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Una misma noche (Leopoldo Brizuela 2012)

Leopoldo Brizuela Una misma noche portada libroUna misma noche es uno de esos libros al que no se por qué razón le están dando bastante publicidad. Ganó el Premio Alfaguara de Novela 2012, y aparece en las listas que elaboran los periódicos (El País) y revistas culturales como uno de los libros del año (si bien uno debe recelar tanto de estas listas como de cualquier crítica o reseña).

Yo lo he terminado más bien por amor propio, porque las tentativas de abandono fueron múltiples. Parecido a cuando cojo la bici para subir a Clavijo y me lamento desde que dejo Logroño. Echar el pie es más fácil que abandonar un libro, al menos para mí.

Brizuela recurre a los mediados años 70, cuando los militares toman el poder en Argentina, Videla al mando, para llevar a cabo un terrorismo de Estado, contra aquellos insurgentes o montoneros, que eran tirados al mar desde los aviones. Además de machacar sin piedad a todos aquellos no afectos al régimen. Sin entrar a hablar de los niños robados y entregados a familias del régimen.

El protagonista es Leonardo Bazán, escritor. Algo que ocurrió en el 1976 en su hogar le permite trazar un paralelismo claro con otro hecho acontecido en 2010. Leo decide indagar en la memoria, investigar su pasado, arrostrarlo, con la idea de poder así asumir su pasado y ser capaz de superarlo. Esta búsqueda sacará a flote, el miedo, el terror, la vergüenza, la irresponsabilidad, el sentimiento de culpa, la necesidad de expiar sus pecados, etc.

Brizuela va alternando el año 1976 con el 2010 y con recuerdos pretéritos y a mí todo esto me despista y mucho. Y en nada me ha parecido ese thriller existencial, perturbador e hipnotizante con el que nos lo venden en la contraportada del libro -Rosa Montero dixit-. De thriller tiene poco (para eso le da mil vueltas Una noche en Amalfi de Begoña Huertas), en cuanto a que es hipnotizante, nada de nada, a duras penas ha captado mi interés y esa composición fragmentaria de la novela, en nada contribuye a mantenerlo.
En cuanto a que es perturbador, ahí si que puedo concederlo. Lo que sucedió en esos años en Argentina es horrendo. Degradar al ser humano a una bestia a la cual maltratar, humillar, vejar y finalmente arrojar a las aguas de un océano sin el menor miramiento, demuestra como los humanos no aprendemos nada de nada. Incluso tras el genocidio nazi, los judíos siguieron siendo machacados en Argentina durante la Dictadura, como si no hubieran ya sufrido ya bastante treinta años antes.
Luego vemos lo que sucede ahora en Israel (con los judíos en su rol de verdugos) y es para echarse a llorar.

El club de los estrellados (Joaquín Berges 2009)

El club de los estrellados Joaquín BergesDespués de haber leído Vive como puedas y Un estado del malestar era menester ir al origen, a las fuentes, y leer la primera obra de Joaquín Berges, titulada El club de los estrellados. Como es marca de la casa a Berges le gusta crear situaciones surrealistas pero verosímiles, ejecutadas por personajes de carne y hueso, personajes con chicha, lo cual va más allá de reducir el perfil psicológico de un individuo a la descripción de su vestuario diario o de unos gustos o aficiones, no, Berges va mucho más allá, y sus personajes son complejos. En este libro el autor dice haber querido aunar dos de sus aficiones la astronomía y la música de Bach y el híbrido funciona a la perfección. Me gustan los libros de personajes. Este es uno de ellos.

El protagonismo se lo reparten el barman narrador de la historia y Francho un funcionario de correos dispuesto a todo por cumplir una misión. El barman y Francho son casi como hermanos, ambos pertenecen al Club de los Estrellados, un grupo de hombres que se reúnen para disfrutar lo que el firmamento tiene que ofrecerles.

Como hace Berges en Un estado del malestar con su jerga informática, en El Club de los Estrellados, la jerga es astronómica, astral, o algo parecido. Berges, de rondón, nos mete de lleno en una aventura de intriga y suspense, donde Francho se convertirá poco menos que en un superhéroe, cuando logra convertirse en lo que siempre ha querido ser, y llevar a cabo sus fantasías (quizá en eso consista vivir) y en pos de su amada, hacer gala de su inteligencia para lograr sus propósitos. A la par que seguimos las pesquisas y avances de Francho, paralelamente vemos como el Barman logra entrar en la órbita de ese cometa inalcanzable que es Hortensia, compañera de trabajo de Francho, quien nadando en su soledad, ira a parar a las orillas tranquilas de su inopinado cuidador, a quien una situación dolorosa: una enfermedad, arrimará bajo un mismo techo, y donde nuestro camarero sufrirá toda suerte de estados emocionales, lo normal cuando uno está enamorado y el corazón parece una lavadora puesta permanentemente en el programa de centrifugado y cuesta mucho que la sangre deje el corazón para pasar un momento por el cerebro y hacer entonces algo coherente (quizá la vida sea eso, vivir con el corazón y no con la cabeza o como decía la Tamaro en ese libro que permitió a Kleneex cotizar en bolsa ir Donde el corazón te lleve. Hortensia de eso sabe un rato), mientras acontencen las metamorfosis, ya sea superando una enfermedad o buceando en busca de uno mismo con bragas y a lo loco.

