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No aceptes caramelos de extraños Andrea Jeftanovic

No aceptes caramelos de extraños

Me gustaría leer este libro, me gustaría comentarlo. Pero no me es posible, de momento. Tras leer el relato de Andrea Jeftanovic en el libro colectivo Mi madre es un pez, quería leer su libro de relatos No aceptes caramelos de extraños, publicado por Seix Barral.

Este escrito es un llamamiento de auxilio. He buscado en las librerías físicas y virtuales, en La central, en Amazon, en La casa del libro. Nada. No lo venden en ningún sitio. Si alguien sabe de algún rincón en la blogosfera donde puede comprar el libro de la chilena Andrea Jeftanovic que hable ahora o calle para siempre.

Jesús Carrasco

Intemperie (Jesús Carrasco 2013)

Jesús Carrasco
Seix Barral
224 páginas
2013

Jesús Carrasco (Badajoz 1972) debuta en el mundillo literario con su novela Intemperie. La novela no ha podido funcionar mejor. Se publicará en 13 países y en el nuestro ya hay quien la califica en suplementos culturales o desde algún rincón de la blogosfera literaria como una de las mejores novelas del 2013. Incluso hay ya quien deslumbrado por los efectos secundarios derivados de la lectura de la novela, hacen este comentario durante el mes de enero, cuando restan todavía de publicarse cientos o miles de libros.

Mientras que otros escritores nacidos en los 60 y 70 (Gopegui, Olmos, Rosa, Elvira Navarro, Espigado, etc) dan cuenta de nuestra sociedad en sus novelas, Carrasco decide irse unas cuantas décadas atrás en el tiempo, dejar de lado la actual crisis e irse a aquellas economías de subsistencia en entornos rurales, donde la vida de los hombres era azarosa, al capricho del frío, de los rigores caniculares, existencias marcadas por los tiempos que dictan la siega, la siembra.

La historia se sitúa en un lugar indeterminado, donde el sol atiza sin clemencia, donde el suelo reseco apenas surtirá alimento alguno a las cabras del Cabrero, quien junto al Niño y el Alguacil conforman la nómina de personajes principales, que se nos presentan por sus nombres, más bien arquetipos, así El Niño, El Cabrero, el Alguacil.

El niño huye, no sabemos de qué (en un principio) y logra poner tierra de por medio, gracias al Cabrero, en cuya compañía y siguiendo la estela de la Estrella Polar, y encaminarse al Norte, mientras en su búsqueda se afana el Alguacil y su ayudante.

Estamos ante una historia de supervivencia en dos aspectos. Primero, el hacer frente a las inclemencias meteorológicas: calor y sequía, sumado al escaso alimento y al mismo tiempo el tener que huir de la autoridad, el Alguacil, que quiere cobrarse su pieza, reclamando al Niño como si fuera un dominio suyo más. Mientras los primeros, exhaustos, apenas sin alimento van a pie o en burro, el segundo lo hará en motocicleta.

Carrasco logra enganchar ya desde el primer párrafo y la tensión no se pierde ni un ápice a lo largo y ancho de sus 221 páginas, merced a una atmósfera magistralmente conseguida, donde nos es imposible no sentir el calor, las fatigas, las penurias, la soledad y toda esa intemperie (exterior e interior) que impregna y anega la novela, merced a unos personajes bien construidos, y unos diálogos, sucintos pero contundentes y muy esclarecedores.

Es plausible dotar de tanto calado a unos personajes con tan escasas palabras, lo cual cifra la habilidad de Carrasco en el arte de narrar.

He disfrutado mucho con la potente y subyugante prosa de Carrasco, con su rico lenguaje, logrando una musicalidad que hace casi necesario que ciertas páginas se lean en voz alta, declamándolas, exprimiéndolas, valga el contexto, como las tetas de las cabras, porque su jugo, alimenta y dejará ahíto al lector exigente.

Sí que me ha recordado la pareja formada por El Niño y El Cabrero, a la pareja que formaban el padre y el hijo en la novela de Cormac McCarthy, La carretera, reemplazando aquel paraje apocalíptico por estos eriales (¿manchegos?). Ahí el sufrimiento también era una segunda piel. Los personajes vivían porque no querían morir y anhelaban que Dios o quien fuera, aflojara también las tuercas de su tormento, para que al menos hubiera algún resquicio por donde se colará de rondón la esperanza, por magra que fuera.

El hombre del salto (Don DeLillo 2007)

El hombre del salto Don Delillo portada libro

Esta novela la escribió DeLillo en 2007, seis años después de la caída de las Torres Gemelas. Tiempo tuvo el autor para procesar tal brutal acto, que marcaría un antes y un después, de forma notoria, y cuyos efectos vivimos el resto de los habitantes de este planeta hasta el momento presente.

La novela arranca con fuerza, a lo grande, de manera espectacular, con un avión chocando contra una de las Torres y siguiendo entonces la travesía de Keith para dejar el edificio, ileso, entre humo y cenizas. Esas cuatro primeras páginas son muy buenas.

