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Vida y destino (Vasili Grossman)

Vida y destino (con traducción de Marta Rebón) la comparan con Guerra y Paz y dicen que su lectura marca un antes y un después. Hasta que no lea el libro de Tolstói con traducción de Lydia Kúper no podré decir nada del mismo,lo que sí puedo afirmar que esta novela de Vasili Grossman es una excelente novela. No se trata aquí de hacer un resumen de libro ni nada parecido. El libro son poco más de 1.100 páginas así que resumirlo me llevaría al menos otras cien. Grossman quería formar parte del Ejército Rojo, pero su sobrepeso y su mala vista no se lo permitieron. Finalmente pudo estar en el frente como corresponsal del diario Estrella Roja.

Hay un libro muy recomendable del historiador Antony Beevor, Un escritor en guerra, donde se recogen todas las notas que Grossman recopiló en el frente. Esas anotaciones le permitirían luego pasar de hacer crónicas en el periódico a ficcionar todo aquello que había vivido en carne propia.

Antes de Vida y Destino, Grossman publicó algún otro libro como El pueblo inmortal, que tuvo mucho éxito entre el Ejército Rojo y le granjeó cierta popularidad entre los escritores rusos. Los soldados disfrutaban de las palabras de Grossman porque se reconocían en ellas. Grossman tras sus cuatro años como corresponsal, llevado por un sentimiento de honradez profesional y personal se vio obligado a contar lo que había visto, algo que no gustó a Stalin, que lo desahució. Su obra Vida y Destino, que escribió en 1960, se publicó de chiripa, porque alguien consiguió microfilmar el manuscrito y sacarlo del país.

Podemos felicitarnos que esto sucediera porque gracias a ese acto ahora podemos disfrutar y aprender historia con Vida y Destino, que no entrará dentro de esa categoría de novela histórica, donde se meten todos esos bestsellers que hablan del Santo Grial, Los templarios, Occitanos, Orígenes de Cristo y temas varios. Al contrario que los anteriores que crean en el lector la ficción de que aprenden algo de historia con su lectura, Vida y Destino, sin pretenderlo, es lo que nos ofrece: una lección de historia con mayúsculas. La historia del libro transcurre durante las semanas previas y posteriores a la batalla de Stalingrado, donde los alemanes finalmente se rindieron.
Se dan cita más de doscientos personajes. Es por ello una historia coral, una polifonía de voces, donde cada personaje aporta algo al todo común. No sólo hay rusos, sino también alemanes, soldados y altos mandos, encargados de cerrar las cámaras de gas, de pretar el botón aniquilador, militares rusos encargados de torturar a los desleales al régimen, prisioneros de campos de concentración, eminentes científicos, mujeres viudas o con sus maridos en el frente luchando por sobrevivir…

Grossman pone los pelos de punta en el capítulo destinado a esos judíos que tras bajar de un vagón de tren, minutos después morirán en una cámara de gas, visto desde los ojos de un niño y de su madre. Grossman se ganó la enemistad de Stalin porque a través de sus personajes carga las tintas contra el régimen. Cuestiona los métodos de Stalin, su totalitarismo, la falta de libertad, la represión y las torturas, las atrocidades cometidas en el 1937, las penurias hechas pasar al pueblo en beneficio del Estado. Se habla también de Lenin de La Revolución Rusa, el ajusticiamiento de los zares y el movimiento obrero, de Trotski y de los grandes escritores rusos como Chejov o Dostoievski. La gran virtud de Grossman es la de dotar de profundidad a sus personajes, el minucioso análisis de la geografía humana capaz de lo mejor y de lo peor, máxime en una situación de guerra donde la naturaleza humana queda reducida a su esencia, para bien o para mal. Así los personajes de la obra, no son buenos ni malos, sino que como un cuarto iluminado por el sol, sobre la alfombra, la gama de claroscuros es granada.