Si en la dos novelas que sucedieron a esta el humor estaba presente casi en cada página, en esta primera novela, el autor abunda más en la introspección psicológica, convertido en un entómologo que disecciona a los humanos con su bisturí para ver de qué estan hechos, que hay más allá de esos fluidos y humores, qué se esconde allá en el alma, donde se cuecen los sentimientos que nos definen y marcan nuestras acciones u omisiones. En ese cometido Berges está espléndido, de ahí que sus personajes sean entrañables, más que nada porque son humanos y por tanto patéticos y ruines y débiles y valientes y alocados e irreflexivos, espléndidos como soles, fugaces como estrellas…

Escribo esto mientras por la ventana de mi cuarto veo la noche cerrada, un manto negro, sin brillo, sin estrellas y no puedo escuchar a Bach porque no tengo nada suyo, pero al igual que los cometas, el ánimo y los gustos humanos también siguen excéntricas trayectorias: no digo más.

El violín negro (Maxence Fermine 2002)

El otro día hablaba de Nieve de Maxence Fermine y ahora le toca el turno a El violín negro, que la escribiría un año después. El autor repite la fórmula que parece le dio tan buenos resultados con su anterior novela.

La historia se ambiente en la ciudad de Venecia a comienzos del siglo XIX. Apenas hay personajes, y todo tiene un aliento épico, insondable, de seres humanos grandiosos. El protagonista es un violinista que se traslada a Venecia donde conoce a Erasmus, un luthier que le cuenta la historia de El violín negro.

Los personajes de la historia, se definen con un par de adjetivos y ahí acaba toda la profundidad de los mismos. Valiéndose de una ciudad mágica como es Venecia, con la música por medio, y mujeres enigmáticoa y extraordinarias, por su línea o por su voz, Maxime trata de componer un relato de aliento épico y poético, pero no consigue ni una cosa ni la otra y si Nieve tenía alguna virtud, aquí todo resulta impostado, una acumulación de lugares comunes y una grandilocuencia que se queda en una afirmación que se desinfla a las primeras de cambio.

Si bien ya en la contraportada nos advierten que en este libro hallamos la “reconocida sensibilidad para la belleza” del autor. Algo chocante en un autor que sólo había escrito un libro antes que este.

Ninguna necesidad (Julián Rodriguez 2004)

Ninguna necesidad Julián Rodríguez

Julián Rodríguez
Editorial Mondadori
128 páginas
2004

Un buen día estaba leyendo un libro de Imre Kerstz, Fiasco, y juro que lo intenté y me fajé, pero después de unos cuantos días lo devolví a la estantería. No es que estuviera condicionado por el título, que creyera que contenía la semilla de algo que se autocumpliría. Lo que me trabajó el higado hasta llevarme a la lona, obligándome a tirar la toalla fue que el bueno de Imre, iba encadenando en su escritura paréntesis en cascada, guardando el significado en el interior de algo similar a una matrioska. Yo quería leer, y aquello parecía una clase de matemáticas con sus paréntesis (corchetes no) y al final cada frase era un jeroglífico, un laberinto de puertas (paréntesis) que se abrían y cerraban y me recordaba mis años mozos, cuando hacía psicotécnicos, contando paréntesis y dando cuenta ante mí mismo de mi buena agudeza visual. Desde entonces los paréntesis me sientan mal a las púpilas, así que cuando Julián Rodríguez, a la sazón autor del libro, empezó por ahí (seis paréntesis en dos páginas primerizas) saltaron todas las alarmas. Como la novela es cortita, 113 páginas, algunas con un par de párrafos y con los capítulos que hacen mención a cada día de la semana separados por páginas en blanco, lo que es la chicha del libro da para un par de horas, así que los paréntesis han resultado un mal menor.

Nada había leído de Julián Rodríguez y a todo escritor hay que darle una oportunidad (aunque la falta de tiempo juegue en nuestra contra). El libro no me ha disgustado, no hay razón para ello, aunque en ningún momento ha removido en mi interior el caldo espeso de los sentimientos, ni ha depositado su lectura zarzas en mi corazón: no digo más (que en cualquier momento saco el Bolígrafo de gel verde y la lío). Vamos, que ni fu ni fa. ¿Ataraxia?. Parecido. Ningún escalofrío, ninguna carcajada, ningún brillo especial en la mirada, mientras iba leyendo las andanzas de El Muerto, narradas por ese amigo suyo con el que compartió tiempo y vivencias.

El Muerto, va camino de serlo, y su amigo, el narrador de la historia, va al hospital. Allí le dicen que su amigo está en la antesala del más allá, cioé, le queda una semana para palmarla. Así que en una semana, tiempo más que suficiente para crear el mundo (hasta que el Papa diga que el Mundo no se creó en 7 días, demos por bueno el plazo) y también para que en ese lapso de tiempo transcurra una historia, que se alimenta no obstante del pasado, de los recuerdos que afloran en las fotos que el narrador se lleva de la casa del Muerto.
Ahí están el pueblo, la playa, los viajes, los aviones, y demás piezas de recambio de la maquinaria humana.

El libro está lejos de resultar sentimental. Se va al otro lado, al desapego emocional y parece que los seres humanos salieran o hubieran vivido en búrbujas, como los tripulantes de la película Alien. La pérdida de un ser querido convertido en un ejercicio de memoria, en un acto de reflexión, un alto en el camino, que no les impedirá al resto seguir viviendo sus vidas o sus muertes (como casi todas las muertes).

Blog de Julián Rodríguez