disfruta con el sexo (analizado bajo esa mentalidad muy masculina que dice que si una mujer goza del sexo es que por que tiene mucho vicio en el cuerpo), y que desde su minoría de edad ya frecuentaba la piel ajena, especializándose cada alborada que pasa en el arte de seducir, en hacer más suculento su cuerpo, su voluptuosidad a los ojos de los clientes masculinos que la desean y pretenden. La historia tiene un elemento de suspense en tanto que Kimie sufre como su vida se ve algo alterada por un par de acciones ajenas que le darán qué pensar. La historia quedará abierta, porque Kafu en estas dos historias, presenta sólo un intervalo en las vidas de estos personajes, a quienes acompaña durante unos días o semanas en sus vidas y luego aparta la linterna, la luz, en su caso como escritor, su pluma y les deja vivir sus vidas y a nosotros lectores no deja, huérfanos de su desarrollo y final. Sigue leyendo

El origen del mundo (Pierre Michon 1996)

El origen del mundo portada libro Pierre Michon

Vaya racha llevo. El céntimetro de mar de Ignacio Ferrando se me hizo kilométrico, por lo que este daba de sí, o mejor, por lo que no daba de sí.

Ahora me acabo de leer El origen del mundo, y se me ha hecho igual de farragosa su lectura y eso que son solo 83 páginas (y 32 líneas por página).
No es el libro de Pierre Michon (publicado en Francia en 1996 y aquí en enero de 2012), similar a otro que también habla sobre el origen del mundo, El infinito en la palma de la mano de Gioconda Belli, que ese sí me gustó.

Es indudable que el título tiene lo suyo: es pomposo. La portada también. Pero al final hable Michon del origen del mundo, o del origen de las especies, no me ha gustado nada

El libro va de un joven, sin cumplir los 20, al que destinan al pueblo de Castelnau, en 1961. El joven se enamora de la estanquera a la que se quiere pasar por la piedra, y no encuentra la ocasión (tengo todavía reciente Antigua luz, y tanto arrebato juvenil empacha). El pueblo vive anclado en el pasado y Michon nos describe el acercamiento entre el joven y la mujer objeto de su pasión, a cuyo hijo da clase, en pos de una consumación que es casi como un truco de magia. Luego las últimas páginas las dedica a hablarnos de las carpas, otras anteriores de las cavernas, a volverse cansino con los sabios de las barbas puntiagudas, la carne supernumeraria (no la de lo sabios, entiéndase), y la Venus Calipigia (la de las hermosas nalgas).

El libro me lo leí mientras velaba a un enfermo. Pero yo tuve la sensación de que la anestesia me la habían puesto a mí, porque me era imposible concentrarme en la lectura y como no tenía marcapáginas, cada vez que retomaba la lectura, tenía la sensación de estar releyendo, así que la tortura fue doble o triple.

Michon tiene muchas cosas en la cabeza, pero al pasarlas en el papel o se vuelve uno más práctico y diáfano o aquello es como un cubo de rubik, del cual yo nunca pasar de las dos caras: no digo más..

Ahí dejo un párrafo para el recuerdo, antes de olvidarme del libro.


«Y a todo eso le ponía yo malas notas cuando me entraba la ventolera, inmutaba todo eso por la tangente». A la índole irritada y de contención dolorosa de mi forma de ser la colmaba (pag 75)»

Un centímetro de mar (Ignacio Ferrando 2011)

Un centímetro de mar Un centímetro de mar del escritor Ignacio Ferrando se alzó con el Premio Ojo Crítico RNE 2011 y con el Premio Kutxa Ciudad de Irún de Novela. Uno no sabe si estos premios son importantes, si los premios ayudan o no a los escritores, si estos premios deberían existir, convertidos algunos de ellos en un producto de consumo masivo (ahí tenemos El Planeta), si lo que diga un Jurado va a misa (el que otorgó el Premio Ojo crítico lo formaba, entre otros, los escritores Alberto Olmos, Rafael Reig, Rubén Abella o Eduardo Villas), porque uno está harto (cada vez menos) de leer libros premiados que son infumables, pero yo lo comento para quien el asunto este de los premios literarios le diga algo o le ayude incluso a discriminar sus futuras lecturas.

Un centímetro de mar me lo dejó una amiga que se lo había comprado y leído, la cual tuvo a bien no hacer ningún comentario del libro hasta que lo acabé. Si nos ceñimos a lo que el libro comenta sobre ese principio de incertidumbre, podemos afirmar que lo grande de la literatura y de cualquier otra disciplina artística es que nadie tiene la clave del éxito, así que uno puede juntar elementos a priori interesantes, en este caso una aventura naútica, donde los tripulantes se las tienen guardadas unos a otros, donde un alemán misterioso parece un trasunto del demonio, donde ese centímetro de mar se convierte en el aliciente más poderoso de la novela, en ese mcguffin que nos hará ir leyendo página tras página en busca de ese centímetro de mar hasta acabar el libro, y con todos esos elementos creer que uno parirá la novela perfecta y que luego esto no ocurra, a juicio del lector (no me refiero a los Premios, que los tiene y a pares).

Es un hecho que Ignacio Ferrando ha mezclado como decía antes una serie de ingredientes a priori interesantes y los ha ido hilando, montando una historia, donde las aventuras del presente que se suceden a bordo del Estige se alternan con los recuerdos de los tripulantes, en especial de Berdaitz, a quien la pérdida de su hermano en el mar, cuyo cuerpo nunca se encontró, sigue atormentando, y a quien ese centímetro de mar, esa búsqueda de no se sabe qué, le impelirá a hacer cualquier cosa.
Vamos, como la fe.

Ignacio Ferrando maneja un lenguaje rico, un puñado de palabras que no había oído en mi vida. Términos naúticos y no naúticos. Lo cual no viene nunca mal para quitar las telarañas al María Moliner y de paso adquirir más vocabulario. Eso está bien, pero no creo que sea el objeto de una novela.

Ignacio Ferrando realiza un esfuerzo intelectual que está ahí presente, tratando de aúnar lo lúdico y lo metafísico, y hay algunos pasajes que funcionan muy bien, que resultan en verdad entretenidos, pero uno tiene la certeza de que el libro está descompensado, que sí, que algunos fragmentos funcionan, y otros muchos flaquean, y eso hace que la lectura se resienta mucho, y luego que ese concepto de aventura se adentre en otro más filósofico, en esa búsqueda, en ese camino, que es la piedra angular de libro, creo que hace tambalear la historia, por lo intrincado de la propuesta.

A fin de cuentas poco me ha sugerido o evocado la lectura, más allá de apreciar su riqueza léxica y su empeño por meterse por trochas literarias poco trilladas.

Lo último. La portada del libro es horrorosa. Por momentos pensé que me iba a producir un desprendimiento de retina, o unas cataratas fulminantes. No me recreé mucho en su visión y eso me salvó. Además ves la foto y pensarás: exagerado. Pero si te haces con un ejemplar, me daréis la razón sin objeción alguna. Si me ponen a mí hace quince años a diseñar portadas para libros, me hubiera salido hoy algo así, con ese tipo de letra de cuando Bill Gates todavía programaba y ese híbrido de colores a cada cual más horrendo, pero con la de programas informáticos tan apañados que hay hoy en día, parir semejante cosa duele. Lo importante es el continente, cierto. También lo es, que ante una portada así, le dan a uno ganas de tener el libro, no a un centímetro de mar, sino a muchas millas.