Sabremos luego que Keith estaba casado con Lianne, que lo habían dejado, pero tras dejar la Torre, o lo que queda de ella, no volverá él a su morada solitaria, sino que se encaminará a la casa de su ex, quien conmocionada ante la magnitud de la tragedia, no tendrá otra opción que dejarlo pasar, consolarlo, abrazarlo, restituirle su espacio en el catre.

¿Una tragedia presente es capaz de enmendar un pasado truncado?. Sigue leyendo

La ofensa (Ricardo Menéndez Salmón)

La ofensa (Ricardo Menéndez Salmón)

Al escritor asturiano Ricardo Menéndez Salmón lo descubrí hace años en el programa Página 2 (un programa en televisión donde hablan de libros: vacas sagradas la mayoría, pero mejor eso que nada) donde hablaba de su libro, pero con modestia, no como Umbral (el cual, de no haber sido por aquella memorable salida de tono, creo que sería hoy un pefecto desconocido para muchos jóvenes, a pesar de sus libros y sus columnas periodísticas).

Me pasé por la biblioteca (a uno le gustaría comprar más libros, pero si compro todo lo que leo necesitaría el sueldo de un Senador o de un proxeneta y no es el caso), lo cogí y me lo ventilé del tirón. Son 142 páginas, si bien comienza en la número 13 y la letra es de buen tamaño, lo cual hace que su lectura resulte muy ajustada para estos tiempos modernos, donde uno llega a la noche desgüazado y al menos yo no me puedo ir a mi catafalco con lo último de PaKete Morton, Ken Follete o Mo-ye(tin) (quien desde que ha recibido El Nobel ha debido vender un millar de libros, o más, según me ha contado un pajarito, o un pajarraco, no lo sé), más que nada porque no tendría ni fuerzas para sujetar semejantes mamotretos.

Hay un poco de todo en el libro, sí, como en botica. Está ambientado durante La Segunda Guerra Mundial, así que no falta el Ejército Alemán y por supuesto los demoniacos nazis. El autor da unos apuntes históricos de fechas y lugares que ahondan en el avance llevado a cabo por el ejército alemán en su conquista de Europa, con el mayéstico Hitler a la cabeza. El protagonista es un sastre llamado a filas, el cual ante un hecho dantesco por parte de otros soldados pierde la sensibilidad física y espiritual. Esto es, no siente calor ni frío, ni es capaz de emocionarse ante la tragedia o felicidad propia o ajena. Se queda ataráxico perdido.

Hay también una historia de amor por medio, con una enfermera, una forma de evitar la parca muy peliculera y una vuelta de tuerca con la que saldar cuentas con el pasado.
Cada capítulo son unas cuatro o cinco páginas, lo que imprime un ritmo a la lectura que no da tregua. Ante un libro como este, uno se plantea si nos encontramos ante un libro histórico, ante una arrebatada historia de amor, ante una tragedia personal sin igual o ante la suma de todo ello.

La idea de que alguien pierda la sensibilidad ante un hecho atroz es interesante, pero el autor una vez esbozado el problema que aqueja a Kurt (el protagonista) no ahonda mucho en el tema. La historia nos la cuenta el autor, no Kurt, así que las apreciaciones personales sobre, por ejemplo, el armisticio vergonzante que firmaron los franceses ante los alemanes, las hace el autor de la novela, no Kurt su personaje, creando así dos mundos paralelos, que no se tocan, uno en el que se mueve o en el que el autor sitúa a su protagonista y otro el de las apreciaciones que sobre esos hechos históricos hace el autor de la novela.

El autor cincela su prosa con mano de orfebre (un empeño del que otros como Robe Iniesta han desistido: !Que no me da la gana pasar media vida buscando esa frase que tal vez no exista!, nos berrea en su temazo Puta), empleando palabras poco trilladas, con las que barnizar su obra con una pintura elitista, que actúa como repelente para masas o lector-medio. Para el recuerdo nos deja el autor frases como:

«gozaban de la plasticidad de un derviche giróvago»….

Sí, han leído bien, derviche giróvago. Métanle mano a la María Moliner, no se corten, no pasa nada. Aprendemos y desaprendemos cada día.

No obstante lo anterior Ricardo ofrece un libro de amena y sedosa lectura (sí, creo que Alessandro Baricco con Seda, dio pie a un sinfín de imitadores conceptuales que se montaron en el carro de la novelita corta, sedosa y aterciopelada, de escaso recorrido (no todas por supuesto, porque la literatura a granel no supone buena literatura. Ahí tenemos El extranjero de Camus, La lluvia amarilla de Llamazares, Dos hermanos de Atxaga, El Estatus de Olmos, y tantas otras buenas novelas cortas), que dio muchos parabienes a un buen número de escritores que se han forjado un nombre en las distancias medias, muy agusto en esas medias maratones de cientoypicopáginas), con una aventura que en mi caso no me ha subyugado lo más mínimo, dado que su personaje quizá haya transmitido de modo inconsciente, no ya su insensibilidad al lector, sino una apatía, en donde las piezas, sí, encajan, pero donde la emoción no existe y eso para un lector equivale a echar mano de un prospecto y aburrirte mirando las contraindicaciones del medicamento-libro.