A Rafael Reig lo voy leyendo en un continuo flash-back. Primero Lo que no está escrito, luego Todo está perdonado y ahora Sangre a Borbotones. Los dos últimos libros comparten personaje: Carlos Clot, del cual sabemos mucho más de su aspecto físico, y en especial de su forma de vestir que de su forma de ser, quizás porque ya todo -además de perdonado- también esté perdido y solo nos queda dibujar el mundo de los personajes, mediante trazos estéticos, de la piel hacia fuera.
Como nos cuenta Reig en el prólogo del libro, escribir ni da dinero ni fama (salvo en el caso de unos cuantos privilegiados que pueden vivir de lo que escriben). De ahí, que quien se dedica a esta actividad, la literaria, deba hacerlo impelido por una auténtica pasión, la cual permite escribir y escribir, emborronar cuartillas, llenar cajones de manuscritos polvorientos, sin esperar casi nada a cambio. A veces, algunos triunfan, logran publicar sus manuscritos, y coger cierta repercusión. Reig ha pasado de ser un perfecto conocido (o mejor dicho un escritor alejado del gran público) en Lengua de Trapo (de cuya editorial van volando todos aquellos que van cogiendo notoriedad, como Ricardo Menéndez Salmón, Olmos, Faciolince o Reig) a publicar ahora en Tusquets y ver sus libros junto al de otras vacas sagradas de la literatura, en cualquier librería.
Reig explica también cómo la vida que llevaba en aquel entonces, a comienzos del segundo milenio de nuestra era, le permitía nutrir sus historias literarias (su trabajo en Telefónica, su hija pequeña, etcétera).
En cuanto al libro, la historia transcurre en un Madrid navegable. No hay petróleo y la gente se desplaza a pie, en velero o en bicicleta. Madrid, como era el sueño de Esperanza Aguirre ya es angloparlante y en ese entorno Clot, detective privado, debe encontrar la pista de tres mujeres desaparecidas. Dos son de carne y hueso y la tercera es el personaje de una novela de vaqueros que ha cobrado vida propia. Ya saben, Unamuno y Pirandello. Sigue leyendo