Hay bondad, rencor, envidia, odio, amor fraternal, heroísmo, infidelidad, traición en los personajes de la obra, condicionados por sus circunstancias. Sea como fuera Grossman no justifica ninguna barbarie. Así dice en boca de uno de sus personajes que la única de forma de sobrevivir a tanta barbarie es con la muerte. Es lo que afirma con respecto a esos que estaban al cargo de las cámaras de gas (perfectamente registrado en toda su crudeza en la película El hijo de Saúl), que formaban parte del sistema de aniquilación de judíos (Grossman era judío y su madre fue ejecutada por serlo) aportando su granito de arena, que se creían arrastrados a ello sin que nada pudieran hacer para evitarlo o para no contribuir a ello. No busca el autor el espectáculo ni el morbo, ni nada parecido. Reina la serenidad en la obra, la tranquilidad.

No hay odios encarnizados. Grossman reparte leña a uno y otro lado. Los nazis fueron unos asesinos y así serán recordados y Stalin mató a su pueblo o a buen número de sus ciudadanos, convertido en otro dictador, al que la historia le reserva un papel destacado por su lucha contra el Nazismo pero que al mismo tiempo es un claro exponente de los totalitarismos de izquierdas.

Lo publica la editorial Galaxia Gutenberg y es la primera vez que ha sido traducido directamente del ruso por Marta Ingrid Rebón Rodríguez, porque había una versión ya publicada en otra editorial, traducida ésta del Francés.

Háganse un favor. Léanlo.

Lev Tólstoi

Confesión (Lev Tolstói)

Lev Tolstói
Acantilado
2008
Traducción de Marta Rebón
148 páginas

Lev Tolstói (1828-1910) convertido en una gloria nacional de las letras rusas entra en barrena.

Superados los cincuenta, Lev reniega de su fama, de su gloria, de sus riquezas, dado que se siente vacío. Cree que no tiene nada que enseñar a nadie y que su escritura es pólvora mojada.

Necesita encontrar un sentido a su vida o hay muchas posibilidades de que cualquier día se vuele la tapa de los sesos o se ahorque.

La vida que lleva -a pesar de sus riquezas materiales y espirituales (su esposa, sus hijos)- no le llena; todo le resulta frívolo, impostado; digamos que la vida que lleva es como ver una película, todo falso, cuando Lev lo que quiere, lo que necesita -pues le va la vida en ello- es llegar al meollo de la vida, al hueso y no arañar la piel. A tal fin Lev se embosca en múltiples lecturas -con el fin de saber por qué estamos aquí, de qué va todo esto-: Kant, Sócrates, Schopenhauer, Salomón, Buda... que no le aclaran, ni le solucionan nada, pues ni le dan la fuerza necesaria para suicidarse, ni tranquilizan su conciencia burguesa de tal modo que le arrojasen en el regazo de las corrientes epicúreas.

Al final Lev llega a la conclusión de que hay que despojarse del conocimiento y aprender del pueblo, tal que si éste cree en Dios y ahí encuentra el vulgo un sentido ahí está entonces la verdad que él está buscando y entonces sofocando sus pasiones y dominando el cuerpo será virtuoso y encontrará la paz, amamantado por la fe -su única esperanza de salvación-. La encontró ya que tras estos devaneos existenciales (y mucho circunloquio, a ratos plomizo) sufridos a los cincuenta, Lev, viviría hasta los 82.

Lo publica Acantilado con traducción de Marta Rebón.

No sé si a vosotros os pasa, pero cuando llega el otoño -iba a apostillar, y con él el frío, pero de momento no- me gusta leer novelas de escritores rusos. Recientemente leí La gaviota de Chéjov, ahora ha sido esta Confesión de Tolstói. Estoy leyendo también La isla de Sajalín; luego continuaré con Los demonios, con En vísperas de Turguénev y muy posiblemente otra vez con Tolstói y sus Diarios y Correspondencia. Si tenéis alguna sugerencia, más allá de los clásicos que todos conocemos, me gustaría oírlas.